9/9/22

Burdeles mentales

  

       Hombre del clavel. Van Eyck 


Había claveles por todas partes, en los balcones, al sol inclemente del estío, que se regaban cuando caía la tarde, y en los arriates del patio; claveles chinos de color amarillo, y comunes también, aunque abundaban los primeros; alguna maceta de clavel turco. Esparcían un olor brillante y vívido, como a clavo, que lo impregnaba todo, tan sugerente, tan feliz. 

La luz intensa del verano siempre me ha traído esa fragancia y la nostalgia de la infancia. Solo es un recuerdo, primario, que aparece de golpe, a veces, como un fantasma,  asaltándome, haciendo más imposible, si cabe, mi estadía vital.

Ahora vivo en la necesidad de profetas, de profecías, del Profeta. La necesidad de leerlas, de escucharlas, de adaptarlas, de crearlas. ¿Y al final? Vacíos llenos de nada, burdeles mentales. Incluso yo fui profeta una noche, uno de ellos. Pero el Profeta no dice nunca profecías, siempre anda callado, ensimismado, huido de sí mismo, sabedor de un destino desterrado, sabedor de que es equivocado, fracasado, un renegado de sí. Nunca escuchado. El resto sí. Y tras ellos legiones de acólitos poseídos por la sed de vacío o del vacío. Gente que huye del silencio y solo escucha a quien habla de nada, que solo habla. Ruido ensordecedor. Ruido.

Esa necesidad que tiene el ser humano de ser amado, de obtener amor. Ese es el gran conflicto. Y si Dios es inseguro, el hombre, un despojo de su pensamiento que arrastra sus miserias por el barro...

No sé si sé atarme los zapatos, pero sé que es lo que tengo que hacer, ahora, aquí, acuclillado, mirando los dedos que sujetan los cordones mientras esos pensamientos atosigan mi ser.