18/1/13

Insurrección



Hay momentos en los que lo que lo único que se debe hacer, lo único que cabe, lo único que queda es la insurrección, contra todos, contra todo, contra uno mismo; generar el kaos y comenzar de nuevo, desde cero, desde abajo, producir un nuevo principio, un nuevo comienzo.
Nunca me gustó Miguel Ríos, ese “padre” del rock español, pero el otro día, en el coche, escuchando la radio, una canción me reconcilió con él - aunque sigo sin comprender esa manía suya del seseo, que hace unas veces y otras no; nunca lo entendí, aunque imagino que debe ser porque en su época quedaba bien sesear, si eras del Sur o querías mostrar tus orígenes -, incluso descubrí que tenía una bonita voz y que cantaba bien. Tal vez fuese la letra de la canción (sublime, por cierto), de Manolo García, que la cantaba con este, o que me recordó mis tiempos de Granada, y estos eran los Tiempos.
Y tras esta digresión, solo eso, Insurrección. 

9/1/13

al. 4

Por mucho que huyas, por más que te escondas, aun en la niebla - y aunque esta todo lo envuelve, también seca y enloquece-, jamás tendrás un segundo de descanso. Y lo malo no es ese tiempo, ese estado, ese espacio, lo peor es que la ira de Dios siempre te encontrará, incluso en ella, y hará que purgues tus pecados, que penes eternamente por ellos como un desquiciado.

3/1/13

Comienzos

El Comienzo. Virginia Palomeque
 
Podría empezar por “Aquel día fue largo y lluvioso, plomizo como el color de un agua que no paraba de caer, diluvio eterno castigo de unos dioses inclementes”; o quizás así: “Olía a sangre…”, o “Amaneció tarde, como siempre o casi siempre, cuando ya era mediodía o estaba a punto de serlo, y sin embargo parecía medianoche”. Podría ser de esta otra manera: “Hoy no es ayer -y sin embargo lo parece- y esto lo empecé hace tiempo, tanto que ya ni sé, ni recuerdo”. Podría empezar por algo así como “Era una tarde seca cuando abrió la puerta, la sintió como si la hubiese estado esperando una eternidad y ya fuese tarde para todo”; o, “Se sentó aquella noche, la última noche, esperando el amanecer, como se sentaba cada una de ellas, desde que recordaba, a eso de las once”. Otro sería “Cada sábado cogía una silla y se sentaba, con una vaso que rellenaba mil veces con tequila barato, en la terraza, y miraba las ventanas de enfrente, para observar quizás, con cierta envidia mezclada con desdén, a esas parejas que se sentaban y miraban el televisor, esperando que amaneciese un nuevo día, de un nuevo año, de una nueva vida que nunca venía”.
Tantos podría, tantas posibilidades de comenzar a contar. Tantas. Hay mil comienzos, mejores, peores, pero en cada uno de ellos está siempre el deseo de atrapar el alma del que comienza a adentrarse en las letras que se escurren de la tinta al papel. Por eso, siempre pienso, lo mejor es dejarlo ahí, en un sencillo y brillante comienzo. El resto, que sea de cada uno, y el final solo de los dioses.