28/2/10

La Roma de Caravaggio

Algo vertiginoso, aprovechando las horas, los días, los tiempos. Caravaggio y Roma. Un viaje rápido, sólo un par de días. Una de mis ciudades preferidas, por tantas cosas, y uno de mis pintores favoritos, también por tantas cosas. Me gusta pasear esa ciudad, entre tanta gente, a solas, o brevemente acompañado. Me gusta más así, la saboreo mejor. La miro con más tranquilidad. Me gusta mirar las personas, las de carne y hueso, como hacía el pintor. Por eso me fui a la Stazione Termini, y me senté un rato allí, en la inmensidad de su hall, para verlas, esas personas romanas, que andan de un lado a otro, entrando y saliendo de la ciudad por esa boca que engulle todo. Después a la Scuderia del Quirinale, en la Via Maggio, para degustar a uno de los más grandes.
Caravaggio es inmenso. Atrae por muchas cosas, porque se ve que vida y obra están intrínsecamente conectadas; porque vivió como a todos nos gustaría vivir, o como a la mayoría, pero que casi nadie se atreve a hacerlo, y él si lo hizo; porque fue un espíritu libre, absolutamente creativo, y eso es obvio, pero sobre todo porque no se sometió a las leyes de su tiempo; porque era una persona, un genio siempre en conflicto y siempre desesperado; por su descarado e irreverente realismo, inesperado, audaz, contra la época. Usó siempre modelos reales, personas reales que buscaba en la sórdida Roma, en la baja, en la de verdad. Esa ya es una gran novedad, como lo fue el apartarse de la luz universal para entrar en la luz cotidiana y dramática. Y ello sólo era posible si se había visto, si se había vivido. Por otra parte, Caravaggio, aunque pinta esa realidad que está en las profundidades de la ciudad, con su luz real, tal y como es, parece que hubiesen sido vistos en un espejo, como suspendido dentro de él, como una verdad excesiva, como muerto, y eso se nota en sus pieles cenicientas. Hay cierta distancia entre esos personajes y nosotros.
Me gustó, especialmente, quizá por tan vista, pero sobre todo por el tema -uno de mis preferidos en la pintura universal-, su Judith y Olofernes, con una Judith que tomó como modelo, sin duda, a una prostituta. Una mujer seductora y erótica, pero también piadosa y destructora. Un cuadro que representa el momento más dramático y cruel, cuando secciona.
Me gustan sus puttos, el dormido, el vencedor. Las composiciones geométricas, de la Anunciación, de la Cena de Emaús, sus San Juan Bautista, su bodegón.
Me encanta Caravaggio. Y me gustó la sencillez de la exposición, como la han montado. Pocos y escogidos cuadros, y los autentificados. Casi minimalista. Perfecta.
Después más Roma. Cenar en una pequeña trattoría cerca del Foro Palatino. Buenos recuerdos. Y para terminar un espresso (tan sublime), cerca de la escalinata de la Plaza de España. Y allí, turistas, miles de turistas. Son las paradas de Roma, donde todos se detienen. Donde la gente se siente como en las películas, y se fotografía para inmortalizar el hecho. Yo estuve allí, en la escalinata, dicen mostrando la foto. Fotografías de un momento romano, de un emblema, otro de tantos. Y muchos romanos, a la caza de algo, tan aparentes y tan huecos; esa forma de ser tan romana, tan italiana. Mil imágenes. Mil personas. Mil miradas. Y entre ellas la mía, en unas pocas horas. Roma siempre será Roma. Muy especial.

26/2/10

Importancias

Cuanto más se lleva a la montaña más nos devuelve ella. Entonces, ¿por qué no nos toca las entrañas el acomodamiento? Deberíamos, siempre, hacer un análisis, aunque fuese somero, de nuestra realidad. Para la mayoría, que suele pensar que tiene una vida placentera, la estrategia más habitual es el olvido y la ignorancia. Su dogma es el mantenimiento de su estatus, su simple estar, y la distracción en la simplez como huida. No cambiar para que nada cambie. Nos conformamos ahí, en la nada, en la abulia.
Parece, a veces, que nos tomamos el existir a broma, y necesitamos de la desgracia, de la tragedia, para convertirla en un asunto serio. Y es que nuestro espíritu es demasiado inseguro para detectar lo que pasa, lo que siente, lo que quiere; para detectar la verdad, lo que de verdad importa.
Decía Ortega que “yo soy yo y mis circunstancias, y si no las salvo me pierdo con ellas”. Hoy, ahora, lo que cada uno piensa, lo que cada uno siente, lo que cada uno percibe, termina siendo nuestro mundo. No hay más. No hay más realidad que nuestra única y exclusiva experiencia de la realidad. Y en ella o para salir de ella o para estar en ella, nos valemos, en la mayoría de las ocasiones, de la nada, de la repetición de hechos simples que no quiebren esa vulgar apatía. ¿Por qué sufrir una vida de búsqueda si nos podemos inventar otra en la que no ocurre nada, en la que hay vacío que no incomoda? Pero esa no es la realidad, ni es la vida. No queremos afrontarla, vivirla con toda su intensidad, con todo lo que tiene, con sus luces y sus sombras, con sus alegrías y sus tristezas, con su placer y su sufrimiento, con lo que nos da, salvando, modificando esas circunstancias, luchando por lo que merece la pena luchar, removiéndonos las entrañas, lo que no merece la pena, analizando la realidad, sintiendo la vida como lo que es, un regalo; intentando modificar esas circunstancias para evitar sus sombras, para conocer, para recrearnos en la belleza, buscando, conociendo, creciendo, viviendo, evitando el acomodamiento, analizando nuestra realidad y las circunstancias que la rodean, eliminando así, sabiendo, esos hechos y actitudes que las provocan. Cuanto más llevemos a la montaña más nos devolverá ella. Cuanto más le demos a la vida más nos devolverá ella. Cuanto más obsequiemos a los demás más nos devolverán (algunos, también es verdad). Si sabemos mirar nos encontraremos, encontraremos, obtendremos. Tal vez así seremos un poco más felices. Pero, ¿quién mira de verdad?, y ¿quién se mira de verdad, a conciencia, con conciencia? La felicidad está en las pequeñas cosas, en los pequeños momentos, en las miradas, en los colores, en los olores, en la suavidad de las cosas. Ahí y no en el mundo ideal, en la búsqueda de la Felicidad. Y desde luego, donde no está es en el vacío, en la nada, en la superficialidad, en la mediocridad, en la huida.

25/2/10

En la levedad de la noche

Fotografía de Sofía Serra Giráldez.
http://sofiaserragiraldez.blogspot.com


Y son frías las noches cuando te oigo como un lamento, y lo siento dentro. Y sabes, ahora, que sintiendo, incluso queriendo, así no puedo estarte, por más que el viento arrastre los nombres; porque no eres.
Y hay sentimientos que son derrotas, mojadas de aguas que no son lluvia.
Y, a veces, algunas veces, todo es noche, noche sin noche, noche de nadas, noche de nadie, vacío de ausencias, de rotas palabras, de ríos de pena.
El agua se derramó en frías cuencas, en tristes cantos, en heladas palabras.
Y, a veces, el recuerdo hiere como amenaza que se adentra, que no decrece, y aun así delicado o quizá por eso, y te seduce, y lo ocultas y lo tapas, y buscas paños para esas sedas. Cierras los ojos y a veces sueñas.
Como demonios sangrando, sedientos de almas, rumores de alas cortan el aire en la noche larga. Negros presagios de vida amarga. Y ya no hay día. Y ya no hay nada.

23/2/10

Me gusta

Me gusta mi perro, porque me gustan los perros, pero éste más, porque es mío, porque no ladra, porque sólo te mira con sus ojos marrones, agradecido, y te sigue a todas partes. Parece triste, pero no lo es. Blanco y canela. Me gusta la montaña, subirla, estar en ella. Porque te da lo que ninguna otra cosa puede hacerlo, y porque allí arriba se está a salvo de las mezquindades de las personas, porque allí nadie puede serlo, porque si lo eres estás muerto, o solo y muerto; me gusta porque ella saca lo mejor de uno, y te prueba tus límites, y te incita a que los superes, a que te conozcas, pero de una forma seria, de verdad; me gusta porque supone un esfuerzo; me gusta por la belleza que te regala. Me gusta mirar las estrellas tumbado sobre la tierra, arriba, en la montaña, oyendo el crepitar del fuego, y tumbado en la arena de una playa, solo, o acompañado de alguien que eso lo entienda y aprecie y admire esa belleza; y esperar que pase una estrella fugaz y pedirle un deseo; y seguir el curso de los satélites artificiales. Me gusta un vaso de buen vino tinto mientras huelo lo que cocino. Me gusta una cerveza helada con aceitunas en el calor del mediodía. Me gusta leer un libro en un bar tranquilo, tomándome un té. Me gusta el mar. Me gusta viajar en tren y acunarme en su sonido, y observar las personas que suben y bajan, y ver los árboles y las casas como se deslizan por mi campo visual. Me gusta viajar; viajar para conocer, para aprender, para ver, para estar. Me gusta el silencio, y me gusta la música, esa que te lleva y que te ensalza, que te emociona, que te pone los pelos de punta; y la que hace llorar, la que te lleva a recuerdos. Me gusta escuchar a los que dicen algo, a los que hablan de verdad, a los que sienten, a los que han vivido, a los que viven y a los que ansían vivir, a los que saben y tienen algo inteligente que decir. Me gusta sentir el agua de la ducha deslizando por mi piel, caliente, y así quedarme. Me gusta tumbarme en la bañera con agua caliente, envuelto en la niebla, rodeado de espuma, oliendo las sales, entrecerrar los ojos y pensar. Me gusta pasear bajo la lluvia, en la noche y mirar los reflejos en los charcos. Me gusta observar a la gente, como se mueven, sus gestos, sus palabras, sus ademanes; pensar en lo que piensan, en lo que son o pueden ser, inventarme sus historias. Me gustan las personas, las de verdad, las que se entregan, las que son, las que sienten, las que no se venden. Me gusta la caricia de una mano suave, el roce de unos labios que quiero; me gusta acariciar lentamente. Me gusta abrazar a quien quiero y sentir el calor de su cuerpo contra el mío. Me gusta dar. Me gusta sentir el suelo de madera de mi nueva casa, y andar descalzo, notando su calor en las plantas; me gustan sus tonos claros, la luz que la llena, el horizonte quebrado por las montañas, lejanas. Me gustan las palabras, las oídas, las escritas, las grafías raras, las grafías bonitas, leerlas y expresarlas; el rasgar de la pluma y el lápiz sobre el papel; lo que significan, a donde te pueden llevar. Me gusta la pintura, la escultura, los edificios distintos, los paisajes eternos. Me gustan los colores, menos el gris, donde no me detengo. Me gusta la sonrisa de los niños, la de los ojos de agua, la de ojos tristes, la de los viejos, la de las personas de verdad. Me gusta jugar. Me gustan las lágrimas de los que sienten, las que no mienten, las sentidas, las de la emoción verdadera. Me gusta llorar cuando tengo que hacerlo. Me gusta reír. Me gustan las flores, todas y cada una. Me gusta respirar. Me gustan los pájaros, sobre todo los gorriones. Me gustan las miradas que te llegan dentro, que te traspasan, que se te clavan, que te adivinan, que te quitan la respiración, que te regalan, en las que merece la pena morir. Me gusta mirar. Me gustan tantas cosas, tantas, que sé empezar pero no podría acabar. Me gusta vivir, vivir de verdad.

21/2/10

Lugares

Soñé que era una mariposa danzando en la penumbra…
Donde duerme el aire, fuera de vientos y tempestades, suspendido el aliento sobre humedales de hojas caídas, en los crepúsculos lentos, suaves, de las tardes lluviosas; donde me gusta ser, en la ciudad sin fronteras, lejos de las cosas neutras, vacías, que los demás se crean para intentar ahuyentar sus miedos, para cerrar sus almas cubriéndolas de cenizas, al lado de cuerpos baratos, de mentes estúpidas. Ahí me quedo. Sin las cadenas que atan a cienos que ahogan, y que arrastran como un sacrificio a las simas del infierno.
Y es que cada vez que miro sólo veo personas reptando, entregando su piel y su alma a cambio de migajas, por un puñado de nada a cualquier inútil que a su lado pasa; muriendo lento entre sábanas manchadas, en calores fatuos, en idiotas miradas.
Qué triste es la soledad de los muertos, de los muertos en vida; qué triste y qué zafia.
En la soledad de la tristeza tapada a golpes de martillo sólo hay cadenas; cadenas y condena. No hay nada. Es la soledad de los muertos, de los muertos en vida, de las “personasperro”, de las “personasnada”.

18/2/10

La descomposición de la inconstancia

Un hombre se ha sentado en un banco, sobre las gotas recién caídas de una lluvia tranquila, que apenas moja pero que cala, fumando un cigarrillo. Ausente del frío. Los ojos acuosos pero brillantes, ajenos al gris exterior que le envuelve. El cigarrillo, en la comisura de los labios, pende con desgana, casi caído o a punto de hacerlo, como inerte, elevando su humo en volutas que ascienden hacia los entrecerrados ojos. Las piernas cruzadas, y un débil balanceo de la derecha que hiende el aire con timidez. Otro hombre pasa delante de él con una mujer detrás como un fantasma; su dignidad tras ella, también, reptando por el suelo. Les mira. Achica los ojos para hacerlo al tiempo que inhala una calada de humo que expele, después, por un lado de la boca, apenas entreabierta. Se relaja cuando desaparecen. Vulgares, como tantos; el uno por su estulticia, la otra por su abandono, se dice.
Se mete en sus adentros. La mirada perdida en un punto indeterminado más allá de todo. Bustos orientales, aparecen, enfrentando sus miradas, extrañas; con sangre deslizando por las comisuras de sus labios, hinchados; con cuerpos vestidos de arpillera, sobre extrañas extremidades blancas que terminan en algo como pezuñas, imprecisas. Proscritas creaciones de un absurdo teatro de marionetas donde se representase la sanguinolenta lucha de la nada, por la nada. Insólitos seres de un bunraku atemporal, fuera de su espacio, fuera de todo lo que es y representa. Quietos, de repente, giran sus cabezas. Los ojos, histéricos, desviados, se posan sobre un ejército de mesas que avanzan, como levitando, sobre un campo de ocre, inmenso, con miles de cruces sembradas sobre almas yertas. Una pared surge de la tierra. Se dirigen hacia esa pared de ladrillo, hecha con rapidez -el cemento aún fresco-, para golpearse contra ella. No hay sentido. El cemento crea formas de la nada. Un gigante, que se pregunta de dónde ha venido, se encara a pequeños hombrecillos de tela, con cuerdas en las manos y el pelo de hilo coloreado. Sus miradas son obscenas. Los ojos de la ira, por la nada, contra un ser humano. Luz y vacío. Un vacío inmenso. El rostro del gigante muestra su melancolía, el dolor ante la nada, ante la estupidez de esos enanos. Se levanta, tranquilo, y, con ironía, les habla; no dice nada. Mira en derredor. Objetos por el suelo. Un muñeco azul que mira con sus ojos siempre abiertos, negros, a un cielo que llora; una caja de galletas, llena de insectos muertos, atravesados por alfileres y clavados en pequeñas cartulinas de colores; una cebra de plástico; un sobre, blanquecino, lleno de postales ajadas, de otro tiempo. Objetos olvidados, despreciados, no mirados, dejados a nadie. Objetos de nadie.

Tira la colilla al suelo. Se levanta. Se abrocha el abrigo. Comienza a andar. Extiende la mano derecha y se la da a alguien que no está, que camina a su lado. Gira su rostro y mira esos ojos, sonrientes, inexistentes. Les sonríe. Cuando se pierde la dignidad ya no se es nadie, le dice; estás muerto. Cuando te vendes por nada, por un puñado de nada, todos lo saben y te usan y abusan. A tus espaldas se ríen siempre, ¿verdad? Eso no es nada, ahí no hay nada, es sólo vulgaridad, morir en la nada, lentamente. Conmigo tú serás siempre. Se calla. Vuelve la cabeza hacia el frente y acelera el paso, tranquilo, sonriente, hacia delante.

16/2/10

Diario de la estupidez suprema. Añadido I

Entre la pena y la nada elijo la pena, escribe Faulkner en “Las palmeras salvajes”. Y entre la estupidez y la ignorancia me quedo con ésta última, pues la ignorancia tiene cura pero la estupidez es eterna y no tiene límites; y si añadimos ambas, es un cóctel tal que más vale estar a resguardo, pues puede acabar con cualquiera. Lejos de mí, porque como dijo Camus, la estupidez insiste siempre y acaba convirtiendo a quien la roza en uno de sus acólitos. Pero hay personas que les gusta o necesitan rodearse de ella, de la estupidez, o de la tontez. Las razones… que cada cuál busque las suyas, si es que no tiene miedo de entrar en la verdad de uno mismo. Tal vez el deseo de tener amigos, el miedo a la soledad. ¿Y qué decir al respecto? Excluyamos las respuestas de los pseudo filósofos de tres al cuarto dedicados a crear frases vacías revestidas de apariencia pero llenas de puerilidad, la de los escritores autoayuda y demás caterva, y fijémonos en los grandes, en los sabios de verdad, en la filosofía. Decía Baroja, y decía bien, sin duda, que sólo los tontos tienen muchas amistades, y que el mayor número de amigos marca el grado máximo en el dinamómetro de la estupidez. Si se le añade la de un gran filósofo como Demócrates, creo que la cuestión queda cerrada en ese sentido. Decía que la amistad de una persona sabia es mejor que la de todos los tontos. Mejor alejarnos de ellos, que no reprobarlos, pues de ellos sólo se puede aprender a no ser tonto o a no ser estúpido, y lo peor que nos puede pasar al estar con ellos es que acabemos convirtiéndonos en seres como ellos, tontos y estúpidos. ¿Hay mayor mal en esta vida? Y en el mundo abundan. Son como una plaga, pues todos lo que parecen estúpidos lo son, y la mitad de los que no lo parecen también lo son. Pero como no podía ser de otra manera, hay algo peor, y es lo que decía Luther King, que no hay en el mundo nada más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda. Y así va el mundo, un mundo en que los primeros defienden a los segundos por razones de no se qué; ensalzándose estos y perdiendo la dignidad aquellos. Triste sino el de los tiempos. Pero ¿qué hacer? Nada, absolutamente nada, pues nada se puede hacer. No hay más ciego que el que no quiere ver, y eso es ignorancia sincera o estupidez concienzuda. Ciegos en un mundo de ciegos. ¿Qué se puede hacer? Nada, pues hasta los dioses luchan en vano contra ella. Dejarlos a su merced y que se revuelquen en su podredumbre, como los cerdos que hozan en su propia porquería. Los que se regodean de estar ahí… Y los que no quieren salir por sus propias incertidumbres y sus miedos… Conozco casos en uno y otro sentido, muchos y variados, algunos ya relatados. Tal vez, más adelante, cuente alguna historia singular en ese sentido. Ahora sólo quiero descansar, leer un buen libro y mañana, con suerte, tener una buena conversación; el resto vendrá por sí solo. En unos días ascender otra vez una pared, saborear ese placer; quiero un buen vino para beber; y en unos más viajar, viajar en el mejor sentido de la palabra, Guatemala, México, sus volcanes, sus selvas, sus gentes, su cultura, mirar, aprender, ser; y más, mucho más. Vivir, fuera de esa estupidez general. Entre la pena y la nada me quedo con la pena, como Faulkner, porque forma parte de la vida, indisoluble. Pero hay más, sé donde está, sé buscarlo, sé vivir y, aunque cuesta, es por ahí por donde hay que ir, fuera de masas, de estúpidos, de tontos, de ciegos en este mundo de ciegos en que vivimos.

14/2/10

El perro

Es un misterio la vista que provoca el florecer de los almendros.

Un perro famélico mira en todas direcciones, perdido, aturdido, buscando. Está solo. Asustado. Ve personas y otros perros que se mueven por todas partes, que pasan a su lado, pero no los reconoce, aunque quiere porque necesita; son como sombras ausentes. Algunas ya las ha visto y parecían distintas, pero sabe que son grises, que no tienen color, sin embargo... Siente un desconsuelo terrible en su alma de perro, a pesar de culpar a otros de su vida, de su situación, de todos y cada uno de los actos; él, que se cree tanto, como hacen tantos; y aunque está con otros, de vez en cuando no puede evitarlo, porque son más tristes que su sombra, pues sólo le dicen lo que él dice, lo que quiere oír (necios que opinan, que aconsejan, desde sus tristes y penosas o cortas experiencias, desde sus vidas vacías, como si los individuos y las vidas fuesen comparables, como si lo que vale para uno fuese ley universal en la individualidad de las almas, como si tuviesen derecho a aconsejar, cuando lo único que deberían hacer, todos, es simplemente escuchar, callar y estar). Anda despacio y a veces rápido, desconcertado. Creía que sabía. Estaba claro. Elige callejones que no tienen salida. Vuelve. ¿Y si cambio?, se dice; pero, ¿a qué? Perra vida, piensa, y eso que le gusta tanto. Antes era lustroso, blanco con manchas negras; esbelto, fuerte. Qué cambio. Ahora es enjuto, cadavérico. Decisiones, hechos, elecciones, y te cambian la vida, en el espacio, en el tiempo. Todo trastocado, todo desbastado. Vida de perro. ¿Dónde está todo aquello por lo que he vivido? Extraño la vida de perro porque extrañándote me extraño y ya no soy yo, aquel perro, se dice. Perdido. No encuentra. Hay recuerdos que matan acompañando, que atraviesan. Las pérdidas son así, nefastas, porque sabes, cuando son ausencias, y el tiempo es implacable. Siempre huyendo. Quieres, no puedes, porque sientes. El corazón es implacable, terco, porque la verdad es inquebrantable, pero a él sólo se acercan los bendecidos por los dioses, y normalmente los repudiamos, y es que nos creemos tanto y acusamos tanto para auto salvarnos. Nos negamos a mirarnos en el espejo con verdad. Nos la negamos. El sentimiento abate. Y es que muchas veces preferimos ser duros como el muro, contra los demás y contra nosotros mismos, como el hierro, como la piedra, en vez de, humildemente, creer en el diálogo, en la capacidad de limpiar, en la de aceptar y aceptarnos, reconocer y reconocernos, y cambiar.

Lo veo, en la distancia. Miro su triste y desconsolada cara. Siempre que mire al cielo, pensaré en ser una estrella fugaz y pediré un deseo; no para mí, sino para ese perro. Que sea. Y le recordaré, como en aquellos tiempos, cuando era esbelto, cuando era feliz, cuando sabía mirar y ser, o estaba en ello.

Qué prodigio tan sublime es la floración de los almendros. Me ausento al contemplarlos. El silencio fluye entrando en los oídos, permitiéndome escuchar, de otra forma, mi alma, a mí mismo. No puedo ayudar en nada a ese perro. No quiere aceptarlo, no sabe, prefiere seguir creyendo que sabe, prefiere escuchar los cantos de sirena de la nada, del abismo, que le llevarán a él; se está muriendo, entre tantos, entre tanto, entre nadie, entre nada.

12/2/10

Me quedaría

Si tuviese que decir qué cosas reviviría, ahora que se me va la vida, con cuáles de ellas me quedaría, del tránsito hecho, del camino recorrido, diría que con los ojos de esa niña que lloraba perlas como almas; con la sonrisa, agradecida, del anciano, y su mano reseca y trémula; con el abrazo de aquel mendigo, una mañana; con la mirada de aquella mujer que dijo que me quería, y lo decía de verdad; con los besos que sentí mientras soñaba; con las caricias en el pelo de aquella mano que me suavizaba sin esperar nada a cambio; con todas y cada una de las cosas que intenté, y que en su mayor parte no conseguí; con todo lo que di, que no fue mucho pero que fue todo lo que pude dar, porque me vacié de mí –se apreciase así o no por los demás-, aunque me hubiese gustado que fuese más; con esos pequeños detalles que me he encontrado en la vida y que la han hecho tan agradable; con toda la belleza que observé, y que compartí con quien dejó que lo hiciese; y con lo que sufrí, pues me hizo aprender, crecer, distinguir entre lo que es y lo que no es, entre lo que se debe y lo que no se debe hacer y creer, entre quien merece la pena y quien no. Me quedaría, en suma, con todas esas cosas por las que siempre agradecí estar vivo y poder hacer este camino tan increíble que es vivir, con los ojos con que lo miro.

11/2/10

Cuentos solidarios. 2009


Acabamos de terminar y sacar a la luz el segundo volumen de "Cuentos Solidarios". Como el anterior, la finalidad es obtener beneficios para proyectos de ayuda. Si el año pasado dichos beneficios fueron y siguen yendo a Amnistía Internacional, los de este volumen se destinarán como ayuda a Haití. La descarga es gratuita, en Bubok y en Lulu, sólo su edición en papel tiene precio. Si se descarga, lo ideal sería que se hiciese un donativo, lo que crea o pueda cada cual, en los enlaces que hay en la página web de "Cuentos Solidarios". Todo es una ayuda, por pequeña que sea. Y espero que quien lo lea lo disfrute.

http://www.cuentossolidarios.blogspot.com

8/2/10

Vuelo

“Lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho a la vulgaridad y lo impone dondequiera.”
“El hombre masa no atiende a razones.”
Ortega y Gasset: La rebelión de las masas.

Caminaba con la mirada entre las llamas y sus formas, como un poseso. Sus lenguas amarillas, moviéndose por dentro, en el azul urgente. Estuve, como preso, en cárceles intensas, ansiosas. Babeantes babosas al acecho, con botellas rotas en la mano, vidrio de desecho, esperando el sonido del portazo, para hincarlas en mi alma. Me quedo en el fuego. Porque, ¿quién soy yo?, ¿qué he hecho? Ni idea. Me pienso, pero en la línea que es, que es la que quiero; y me ayudo de esos necios, que como un coro de aduladores estúpidos, apoyan cualquier tesis para así poder seguir del ramal que los guía. Yo no soy de esos, ni perro guía ni oveja, prefiero volar entre el fuego, y quemarme, pero volando. Porque si no hago eso ¿qué soy y a dónde voy?, si sólo soy eso y no hay ni habrá más. Que mala es la renquera y la ceguera, que mala y lisonjera. Quiero, no quiero. Margarita torpe, margarita necia. Engaño al número. Tergiverso el pétalo. Olerla, no deshojarla. Fumo cigarrillos que llenan ceniceros, que inciensan el aire, que aplacan fuegos, y ese aroma oculta otros más placenteros. Y el alma se aquieta entre las volutas grises que suben desdibujando imágenes sobre paredes. Sombras. Nada más que sombras de los tiempos. A veces veo. Interior débil, cuánto te quiero. Qué débiles somos cuando nos creemos fuertes, y viéndonos así seguimos creyendo. Y preferimos lo otro, la languidez de la nada, la estupidez de los otros, y nos ocultamos que nada es nada, simplemente, pero lo vestimos de apariencia. Y lo seguimos, para no estar solos, no vaya a ser que… Llevo calcetines negros con puntos brillantes; zapatos marrones, de piel; pantalón vaquero, ajustado; camisa negra, de algodón suave; un pañuelo al cuello y un abrigo de paño negro; el pelo largo; barba de días; la sonrisa alegre; la mirada ausente; el pensar silente; el paso rápido, elegante. Busco por buscar algo, entreteniéndome, caminando por mi lugar de vida donde van parando y se van quedando, los menos, y los más se van marchando, porque no me acomodo ni me dejo llevar por lo vacuo, por lo fácil, por lo tonto. Mis manos son pequeñas, de suave tacto, de caricias lentas, de recorrer pausado. Así soy y así sigo caminando. Moviéndome entre el espíritu de la desesperanza, de la desesperación, del desaire. Y en él alzo mis alas, y en el lugar de la caída levanto el vuelo, como el ángel expulsado, siempre luchando, siempre queriendo, siempre subiendo. Y mientras, suena en el aire Cymbal rush, puro, elegante y delicado terciopelo negro.

7/2/10

Recesos.

Y de repente aparecen los recesos en la vida como una recua de bueyes que tira de ti, con una soga que te ahoga y que te impide. Las razones son las de siempre, o las de nunca. Y te dicen. El mundo se te viene abajo y te preguntas las razones del porqué, pero nunca das con la respuesta exacta, y es por ello que no sabes el camino a seguir. Imploras y se te niega. Y ante eso… Siempre se van los mejores, en enero del año pasado Manu, en este enero Federico, aunque no físicamente, pero sí sus letras. Tal vez sea ese el camino, tal vez lo sea. Tal vez, Federico, lleves razón y el silencio sea otra forma de hacer Literatura. En tu memoria dejaré ausente, yo también, nuestro espacio común, ese que creamos para intentar hacer algo diferente, Caorden, como tú lo llamaste. Tal vez sea esto lo mejor, lo más innovador, lo diferente. Me has hecho pensar, y sigo debatiéndome en ese pensamiento.

6/2/10

Flores raras

Loco. No sé si estoy loco. Acaba de llover y estoy empapado. Me gusta pasear bajo la lluvia. El arco iris se ve, un trozo, entre los edificios. Todos caminan adelante y hacia atrás. La verdad nunca aparece de repente. No sé, tan siquiera, si interesa saberla. Todos quieren ser escuchados, digan lo que digan, ¿pero qué dicen? Nadie escucha. Nadie mira. Caminamos entre mentiras como locos afligidos, vestidos de gala para afrontar el día a día. Nadie aparece ante nadie, y sin embargo…
Paseo despacio. Me gusta el musgo, el frío, lo alto, pero aquí sólo hay asfalto. Un gris y sucio asfalto. Una mujer me hace un guiño. Viste de rosa y negro. El abrigo se mece con el viento, elegante. Sonrío. Sigo andando la avenida. Oigo algo, una música, una prez, uno o dos pasos adelante. No lo sé. Los sonidos de la vida, ¿dónde están? Un mendigo extiende la mano al vacío, la mirada perdida en la nada, en las piernas que cruzan veloces su espacio visual. Saco unas monedas, del abrigo, y las dejo sobre su palma. Ganadores alrededor. Perdedores todos. Vuelan papeles en el aire. Periódicos con noticias de desastres. Todos estamos aquí. Somos. ¿Qué somos? Es una avenida larga. No hay niños. Adultos serios, adustos. Descreídos en medio de un caos que no termina en un desierto de soledades lleno, de compañías que no llenan, que quitan, entre humos y hosquedad, entre vacíos.
De una cafetería sale un hálito de calor. Entro en ella. Cabezas gachas sobre una barra que limpia la camarera con aire de castigo. Todos en el filo. Una navaja pende sobre nosotros, sujetada por un tenue hilo, delgado, sujetado por un dios inmisericorde, ciego, altivo. Sustantivo sin palabras. El castigo. Arriba y abajo. Aquí estoy, estamos, como entes de otro tiempo, en un tiempo lleno de distintivos, iguales. Marcas de humanidad que deshumanizan. Y en medio de tanto, de todo, de nada, una flor surge de una grieta, viva, pequeña. Una flor rara entre el asfalto. Todo un placer, un placer delicado. La miro. Quisiera cogerla y llevármela, pero me niego. Me siento enfrente, le hablo. Yo soy tu único testigo, le digo acercando la mano.

4/2/10

Tanka 1

Siguiendo la línea del Hauki se encuentra otro tipo de poema, que lo hace más complejo sin dejar la simplicidad, que no el simplismo; que bucea en el momento, en el detalle; sin perder la belleza sino ensalzándola. Es el Tanka.

Con amapolas
he vestido la noche;
para llorarte.
Derramando lágrimas
de terciopelo negro.

3/2/10

Absurdo

Encuentro una silla vacía, en la nada, sobre ella. Es una imagen poética puesta en pie. Observo el hecho en su simplicidad aparente; veo el vacío, la ausencia, la presencia. No hay simplicidad sino belleza. Una belleza y una profundidad inusual, la de un lugar vacío, sin nadie. ¿Qué hay ahí? Imagen. La imagen de la incomunicabilidad, la inutilidad y el fracaso de la vida.

La imagen se desvanece entre la bruma. Más silencio.

Observo, desde lejos, una silueta que se acerca. Gesticula cuando llega, se para, se aquieta, se aclara la garganta y lanza el gran mensaje, el de la experiencia de la vida. Es un sordomudo. Desaparece.

¿Y ahora qué? La vida es extrañamente trágica, extrañamente cómica. ¿Cuál era ese mensaje? Casi nadie acierta, casi nadie lo desgrana.

1/2/10

La magia de lo trascendente


Champán de noche, entre estrellas. Es temprano. Las ocho. Pocas personas en la playa. Cuatro o cinco, y de vez en vez, a intervalos amplios de tiempo. Son esas cosas que pasan, que las personas desechan lo que tienen. Nos sentamos a la vera del agua. No hay viento. El mar rompe suave en la arena. Apenas audible. Quieto. Miramos la línea del horizonte. En silencio, en el silencio. Hace tiempo que no nos vemos. Es fácil estar así. Hay silencios que valen más que mil palabras. Nos bebemos la botella. Y, a veces, hay detalles que redondean momentos, que los hacen especiales, sublimes. La luna, inmensa, surge al fondo, en naranja, y asciende. Es mágico, casi religioso, ese desprendimiento de las cuestiones por las que luchamos día a día, generalmente tan mezquinas. Miro sus ojos y me asombro, aunque no debería, pero es que hay pocas personas que tengan ese don, el de la emoción de los momentos. Unas lágrimas le escurren. Seguimos mirando la ascensión y la transmutación del color, amarillo, blanco, derramándose en el mar, riela en el agua, expandida su luz, inmensa, bella, la esencia de la belleza. Un grupo de gente la ve y decide hacerse unas fotos, las típicas; una chica se coloca para que la luna parezca que está en su mano. Un par de minutos y se acabó. Se marchan. Se acabó la playa, se acabó la luna, se acabó la belleza; con un par de minutos basta. Esas son las otras formas de divertirse, de entender la belleza que tiene mucha gente, tan válidas, dicen, como cualquier otra. No sé. ¿Dónde están los demás? ¿Dónde están los más? ¿Dónde están esos que dicen disfrutar con otras cosas? ¿Qué otras cosas son? No los envidio, no. En absoluto. ¿Subimos una pared? Me dice de repente. ¿Ahora? Sí. No, es una locura. Venga. Que no. ¿Tienes miedo? No. ¿Entonces? Respeto. Vamos. No. Lo pienso un momento. Si quieres cojo todo y subimos, dormimos allí, y mañana, temprano, lo hacemos. Vale. Me gusta ese punto de locura, de naturalidad, de audacia, fuera de lo común, fuera del común. Sonrío.
Escoge Linkin Park y lo pone en el Cd. No para de cantar, a voz en grito. La una de la madrugada. Dejamos el coche al lado de la carretera, al borde del camino que sube hasta una pared que me gusta, que conozco. Plantamos la tienda al lado, a la luz de los faros. El frío es absoluto. No creo que haya más de dos grados. Los sacos aguantan perfectamente. Nos levantamos con el sol. Hay escarcha. Nos tomamos el café del termo y un puñado de frutos secos. Subimos lento. Poca carne al aire. Absolutamente cubiertos. Dos horas para llegar. Sobra la ropa. La roca está helada. El sol tardará en darle. Abro yo, me dice. De acuerdo. Para subir se necesita habilidad, gracia y equilibrio, resistencia y destreza. Miro cómo sube. No está mal, le digo. Mira hacia abajo y sonríe. No, no está mal. Mira y busca dónde poner los dedos, las gritas, los salientes. No tiene prisa. Eso está bien. Disfruta de cada movimiento, de superar cada tramo. No es llegar a la cima sino subir. Le dejo espacio y comienzo por una vía paralela, pero cerca. Desaparece el mundo. Mente, cuerpo y roca. No hay más. Te mueves, respiras. La muerte al lado, tu compañera. Control mental. Vencer el miedo. Superarte, superar tus límites. Es como si estuvieses unido a algo trascendente. Una experiencia turbadora, dado lo poco que en la cotidianidad actual y con la mayoría de las personas se puede acercar uno a lo trascendente. Movimientos lentos, minuciosos. Las manos duelen. La fatiga se acrecienta a cada paso. Es una sensación de danza vertical. Es pura magia. No puedes sino enamorarte de la sensación de libertad. Brillantez. Diez metros. Miro al lado. Sonríe. No puedo más, me dice. Lo entiendo. Es suficiente. Bajamos. Lento, y con cuidado. Sonríe con felicidad cuando terminamos. Desandamos el camino hasta el coche. No para de hablar, me cuenta lo que siente. Sonríe en todo momento. El subidón de adrenalina todavía le hace efecto. Euforia. Comemos en un restaurante del pueblo. Frente a la ventana. Las vistas a la montaña. Aún queda nieve. El resto de las mesas vacías. Es temprano, pero tenemos hambre. De abajo, del bar, sube el murmullo de la gente del pueblo. Huele a lumbre, huele a pueblo, a auténtico. El humo denso, las caras de la sierra, las arrugas del tiempo, la sonrisa de vidas vividas. Huele a siempre. Pedimos cervezas, y “bolets” de tapa. Se va llenando poco a poco de gente. Un par de familias con niños pequeños. Una pareja de ancianos. Un grupo familiar que creo celebra la recuperación del patriarca. Por sus movimientos parece que le hubiese dado un ictus. Le cuento las historias de todos ellos. Me gusta eso. ¿Qué? Cuando cuentas las vidas de los que ves. Suelo equivocarme. No importa, pero hace que imagine esos mundos que sólo tú ves. Embutidos de la sierra y chuletas, para compensar el esfuerzo. Y un tinto de la tierra. Cae la tarde. Recorremos el pueblo. Me recuerda al mío. Huele a humo. No hay gente. Nos volvemos. La música, ahora, la elijo yo. Claro, es tuyo el coche. ¿Qué? Tom Yorke. De acuerdo, me encanta.