30/4/10

Hauki 16. Pureza/Pasión

Quiero vestirte
con lirios; desnudarte,
con amapolas.

29/4/10

Las razones de los muertos. II. Final

En todo ese tiempo no me he podido llevar un puto cigarrillo a la boca, y mira que lo he intentado. Lo he probado todo, de mil maneras diferentes, pero nada. Nada de nada. Por no poder no he podido ni siquiera cogerlo. Pero no sé que coño pasa que el olor si que me llega, o eso creo, pues a lo mejor es un asqueroso recuerdo. No sé. Pero estoy harto de estar muerto y no poder fumar a pesar de desearlo con todas mis fuerzas. ¡Qué asco de vida! No, ¡qué asco de muerte! Hay tres compañeros que no paran de seguirme a todos lados. Le han cogido gusto a mirarme cuando me acerco a alguien que está fumando e intento aspirar el humo que expulsa. Me muero de deseo, cierro los ojos, abro la boca y aspiro, pero nada, el humo me atraviesa y no consigo que entre en los pulmones. ¿Tendré? Pero lo huelo. ¡Maldita sea! Lo huelo, y me está matando. Bueno, matando no, que ya estoy muerto. Y los desgraciados se parten de risa mientras miro como lo hago. Si pudiera los mataba, pero como están muertos. Y ahí están, muertos de risa. Vaya frase: Muertos de risa. Muertos que se mueren de risa. Debe ser el colmo. Seguro que no se le ha ocurrido eso a ningún cuentachistes. Debería estar muerto para llegar a eso. Creo que estoy en el infierno. Si no, no lo entiendo. Mi castigo, oler eternamente el tabaco y no poder probarlo. Ah, que tiempos aquellos en que estaba vivo. Y así, me temo, durante el resto de los tiempos. ¡Qué asco de vida, pijo! ¡Qué asco! De muerte quiero decir. Aquí, sentado, y diciéndome a mí mismo esta sarta de tonterías, porque yo soy el único que me entiende, porque como estoy muerto -bueno, y esos tres estúpidos muertos que me siguen a todas partes riéndose a mi costa-, pues nadie me oye. ¿Quién iba a escuchar a un muerto aunque pudiera? Y todo por un puñetero cigarrillo. Qué mala suerte. Qué perra muerte. Perra vida y perra muerte. Si ya me lo advirtió mi mujer: un día, ya verás, el tabaco te va a matar. Quién me lo iba a decir. Qué cosas.

27/4/10

Las razones de los muertos. I

Yo soy un muerto. Así, sin más. Un muerto. Puede parecer una broma pero no lo es. Muerto, muerto. ¿Increíble? No. Es sencillo. Me quedé sin tabaco (que esas cosas pasan). Busqué por toda la casa, en los cajones, en los bolsillos de las chaquetas, en el bolso de mi mujer. Nada. Vacié el cubo de la basura por si había alguna colilla. Encontré una bastante grande pero estaba húmeda. La cogí ansioso e intenté encenderla. Ni “patrás”. Intenté recordar donde dejé aquel puro de la última boda a la que me invitaron. Le di vueltas al cerebro en busca de una respuesta. Y llegó. Me lo había fumado en una situación similar a ésta. Y es que soy un desastre y además... más perro que un trillo. Me hice una especie de liadillo con papel de periódico, pero el picor en la garganta y el dolor tan tremendo en los pulmones que el humo me produjo al entrar en mi cuerpo tras la primera calada, me indujeron a apagar aquello so pena de morir de una forma rara y espantosa. No me quedó más remedio que bajar a comprar un paquete. Me quité mi batín de cuadros escoceses, el pijama de felpa gris con la cara de un bulldog impreso en la camiseta, que mi mujer había tenido a bien regalarme para mi cumpleaños, las zapatillas de estar por casa, y me vestí. Las tres y media de la madrugada. No podía dormir y no tenía tabaco. Viernes. Mi mujer de parranda con las vecinas. Cuando llegué al único bar que quedaba abierto, después de recorrerme no sé cuantas manzanas, no les quedaba nada más que Ducados. Yo fumo rubio casi desde que nací. Parecía una conspiración para que dejase de fumar. Pero la necesidad de nicotina pudo más que el asco que me producía el olor del tabaco negro. ¡¿Que remedio?! Compré un paquete. Le di un billete de cinco euros y recibí (tras la consiguiente pregunta de: ¿No lleva suelto?, y la respuesta: ¡No!, un paquete de Ducados y una infinidad de monedas de diez céntimos. ¿Mala leche? Salí a la calle con un ligero desequilibrio hacia la derecha, provocado por el sobrepeso de las monedas en el bolsillo derecho del pantalón, abrí el paquete, saqué un cigarrillo y lo fui a encender cuando, en mitad de la avenida, me pareció ver un billete. No todo van a ser desgracias, pensé. Me acerqué y... efectivamente, un billete de cincuenta euros. Me agaché, con el cigarrillo aún sin encender en los labios, para cogerlo. Más contento que unas pascuas. Lo tenía ya en las manos y me iba a levantar cuando sucedió. Un borracho, sin miramiento alguno, me atropelló. ¡Y el cigarrillo sin encender! Muerto en el acto. Es sencillo. Por eso estoy muerto. Llevo dos años, tres meses y veintitrés días muerto. Y estoy harto.

25/4/10

Helio Martín

Helio Martín murió de susto. Jueves Santo. Se fue a pescar. Le dicen que en esa fecha… Pero él, que los santos le importan un comino, se baja al río. Un desprendimiento de un molino. Un estruendo enorme en la lejanía. Se corta el agua. Se seca el río. Sube asustado. En la puerta de su casa murió. Murió de susto. Era un Jueves Santo por la tarde. Allí quedó, caído sobre los adoquines, en la calle, delante de la puerta de su casa. Los ojos como salidos. Cara de loco, de aturdido, de ido…

22/4/10

Delicadeza

Caen, una a una, las hojas, como gotas de lluvia de los ojos de los afligidos. Sutiles, como las caricias de una mano que apenas roza, que sólo perfuma.
Y las siento en mí, dentro; delicadas, terciopelo.
Quiero perderme en los sonidos, y danzar, como la lluvia lo hace, sobre las hojas. Pero tan sólo puedo, tan sólo quiero, si estás ahí, entre los pétalos de las flores, como el regalo de una vida, intensa; como el sonido de una nana, adormeciendo suave.

20/4/10

El leve temblor de las amapolas

La cara compungida. El espíritu descompuesto. Siente la línea de su vida desdibujada, perdida en la nada, en el vacío, como agua clara que se escapa entre los dedos, como el rocío de la mañana con los primeros rayos del alba. Perdida en palabras, fruto de nada, de búsquedas inútiles por donde no hay. Vaga como un alma en pena, ido por dentro y por fuera. Calles ocupadas por el ruido. Noche sin estrellas. Una iglesia. Entra. La atmósfera suave. Tranquilidad. Silencio. Recogimiento. Una vieja, de negro, está sentada en un banco; la cabeza gacha. Le mira mientras anda por el pasillo central. Imágenes de la niñez le llegan cuando se arrodillaba en el banco, de suave rojo, casi apagado por el paso del tiempo y por tantas rodillas hincadas, por tantas plegarias rezadas, por tantas necesidades mostradas, por tantas agonías padecidas. Y las lágrimas, suaves, de un niño, surgiendo a borbotones, impenitentes, como de manantiales, como ofrendas de cristal transparente al dios de los milagros, al dios de sus padres, al dios de los niños.
Se arrodilla como antaño. Apoya los antebrazos sobre el respaldo del banco de delante. Cruza las manos, con fuerza. Siente el dolor en los nudillos de tanto que aprieta. Lo hace aún con más fuerza, en un intento, que sabe absurdo, de suplir el dolor del alma con el dolor del cuerpo. No hay lágrimas. Ya, parece, no hay niñez. Se siente nadie. Un ser solo. Roto, con un pasado maltrecho, con un presente muerto, con un futuro oscuro como la tumba donde yacen los seres más amados, los añorados, los extrañados, aquellos que se sienten como pérdidas de dentro y que te dejan un sentimiento de irredentismo. Apoya la frente sobre los pulgares de la mano mientras se sume en el sueño de unos sueños céreos. Llora hacia dentro. Padre, ¿por qué me has abandonado?, dice en apenas un susurro, para sí, con la esperanza, como cuando niño, de ser escuchado. Suave, a un dios desechado pero siempre presente; ocultado en los pliegues más recónditos de su atormentada alma. Señor ten piedad –siguió, y lo repitió una y otra vez, como un mantra-, Señor, ten piedad, ten piedad de mí, ayúdame, por favor.
De repente, como si a penas nada, una gota salina le escurre del alma, y la siente cómo suaviza el espíritu, cómo libera. Una gota apenas perceptible, silente, que siembra el suelo y levanta, apenas, unas motas de polvo, que se elevan. Oye un susurro. Levanta la cabeza. Mira hacia arriba. Ve.
Una estatua sencilla, de colores suaves, en tonos de azul, de rojo y de nácar, recién pintada, apenas acabada, que exhala un olor dulzón, muy agradable, y que antes no había notado entre los olores de cera e incienso. Pareciera que le mirase desde una mirada de siglos, profunda, que se le mete y se le clava, que le descubre y le traspasa, que le llega a los adentros, donde nadie antes. Y se deslumbra ante la sonrisa que le envuelve, que le arrebata. Y su alma ya no es su alma; se la regala, sobrecogido ante tanta belleza, ante el brillo de esa mirada. La piel blanca; el pelo oscuro, que asoma por debajo del azul del velo. Se siente perdido, y encontrado. Tan vivo como nunca antes. Muerto de un éxtasis que no conoce pero que ansía, que bebe. Ausente de sí, extrañado en ese poder, en esa inmanencia que ante sí tiene. Toda una vida de búsqueda y está ahí. Siempre hay un momento para todo, y éste es ese momento. La esperanza, nunca perdida, de una vida cruzada en mil azares, océanos de tiempo atravesados, tormentas inclementes, y ahí estaba, presente. El todo. Ahora es. Ahora siente. Sabe que no hay más, que en ella está todo, que siempre será. La mira a los ojos y siente que siente lo mismo, que sabe. Sonríe. Baja, ven conmigo, le dice. Soy yo, Munio. Sigue arrodillado. No consigue apartar su mirada de esos ojos, unos ojos que le dan, que le muestran el alma que lleva; de la sonrisa, una sonrisa que ilumina el espacio.
Se levanta. Se va. La vieja le mira partir. La calle es fría y ensordecedora. Ahora sabe que está preparado para la liturgia de la vida. Recuerda esa mirada y esa sonrisa, que lleva prendidas en el pecho como un escapulario. Siente el tremendo poder evocador de esas imágenes que lleva incrustadas en sus ojos. Siente el placer exquisito, y reservado -porque es lo que ocurre con los placeres exquisitos- de perderse ahí.
Vuelve todos los días. Se sienta y la mira. Un día tras otro. Impenitente. La mira. Le habla con los sonidos del silencio, con el alma, con los ojos. Paciencia, le oyó, cuajará la lágrima. Se convertirá en isla. Lloró, mientras sonreía, como sólo saben hacerlo los niños, como el niño que ha sido siempre, el que lleva dentro, el que es y no ha querido perder.

18/4/10

Relatos de los días de lluvia muda y helada

Tercer relato.
Nunca es
La luz ilumina una estancia pintada en colores verde grisáceo y amarillo macilento, desde un ángulo bajo, dejando casi en penumbra un espacio en el que hay dos recipientes de cristal, desvencijados, donde el polvo, posado, ha creado una pátina que apenas deja descubrir lo que hay en su interior. Una sábana, blanca, está arrugada, hecha un ovillo y tapa, casi en su totalidad, el sexo de lo que parece una persona mayor, de rasgos suaves, con arrugas que marcan el paso de un tiempo inexorable, intenso. Pelo blanco, barba blanca. Enjuto. Se reincorpora a medias y mira en derrededor. Extiende los brazos cómo inquiriendo. Crispa las manos, como sarmientos desperezándose. Fija la mirada en el techo, después en el suelo. Su mirada muestra la desesperanza, la imposibilidad de enderezar las cosas. Se sienta sobre la sábana. No le queda más que aguardar lo irremediable. Se introduce en él. No es la tragedia de un error fatal, o de un cúmulo de errores, sino la tragedia de la inevitabilidad. Un sino en manos de un destino inclemente, ausente de miramiento, inquebrantable en su decurso, en su acción, en sus tiempos y formas. Displicente y terrible. Quiso ser libre, piensa, pero no se atrevió, y de ahí el castigo, de ahí la culpa. Su responsabilidad es suya, solo suya. De ahí su abatimiento. Todo lo que pasa es su responsabilidad y el destino no juega, el destino es uno mismo, y él no fue su destino, no lo es.
En el otro recipiente yace una mujer, en posición fetal, desnuda. Encogida en su misma. Como queriendo fagocitarse. La mirada perdida en el otro, atravesando el ocre cristal sin ver, tal vez sin mirar.
Es un mundo de resignados. Un mundo de dos. Sólo dos. A solas consigo mismos y con el otro, pero sin el otro. A solas sin ellos, en ellos, con ellos, y nadie más. Un mundo de fantasmas, de vidas fantasmales. Una atmósfera irreal, de aire perdido, de aire malsano, pútrido, descompuesto, apenas irrespirable. Un olor acre lo llena todo. Se hablan con frases cortas, sobre ayer, como si no hubiera más tiempo que el del último día. Como si su vida se redujera a ese último día y el resto se hubiera perdido o no hubiera existido nunca. Hay en las miradas algo de incomprensión, y de aceptación, tal vez resignación, ante ese espacio, ese su mundo reducido a ese espacio y ese tiempo. Sin más espacio, sin más tiempo, en el pasado y en el futuro.
Hay una silla de ruedas en el lateral del espacio. De espaldas a los recipientes y a las personas que los ocupan. Una camilla se mueve, al lado, como movida por un leve aire que apenas perturba las motas de polvo suspendidas, como engarzadas por hilos invisibles, muy levemente, apenas, haciendo rechinar sus engranajes, muy quedamente, pero de una forma aguda, irritante.
No hay cólera. Todo es pausado. Sólo es. Resignación.
Parece la morgue, pero con vivos, o con muertos ya, precadáveres resignados. Muertos en vida, con un solo día. Nunca es.

17/4/10

Hay un cuadro en mi mente

Hay un cuadro en mi mente que me ocupa espacios y tiempos, pensamientos continuos, a destiempo o en él, en el tiempo. Un cuadro que me habla, que me dice despacio formas y colores, y sentimientos también. Es como si algo, dentro, me impeliese a volver atrás, a decir las palabras con el color, con las líneas. Y no entiendo muy bien por qué. Quizá resurge aquella antigua forma de expresión; quizás. Tal vez no debí hacerlo nunca, el apartarme de la pintura; tal vez no debí dejarla de lado, abandonada. Tal vez no debí hacer caso a las palabras ajenas y obviar mi interior, mis sentimientos, mis querencias, mis instintos. A veces ocurre eso, escuchamos a los demás y nos olvidamos de lo que nos susurra nuestro interior, nuestra alma, nuestro corazón. Quizá fue un error abandonar aquella vía de creación, de expresión, el tratar de expresar sentimientos mediante el pincel, de mostrar mundos, reales o imaginados, al margen de las palabras, de expresarlas sin estar, sin su grafía –a pesar de su belleza-, en un lienzo, en una madera o en cualquier material. Quizá. Quizá sea el momento de retomarlo, de volver a empezar, de nuevo, otra vez, de expresar así, de expresarme así también, para mí, por mí; tal vez.
Es una imagen extraña, un cuadro extraño, que será la expresión de una lluvia de lágrimas de colores, del llanto de las estrellas en la noche, en el fondo negro, tenue, de una noche ausente de luz, cuajada de líneas que resbalan por el oscuro espacio, por el negro terciopelo de la sombras, como perlas de color que resbalasen suave, con la delicadeza de una música tranquila, delicada y quieta, que acompañase esos momentos en los que estás cuando eres necesitando. Líneas del rojo de amapolas, del verde de la hierbabuena, del amarillo de los girasoles. Línea a línea, perla a perla, iluminando la noche, salpicando el firmamento oscuro, coloreándolo, resaltando el bellísimo azabache. Y es que siempre haces que lluevan colores, en la noche, cuando estás, cuando me sonríes. Me haces crear de una forma que…
Lo haré. Lo pintaré. Debo hacerlo y lo haré.

16/4/10

Camuflaje

El teniente coronel es vanidoso. Le gusta representar. Es el típico militar con mucha mano izquierda que le gusta trepar y que llega lejos, muy lejos. Habla cuatro o cinco idiomas y es querido y admirado por sus superiores, y entre la gente de otras naciones cuando se reúnen los mandos de la OTAN.
Adopta una actitud muy falsa cuando está con los hombres, sobre todo o por encima de todo, delante de la tropa. Aumenta el número de tacos hasta límites fuera de lo normal en un afán de ser ¿duro?, ¿como ellos?, ¿accesible? Sin embargo discrimina un grado. Cuando manda lo hace con cierto desprecio, distancia, marcando las clases incluso a su subordinado directo, al que le hace bromas como que ya sabe quién le va a limpiar las botas la siguiente mañana, o le espeta: ¿Te quieres ganar un arresto? Le ordena que conduzca él, a pesar del desconocimiento del terreno y de llevar un profesional que lo conoce y que domina ese tipo de coches como nadie.
Su preocupación principal es que se ha olvidado la gorra en su coche, y por ello no para de inquirir si está allí o no, porque no vaya a llegar el GMOE y… Su otra preocupación es estar para la llegada de éste, y cuando alguien le hace ver que eso puede hacer que se retrase monta en cólera y habla ordenando con toda la mala leche posible, a pesar de que muchas de las pérdidas de tiempo que estamos teniendo han sido culpa suya, por afán de protagonismo, por afán de chulería, como el subir a un punto determinado por una zona de bancales y plantas que laceran como cuchillos, con taludes prácticamente inaccesibles o de muy difícil acceso. Le digo que hay un camino cerca para el Nissan, pero me contesta que si yo podré, con interrogante, o que me vaya en el coche porque cree que para mí será difícil… No soy un miembro de operaciones de especiales, es cierto, pero la montaña es mi marco… Comenzamos y se va quedando atrás. Mi amigo me dice que bajemos el ritmo no vaya a ser que…
Tras la visita del GMOE nos quedamos sin tecol. Comienza la fiesta, el espectáculo.
1ª noche.
Día intenso. Extremadamente fatigoso. Exceso de kilómetros, paredes altas, algún descenso… Cenando bajo los pinos. Comida triste recogida a salto de mata. A veces he tenido cosas peores, también mejores. Las circunstancias. Lo importante es el desarrollo del momento, la montaña, las dificultades, el estar con los mejores especialistas. Aprender de ellos y con ellos, solventar obstáculos y escuchar este mundo nuevo, inédito para mí, al menos en directo, pues sus batallas las he oído con un par de amigos de allí dentro, y de alto rango. Sin nombres. Absolutamente prohibido. La seguridad lo exige.
Hablo con un sargento primero. Una cazoleta de café amargo y un cigarrillo en las manos.
- Cuando estás en una situación real, mientras se planifica, se organiza y te preparas, no hay nada en la mente, como miedo personal o por mi familia. Todo eso queda al margen.
- ¿Por qué?
- Porque automatizas. Durante toda la vida te has estado preparando para eso. Has hecho esas cosas miles de veces, en las maniobras, y actúas como si fuera una más. Sólo cuando comienza, o bien saltas del helicóptero o bien bajas del camión o del coche, te planteas el hecho. Y este es: ¿Estoy preparado para esto? Hasta ahora me han pagado todos los meses para hacer esto y cuando se presenta me asaltan estas preguntas: ¿Daré la talla? ¿Mis hombres darán la talla?
- ¿Qué te preocupa más, la primera o la segunda?
- Buena pregunta. Se ríe. Me alegro de que me hagas esa pregunta -en un remedo de gracioso, como si fuese una entrevista de periodista a personaje-. Pero la pregunta se queda en el aire.
Me cuenta cuál era la situación real. Renuente al principio para después pasar a generalidades, aunque sin querer decirme cuál era el objetivo. Pero la confianza, el frío, la noche que une, el hecho de saber que escribo y que a mi lado está mi mejor amigo, jefe del grupo, desata la lengua. Hace una pausa y lo suelta.
- Se trataba de entrar de noche en un pueblo serbio, donde había algunas casas separadas unas de otras y donde se sospechaba que, en el granero de una de ellas, había armas escondidas. El objetivo es entrar sin ser vistos, hacer fotografías, sacar pruebas y presentarlas al mando para demostrar que ahí hay eso y cómo actúan los serbios. Sabemos que los serbios son duros y están locos. Sabemos que todos tienen un kálashnikov, y aunque son personas y nos respetan o nos temen como fuerzas de la KFOR, queda el peligro que, de noche, se levanten, te descubran y, por miedo o por lo que sea, disparen, que se les crucen los cables. Porque a las dos o las tres de la madrugada, ¿qué pueden pensar que somos?, ¿qué hacemos? Y ante eso, ¿cómo responderíamos? ¿Hasta dónde me está permitido? ¿Puedo disparar a muerte sin problemas, sin límites? ¿Responderé a lo que se espera de mí? Hace una pausa. Mis hombres son todos unos pavos…
- Pero, ¿no son voluntarios? ¿No son todos del GOE?
- Sí, pero no valen “pa ná”.
Se calla de nuevo. Creo que con un vino y mejores viandas contaría más, o tal vez no pueda o no quiere contar más.
2ª noche.
Otro día de infierno. Intenso y magnífico.
Volvemos en el jeep, de madrugada. La noche tirado en el monte, comiendo lo que se ha encontrado. Vueltas y revueltas en busca de un enemigo fantasma. Toda una odisea. Me recuesto dentro como puedo. Un soldado primero, y uno raso con un gorro del desierto sujeto por los laterales, hablan sobre mujeres. La típica conversación de hombres. No hay variación apenas. Es lo típico. El soldado raso habla muy fino. Parece de Madrid, de Valladolid o de algún sitio similar. Gira la conversación hacia las motos. De mal en peor. Uno de ellos, no recuerdo cuál, opina sobre el que se mató, que se joda, larga, se lo merecía. No sé a qué se refiere, no puedo centrarme en sus conversaciones, me matan. De nuevo a las mujeres. Uno de ellos vive con una, en una casa con jardín y gatos extraños. Ha matado a uno; abatido, dice. No puedo más. Cierro los oídos, pero nada. El primero se tumba y sigue hablando mientras se baja el gorro sobre los ojos, como para dormir. Me suena a película de la guerra de Irak. Qué vida. Qué conversaciones. Me gustaría conocer a la mujer que vive con el soldado primero para saber cómo puede aguantar semejante vida. Sus palabras clave, caótico, abatir y “niquelao”.Todo un diccionario unido a miles de tacos, risas sin sentido y conversaciones de impresión.
Llegamos. Me hago una especie de colchón con hojas de pino en un minihueco que previamente he hecho. Me meto en el saco. Hace un frío intenso. Dormiré poco pero tranquilo.
Mañana se acaba esto. Me marcho a mi mundo.
Una paella a la vuelta con un vino blanco. Mi amigo y yo. Recogemos mis cosas en el cuartel. Me regala ciertos elementos del ejército, material de primera para la montaña. Seguimos hablando. Me promete información, pero cuando salgamos por ahí.

15/4/10

El nacimiento de una revista literaria

Con el nacimiento de "Másliteratura", con un formato muy cuidado y muy agradable a la vista, culminó un proceso de más de un año, y vio la luz una revista que pretende acercar la palabra a través de internet, mediante el cuento, la poesía, reseñas de libros, análisis de escritores y temas variados, así como el acceso del escritor nóvel a la publicación y una guía de concursos, entre otras cosas a las personas interesadas en estos temas. Un proyecto de muchos escritores, de diversas partes del planeta, en lengua castellana, que surgió de Escritores club, del que han ido saliendo algunos y entrando otros.
Se puede acceder a ella a través de internet, en descarga libre desde el sitio y también se puede adquirir en papel.
Aquí, el enlace a la página web de la revista y el widget del número 1:
http://www.masliteratura.com/

Número 1:



11/4/10

Relatos de los días de lluvia muda y helada

Segundo relato.

Hablaba en el vacío.
Pasea, dando la espalda siempre, como un símbolo del paso del tiempo, materializando el hecho y la compleja tarea de rememoración. Observa cómo personas, con metros de papel en las manos, miden espacios vacíos; observa unas señales de tráfico, con extrañas palabras y extraños símbolos, que dirigen a lugares sin sentido. Un escultor, sentado, trata de sacar de la piedra, que golpea con un cincel, la palabra; la mira, le grita y le increpa. La piedra sigue muda, sólo muestra su cara, una cara que es piedra. Lo observa. Continúa. Hay un grupo de personas que dan vueltas alrededor de ellas mismas, en un escenario no previsto de tan sabido, de tan hecho y repetido, como un tiovivo perenne que nunca parase, eterno, cuyas figuras de cartón piedra muestran la apatía de la repetición constante. Las mira con ese aire sereno que la distingue. Y sigue. Levanta la cabeza. Mira al cielo y le pide... A su alrededor sólo hay silencio. Se para. Se sienta. Cuenta su historia. Una historia lejos de la banalidad que impone la inercia en el vivir, y su compulsividad. Una historia brillante y con destiempos, y a veces... en la búsqueda del Libro de la Vida. La historia es densa.
La atmósfera pesada, mefítica, con augurios de escenas incompletas, de días de niebla que no levanta, de caminos sin salida. Camina. Hay libros desparramados en el suelo. Libros antiguos, releídos, acumulados unos sobre otros en un intento de coherencia, pero sin ella. Libros incompletos, con páginas arrancadas a la espera, de que, ella, repare esa falta. Una Babel en el suelo. Y ella pasa. Mira. Llora. No son el Libro. No dicen nada. No son. Sólo desea palabras. Porque la ausencia y el desgarro siguen alimentando la memoria, obsesivamente, sin pausa, sin tiempo, sin tiento. Una catástrofe que tuvo lugar, o que no tuvo lugar. Nadie lo sabe, aunque todos creen saberlo. Y gritan y gritan ensordecedoramente. Pero sólo hay libros con páginas que faltan...
Quiere salir por las grietas de Destino ante la imposibilidad de oponerse. Siente que hay algo superior que decide, algo demiúrgico, que taladra con una lógica que se repite una y otra vez. Reversible, pero en la palabra. Por ello la busca. Busca el Libro fuera de esos libros con páginas arrancadas. Habla, pero habla en el vacío.

10/4/10

En lo infinito

Yo busco personas en este océano de gente. Y no encuentro, o encuentro pocas. Tal vez porque busco en el lugar inadecuado y entre lo inadecuado, tal vez, no lo sé, tal vez esté equivocado, pero me cuesta encontrarlas. Alguien me dijo recientemente que había perdido la fe en las personas, y no, no la he perdido, la tengo, lo que ocurre es que, tal vez también, ellas, han perdido la fe en mí. ¿Soy exigente? Quizá, pero creo que hay que serlo so pena de caer en la esterilidad, en la abulia de lo anormalmente normal, y morir de tedio ahí, en ese corral, habiendo montañas a las que subir, por las que vagar, en donde mirar y perderse para ser y saborear. Por eso la montaña, ese lugar que no te pertenece nunca, sino al que perteneces, donde estás preso del aire leve, donde, si sabes, si eres, si tienes, puedes encontrar la sustancia de los sueños. Ese lugar remoto, hermoso y vertical, donde no cabe la mezquindad de la gente, donde las piedras tienen siglos y te muestran el tiempo, donde las hojas te enseñan a morir con el esplendor y la ternura del color, con la cadencia de su movimiento al caer y, tras posarse, esperar inertes el suave cambio matérico; donde el aire te arropa en murmullos lentos de sonidos cálidos, en músicas de siempre; donde se es sincero con uno mismo y con los demás, so pena de perecer. Es suficiente querer estar en ella y proponérselo para sentir la Vida, porque la montaña, como dijo alguien, esconde el verdadero alpinismo, el más puro espíritu de aventura. La vida está en la montaña, es en ella, porque ahí, en su seno, se aprenden los valores esenciales. Yo vivo. Yo he sobrevivido. Quizá porque no he querido ni podido dejarme morir. Por eso, tú, tú que haces cosas bellas, tú que buscas la belleza, tú que sientes la vida, que la buscas, que la ansías, no tengas miedo de medirte con ella, no tengas miedo de medirte conmigo. En la penumbra, cuando apenas la luz es, cuando todo se apaga, allí arriba, cerca de los cielos, cerca de donde las cumbres besan las estrellas, donde aún hay nieve, donde todo puede ser, atisbo esa presencia, tan distinta a las presencias que se mueven entre las sombras, de abajo, movidas por las mareas, como amebas gigantescas, apenas vistas por transparentes, apenas oídas por silenciosas; apenas nadas en la nada de esta vida no vivida por la que pasan. Y es que el mundo está lleno de inválidos de alma y cuerpo, como decía Baudelaire. Pero era un maldito. ¿Quién lo escucha? Oímos pero no escuchamos. Todos somos sabios de todo. Sabemos de todo. Los que más sabemos. Nos permitimos el lujo de aconsejar. Los perfectos consejeros. Los dioses de la nada. Pero somos incapaces de mirarnos dentro y ver nuestras miserias, nuestras vidas maltrechas, nuestras existencias tiradas, desperdiciadas. No queremos subir arriba; demasiado esfuerzo. Y desde abajo, sin conocer el camino, sin tan siquiera intuirlo, lanzamos gritos sobre cómo hacerlo. Y ahí nos quedamos, esperando que los demás se queden con nosotros, en el valle de las sombras, en la sima de los llantos. Triste consuelo para desesperados. Cuantos más seamos menos mal nos sentiremos, nos decimos, nos convencemos. Aire, para respirar; silencio para comprender, luz para mirar, color para vivir. La montaña lo es todo. La montaña es la vida. Arriba soy yo.
Un hauki para terminar, surgido arriba, bajo el manto de estrellas, arropado por el frío, a la luz de una lámpara de gas, y con una taza de café caliente en las manos. Donde todo es silencio. Donde todo respira vida.
Larga es la noche
revestida de ausencias.
Sólo el silencio.

2/4/10

La vida


Y siempre intento escribir cosas bonitas; incluso las tristes intento vestirlas, en la mayoría de los casos, y adornarlas, sacarlas de su espacio, iluminarlas para hacerlas agradables, para provocar sonrisas francas y eliminar melancolías. Pero dentro… dentro es otra cosa, en ocasiones. Y Dios, cuánto cuesta la vida, a veces; cómo duele, cómo amarga. Y a pesar de todo la vivo, o lo intento, con todas mis fuerzas, con todas mis ansias, buscando la esencia, buscando la belleza en todas sus formas, viviendo. Y busco, y sonrío, y sigo.