29/10/09

Ahí soy yo

Y si la luz se apaga y el camino se oculta, ¿qué puedo hacer? Si del cielo caen lágrimas de fina lluvia dorada que escurren por mi rostro sin que sienta nada y que nada pueda, salvo llorar.

El tiempo es dilatado y lento cuando es ausencia y no hay sonidos, si sólo hay distancia. ¿Qué puedo hacer? Miro y veo el camino y la dulzura de las palabras que no se oyen. ¿Andar y ser? ¿Nada más? ¿Andar y ver?

Canto palabras y hago locuras. Y las personas pasan y no dicen nada. Miradas fijas. Y las montañas… La dulzura es, si bailas. Un halo lánguido envuelve el pensamiento de las sonrisas que dicen y son. Y en esos crepúsculos, en esas ausencias, en esas sendas me acuno solo, me adormezco suave. Ahí soy yo. Porque todo es.

28/10/09

Bajo la mirada de la bruma. I

El ambiente era recogido. Aunque era tarde para el horario habitual del país aún quedaban algunos restaurantes abiertos en la calle más turística de la ciudad.

El canal, ancho, se introducía unos ciento cincuenta metros, como una lengua de agua, suave. Lo suficientemente profundo para permitir el amarre de las modernas embarcaciones de recreo y de los barcos de madera antiguos, de hasta dos mástiles. Éstos últimos, junto a las casas de colores que flanqueaban, en el lateral de unos paseos adoquinados, el canal, dotaban al espacio de un encanto que no poseía el resto de la ciudad; tan pausada y fría como sus gentes.

Entraron en uno de ellos y se sentaron al fondo, en una esquina. Una botella de chianti, vacía, con una vela roja que dejaba caer ríos de cera sobre otros ríos ya precipitados, como lágrimas de una madre que llorase desconsolada por la muerte de su hijo, iluminaba con desgana la pequeña mesa que habían ocupado. Unas flores blancas, de plástico, sobresalían con timidez de un pequeño jarrón de cristal, al lado de la botella de chianti, sobre un mantel de color marfil. El suelo de madera vieja, pisada, oscurecida, al igual que las paredes, con algunos pequeños cuadros de motivos marineros, escasamente atractivos, y apliques de latón, expulsando su débil luz hacia abajo, con bombillas de escasa potencia, lentas, cansadas, creaban un ambiente relativamente cálido e intimista. Era como un aparte dentro del restaurante -en la que había, tan sólo, otras dos pequeñas mesas, ocupadas ambas por sendas parejas, singulares también-, comunicado con el resto por un pequeño espacio a través del cual apenas cabían dos cuerpos al tiempo.

Eligieron los platos, entre la duda de aquellas extrañas palabras, apenas comprensibles que había en la carta, jugando un poco al azar, con la convicción de que tan sólo el vino paliaría los sabores (llevaban poco tiempo allí, pero el suficiente como para conocer la limitada y poco atractiva gastronomía del país).

Hablaban de las circunstancias personales de ella, algo que se había convertido en habitual, sobre todo en los momentos de mesa, de vino o de cerveza, girando en torno a la emocionalidad, al qué hacer con la vida de ella, a los miedos de ella. Conversaciones eternas, agónicas a veces, en las que él, en instantes, se perdía por los alrededores, los físicos, con sus habitantes incluidos, y los imaginarios, poblados de imágenes vividas, pensadas o simplemente imaginadas.

Media botella de un pésimo borgoña, y la ausencia de comida, le bastaron para pasear por las palabras provenientes de la mesa de al lado.

Rondaría ella los cuarenta (más cerca de los cuarenta y cinco que de los cuarenta), en tanto que él no llegaba a los treinta. Una pareja de turistas italianos en busca del otro, o del uno; de encontrar algo perdido o no tenido, o no encontrado. La conversación fluía lenta, casi siempre de los labios de ella, vestidos de rosa desgastado, por la comida, por el vino. Apenas hablaba él, siempre con una sonrisa en los labios y la mirada clavada en los ojos de ella, retrepados tras unas elegantes gafas de color negro.

Se entretuvo siguiendo aquella conversación, a pesar del italiano, como mejor podía, pero sin mayor interés, desviando la mirada hacia sus gestos de vez en vez, para no parecer descortés a su acompañante de mesa, mientras con leves sonrisas y muecas de asentimiento le hacía ver que seguía con ella y con sus pesares y sus pensares.

Los vio como compartían el postre, una especie de raro tiramisú, que comían a impaciencias. Los vio beberse el espresso con delectación, como sólo saben hacerlo los italianos ante un buen café. Vio como se inclinaba ella, en determinado momento, ligeramente, hacia el bolso de mano que tenía colgado de la silla, en su lado derecho. Sacó la cartera de piel y de ella unas fotografías que acercó a su acompañante. Vio como la sonrisa de él se congelaba al mirarlas. Y vio como la de ella desaparecía en un rictus imposible.

26/10/09

Una sonrisa y un hauki

La sonrisa:
Me deshace esa sonrisa que desgrana despertares. Ojos que iluminan. Caricias de seda en un alma tan pequeña, que cabe en ese cuerpo apenas despuntado. Hay agua que derrama, en cascadas de alegrías, entre el verde y el azul. Agua de cristal eterna que suena delicada cuando a mí se acerca.
Quiero vivir despacio este tiempo de trigales y amapolas. Quiero sentirla dentro, traspasando.

El hauki:
Dime quién eres
niña, niña de plata.
Fugaz mirada
.

24/10/09

Lluvia púrpura


Llamé, entre el sonido de las sombras. Grité, esperando escuchar a alguien, pero solo encontré el eco como respuesta inerte entre una suave lluvia púrpura, inclemente. Solo pedía amor, amistad, pero no había nada, solo lluvia púrpura en la noche, coloreando mis lágrimas sobre la cara.
Y ahora siento, bajo las nubes, algo pequeño, entre lo eterno. Cómo me moja, cómo me quema esta lluvia. Y el frío entre las manos del vacío que acarician, de esta hora. Hora triste, lenta, y aun así suave y acogedora como la lluvia púrpura que moja mi cuerpo, mi alma, ahora.

22/10/09

Juegos extraños

Cuando vienes de ningún lado y no eres nadie. Cuando vuelas sobre la tierra y todo es un manto blanco. Cuando juegas al juego de la vida delante de un espejo y no hay imágenes ni reflejos. ¿Qué haces cuando eso sucede? ¿Atraviesas el espejo en busca de otro juego, fuera de las soledades y las lentitudes, de los avatares? La nieve blanca lo cubre todo.
Y ahora que necesito las palabras que son, veo la luna que brilla, arriba, sobre mí. Está ahí. Lo sé. Pero no hay fruta caída sobre la hierba. No debe haber madurado. No hay que refutar el futuro. Tal vez mirar el pasado, escudriñarlo en busca de señales. Tal vez mirar dentro y mirar despacio. Cogeré la maleta y andaré. Me levanto de la cama y camino por el mundo mirando los ojos de cada persona con la que me cruzo. Espero la nieve blanca brillando. Espero los lirios. En algún sitio han de estar. La vida es un regalo. Me gustan los lirios mojados. No sé que parte del espejo es. No sé cuál es este lado. Miraré despacio. No sé que sueño es el que estoy soñando. No sé, ni tan siquiera, si estoy soñando.

18/10/09

El color de las mariposas. XI

Esto es lo último que pondré de "El color de las mariposas". Terminaré la novela, corregiré y le daré forma. No sé qué haré con ella después, si publicar, concursar o guardármela para mí. No lo sé. Ya veré en su momento.
La línea discontínua de puntos es una conversación demasiado larga e intensa entre ambos y ocuparía demasiado. Es posible que haga perder un poco el sentido (espero que no).
Notó el tacto de una mano sobre la suya.
¿Estás bien?
Si, estoy bien, sí. ¿Qué ha pasado?
Dímelo tú. Estás aquí tumbado, solo, hablando cosas ininteligibles, sobre colores y siluetas, entre el polvo, con los ojos abiertos. Creo que soñabas despierto.
Miró en todas direcciones y después a ella, apenas dibujada en la semioscuridad del espacio. Parpadeó varias veces.
Cuántas veces, le dijo mientras le miraba despacio, me ha sucedido soñar de noche que estaba en este mismo sitio, vestida, sentada junto al fuego, estando en realidad desnuda y metida en mi jergón. Se calló un momento. Si pienso con atención, continuó, me acuerdo de que, muchas veces, ilusiones semejantes se han burlado de mí mientras dormía y, al detenerme en ese pensamiento, veo tan claramente que no hay indicios ciertos para distinguir el sueño de la vigilia, que me quedo atónita, y es tal mi extrañeza, que casi es bastante para persuadirme de que estoy durmiendo.
¿Alguna vez has tenido un sueño que fuera real?
Te lo acabo decir. Despierta.
¿Y no podías distinguir la vigilia del sueño?
No.
¿Qué es la realidad? ¿Cómo podemos saber cuál es la realidad?
Bienvenido al mundo real.
¿Cuál es la realidad?
¿Crees que yo puedo saber, con absoluta certeza, cuál es la realidad? ¿Cómo podría saber que el mundo que vivo es en el que yo vivo? Hizo una pausa y le miró fijamente a los ojos. Mira a tu alrededor, le dijo, ¿qué ves?
Ausencias. Sueños.
Esa es la realidad. Mira estas paredes frías, grises, opresivas. Mira este espacio que nos rodea. Mira lo que hay fuera de este edificio. Mira en tu interior. No hay nada donde había. Sólo queda la débil sombra de lo que hubo, de donde estaba. Y aun así…
Sí, dijo, interrumpiéndola, y aun así queda la memoria, la memoria de lo que fue, de quien vio, o en quien vio –seamos precisos-, dijo, haciendo énfasis en la precisión. Sólo memoria.
No es eso a lo que me refería. Además, la memoria no es suficiente. Nunca lo es.
Sí cuando no hay nada más.
¿Qué hay al margen de ella? Nada, nadie. ¿Qué es la memoria? Nada, imágenes, recuerdos, tal vez falsos, tal vez mentira. Por eso nunca salgo de aquí, salvo por necesidad extrema.
Es terrible quedarse quieto, aceptar el gris, así, sin más.
Yo no lo acepto.
¿No?
No.
Se quedaron callados. El aire pesaba. El olor acre se había apoderado de él y le resultaba desagradable. Se levantó. Ella también lo hizo.
¿Y no es una falsedad lo que haces? ¿Vivir aquí, huida, perdida, oculta a todo y todos?
¿Uno siempre quiere la verdad o a veces, por circunstancias, prefiere la mentira?, le contestó. Todo es una simple cuestión de elección, de qué pastilla elegir, la verde o la azul.
Pero la memoria muestra, enseña, te da.
¿Merece la pena? Es una pérdida de tiempo. Pero te diré algo que he descubierto en estos laberintos. Desvió la mirada hacia las paredes, por entre el polvo suspendido, por la gris atmósfera. Siempre hay algo, siguió diciendo, escondido, pero algo, en algún sitio. Tal vez alguien. Tú lo buscas, ¿verdad? Sí, sin duda lo buscas, ese es tu camino, sino no hubieras entrado aquí.
¿Sabes dónde está?
Quizá.
¿Querrías mostrármelo?
Tal vez. Tal vez más adelante.
¿Quién eres?
Yo era una persona que creaba sueños que no llegaban a ninguna parte.
¿Y los sueños no forman parte de la memoria? ¿No se alimentan de ella? ¿No surgen de ella?
También era -siguió diciendo como si no le hubiese oído- la que escucha a los muebles… sus consejos y sus quejas. A veces, sólo a veces, era, porque ya no hay cielo ni lugar para hacerlo, la que cazaba estrellas apagadas; esas estrellas que nadie quiere, que a nadie le gustan, que nadie mira; y era la que recogía a los muñecos abandonados, y los quería; a veces, antes, hace tanto tiempo, cuando salía, cuando tenían hojas los árboles y sus ramas eran ramas que llevaban vida, los abrazaba y los sentía y me sentían. Hizo una pausa. Tiempo. Este no es tiempo para ser, sólo para estar. Yo era la que se burlaba de sí, la que oía el llanto de los violines y soñaba con ellos; yo era el sueño. Inclinó la cabeza y dibujó un rostro elemental, con la puntera del zapato, en el polvo que cubría todo el suelo del lugar. Se agachó y, con el dedo índice, dibujó una lágrima en el borde del ojo izquierdo. Se levantó, le miró y, acariciándole la mejilla, le dijo, enfatizando las palabras: yo era el sueño.
Debe haber un sitio, más allá de todos los sitios donde los sueños sean posibles.
Búscalo si así lo crees. Tal vez lo encuentres.
Eso hago.
Aquí no está. Y sin embargo… Ven, te enseñaré algo de lo poco que queda en este lugar calmado, en este laberinto de ausencias, de recuadros, donde sólo los espejos... Tal vez te ayude, tal vez te muestre.
...................................................
Y ahora déjame. No puedo hacer nada más por ti.
Se quedó sorprendido. Levantó la vista hacia ella, que se secaba las lágrimas con el dorso de la mano.
No puedo hacer nada por ti. No está aquí lo que podría señalarte. Creía que sí, pero ahora sé que no. Vete. Te haría daño, y te haría perder tiempo. Y tú me haces daño y no tengo ya tiempo. Aquí sólo hay sombras inertes y una que pasea los silencios, las ausencias, los vacíos. Y cristales. Pero no rotos. Cristales deformantes que sólo muestran la realidad aparente. Los que buscas no están aquí, van contigo, ya lo sabes. No sé cómo se recomponen. Busca un maestri de lattimo. Encuentra a tu Barbini o al menos su ricettario. Yo no lo tengo. Quizá entonces puedas decir lo mismo que él: e sono venuto un celeste belisimo. Pero eso sólo será al final.
Pero…
No digas nada. Sé que me entiendes. Vete. Qué tengas suerte.
Al menos dime tu nombre.
Aparna, le dijo, casi en silencio, mientras se desvanecía tras una esquina, rodeada por el polvo, como la primera vez que la vio o creyó verla.

16/10/09

Escuchar, escucharnos.

Dicen los expertos que normalmente las personas tendemos a evitar la información que contradice lo que pensamos sobre algo. Preferimos, incluso, validar nuestras opiniones con otras similares, evitando la información que refuta a lo que ya pensamos, aunque existan ciertos factores que puedan motivar a buscar otros puntos de vista, a buscar la posible verdad. Creía que lo hacía siempre, en la mayoría de las cosas, pero a veces, cuando hay elementos emocionales de por medio, me he dado cuenta de que no lo hago. Me muevo a impulsos descontrolados. Esto puede ser un problema en un montón de situaciones, porque a veces se toman decisiones equivocadas por basarse en información equivocada o sesgada. De ahí las palabras probablemente, de ahí determinados hechos. Y de ahí mil errores. Es algo que hay que corregir.
No sólo no escuchamos lo que nos produce conflicto sino que buscamos lo que queremos oír o leer. Las razones pueden ser muchas según los expertos en el tema, inseguridad de las propias ideas, ansiedad al ser contradichos, el ser dogmáticos, inseguros, y sobre todo en temas que no tienen una verdad absoluta.
Pero hay dos factores que conducen a buscar nuevos puntos de vista, como el tener que debatir las ideas, sobre todo en público, aunque también en privado, lo que requiere conocer las del contrario, y eso nos lleva a conocer, a poder criticar las nuestras, a comparar; el segundo factor se puede producir cuando está en juego algo muy importante para uno mismo. Sin embargo, muchas veces, la mayoría de las personas nos negamos. Y lo hacemos como verdaderos estúpidos. Cegados. Y no hay más ciego que el que no quiere ver. Hay que abrir los ojos. He de abrirlos, porque esto no puede ser. Hay que hacerlo si se quiere mejorar.
Hablar es importante. Escuchar es vital. Es la única forma de aprender, de crecer, de evitar. Para ello hay que saber y querer, claro está. La empatía, por otra parte, es esencial. Nos humaniza y nos acerca a la verdad. Qué difícil es hacer las cosas como se deben hacer cuando es tan fácil de hacer, y sin embargo no lo hacemos y deambulamos en el orgullo, en el no saber estar, dando vueltas y revueltas para quedarnos con nuestra “única” verdad. Eso sí, con el beneplácito de los que nos quieren adular. Y cuánto perdemos. Yo el primero. Y todo por no saber escuchar, por no saber escucharnos, por no querer, por...

14/10/09

Ser

Alrededor de los fuegos y las locuras, donde se siente la pérdida del alma, donde se aplacan las causas perdidas, donde todo es sinrazón, llanto e impostura; fuera de la armonía que acoge, fuera de color y melodía. En los espacios lúgubres de la apariencia, de la realidad fingida a golpe de ladrillos y paredes que tapan y esconden, a base de prosaicas palabras, de pensamientos deformes, de blasfemias necesitadas para sellar sentimientos, para oscurecer el alma. Ahí se esconde la amargura.
En las manos siento las turgentes caricias que nunca escucho cuando no las coges. Imágenes. Puedes pintar de colores la luna en los perdidos pasos bajo la lluvia. Si quieres. Mira mis ojos. Sólo hay dulzura.
De arriba, sobre nosotros, caen letras de colores flotando en pompas que brillan. Cuando te miro, el mundo se recoge en una sola gota de miel, en una estrella, tan brillante, tan pura, que no me queda sino ser. Únicamente ser, en ti.

12/10/09

Covalanas. Cantabria


La boca es relativamente ancha. Notas una corriente de aire frío, y como la temperatura baja de golpe, a quince grados, al entrar. Es como si accedieras a otro mundo, a otro espacio, como si invadieras algo sagrado. Todo se aquieta, se adormece. El corazón cambia el ritmo ante la quietud, ante el silencio, ante la promesa. Todo se hace pausado. Las paredes, lisas, acariciadas por siglos de agua vieja que las ha suavizado para crear formas sensuales. Hay dos columnas, producto de las lágrimas de la tierra cuando llora hacia dentro, que sostienen un arco natural, casi conocopial, que da paso a sus entrañas, al útero sagrado, al centro de la madre; invitándote a penetrar, a adentrarte en lo sacro, en lo sublime, acogiéndote.
La mayoría de las pinturas, en rojo (hechas a base de puntos con el índice o el pulgar), representan cérvidos. Todas hembras, salvo dos -un caballo, con las crines y las barbas al viento, y un uro-. Las patas, a veces, aprovechan los entrantes y salientes de la piedra, mostrando la carrera, el movimiento. Los cuerpos de las ciervas, en movimiento o en reposo, mirando al que les mira, incitando, mostrando. Los cuerpos de la derecha en dirección al interior; los de la izquierda hacia el exterior. Cuerpos perfectos. A veces inacabados, aprovechando las oquedades de la roca o los resaltes, terminando el lomo o la barriga en las crestas de la roca caliza. Escorzos, naturalismo. Todo inventado hace veinte mil años.
El camino se achica, se oscurece, si ello fuese posible, aprisionando, entrañando, apretando, protegiendo. Cada vez te sientes más parte de la tierra, de la madre, del todo.
Todo invita a la contemplación, al recogimiento, a la introspección, a la búsqueda del yo interior, a la unión con el todo. Diluirse. Desaparecer en la magia de la magia, creada por un ser que conoce, que ha alcanzado la capacidad de conocer, de saber, de ser, de interpretar y expresar. Probablemente una mujer. Sin duda una mujer, y especial. Nadie, sin la sensibilidad de una mujer, sin el conocimiento de una mujer, sin tener la inmanencia que ella posee, sin la capacidad de parir, de dar vida en la vida, sería capaz de pintar algo así, de expresar la vida de esa manera, de mostrar el conocimiento del mundo y la unión con el otro. La mujer, Dios, el todo.
Ahí uno se siente de verdad. Ahí es donde quiero ser. Ahí es donde quiero estar. Nada es fuera. Arte total. Veinte mil años. La verdad está ahí fuera, ahí dentro, pero casi nadie la sabe mirar.
Viaje iniciático. De ida y vuelta. Entrar para salir renovado, cambiado. Otro. Sabio. Yo estuve allí.

8/10/09

Una lágrima


Una lágrima pende en el aire, suspendida en el reflejo de una mirada perdida que se mece al ritmo de la suave brisa de un otoño tardío, en cualquier avenida, en cualquier ciudad, en cualquier parte.
La miro y veo mi reflejo en ella. Esa imagen desvaída, desdibujada, ahí cautiva. Todo el mundo que mis ojos ven se recoge en una sola gota, sugerente, pintada de añil. Una sola gota de ámbar, perdida y silenciosa.
Los sueños de las piedras están cerrados. Hay tiempos que se abren, ahora, mientras miro hacia arriba. Oigo un enjambre de alas en suaves murmullos en la línea pura de miríadas de estrellas. La mañana rompe. Se abre la luz. El color se derrama, me abarca, me acaricia, me cobija, me desarma. Las piedras se fragmentan en cristales, transformadas al contacto de una lágrima por unos ojos derramada. La tibieza de un alma que da vida, que reclama la danza de la noche, la pureza, mi alma.

6/10/09

El color de las mariposas. X

El polvo posado en todo, como la pátina póstuma de una página de siglos, borrada de la memoria, deshecha, podrida, abandonada al tiempo, relegada en el tiempo, olvidada de todo y de todos, donde ninguna palabra es ya y donde nunca fue pues ni memoria hay de ellas, eliminadas en el tránsito de un espacio que no existía pues nadie había para recordarla. Pasillos sin huellas, débilmente iluminados, que conducen a salas vacías de cuadros colgados, inertes en su huella, ausentes, como sombras, como las lápidas de un camposanto exhumado. Solo espejos. El aire acre, pesado, mefítico, apenas violado. Los techos altos. Una sombra cruza, fugaz, al final del largo corredor, el espacio, levantado partículas de polvo que penden levemente para posarse con lentitud. Miró despacio en derredor, buscando. Recuerda el lugar que ahora es un páramo. Buscó en la espiral de su mente los espacios, en su propio laberinto del fauno, intentando llegar al lugar de otrora, al lugar que en otro tiempo ocupara la luz, la luz de la forma, la luz del color, la mirada. Buscó con denuedo pero no encontró. La desilusión, la atmósfera cargada y la agonía del espacio le llevaron a la desesperación. Se cogió la cabeza con ambas manos. Cerró los ojos. Los volvió a abrir. Se los restregó una y otra vez con las yemas de los dedos. Buscó en su interior aquellos espacios como una necesidad imperiosa. Lo necesitaba como nunca. Lo sabía y aquello le desesperaba aún más. Miró dentro, en el mapa de los recuerdos. Caminaba entre ellos sin encontrar salida alguna. Vio elementos que parecían pero que no eran. La cabeza le iba a estallar. Millones de alfileres se le hincaban en la sien; alfileres diminutos que le traspasan el cerebro en una intensidad absoluta que se acrecentaba por el frío del espacio que le rodea. El vaho salía expelido de su boca. Frío intenso. Dolor intenso. La respiración se le aceleraba. El corazón desbocado. Se sentó. Miró al frente. Vio imágenes distorsionadas que se formaban delante de él, en el polvo que se levantó al desplomarse. Un sonido metálico, constante, se oía en el lateral del pasillo, surgiendo del interior de la pared, como una gota de agua angustiante brotando de ninguna parte y que chocaba reiteradamente contra el metal del conducto de ventilación, roto desde un tiempo que es siempre. Las salidas de aire estaban enmohecidas, llenas de hongos que cubrían las ranuras y se derramaban como cascadas en forma de cortinas rasgadas, en colores ocres, sobre el fondo céreo de la pared. La constancia del sonido le resultaba insoportable. Se cogió la cabeza con los brazos. Se encogió sobre sí mismo, como si pudiese ir a su interior, entrar físicamente en él, volver al origen, desaparecer en él. No soportaba esa cadencia metálica, aterradora. Comenzó a negar con la cabeza primero, después con la voz. No, no, no, repetía sin cesar, quedamente. La respiración se le fue pausando. Siguió repitiendo la palabra, no, no, no, como un mantra. Alzó la mirada. Una sombra volvió a cruzar el final del espacio, con lentitud. Desvió la mirada hacia ella sin poder captar la forma. Se preguntó por su esencia fugazmente. Miró las imágenes de su cerebro, nuevamente. El laberinto. Buscó en él. Buscó el espacio inmaculado en el laberinto, un laberinto visualizado en su laberinto interior. En una esquina encontró una imagen. Se paró y la miró. Rojo y negro sobre gris. Se acercó a ella. Despacio. El pelo negro derramado sobre un hilo que surge de abajo y que se extiende en rojo burdeos, en rojo denso. Y el negro de unos ojos abiertos, pero cerrados; la sonrisa quebrada; el cuerpo yerto, helado. Busca un rostro que se le niega. El gris del asfalto lo ocupa todo. Grita pero nada surge de su garganta. Unos cuervos velan entre las ramas de un nogal lejano, como buitres callados, con sus ojos grises, mirando. De vez en vez su graznido se oye, a lo lejos, anunciando un tiempo de vela, un tiempo de espera, un tiempo largo, eterno, un tiempo de ausencia. Mira hacia atrás y ve rostros conocidos. Vuelve la mirada. Rojo sobre negro. Vuelve a gritar pero el sonido no sale. Gira la cabeza hacia el lado. En un rincón cercano una silueta, en sombra, en negro. Se giró y le miró. La reconoce. Un cuerpo esbelto. Le grita. Ojos inyectados. Se agacha. Quiere hablarle pero no puede. Negro sobre blanco. Unas botas que pisan lirios. Se los queda mirando. La silueta se marcha. Se desvanece en la distancia. Él extiende la mano. Los cristales reaparecen inundándolo todo, su cuerpo y su alma, cada una de sus partes, su yo. El dolor lo ocupa todo. Ese dolor que le mata, que le invade, que le traspasa. Todo desaparece.

5/10/09

Visiones

El escorzo imposible de un denuesto suena como el vacío en un camposanto. En el través hay desencuentros. Las dos caras de Jano cruzándose en miradas de miserias y espantos. Un giróvago paseando entre el barro, chapoteando sobre la lluvia derramada en pequeños intervalos -a destiempo-, maltratados, con impúdica sonrisa. ¿Qué? ¿Quién lo sabe? El silencio de la nada, el vacío del espíritu. Imposibilidades. Quebrantos. El ahogado y su resuello. Cantos de un réquiem acabado. Campanadas a muerto. Tañidos de lobreguez. Espantos. Esquirlas del desecho. Luces y sombras. Pasos. La sombra rota de un espejo fraccionado. El colapso de un tiempo de perfil apagado, diluido en un tiempo que no es, enhebrado con burdos hilos de esparto. Apariencias. Inútiles acciones de corazones yertos, hueros. Reliquias de santo. Escapularios que penden de cuellos blancos, balanceándose al son de burdas músicas, de horribles cantos. La consternación ante el vano, ante la nada. Ojos huecos, cuencas vacías, huesos blanqueados a un sol que quema, que hierve; a un sol que no da vida, que la quita. Sepulcros profanados. Sonidos. El llanto de un niño, el chillido de un loco, la palabra de un estúpido, el silencio de Dios. Música. Color. La vida. Salgo. Sigo. Danzo. Canto.

2/10/09

Aprendí

Alejado de agonías y de penas me cubrí de hojas sin darme cuenta de que era otoño, de que no era árbol sino leña. Por ello:
Decidí quitarme las caretas, mostrar mi rostro tal cual era, cubrirlo sólo con mis manos; despojarme de vestidos y fragancias; dejar la piel al aire, respirando, tan sólo, respirando su esencia.
Recordé que las palabras son sólo letras, juntadas para decir algo. Las recordé como ecos del pasado, que acariciaban, que herían, que engalanaban y que mataban, a veces, tan sólo a veces.
Resolví dejar de ser Dios y Diablo, para intentar, simplemente, parecer un ser humano; o al menos intentarlo.
Quise mirar a los ojos, olvidar las apariencias; desgranar cada uno de los pasos dados, y sentir la arena bajo los pies.
Después de tanto ya sólo quise ser, en el silencio, recostado. Sonreír. Y andar, andar despacio. Después de tanto, aprendí a vivir, sintiendo, mirando.