29/1/10

Inlakesh. (Completo)

Inlakesh: "tú eres yo, yo soy tú", decían los mayas.

Se encontró la vida en Monterrey. Mario. Se llamaba Mario. Tez oscura. El pelo negro. Amable, delicado en el trato. La muerte le rondó pronto. Sin avisar y ya avisando. La vida es así, se escribe a trazos, a veces lentos, a veces rápidos. La madre se fue de repente dejándoles sólo el llanto. Todos se desperdigaron. Sus hermanos se repartieron entre los tíos y abuelos. No había plata para tenerlos juntos. Y eran unos cuantos. Siete para ser exactos. Al padre no le permitieron ni acercarse a ellos. El tequila le había secado el alma y el cuerpo. Borracho de día, y de noche borracho. Las marcas de sus manos y de sus puños habían quedado en la cara y el cuerpo de Lupe durante años, y en el recuerdo del resto. Lo echaron. Y ahora ni le dejaron acercarse a ellos. Mario y Lupita, la mayor, fueron a casa de un tío. Testigos de Jehová. Y allí estudió durante un año. Prometía. Le concedieron una beca para marchar a Monterrey, a la Escuela Tecnológica, pero sus tíos se negaron. Eran muchos hermanos y el hambre hace estragos. Tenía que vender La Atalaya y honrar así a Jehová Dios, el Soberano del universo, y obtener, de paso, un poco de dinero. La Atalaya consuela a la gente, Mario, anunciando el Reino de Dios, le decían. Se quedó sin escuela, sin estudios, sin lo que quería, sin lo que podía. Todo el día en la calle, vendiendo la revista, prometiendo la salvación, prometiendo la otra vida. Y él en ésta. Perdida. No pudo más un día y se marchó. Era de noche. Salió a escondidas. Una mirada a los ojos cerrados de Lupita. Un adiós a hurtadillas. Trece años que se escapan de su tierra para cruzar la frontera, para intentar otra vida. Cruzó el Río Grande de noche, en otra noche eterna, esquivando a la migra, pisando el desierto, vacías las manos, muerto de miedo y tiritando. Intentaba encontrar la puerta del mundo, en aquella absoluta oscuridad que era la noche, que era su vida. ¿Quién decide las fronteras? Fronteras que dividen los países, y las almas y los cuerpos. ¿Quién las cruza? Y van cargando, en la noche, junto a los sueños, miles de rostros, y sus voces y sus murmullos, y sus risas y sus llantos; los de tantos, los que les quisieron, los que lo intentaron y se quedaron, allí, en la frontera, a ambos lados de Río Grande.

San Antonio, Texas.

Lo recogió la mujer de un juez. Trabajó en su cantina, de mesero, de friegaplatos, de recadero. Aprendió bien el oficio. En pocos días era un maestro. Y la vida, que va en zigzag, a veces, le esperaba en la revuelta. El juez y la frontera. La droga y el poder. La corrupción y el desastre. El débil siempre es el más pequeño, el indefenso. Sin papeles. La migra. El chantaje. Cambió los recados del bar por los de la noche a través del desierto. Una noche y otra noche, conduciendo, a sus trece años, un Chevrolet por el desierto, hasta Laredo. Una noche de aquellas, con el maletero lleno, lo esperaron, lo balearon. Un último balazo en la noche, resonando seco, muerto, en la cabeza, para rematarlo. ¿Quién que no se siente desgarrado y separado puede tener la sangre fría para desgarrar otro cuerpo, para humillarlo?

¿Qué futuro tienen quienes han sufrido una agresión constante, quienes han sido desterrados, obligados a dejar sus tierras, sus maneras, sus vidas? Recreaba en su mente toda la historia hasta llegar al llanto, un llanto que no le mojaba, seco; pasando por la indignación, el espanto, el dolor. Y todo quedó, en su interior, apagado, negro, en silencio. Quedó allí, en el piso, tirado como un perro, desangrado. Tenía trece años y algunos meses. ¿Cuántos corazones atraviesa una bala? ¿Cuántas familias mueren con un muerto?

Lo encontraron tirado en el piso, sobre el ocre de la tierra, con las primeras luces de sol. Meses y meses en coma. Salió. Hemiparesia izquierda fue el resultado. Sólo tenía movilidad en la pierna izquierda, aunque muy limitada. En el brazo ninguna. Una gorra de los Sixers en la cabeza, para tapar la falta del hueso que le quitaron. Quedó herido para los restos, por tanto. ¿De qué sirve salvar la vida de un cuerpo si te matan el alma? ¿Es en el cuerpo o en la mente donde queda la herida? Mario ya estaba herido antes de aquello. Herido si no muerto.

Los mayas decían que el universo no es otra cosa que una matriz resonante a la cual nos podemos conectar para obtener toda la información del universo. Tal vez fuese así, pero la realidad es muy diferente. Le conocí en San Antonio. En la cantina. Me dibujó una sonrisa con los ojos cuando nos trajo las cervezas y las ostras. Andaba rápido. Un rictus en los labios, como de tristeza, pero los ojos eran otra cosa. Lo miraba ir de un lado a otro. Nos vimos al día siguiente. Fui sola al bar. Quería verle de nuevo. Hablamos y hablamos entre sus paseos por las mesas, sirviendo cervezas. Quedamos esa tarde. Su historia me heló el alma. Me dejó en vilo. Nos enamoramos. Yo más de él. Él creo que tenía otras necesidades. Hay distancias y distancias, y entre él y yo había unas cuantas.

Nos vinimos a España y nos casamos. Al principio fue especial, bonito, tierno.

No encontraba trabajo. Le hundía, le mataba. Se veía inútil, desgraciado. Y nos mataba. Nos estaba matando. No hablaba, no hablábamos. Todo era deterioro. Todo era desespero. Yo trabajaba dieciocho horas para mantenernos. Tres trabajos. Muerta de cansancio, físico e interno, y luego el silencio. No podía con mi vida, con mi alma. Conocí a otro hombre y… Lo necesitaba. Perdí el control. Aquel silencio me llevó a aquello. Lo descubrió y se marchó de casa.

Encontró trabajo. Pero la suerte, distraída, le dio la espalda. Tuvo un esguince en la pierna sana. Meses de baja. Le pagaban poco, tarde y mal. Al final le despidieron. Tengo una demanda contra ellos, pero… Volvió a casa. Más hospitales. Le hicieron una resonancia magnética, aun sabiendo que tenía restos de bala. Le enrollaron la cabeza con una toalla a y le metieron en la máquina. No pasaría nada, nos dijeron. Otro calvario. Parecía que aquello no iba a acabar nunca. Dolores de cabeza constantes, mareos; perdía el conocimiento, se caía al suelo. No es por la resonancia, dijeron. El suicidio como solución. Sólo un intento. Le salió mal. Hasta para eso tenía mala suerte. Lo ingresaron en la unidad de agudos del hospital. Tras un mes volvió a casa. Hice presión para que saliera de allí. Se estaba muriendo. Sin sonrisa en los ojos, como un demente. Y sin embargo había un raro brillo en ellos. Extraño. Hacía tiempo que no lo veía.

Su corazón no estaba conmigo, era evidente. Había conocido a una chica, en el trabajo. El azar y sus juegos extraños. Al final me lo dijo. Lo seguí cuidando. Una tarde subí a casa, tras el trabajo. Lo encontré muy triste. Le dije que viniera a tomar un café, pero no quiso. Anda Rosita, ve tú, me dijo, yo no me encuentro bien. Siempre solo. Siempre encerrado. Le insistí, pero no quiso. Me bajé con unos amigos. La mayoría se fueron. Me fui con Tono al bar de al lado a tomar una cerveza. La necesidad de palabras. El tiempo extraño. Sonó el teléfono. Ana, la camarera del bar donde siempre estábamos. Mario, que se ha tirado. No hubo más palabras. Se tiró desde la terraza de casa. Un noveno. Lo que perdura es lo que uno recuerda. Eso no cambia a menos que uno lo decida. No pudo con tanto engaño. La vida le pudo a pesar de tanto. Tantas historias, tantos recuerdos nefandos. Tanta vida necia, mentirosa. Su novia también le estaba engañando. No pudo más y acabó con todo, reventado, sobre otro piso, lejos del desierto, embaldosado. Eligió cerrar la memoria, eliminar lo guardado, sacarse los recuerdos aunque fuese a balazos.

Desde entonces no he vuelto a pasar por el lugar donde cayó, aunque está al lado. Él permanece allí, como una mala memoria, como una maldición, como una herida putrefacta que aún supura.

Inlakesh: "tú eres yo, yo soy tú", decían los mayas. Si eso fuera cierto…

28/1/10

La canción de un mendigo

Una vez, un mendigo, alcohólico, me dijo más o menos esto:
¿Cuánto se puede arrastrar una persona? ¿Cuánto? ¿Hasta dónde de bajo se puede caer? ¿Cuánto tiempo se puede vivir en el cieno? ¿Cuál es el límite de la indignidad? ¿Durante cuánto tiempo se puede engañar uno a sí mismo? ¿Hasta dónde y hasta cuándo podemos mentir y mentirnos en lo que es la esencia de lo que somos, de lo que queremos, de lo que sentimos? Somos dueños de nuestros actos y esclavos de nuestras palabras; pero que pronto olvidamos, y queremos sepultarlas, borrarlas... Y esto vale para mí y para los que van bien vestidos, pero sobre todo para ellos.
Por eso, dejad que el Dios de los mediocres se apiade de sus feas y podridas almas; no alcéis la mano contra ellos, ni tan siquiera la voz, y permitíos, tan sólo, conmiseración, pues su padecimiento es inmenso y su tormento atroz, y con el tiempo su efecto será multiplicador.
Les desearía suerte, pero la suerte, en el juego, no cuenta.

El que pueda oír que oiga; el que sepa escuchar que escuche.

26/1/10

Qué no daría

Qué no daría, ahora, por caminar a tu lado, por beber tu aire, por respirar tu mirada, por rozar tu mano y poder susurrarte los colores que miro con deleite, solamente. Qué no daría por vivir pausado, andando la vida suavemente, contigo, viendo el espacio de la belleza cierta, sabiendo que la vida es, así, la vida, plena, llena de color, envolvente, auténtica.

Y, sin embargo, me conformo con pensarte, con tenerte dentro, en los pliegues de mi alma, y sentir en mi mano ese único pétalo, tierno y blanco, que dejas caer de cuando en cuando. Solitario, inerte, y aun así intenso y delicado. Dulce regalo de tu espíritu, flor que desgranas en el tiempo, lejos y a la vez presente.

Qué no daría por poder, aunque sólo fuera, tenerte un solo instante, verte un segundo, sentirte, vivirte. Solamente.

25/1/10

La magia de la Gioconda

Algo de Arte, suave, delicado, mágico, para estos tiempos tan vacuos, tan ausentes, tan llenos de nada y sin embargo con tanto. Para los que saben degustar. Algo que alegra los sentidos, que ensancha el alma, que la eleva, que la calma.
¿Por qué nos resulta tan extraña y a la vez atrayente la Gioconda, al margen de su fama? Tanta que acaba, a veces, cansando. Por eso lo mejor es mirarla como si nunca la hubiésemos visto, como si no supiésemos nada de ella. ¿Por qué nos produce eso? ¿Por su misteriosa apariencia? Hay algo subyugante en su sonrisa, en su mirada, en su expresión. Quizá por eso nunca sabremos cómo nos mira. En el rostro, la expresión reside básicamente en dos rasgos, los labios y los extremos de los ojos, y eso es lo que da Vinci dejó a la incertidumbre, como licuándose en suaves sombras. Es como si se nos escapase su expresión.
Parece que vive, que piensa, y que nos mira. Cambiante y distinta cada nueva vez que la miramos a ella; con aflicción, sonriendo. Y el efecto es mucho más acusado si observamos el cuadro, allí, en el Louvre.
Ese resultado es buscado, pero sólo está al alcance de los grandes genios. Da Vinci fue uno de ellos. Trató, y consiguió, de que ese rostro no pareciese el de una estatua, sino que tuviese vida, que no pareciese que el pintor la hubiese encerrado en un espejo para la eternidad sino que pudiésemos imaginarla moviéndose y respirando. Para ello dejó que el espectador pudiese imaginar, no dándole algo. Con cierta vaguedad en la forma de los contornos, no tan precisamente dibujados, como desapareciendo en la sombra. Ese contorno borroso, esos colores suavizados que hacen que una sombra se funda con otra dejando algo a la imaginación del público, es lo que él hizo, es el sfumato leonerdesco.
Pero hay más en la Gioconda, no sólo eso. Algo aún más profundo, atrevido, brillante. Los dos lados no coinciden exactamente, tanto en el rostro como en el paisaje que hay detrás. El izquierdo del cuadro está más elevado que el derecho, en el rostro y en el paisaje, con lo que si centramos la mirada en la parte izquierda, ella parece más alta que si la centramos en la derecha, y si miramos un lado u otro de su rostro, éste parece cambiar también.
Pero Leonardo es mucho más que un mago de la pintura. Leonardo es un genio, un creador. Él dio vida a ese rostro, a esa persona, plasmando perfectamente el rostro, el cuerpo, los ropajes. Sólo hay que observar la mano, la manga, con ese naturalismo, con esa perfección en el detalle.
Leonardo enseña, en la Gioconda, que sabía dar vida con el color. En todo ello radica el misterio, la magia, la genialidad del maestro. No hay ningún otro misterio en ella, en la Gioconda, en ese cuadro. Ahí está el misterio, en esa genialidad, en esa creación nueva, en la capacidad de dar vida y en que el que lo mire, nosotros, la imagine, la imaginemos; en que la veamos, la sintamos, y sepamos apreciarlo.
Escribí algo sobre él hace mucho. Por ahí anda, perdido en este blog. Una delicatessen para degustadores de la belleza, de la vida, de la magia, del misterio, de la verdad.
Léeme lector, si mi lectura te agrada. Porque en contadas ocasiones retorno a este mundo…”, decía el maestro. Leamos y miremos, pues nunca sabremos cuándo ni si volverá.

23/1/10

Aterido, frío, helado

Frío. Estoy aterido, helado, por dentro y por fuera, yerto, frío.
Yo no dejo cadáveres en el camino, o al menos lo intento; pero el dios de los malditos se ha cebado conmigo, y camino cautivo, con cadenas atado, deambulando herido, afligido, perdido, aterido, solo.
"Estoy aturdido por este incesante ruido que llena mi cabeza. No sé qué es ni de dónde proviene. Tan sólo quiero dejar de oírlo, y de sentirlo. Que salga de mí, que me abandone. La lealtad se mueve a impulsos, con movimientos espasmódicos. A veces sin sentido, como si el capricho la impulsara con su deshonesto y voluble deseo, de un lado a otro. Cielo e Infierno. Dualidad permanente. En el aquí y el ahora, en el pasado y en el futuro. Las palabras se mueven dentro de mí y carezco de poder sobre ellas. Hermosas, distintas, sin sonido a veces. Casi siempre sin sentido. Únicas. Individuales. Sólo cobran significado en raras ocasiones. Para sugerir, para decir, para ordenar. Impúdicamente o al contrario. ¿Importa? Tal vez. A mí, desde luego, no. Creo. Yo las amo, con orden o sin él, con sonido o sin él, individualizadas o formando frases. Forma. Armonía. Caos. Intento entrar en ellas, con codicia. La precipitación, siempre, es fruto de la inconsciencia. Su destino, el fracaso. Quizás por eso. La nada y el todo. Dios y el diablo. Dos, siempre dos. La eterna lucha. El movimiento constante y consciente del universo. La cualidad de la consciencia, o de la conciencia. El Ser. Me aferro a ello y quiero. Comprensión de la necesidad. Necesidad de comprender. En ello está la clave, inasible, de todo. Me quemo por dentro en una espiral de humo que trasciende el pensamiento. Oquedad. Siento la necesidad imperiosa de hacer, de ver, de sentir. Deleite. Pasión. Belleza. Oscuridad. Luz. Pureza y pecado. La búsqueda permanente. Adolece mi espíritu de algo inmarcesible. Se me niega. Ignoro la razón. Lo soporto. ¿Hasta cuándo? Pienso en ello. Mi alma se aflige. Siento su dolor como físico. A veces no puedo. Lloro. Las lágrimas se deslizan por mis mejillas como regueros de ciénagas putrefactas. Caen en un mar de agonía que no tiene fondo. Abismo infinito. Recuerdo y me niego a recordar. Abarco el pensamiento. Similitudes. Personas apareciendo en mi mente. Una calle sin límites. Un horizonte opresor. Cielos de acero. La muerte como compañera. La muerte como sistema. Los ojos que no ven. La belleza ciega. La amistad de la nada. Lo negro. Quiero ver y no ver, sentir y no sentir. Poseer. El deseo que no ceja. Envuelto ahora y ya no. Cansado por tanto. Aburrido de tanto. El camino autoimpuesto es largo. Como el día. La noche esperada. Amada por intensa, y extensa. Añorada en la luz y fuera de ella. Apartando de mí la lobreguez del brillo. La inutilidad de su asfixiante luminosidad. Imposibilidad. Ahogo. Se marchita como las hojas. Poder y no poder. Ascender. La bajeza de toda pasión. Lo excelso de ellas. Negar lo deseado. No vivir. Acaece todo tan rápido. Es tan pesado. No y a veces si. Pero cuando se niega huye. La huida como solución. Placeres que carecen de sentido o sentidos que carecen de placer. Abismo intelectual. Podredumbre. Las hojas me enseñan a morir. Me ensaño en el pensamiento. Manifiesto la duda. Me opongo a seguir. Administro las gotas de mi existencia. Lúcida. Amarga. La caída es tempestuosa. Lo niego pero la llama se apaga. No hay luz. A oscuras. Grasa animal quemada en un incensario. Objeto votivo plagado de deseos de ascensión. Innecesarios. Tal vez si, o no. La duda lo permite todo. Innecesarios por inútiles. Inútiles por inadecuados. Inadecuados por a destiempo. Rotos como el espacio. Los aromas desaparecen como los colores en volutas difuminadas en una atmósfera apenas vista ya. Apenas intuida. Caleidoscopio opaco. Ascenso y descenso de formas, de aromas, de colores y de sabores. De nuevo la dualidad. Me hablan. ¿Oigo? No escucho. Inapetencia. Estoy absorto pero no sé en qué. Lo necesario, ¿qué es? ¿Y lo innecesario? ¿El camino? ¿El que se hace poco a poco? ¿A trompicones? ¿El lento y tortuoso? ¿El rápido y sin obstáculos? Negligencia absurda de lo inadecuado. Las dos caras de Jano. La lucha infinita. Retos. Asumibles o no. Retos. Alguien que respira. Gritos. Miro a veces en su dirección. Como si el viento. Próximos. Las palabras sólo indican sonidos. Los sonidos de las palabras. El silencio de las palabras. El silencio del silencio. Atmósfera mefítica. Belleza y abyección. Los gestos de un suicida. La profanación del hecho. Belleza otra vez y otra vez más. La ira de mi niñez. Se interrumpe siempre. Sucesos enormes de la memoria. Castillos rotos. Pretensiones inútiles. Inasibilidad. Las personas se enquistan. Corazas reforzadas. Cuesta desasirse. Desapego. Y la magia. Arquitectura del espíritu. Exceso del alma. Rotura. Rotura infinita. Creación fuera de lo empírico. Ayer la negué. Día tras día tratando de evitarla. Caída. Magia. Magia y mito. Mitos creados y guardados en el interior. Imágenes del tiempo. Imágenes urdidas y sacadas como gotas. Espaciadas. Como el rocío. Terciopelo inerte. Ángulos. Esquinas que duelen al traspasarse. Ángulos rotos. Geometrías. Como líneas de ideas. Disipadas. Mitos reales o imaginarios. Casi nada es ya lo que fue. Ni aquí ni dentro. Ni allí ni fuera. Como las direcciones contrapuestas que convergen. Divergencias. Líneas que surgieron en algún momento. Separaciones. El final o el principio. ¿Quién lo sabe? ¿Quién lo intuye? Creo que nadie. El tiempo culmina todo. Lo real y lo imaginario. Siento sopor, un sopor inmenso, adusto y viejo. Camino por las sombras. Sombras del pasado. Me envuelven. Veo lo que no quiero ver. Aspiro el aroma del recuerdo y me envuelvo en él. Con deleite. Con hastío. Intento lo imposible. Quiero lo inasible. Ahogado en el tránsito. Camino por caminar. Sendas sin sentido. Opacas vías que no van a ninguna parte. Que vienen de algún lugar apenas entrevisto. ¿Vivido o recordado? ¡Quién lo sabe! Apenas me queda ya nada. Sinfonías en la mente. Notas que se me clavan como dardos. Arpones de un tiempo que creía enterrado y que surgen acerados. La música. Siempre la música. El camino y la música. La vida y la música. La palabra y la música. Oscuro epítome de la nada. Lago eterno que fluye entre mis manos. Abierto. Cerrado. Constante movimiento. El devenir de las ideas. El yugo de la materia. Atracción. Repulsión. Me acodo donde puedo y pienso. Dolido por todo y por nada. El dolor. La maldad espera en mi mente. Y la bondad. Esperanzas compartidas. Esperanza solitaria. Soledad buscada. Soledad amarga. Te niego. Reniego de lo dicho. De lo afirmado y de lo negado. Y de lo pensado. De lo entrevisto. De lo intuido. Reniego de todo. De toda una vida malvivida. De toda una vida desperdiciada. De toda la existencia. De ti, de mí y de todos. Reniego cuando aún puedo. Reniego cuando aún se me deja. Reniego ahora y siempre, por los siglos y de los siglos. Amén. Las palabras vuelven. Como siempre. Cada vez son más claras, aunque no las comprendo. Tienen significado individualmente pero no como colectivo. La locura infinita de sus formas me sublima. ¿Pueden? Intento asir su significado pero sólo crean formas. En mi mente. Dentro de ella. Reconocibles, algunas. Otras no. Crean espacios, comprendidos, apenas vislumbrados. Los comparo con los vistos. Con los vividos. Algunos. No sé. No estoy seguro. Tal vez aquella cara. Aquel cuerpo. Tal vez. No sé. Quizás. Además ¿para qué? Ahogado a lo largo del tiempo carece ahora de todo sentido. En su absoluto. Y sin embargo hay emoción. La emoción de lo que fue, o de lo que recuerdo que fue, o de lo que quiero recordar que fue, o de lo que me hubiera gustado que fuese. Creación de formas y sonidos. De espacios y de tiempos. Cada uno su propio Dios. Cada cual su amo y señor. Dominio de la mente. Dominio del recuerdo. De los recuerdos. La creación creada. Dios y sólo Dios. ¿Para qué? Para ocultar la debilidad. Para ocultar el fracaso. La creación de un Dios impostor. La no creación. El dilema. Diletante. Un ser descarriado. Agónico. Perplejo ante nada. Incapaz ante todo. Camino constantemente por lo innecesario, como un río que fluyese eterna pero intermitentemente. Con afluentes o sin ellos. El camino innecesario. La búsqueda como fin. El fin como búsqueda. Nunca se sabe que es realmente lo accesorio. Encuentro frases. Ahora que de casi todo hace ya veinte años. El tiempo como realidad suprema. Lo inmanente. ¿La idea de belleza lo es? Todo se degrada afortunada o desafortunadamente. La lógica lo explica. La razón. La razón de la sinrazón decía Don Quijote. Amargura sin límites. Desolada humanidad. Nido de cuervos. Pájaros. Aves. Augurios infernales".
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Pero, Is there anybody out there?

22/1/10

Los sonidos del silencio

Gime el viento en susurros eternos, de llanto, de tempestades, levantando arena, rasgando. Ya sólo hablan las voces de los muertos; y de sus voces, un ruido que rompe el silencio -la música de Dios- con sus gritos, con sus quejidos, con sus lamentos, emerge negro. Y es que no tienen bastante con estar muertos. No susurran, no murmuran, gimen en gritos de espanto.

Y siento un vértigo diferente a cualquier otro vértigo, a todos los vértigos, como el pánico en los ojos de una madre cuando acoge entre sus brazos a su hijo muerto.

Pero la piedra habla, quedo pero habla; la piedra está viva. Sólo hay que saber escucharla, saber mirarla, apreciarla en su belleza estática, de siglos, sagrada.

La vida es sabia y se expresa. Sólo hay que amarla, olerla, acariciarla. Todas las respuestas están en el camino viejo, en el camino largo, en el camino eterno.

20/1/10

Sueños lánguidos

Siempre hay sol en los afueras, y en los patios.
Vestir zapatos nuevos o andar descalzo. ¿Qué más da? Sólo son pareceres. El camino siempre es largo, y un placer, inmenso, poder andarlo. Ojos de alambre, sonrisa roja –sólo una línea-, sincera. Una mano que se alarga, una mirada que acoge. Hay gotas de lluvia, tras el cristal, dibujando imágenes. Detrás los ocres, y el crepitar de la madera.
El suave llanto de un chiquillo rompe la noche. Un búho mira la oscuridad. No hay caricias bajo el firmamento, sólo dispendio. Ruidos oscuros, almas de esparto, lluvias que calan. Negaciones.
Y entre tanto y tantos, bailo la danza de los locos, la de los niños, la de los viejos. Yo siempre danzo, como un poseso, la música de la vida, con su alegría y llanto, buscando con el movimiento la sonrisa que ansío tanto, entre las notas de música y entre los llantos.
Vivo en los sueños, en las montañas, arriba, y, también, aquí abajo.

18/1/10

El cortejo

El cortejo era lúgubre. Todo negro. La lluvia inclemente caía con una constancia que dejaba poco sitio para cambiar el gesto. A veces, el viento, que azuzaba y alimentaba la sensación de frío, hacía que el agua golpease el rostro de las tres personas que acompañaban, detrás del sacerdote -vestido con sotana negra y casulla blanca, mientras intentaba mantener, con una mano, el bonete- y de los dos monaguillos, el féretro. Éste era de madera de mala calidad. Incluso el color del barniz era humilde, y su pátina le daba un tono más triste si cabe. Todo invitaba al desconsuelo. Todo invitaba al olvido. Los cuerpos echados hacia delante, como queriendo avanzar más rápido, empujando con el pensamiento, con el deseo de acabar con ese deber impuesto. El Réquiem era la lluvia y el sonido de los pasos rápidos sobre los charcos. Parecía que nunca iba a acabar aquello. Todo fue atropellado, húmedo, negro. El enterrador cubrió la caja, con la lápida, tras el breve responso des cura. El hisopo terminó la obra, perdido su santo líquido entre las lágrimas que lloraba el cielo. Todos corrieron, salvo tres personas que allí quedaron, aprisionadas al hecho, como tres condenados. Tres miradas de niño mirando el mármol, llorando quietos, como anclados a la tierra, prisioneros del empapado blanco. Ausentes, idos, muertos.

15/1/10

Por la senda de los adentros

Hay angustias que queremos apagar amagando lo perdido, huyendo, creyendo que todo es rocío. Velamos los ojos, acallamos el alma, caminamos en círculo. Todo es vacío, allí donde todo es distancia. Y en el camino desgarramos la tierra, arañamos los limos, respiramos los cienos, navegamos infiernos.
Laberinto incierto vadeado a golpes, bajo lluvia de nadas, por veredas sin dónde, abriendo puertas metálicas, repintadas, frías, con apariencia de alma.
Somos miradas de llanto, sonrisas de cuándo. Humedales. También hay margaritas, sí, pero la rosa, aun con espinas, resplandece tanto…
Círculo de incertezas ciertas. Tristeza para los siempre. Verbo de sin palabras. Negaciones inconsistentes de aquello que miramos tanto, en las níveas profundidades, alejados de lo prosaico.
El rocío refulge, sólo, en las claridades de los amaneceres vestidos de largo, fuera de los caminos y de los charcos, en los arriba.
Qué lentos son los cantares por los que lloramos, en los espacios irredentos, en los huecos de dentro, en los que
tanto ansiamos.

13/1/10

Mr. D&G y Ms. Happypeople

No sé cómo se conocieron ni cuándo, pero, a pesar de su disimilitud, siempre estaban juntos, aunque nunca sonreían cuando se miraban. Iban de la mano, cuando se encontraban, mirando al frente, sin hablar, como pensando. Hablaban poco con los demás, lo necesario. Eran extraños. Nunca nadie supo de dónde vinieron, aunque a ninguno pareció importarle, dado su mutismo y su huraño carácter, tan displicente, tan lejano.
Mr. D&G era perfecto. Parte superior de blanco, inferior de negro. Punto arriba, lana abajo. Zapatos italianos, abrillantados, no pulidos. Semicalvo. Calva casi tapada con una fuente de pelos distraída. Patillas finitas. Se conciencia, como con desgana, pero a propósito, o eso parece. Pose estudiada. Gafas de marca, con una funda tremenda, de diseño, a la vista. Finas, Luna Kool. Llavero de diseño con las llaves del coche, o de la moto. Otro de D&G con las de la casa. El logotipo a la vista. Reloj de diseño. A la última, grande, de acero. Esfera negra. En la derecha. Es esquelético. Cojo, o semicojo, para ser más exacto. Hace gestos extraños con la boca. ¿Para llamar la atención? Lanza los labios hacia delante y los aprieta. Se mete el dedo en la boca. ¿A quién se lo hace? Se estudia las posiciones. Es un dandy. No puedo quitarle ojo, aunque lo desvío hacia ella, de vez en cuando.
Ella es angulosa. Se afeita. Tiene ya unas cerdas que se notan tras el afeitado. Dejan sombra. Y, en el lunar sobra la boca, unos pelos tremendos, que se deja largos, y es extraño. Posee una perilla cojonuda. Nariz aguileña y algo ancha. Y tiene una nuez de Adán alucinante. Ausencia de carnes. Escuálida. El pelo, horrible, teñido de naranja y oro. Bajita. Enana casi. No creo que llegue a uno cuarenta y cinco. Pantalones pitillo. Ropa de neohipy o mezcla entre hipy y heavy. No lo sé. Suéter azulón y azul marino a rayas, hecho por ella -por lo mal hecho que está, deduzco-, de nudo gordo. Antiguo y gastado. Y una especie de bufanda lila nazareno. ¿Será un transexual? Pregunta idiota que me hago y que desecho tras darme cuenta, y es que el alcohol en mí hace estragos, y llevo demasiado en el cuerpo.
Termina la reunión y se levantan al unísono, compenetrados. Se miran, nos miran, y se van de la mano, con sus andares extraños.
No puedo quitarles la vista de encima. Y pienso en lo raros que son. Aunque me pregunto si nosotros no lo seremos aún más.
Se vuelven de repente y se me quedan mirando. Me estoy sintiendo cada vez peor, pero no sé si es por ellos o por el alcohol. Creo que debo dejar de beber, o de trabajar. Se giran de nuevo y siguen hacia delante con su extraño andar. Y el caso es que encuentro algo agradable en ellos, que no sé lo que es, pero agradable. Tal vez sea que me gustaría ser como ellos, que al menos me distinguiría de esta otra caterva de simples, e iguales, como yo, tal vez, con los que me codeo.
Debo dejar de beber, o el trabajo mejor.
Desaparecieron como aparecieron, de golpe. Nunca se ha vuelto a saber de ellos. Eran extraños, aunque siempre me atrajeron.

11/1/10

Espacios vacíos

Dubuffet. París
Un pífano suena a hueco en un espacio desconocido, lleno de ausencias, vacío. El color ha desaparecido. Una flor de loto hiede a muerto.
Esos espacios son interludios entre lo sabido y lo presentido; pero no conducen a nada, a ningún sitio, sólo a uno mismo. Espacios vacíos, sin ruido. Vacíos. Ausentes. Sin sentido.
Y aun así oigo un zumbido, lento, frío, que perfora impenitente mi oído y me hiere en lo más íntimo.
Tal vez sea que no soy y que ni tan siquiera he sido. Tal vez sea sólo un presentido encerrado en espacios vacíos.

8/1/10

Y sigue lloviendo fuera

El mundo, la vida; ese espacio y tiempo lleno de apariencias, de trabajo, de la razón, de los demás, donde por más que hables te das cuenta de que es insuficiente, porque mi desasosiego es inmenso, casi sublime, ante lo que veo, ante lo que me encuentro. De ahí, quizá, la necesidad de poner distancia, e ironía a veces, ante esa maravilla, misteriosa y triste que es el mundo, la vida, vida de la que me niego a abdicar, y es por ello que camino, cargado con todo por el camino de la nada. Y es que es trágico mirar y ver al mundo y sus habitantes, o para ser más preciso al hombre de hoy, vacío de todo, vacío de sentido, ligado a vivir el presente ausente, en sus últimos adelantos, muriendo en el segundo, creyendo vivir por no pensar, por no pensarse, por no mirar la vida y la muerte, lo que somos y seremos, dónde estamos y a dónde vamos; ausentes de preguntas, ausente de rumbo y de lugar a donde dirigirse. De ahí mi desasosiego, mi exilio en estos tiempos, en estos días. Quizá por eso, por ser como soy, por vivir en ese desasosiego permanente, es por lo que amo el Arte y su contemplación, que alivia, de alguna manera, de esta vida aunque no de vivir; de ahí que sueñe constantemente con sentir todo, de todas las formas posibles, de saber pensar con las emociones, de vivirlas, y sentir con mi pensamiento. Me interesa todo y casi nada me retiene, porque atiendo a todo desde mi sueño o soñando; de ahí que ame lo aparentemente inútil, lo fútil, cualquier detalle por nimio que parezca, ya que en ello no hay practicidad, porque socialmente no es importante, quedando al margen de lo deseado por el hombre, de lo que lo retiene en la nada, en el vacío, en el absurdo, en la consecución de lo importante, de lo práctico, de lo grande, de lo absoluto. Por eso me gustan los paisajes no posibles, los lugares donde nunca podré estar, lo lejano, lo distinto, porque eso hace que el soñar con las cosas posibles no condicione mi vida, al contrario que la mayoría, devanando, dilapidando su vida en sueños posibles, creadores de nuevos sueños, para caminar por un vacío que no lleva a ninguna parte, salvo a la desilusión. Y es por eso que miro y paseo, caminando, viajando, observando, contemplando casi como un loco, esta banal y gris cotidianeidad, como si fuera una aventura que me lleva casi al límite, donde o claudicas o ironizas y escribes de la forma más bella posible sobre ese abismo que es la condición humana y su existencia. Y es por ello que sonrío en medio de este desastre, y es por eso que doy rienda suelta a mi imaginación, para caminar hacia lo que nos llama y nos transforma; para navegar como un náufrago por el interior de este sin sentido absoluto que lo ocupa todo o casi todo. Por eso me gusta soñar, soñar todos los sueños, sobre todo los que son más improbables.

No soporto esta monotonía que envuelve la vida todos, todos los días, de siempre lo mismo, haciendo lo mismo, pensando lo mismo, queriendo lo mismo, haciendo todos lo mismo, que es nada, que es vacío, que es simple, que es… triste, anodino; y es que este mundo es un mundo en el que prolifera el absurdo. Me autoexilio en mi alma, triste y exaltada, lejos de todos aunque en realidad de nadie, pues la mayoría son nadie, y yo soy multitud, tantos y ninguno, quizá también nadie para los demás; pero me siento solo, estoy solo, como una civilización en ruinas angustiadas. Y a pesar de eso, a pesar de todo, a pesar de tanto, me niego a claudicar y me enfrento a esa cotidianeidad gris y opresiva que todo lo ocupa, y me enfrento con mi deseo de saber, de preguntarme, de caminar, de aprender, de reflexionar, con una sensibilidad cada vez más exacerbada ante todo, y de ahí, quizá, que escriba como lo hago, sobre la vida, sobre lo terriblemente importante que es la vida, la vida de verdad, y viva, casi, para ello, para escribir la vida y mi desasosiego. Vivo en una constante crisis vital, por estar donde estoy, en este mundo gris y apabullante, y ser como soy, un viajero solo, hacia lo desconocido, esperando en el silencio, a los amantes de la belleza, a los que sienten igual, a los menos, a los que no se ocultan del dolor y de la angustia y no se esconden en lo políticamente correcto con uno mismo para mentirse sobre su propio hastío.

Soy un extraño para los demás, alguien que despierta simpatía pero no afecto; quizá por ese temor a enfrentar la verdad, a conocer la verdad, a querer saberla y modificar. De ahí mi desasosiego, que no desesperanza; de ahí la soledad, el no encontrar, sino unos pocos, el caminar solo y a veces angustiado. Un desasosiego que lleva al cansancio y al hastío por repudiar esa cotidianeidad, esa sordidez monótona de los más; que lleva a asumir que la nada es todo ahí, que el mundo se pierde, pero que la vida es mucho más que eso, aunque cuesta enfrentarla porque te sientes solo y en el fondo del alma queda una agonía intensa e invisible, como cuando lloraba, de niño, en el cuarto oscuro. Y es que todo está vacío ahí fuera, y sin embargo hay tanto que mirar, tanto que oír, tanto que saborear, tanto que conocer, tanto que subir, tanto que aprender en esta experiencia que es la vida, aunque sea una experiencia en el límite de la existencia.

Y sigue lloviendo fuera. Hace frío, aunque es más doloroso el frío del alma. Una lluvia que no lava aunque es agradable sentir como te escurre el agua por todo el cuerpo mientras caminas bajo ella, cómo suenan las gotas sobre los charcos, cómo suena el silencio entre los árboles, paseando cuando no hay nadie, huidos de la lluvia, tan sutil, tan agradable. Y ahora, aquí, mojado, escuchando Roxanne´s Veil, mientas desgrano estas palabras de desasosiego sobre el papel.

7/1/10

Bajo la mirada de la bruma. II

Una suave lluvia caía, lenta, sobre ellos, mientras paseaban por las calles desiertas en dirección al coche. La luz ocre de las farolas creaba sombras amarillentas en el mojado asfalto, brillante, provenientes de los edificios, poblados de grandes ventanas, como si de gigantescos ojos de insecto se tratara, que mirasen en silencio a los perdidos en la noche, en la mudez de los sueños.
Caminaban con lentitud, como si midieran sus pasos. Callados, como si bebieran sus pensamientos.
Llegaron al coche. Una multa en el parabrisas. La miró. Sesenta euros. Arrugó el papel y se lo metió en el bolsillo.
- ¿Nos tomamos una copa antes de irnos?, le dijo ella.
La miró con cansancio.
- No hay nada, le contestó esperando que no insistiera. No quería volver a los mismos temas, tan manidos; a la sordidez de sus momentos, a sus patéticas historias, a su cúmulo de despropósitos vitales, a aquella emocionalidad maltrecha que le hacía usar a los hombres en una búsqueda constante que le había llevado a vivir en el deshecho.
- Lo necesito. No me apetece irme ya.
- De acuerdo.
Se dirigieron hacia el centro, caminando de nuevo bajo el silencio de la lluvia, que les separaba como una cortina invisible. Entraron en un pub irlandés. Lleno. Había gente de todos los lugares. Apenas se oía el idioma del lugar. Todo era inglés. Se sentaron en la única mesa vacía, con un banco corrido alrededor.
- ¿Qué quieres?
- Una cerveza y un tequila. ¿Lo pides tú? Tu inglés es mejor que el mío.
- Sí.
Se entretuvo mirando a las personas que había a su alrededor mientras ella traía las bebidas. Dos hombres le preguntaron en inglés si le importaba que se sentaran en la misma mesa. Miró al banco y sonrió, dando a entender que había espació. Le dieron las gracias y volvió a sonreír. No quería usar su inglés, tan olvidado. Volvió ella con dos cervezas y el tequila.
- Gracias, le dijo.
Cogió el tequila y le dio un sorbo, degustándolo. La miró a los ojos y le sonrió suavemente, intentando que se sintiera cómoda.
- ¿Qué te pasa? Le preguntó.
- Nada. Estoy bien. Un poco cansado.
- Si quieres que me calle, me lo dices. Hablo demasiado, lo sé. Y no tengo muchas personas con quien hablar de esto.
- No importa.
- ¿Y tú? Cuéntame tú. Háblame de lo tuyo.
- No tengo nada que contar. Hay un comienzo, un desarrollo y un final. Nada más.
- Habla, es bueno hablar, desahoga, libera.
- ¿A ti te ha servido de algo contarme todo eso? ¿Te has encontrado? ¿Has visto tu error constante? Le preguntó mirándola fijamente a los ojos. Bajó ella la mirada mientras quitaba el papel, húmedo por el contraste de temperatura de la botella y el local, de su bebida.
- ¿Quieres otro?, le preguntó, al ver que estaba jugando con el vaso, a la vez que intentaba salir de aquel momento de tensión.
- No, le contestó.
- Bueno, ¿y qué te ha parecido?
- No me gusta como eres, como actúas. Es muy egoísta. No es justo, ni tan siquiera para ti. Haces daño y te lo haces a ti misma también. No puedes estar con alguien y mantenerte ahí cuando ya no lo quieres, a la espera de encontrar alguien mejor o que te satisfaga más, o que colme tus expectativas momentáneas, para después, al ver que no lo hace, repetir la historia, y así una y otra vez, para evitar una soledad que temes y en la que no quieres estar para entrar en ti, en tu problema. Y lo peor es que acusas a los demás, cuando todos tienen algo de culpa, y tú… Prefiero callar. Y conmigo intentas lo mismo, pero sabes que yo soy distinto, que jamás hollaría mi centro, y que, además, no entraría en esos juegos. Hizo una pausa y la volvió a mirar con fijeza. Quizá no debería decirte esto, pero me has preguntado y… No, no me gusta nada, dijo terminando casi en un susurro.
Una sonrisa helada se posó en el rostro de ella, mientras lo miraba, mientras lo escuchaba, levantando y bajando los ojos continuamente. Había arrancado el papel totalmente a la botella, dejando jirones blancos pegados, rompiendo su estética.
- Háblame de lo tuyo, tal vez aprenda algo. Le dijo utilizando un tono de ironía que no consiguió tapar el nerviosismo y el desasosiego.
- Yo no hablo de lo íntimo sino con el afectado, y si no puedo me lo guardo muy dentro. No me pertenece solo a mí. No debo desvelar lo mío, cuanto ni más lo de otro. Yo tengo mucho cuidado con lo sagrado. Siempre hay que tener cuidado, proteger al indefenso. No quiero que se vulnere, no ya tanto por la acción de los demás cuanto por la mía propia. Lo sagrado es mío, sólo mío y de quien ha participado. Y ahí se queda, en mí, en mi tabernáculo, con sus luces y sus sombras. Jamás traspasaré esa línea. Además tengo una especie de pudor existencial. Yo no hago eso. Por tanto…
Un silencio casi sepulcral llenó el espacio entre ellos, apagando en sus oídos el murmullo inglés que les rodeaba.
Se levantó él. Miró hacia la puerta.
- ¿Nos vamos? Le preguntó a ella, en una pregunta que era más una afirmación. Necesito aire. Necesito frío. Necesito mojarme. Cómo echo de menos ahora un cigarro.
Salieron. La lluvia seguía cayendo con lentitud. Él miró hacia arriba y dejó que le mojase la cara. Sonrió a las gotas que le calaban, como si pudiesen limpiar, como esperando que le lavasen el alma.

6/1/10

Las razones del suicida

Me voy a suicidar…

Una mujer llega y se sienta, con la sonrisa a medias. Mira desde su posición asumida de superioridad absoluta, lograda a base de años de inoperancia mental. Rubia de unos sesenta años -exquisito tono de cabellos dorados por el tinte-. Así de pronto no sé dónde encuadrar su melena dentro de mis recuerdos, la de Marilyn Monroe o la de la momia de Nefertiti; posiblemente esta segunda, a pesar de que las egipcias eran morenas, por lo quemado y escaso de sus cabellos.

Por momentos dudo de que esta mujer pueda dejar de sonreír alguna vez. Observo que amplía el rictus y descubro, no sin complacencia, una perfecta caja de dientes de brillo inusual (inusual en dientes usuales, porque los suyos pertenecen a un lamentable postizo de pasta reflectante). En ese intento de mostrar la brillantez de sus dientes está a punto de unir los dos extremos de la boca por la parte de atrás, en el cogote. Un hilillo rojo sangre le recorre en paralelo a la frente huidiza, la sonrisa. Es bonito ese contraste del azul intenso que rodea las cuencas semivacías de la calavera, donde nadan dos ojitos oscuros de boquerón muerto, con la línea roja de sus labios. ¿Querrá decirnos algo? ¿Tendrá algún simbolismo oculto?

Junto a la cabeza, la otra parte del amasijo de carne que sale a la luz pública rompiendo la simetría de las telas que lo envuelven, son sus manos, dignas de cualquier cepa vinícola, aunque dudo que esos sarmientos agarrotados pudiesen dar uvas alguna vez. El resto lo envuelve una gabardina como queriendo dejar volar la imaginación del espectador. La naturaleza es siempre sabia.

Cinco personas entradas en mucha edad hablan sobre el tiempo y los achaques. Una de ellas conserva la trenca puesta y no para de hablar, con su tono agudo y zumbón, delirante, ensordecedor. La desdentada mira con la sonrisa puesta. La guapa años 60 intenta ganar por la mano a la de la trenca, pero no lo consigue. La trenca le sube y baja al compás de los brazos, como aspas, que luce como apéndices del cuerpo ( a punto ha estado de golpear repetidas veces a la de la sonrisa, que ha optado finalmente por descansar su sesera entre ambas manos, a la vez que se ha retirado a una distancia óptima para su integridad física). Ahora la de la trenca decide atacar directamente la psique de la mujer de la sonrisa gratinada, que se retuerce entre muecas de nerviosismo. No puede hablar, sigue con su mutismo, la dentadura se le ha encasquillado.

Ha entrado un personaje que parece un gallo, por la forma en que adorna el pelo de su cabeza, con una camisa que debió comprar allá por los setetenta, y en tiempos de rebajas; traslúcida, dejando ver la camiseta interior. Ondea la cresta negra al viento. El resto de su cabeza refulge; dice tres ordinarieces y se esfuma. Es, cuando menos, ameno.

El explorador, con su pipa, glorifica de incienso la sala. No dice nada. Apostado en una esquina observa tras sus gafas de cristal ahumado.

La mujer de la trenca luce mil monedas en el brazo. Se ha separado de las otras y se ha sentado cerca del cura. Habla de ecología, pero su interlocutor le pide que acabe más tarde el tema intentando darle esquinazo (¿donde está la caridad cristiana?, me pregunto). No lo consigue; es agarrado por el chaquetón. Lo castiga más y más. No tiene piedad. La cara del sacerdote es todo un poema.

El gallo ha vuelto. ¡Viva el gallo! Ha llamado a no sé quién, tocino de cielo. Es original y aporta algo de alegría a la sala, pero aun así...

A la reunión ha faltado una de las estrellas más importantes del círculo. El grano más selecto de la espiga. Debe de haber sido uno de sus continuos constipados que regularmente le atacan con pertinaz crueldad su gloriosa garganta, las más de las veces protegida por un pañuelo de seda natural.

Nadie la ha echado de menos excepto yo. No la valoran en su justo precio esta manada de hienas.

La presidenta enciende un cigarro (dicen las malas lenguas que se negó a recibir la primera comunión porque el sacerdote se negó a que saliera durante la celebración a fumarse un cigarrillo. Loables ambas actitudes). Este personaje sufre halitosis. Es su cruz. Todos la rehuyen. Intenta acercarse taimadamente pero siempre el olor la delata, y ello a pesar de que va con la boca cerrada y deja de fumar cuando lo intenta, pero es tal el hedor que se intuye su presencia a metros de distancia. Ya cinco segundos antes de que llegue, todos buscan una excusa para hacer algo.

El primer día me cogió de sorpresa y estuve a punto de sufrir un desmayo, dada mi natural incapacidad para herir la sensibilidad de los demás dejándoles tirados. No sucedió porque alguien la llamó y estuvo escaso tiempo hablándome, pero ese acto vil y cobarde suyo me mantuvo tres días en cama, con mal cuerpo y unas ganas irrefrenables de quitarme la vida.

El monstruo, como le llaman, boxeador en su juventud, ha soplado hacia arriba, o debería decir resoplado, en un intento de apartar las greñas de los ojos. Lo único que ha conseguido es alzar las bolsas de grasa que le cuelgan y con ello taparse los ojos. La sala se sobresaltó toda. Emitió un grito espeluznante y tras él dijo con fuerza: “¡No veo! ¡Me he quedado ciego!”. Momento que varios aprovecharon para intentar matarle, pero con tan mala suerte que las bolsas bajaron resbalando por su cara grasienta; los asesinos disimularon, la sala volvió a su quietud, solo rota por las innumerables veces que se dio gracias a Dios, el uno por volver a ver, los otros no se por qué.

Me fijo ahora en la trenca y en la de la sonrisa. Vuelven a dialogar. Se loa la una de ir constantemente a Londres, la otra más, y además a Nueva York. Hablan de la ventaja de saber inglés. La pedantería de una sube de tono buscando palabras que la otra no sepa el significado, mientras la otra reta a la una a un concurso de pronunciación. El partido se aplaza por la entrada de un ser bajito y agachado que gesticula con los brazos caídos y que, mirando bajo sus gafas, les dice que lo mejor es el francés.

Después de esto poco puedo añadir. No aguanto más este trabajo y todo lo que le rodea, esta caterva de seres que sólo pretenden… no sé qué exactamente, pero desde luego nada normal. Me he vuelto loco y no puedo más. Un día tras otro y así otro año más. El cerebro no lo soporta. Mi espíritu aún menos. Soy débil. Es el final.

5/1/10

La transmutación de ángel

Era aquel un personaje espectral. Parecía surgido de las mismas entrañas del Averno. Todas las partes de su cuerpo, que la ropa dejaba al descubierto, estaban llenas de pústulas abiertas...

Llevaba con cierta gracia el Misalito Regina, libro de reflexión cristiana con tapas blancas de nácar, común en aquellos tiempos. Lo portaba en una mano a modo de hisopo, mientras con la otra cogía el burdo aparato ortopédico, de madera, que le permitía el desplazamiento, haciendo las veces de tercera pierna incorporada al juego con el que nació. Lo usaba porque la que iba en el lado izquierdo de aquella especie de prótesis, colgaba como un badajo, inerte, a unos veinte centímetros del suelo, suerte de siniestro balancín, que lo mismo apuntaba a diestra como a siniestra.

Tiempo después supe que se dedicó a rufián, regentando un lupanar...

3/1/10

El poder de la música

Hay determinada música, determinados momentos en la música en los que no cabe sino ser, ser y morir en ellos. Es tanto lo que llega a producir que no sabes ni qué decir, ni cómo hacerlo. Son sentimientos, emociones, cosas que son difíciles de sentir si no se tiene alma, si no se tiene capacidad de sentir emoción; la emocionalidad… Pero, ¿quién la tiene?

Éste es uno de ellos. El aria Dormi, o fulmine di guerra del oratorio La Giuditta de Alessandro Scarlatti. Fue un regalo de una buena amiga, Diana, en una larga y fría noche de otoño, y en la distancia.

Dice esto la letra:

Dormi, o fulmine di guerra
Scorda, l´ire!
Già provasti ch´a ferire
L´arco e´l dardo
D´un bel ciglio, d´un bel guardo
Han vigor ch´i forti aterra

Me emociona profundamente. Hay un momento en que tienes que dejar de respirar; ensimisma, sobrecoge; produce como un agobio espiritual; te dejas llevar y el mundo eres tú, y ya no estás, y necesitas espacio y tiempo, y te quedas en ti, perdido, sintiéndote. Es un acontecimiento de extrema sensibilidad, de pureza, exquisito, como lirios derramados. Algo difícil de comprender si no se siente. Una especie de trance lúcido, que te ahoga; como una muerte en vida, inmensamente placentera. Un estado que trasciende la conciencia.

Espero que alguien que lea esto -si no lo conoce-, con inquietudes, lo busque, lo escuche, lo sienta, lo viva, y a partir de ahora lo lleve para siempre, a donde vaya, consigo, en su interior.