28/2/11

Allegro ma non troppo

Dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana, Albert Einstein
Carlo M. Cipolla, el gran historiador italiano, me resulta cercano por mi formación, pero en esta ocasión -no podía ser de otra forma- lo traigo aquí por razones que nada tienen que ver con la Historia.
De él, ahora, me interesa exponer su famosa Teoría de la estupidez. ¿Las razones? Quien haya estado vagando por aquí seguramente podrá entenderlas; quien no, probablemente echando un vistazo a su alrededor las encuentre.
Es un tema que, tras leer a Ortega, Borges y tantos otros, pero quizá la relectura de estos últimos en algún aspecto muy concreto, me llevó a repensar al respecto de la estupidez humana. ¿Y qué mejor que traer a la luz de esta página la magnífica Teoría de la estupidez, de Cipolla? La intelegencia sonreirá e inclinará la cabeza, la estupidez seguro que estirará el cuello con desdén.
Pues aquí está:

Tengo la firme convicción, avalada por años de observación y experimentación, de que los hombres no son iguales, de que algunos son estúpidos y otros no lo son.
Como ocurre con todas las criaturas humanas, también los estúpidos influyen sobre otras personas con intensidad muy diferente. Algunos estúpidos causan normalmente perjuicios limitados, pero hay otros que llegan a ocasionar daños terribles, no ya a uno o dos individuos, sino a comunidades o sociedades enteras. La capacidad de hacer daño que tiene una persona estúpida depende de dos factores principales: del factor genético y del grado de poder o autoridad que ocupa en la sociedad.
Nos queda aún por explicar y entender qué es lo que basicamente vuelve peligrosa a una persona estúpida; en otras palabras en qué consiste el poder de la estupidez. Esencialmente, los estúpidos son peligrosos y funestos porque a las personas razonables les resulta dificil imaginar y entender un comportamiento estúpido.
Una persona inteligente puede entender la lógica del malvado. Las acciones de un malvado siguen un modelo de racionalidad: racionalidad perversa, si se quiere, pero al fin y al cabo racionalidad. El malvado quiere añadir un "más" a su cuenta. Puesto que no es suficientemente inteligente como para imaginar métodos con que obtener un "más" para sí, procurando también al mismo tiempo un "más" para los demás, deberá obtener su "más" causando un "menos" a su prójimo.
Desde luego, esto no es justo, pero es racional, y si es racional uno puede preveerlo. Con una persona estúpida todo esto es absolutamente imposible. Una criatura estúpida os perseguirá sin razón, sin un plan preciso, en los momentos y lugares más improbables y más impensables. No existe modo alguno racional de prever si, cuándo, cómo, y por qué, una criatura estúpida llevará a cabo su ataque. Frente a un individuo estúpido, uno está completamente desarmado.
Puesto que las acciones de una persona estúpida no se ajustan a las reglas de la racionalidad, de ello se deriva que: generalmente el ataque nos coge por sorpresa incluso cuando se tiene conocimiento del ataque no es posible organizar una defensa racional, porque el ataque, en sí mismo carece de cualquier tipo de estructura racional.
El hecho de que la actividad y los movimientos de una criatura estúpida sean absolutamente erráticos e irracionales no sólo hace problemática la defensa, sino que hace extremadamente difícil cualquier contraataque.
Hay que tener en cuenta también otra circunstancia. La persona inteligente sabe que es inteligente. El malvado es consciente de que es malvado. El incauto está penosamente imbuido del sentido de su propia candidez.
Al contrario de todos estos personajes, el estúpido no sabe que es estúpido. Esto contribuye poderosamente a dar mayor fuerza, incidencia y eficacia a su acción devastadora.
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida y el trabajo, hacerte perder dinero, tiempo, buen humor, apetito, productividad, y todo esto sin malicia, sin remordimientos y sin razón. Estúpidamente.
No hay que asombrarse de que las personas incautas, generalmente no reconozcan la peligrosidad de las personas estúpidas. El hecho no representa sino una manifestación más de su falta de previsión. Pero lo que resulta verdaderamente sorprendente es que tampoco las personas inteligentes ni las malvadas consiguen muchas veces reconocer el poder devastador y destructor de la estupidez. Generalmente, se tiende incluso a creer que una persona estúpida sólo se hace daño a sí misma, pero esto significa que se está confundiendo la estupidez con la candidez.
Sería un grave error creer que el número de estúpidos es más elevado en una sociedad en decadencia que en una sociedad en ascenso. Ambas se ven aquejadas por el mismo porcentaje de estúpidos. La diferencia entre ambas sociedades reside en el hecho de que en la sociedad en declive los miembros estúpidos de la sociedad se vuelven más activos por la actuación permisiva de los otros miembros.
Un pais en ascenso tiene también un porcentaje insolitamente alto de individuos inteligentes que procuran tener controlada a la fracción de los estúpidos, y que, al mismo tiempo, producen para ellos mismos y para los otros miembros de la comunidad ganancias suficientes como para que el progreso sea un hecho.
En un país en decadencia, el porcentaje de individuos estúpidos sigue siendo igual; sin embargo, en el resto de la población se observa, sobre todo entre los individuos que están en el poder, una alarmante proliferación de malvados con un elevado porcentaje de estupidez y, entre los que no están en el poder, un igualmente alarmante crecimiento del número de los incautos.

Carlo M. Cipolla

22/2/11

Nuestros silencios

Nuestros silencios. Del escultor mexicano Rivelino. Roma 2010
Llovían palabras ausentes, vacías, sin sentido, sin sonido alguno que les diera, al menos, apariencia; caían lánguidas, envueltas en pompas de vapor de agua que, al golpear el suelo, se transformaban, ausentes de sonido, en perlas brillantes.
Véndeme palabras, me dicen. Yo les venderé silencios, y más caros.

12/2/11

En la ciudad de los muertos

Les gustaría meterte en un sepulcro y apartarte, obligarte a deambular en la ciudad de los muertos, salvo que aceptases ser como ellos, sumido en la estupidez general, rancio, soez, malpensante y maledicente. Y es que están podridos por dentro.
Si les das la mano no sólo te exigen el brazo sino que te la muerden y piensan desde su pútrido interior que quieres algo. Son así de tristes y de indecentes. Pero si no se la tiendes... Si sonríes suponen que eres taimado, que escondes algo, que buscas algo. Son así de retorcidos y desalmados. Pero si no lo haces... Hagas lo que hagas estás cautivo, perdido. Por eso siempre prefieren a los drogados y a los vendidos, a los como ellos o parecidos, antes que la verdad y la naturalidad, antes que a los distintos.
Y qué difícil es andar entre la gente. Qué difícil y qué cansancio produce. Dan ganas de abandonar, de convertirte en un autómata vital, invisible, vulgar; realizar un horario y no hablar, ni sonreír, ni tan siquiera mirar.
O eres un vampiro de mirada pérfida, lengua viperina y alma pútrida o tratarán de enterrarte vivo, en un sepulcro, en la ciudad de los muertos, y ahí deambular; porque los muertos no necesitan más. Los vampiros, en cambio, sí, la sangre de los demás; para ellos es vital.