16/11/12

Estribaciones


Rosas silvestres y escarabajo. Vincent van Gogh
 
En la espiral infinita de un mundo hecho de palabras o en el laberinto borgiano del eco de una rosa, en la mirada acuosa de un mar de lagrimas derramadas por los ojos de un borracho o en la matriz de un poema jamás escrito. Perdido. Pero, ¿y si la vida no es sino un trampantojo? No sé si quiero dormir o velar en este corredor de la muerte donde se usa la estupidez como escudo.
¿Alguna vez llegaste a oír el vuelo de una libélula en verano cuando, tumbado sobre la hierba, después de bañarte en las aguas del río, sentías la calidez de un sol que atravesaba tímido las ramas de los árboles acariciándote? El pecho subiendo y bajando al compás del deleite, con una sensación como después nunca, la respiración casi ausente, los ojos cerrados, las gotas resbalando la piel, y el silencio apenas roto por las cigarras. Había como una pesadez en el aire, como una red invisible por encima que todo lo cubría, invitando al desmayo. En aquellos alrededores, todo, absolutamente todo, invitaba  a perderse en el goce, como si todo fuese nada, como si solo hubiese silencio, como si solo fuésemos alma.
¿Y si Dios fuese un escarabajo condenado a vagar eternamente empujando su obra con sus patas traseras, siempre mirando al suelo, siempre mirando hacia atrás?
 
 
 

 

 

13/11/12

Una flor de otro tiempo

Camila Salinas. Bodegón, Vanitas.
 
Por tantas razones el llanto. Y hoy es hoy y es tanto. Mi nombre no nombrado, alejado. Es otro tiempo fuera de espacios andados.
No hay nada más fértil para el alma que un paisaje infinito, yermo y desolado. ¿Qué hay más allá del vacío, de la nada, entre los ropajes de la necedad, de la oscura sensación de nada en sí?
Ya nada es como era, en casi ningún aspecto. Ni las palabras apenas, puro ejercicio estilístico con ínfulas de algo, pura banalidad, pura vacuidad, pura vanidad.
No siempre la mirada al pasado debería llevarnos al desasosiego, aunque a veces, por razones que se nos escapan y que son más profundas de lo que podemos imaginar, además de ignotas, nos hace estremecer. Es en esos momentos que la dirijo a la tibieza de aquellos ojos, a la primera. Necesitamos la franqueza para reconocernos y, en ese aspecto, yo nunca me engañé, aunque por necesidad, a veces también, le puse un velo de ausencia para sobrevivir.
Siempre, solo, hubo una. Y la muerte, tan contumaz como esclava, aparece a golpes, aun sabida, y se te clava y se te hunde.
Alrededor de la dulzura viví momentos excelsos, y todos, al margen de en los márgenes, con ella. Miradas y tactos, palabras. Ahora miro fuera de ella y es como si viese la vida apoyado en el alféizar de una entreabierta ventana y observase el erial de un cementerio de mí delante, plagado de cruces, algunas vencidas, desvencijadas otras, escuchando el horrible  graznido de un cuervo escarbando en la tierra en busca de lombriz o alguna defecación.
El humo elevándose, de un cigarrillo que pende entre los dedos de la mano, en volutas deformes que enmarcan su rostro y lo conforman más allá de la necesidad, casi hasta el éxtasis, con la sonrisa siempre en una boca que me fijaba como una serpiente cuyo veneno deseaba sentir bajo la piel, recorriéndome las venas, ahogando mi alma. El sabor de un beso tras otro, siempre dentro, en ella, en mí, en nosotros. Era pasión sentir los labios, acariciarlos, incluso en los lugares, en los tiempos, en que Dios no se sentía a gusto. ¿Los hay algunos? Era esencia de tacto y de más. Y lo buscábamos. Nos gustaba sentirnos. Nos gustaba gustarnos. Morir ahí dentro. Comulgarnos. ¿A qué saben los labios? Los suyos eran a mirra y a incienso, a viento y a mar, a silencio. Me bebía su aliento temprano de tabaco rubio y de saliva y de deseo. Hermoso atanor la boca donde se bebe el brebaje vital del que nos alimentamos como posesos, ansioso del otro hasta los días de la calamidad, cuando el sonido de las trompetas anunciaron la llegada de los últimos días, cuando una estrella ardiente secó todas las fuentes donde habíamos bebido con la delectación propia de la inconsciencia, de la ingenuidad, del desconocimiento. Nunca nada fue tan hermoso como aquella risa en la que mecí una vida, como aquella espiral de pétalos que envolvieron de aroma los años más hermosos de todo tiempo, donde todo era comienzo y el final solo entelequia, mera apariencia, inexistente si no era para despertar  y comenzar de nuevo. Nunca una risa dibujó líneas más livianas, más perfectas sobre piel alguna. Y jamás palabra de ninguna boca evocó pasiones como la que en mí hubo. Solo ella y hacia ella. Todo, ella era todo. Solo ella y desde ella. Universo.
El tiempo te hace claudicar. Mirar hacia fuera como hacia el pasado, y no encontrar. Observar las gotas de una lluvia que se desgana sobre la tierra, una a una, despacio -con cierta calidez si fuere posible, me atrevería a afirmar, si no fuese porque, fuera, hace frío-, mojando la tierra, manchando las blancas paredes de un gris casi desaparecido, invita a la ausencia, al ensimismamiento, a la huida a los paraísos perdidos.
Es un otoño hermoso este en que me hallo, preñado de amarillos y de rojos, de ida entre las hojas, de llanto quedo por aquello ido de hace tanto que ya un manto blanco comienza a cubrir los espacios donde soy. Y ella es muerta y yo aún estoy.
 

9/11/12

La Belleza


Iván Loubennikov. Fe, esperanza, amor.
La belleza es un barco frágil con el que puedes quedar varado en cualquier perdida playa, con el que se puede encallar en un olvidado arrecife, o al que una leve brisa puede dejar al pairo. Su búsqueda, sin embargo, es lo único por lo que merece la pena luchar hoy en día, por lo que merece la pena vivir, por lo que merece la pena morir.

4/11/12

Humores

Humores. Pergamino medieval
 
La diversidad de humores es tan grande como el número de pelos que pueblan nuestro cuerpo. Por eso, el mar, amigo. Mirar cómo se ensancha, cómo se abre.
Los pelos de nuestro cuerpo huelen por el sudor que emana de la piel en que se anclan, y lo hacen en mayor o menor medida en función de los lugares que cubre dicha piel. Hay espacios con unos matices más amplios que otros, dado el sitio, el número de poros, la cantidad, su tamaño, la distancia entre ellos, su acceso a la luz, al aire y tantos otros factores como deseemos tener en cuenta. Hay veces que, al abrir los ojos, tras inspirar por medio de nuestras fosas nasales, se desencadena el Apocalipsis. Y has de saber que Dios ha de juzgarlo todo, aun lo oculto, y toda acción, sea buena o mala, como dice el Eclesiastés. Y todo olor, añado yo de mi magín. O debería.
La gradación, de humores y de olores, la hacemos en función de nuestra genética olfativa e intelectual. Depende de cada uno, con posterioridad, qué aspecto desarrollamos más o menos, cuál nos interesa más o menos. Sólo apuntar que las ratas no se enamoran, y no sé si el olor es un elemento esencial en ello. El que pueda oír que oíga. Factores culturales, de higiene añadida, de vagancia, de economía (porque, el dinero no es que atraiga dinero, es que gana dinero, y este...). No se debería olvidar a los Fugger, más en una situación como la actual. Nunca se debe mirar atrás, jamás; jamás hay que girar la cabeza, porque no debes convertirte en un barco varado en tu propia historia.
Y esto ocurre desde la cabeza, la zona más común en cuanto a pilosidad se refiere, psando por la barba en los hombres ( y en algunas mujeres, hay que decirlo), hasta llegar a los lugares más peligroso e íntimos, las axilas y el sexo, también los alrededores del ano, en algunos/as, y a partir de cierta edad en muchos. Y el pecho, lugar de aisento de hebras en ellos, a veces bosques, y en ellas, algunas, de suaves tiras ancladas en los alrededores de los pezones. Mirar el mar, siempre, su infinitud, desatar los cabos que te anclan a tierra y zarpar. Navegar hacia delante. Creer en uno mismo y recrearse en la tranquilidad. Predicar la libertad y la desobediencia.
No hay más, sobre nada, nada más.