14/3/08

La demencia de lo intrascendente

Muchas veces, cuando echamos la mirada atrás no encontramos sino rastros perdidos de lo que recordamos, cristales deformados de lo que fue y que no son sino eso, meros recuerdos transformados en una especie de alquimia que nos permite maquillarlos en función de la necesidad de ese momento.
La vida no es sino un juego de miradas perdidas hacia atrás y hacia delante en busca de algo que no sabemos muy bien qué es pero que necesitamos. Deshojamos los recuerdos, a veces, con una impudicia digna de lástima, y nos negamos la realidad en base a ellos. De ahí los errores. Pintamos de colores las formas de lo que fue y transformamos los hechos en símbolos inadecuados. De ahí los tropiezos. Visualizamos el futuro en función de lo pasado retransformado. De ahí las equivocaciones en la elección del camino.
Las ventanas se nos abren y les ponemos celosías para tamizar los rayos de luz que entran por ellas. Nos negamos el espectáculo luminoso de la vida por apreciar lo aparente, dejando de lado lo que de verdad importa. Somos así de intrascendentes. Queremos ser sutiles y no somos sino superficiales.
Dejamos que lo inútil se aposente en nuestras almas a cambio de algo que en realidad no es nada, pero a lo que le damos el marchamo de lo importante. Y es que somos así de necios.
Preferimos mirar el cemento de las aceras por no desviar la mirada hacia un lado y deleitarnos con la aparente intrascendencia de unas pequeñas flores de colores vistosos que se nos muestran en su maravillosa belleza, al lado, en los parterres.
Queremos ser y no somos, porque nos comportamos como ciegos en un mundo de luz y belleza que somos incapaces de apreciar porque estamos como alucinados y nos negamos.
El pasado es sólo eso, pasado. El futuro no es más que eso, futuro. Pasado, presente y futuro, no son sino hojas de un mismo tiempo que ha de ser mirado como lo que es, sólo tiempo, pero tiempo disfrutado, por vivido y por sentido. Pero nos negamos.

10/3/08

A vueltas con algunas cosas sueltas.

A veces rechazamos la flor que lleva espinas. ¿La rosa es bella por rosa o por ser flor? Es una flor realmente hermosa. ¿Importa lo demás? Con espinas, como debe ser. No hay nada que no las lleve. La vida es así. Para hacerte sangrar. El terciopelo por sí solo no deja sino mirar, pero tampoco deja apreciar más allá de ciertas cosas. Se necesita el dolor, a veces, para sentir, para llegar a apreciar. Pero nos negamos a ello sin tan siquiera mirar o saber las razones que expliquen el por qué. Nos negamos a ver. Somos ciegos en un mundo de ciegos y nos negamos la luz. Sangre para sentir, sangre para vivir. El quejío posee duende y... La belleza, a veces, tiene eso. Pero esta flor es realmente hermosa. Por necesidad, por piedad o por impiedad. ¿Quién sabe? No importa. Lo importante, solo, es que es hermosa. No hay más.

La desesperanza es el peor camino para la razón.

El sueño sólo aplaza, y en un tiempo que no es.

1/3/08

El suave influjo de la Luna

Cuando te adormeces bajo el suave influjo de la Luna, y en la lucha que mantenemos dejas caer esa gota que hace que me llegue tu sueño, como si esa gota salina cayese a un vaso de agua eterna, elevándose con cadencia hacia arriba para volver a caer y romper las ondas que se propagan por la superficie, entonces es cuando soy. Y es por eso que la noche es brillante y tu piel me viste de terciopelo negro cuando sigues el camino y no te dejas desviar por las simples apariencias. Y eres entones. Sólo entonces. No hay más.
El beso suave de la noche llena la tristeza que traspasa el alma y abre las puertas de los sentidos como el agua que desliza por tus dedos cuando te mesas los cabellos mojados bajo la lluvia. Me enseñas a base de sorpresas. De acuerdo. No hay problema. Te escucho y sé que cual es el camino. Nada que pueda sorprenderme fuera de ti. En ésta, la noche brillante, en la que cruzamos la frontera de lo imposible, tan sólo puedo decir cosas como que tu camino es el verdadero. La vida fluye en ti, a través de ti, si la dejas, y me convierto en acólito de esa religión que refulge y quiero vestirme con tus vestidos y coronar la cima de tus deseos. Siento que la verdad está ahí, por eso después de abrir la puerta no hay ruidos y sólo la música me indica el camino que debo seguir con una cadencia apenas perceptible pero que me hace sentir como una mantis que se acerca vestida de verde turquesa enseñando cómo. Y me dejo. De acuerdo. Si tu camino es el que se debe recorrer lo haré vestido con tu piel terciopelo y que la melodía del halo lunar me recorra el espinazo dibujando mi cuerpo en ondas que no pararé. Vestido de ti haré de esta noche una noche infinita, una noche brillante. Y tú refulgirás en mí. Te coronaré con la más preciada gema que nunca haya podido existir. Negra tal vez como el terciopelo. Azabache. Y la muerte será ese final hermoso del que no querremos salir para no despertar y poder morir así. De una forma brillante.
Cuando te adormeces bajo el suave influjo de la luna y dejas caer esa gota, todo es posible, todo es radiante, todo es brillante, como la noche. Sólo un problema. La Luna a veces no sale de noche. Se oculta. Como esta noche. Cuando miras y esperas verla pero se niega a tu vista y no se deja. Es la mentira la que duele. Es cuando se eclipsa. Y entonces, sólo entonces, ves que todo no es sino negro, pero el otro negro. Y la noche brillante se apaga, y sólo deja cadáveres yertos y un triste lamento. No hay nada peor que la ocultación y la media verdad, que la utilización, para apagar el brillo de las cosas que son. Extraña verdad. La verdad de la vida no tiene sino el fin de mostrar el final. De acuerdo. No hay problema. Te escucho aunque no me hablas. En la ocultación se leer. No soy un necio. Aun adormecido bajo el suave influjo de la Luna, veo.