Ahora sí, ya es llegado el momento de la despedida. No sé si para siempre o para un tiempo, y en este caso no sé por cuánto. Por ello no me voy con un hasta siempre sino con un hasta luego. Las despedidas son tristes en exceso, y en este caso más, pues aquí he dejado mucho de lo que siento y me he encontrado con personas de verdad, de dentro.
Tengo un reloj roto que no puedo arreglar, un corazón abierto, un alma excesivamente sensible, una imaginación prodigiosa, una mirada que sabe mirar y un ansia de vivir extrema. Me falta, ¿qué me falta? Lo que no tengo. Lo que toda la vida he buscado.
Necesito encontrar lo encontrado, y quiero mirar la música, oír los colores, saborear los olores, sentir, sentir sintiendo, sabiendo que sé hacerlo y que lo quiero. Quiero estar donde quiero estar, donde necesito estar, donde soy de verdad y con quien soy feliz y lo siento.
Quiero beber un chianti en las suaves colinas de la Toscana, un té con menta en Djema el Fna, un sake a la sombra del monte Fuji, una Bud en la inmensidad ocre de Glen Canyon. Quiero coger la ola en el Mar de Tasmania, ascender los Andes, vadear los ríos, sentarme en Karlovy Vary, pasear Venecia y Roma, mirar Lisboa, vivir Nueva York y Calcuta, adentrarme en Saskatchewan, cruzar el Perito Moreno, adentrarme en Chiapas, descansar en México D.F., navegar mil mares, subir otras tantas montañas. Quiero mirarlo todo. Quiero mirar y ser mirado. Quiero mirar la vida y sus personas, hablar y estar con ellas, conocerlas y aprenderlas. Quiero beberme la vida. Quiero vivir, sabiendo hacerlo.
Ahora, en breve, me marcho a Perú, para conocer la cultura, el paisaje, las personas, y a subir los Andes, a ver que es eso de ascender un seis mil, a probar el Huascarán. Cualquiera que quiera sabe donde encontrarme, aquí o en cualquier parte.
Dejo algunas de las palabras que más me gustan: amor, vida, sueños, miradas, ternura, sensibilidad, delicadeza, alegría, esperanza, sonrisa, extrañar, perdón, entregar, caminar, recibir, comunión, belleza, armonía…
Y ya, para terminar, lo hago como comencé, con unas palabras de algo mío, de Champán Cristal, del cuento que da título a esta bitácora, a esta la ventana de mi alma al exterior:
“Quizá, cuando pase el tiempo, recordaré esos momentos con tal añoranza y desconcierto que pensaré haber sido feliz. Y, por Dios, que tal vez lo fui. Intensa e inmensamente feliz. Pero fue tan sólo eso, un momento. Y ahora es el momento para guardar tu distancia, el momento para alejar tu mirada, el momento para inclinar la cabeza, el momento para decir el nombre que apenas puedo, ni tan siquiera, deletrear. Recuerdo las palabras traducidas del italiano, como una premonición no vista: Dices que el río encuentra el camino al mar, que como el río vendrás a mí; más allá de las fronteras y las tierras áridas el amor llegará. Pero ya no puedo rezar más, y ya no sé confiar más en el amor, y ya no sé esperar más a aquel amor. Aunque siempre me gustaron más en italiano. Tal vez por ella:
Dichi che il fiume trova la via al mare
Che come il fiume giungerai a me
Oltre i confini e le terre assetate
L´amore giungerá
E non so più pregare
E nell´amore non so più aspettare
¿De qué sirve todo? ¿Tengo que preguntarme las razones de mis obsesiones? ¿Tengo que bucear en mis recuerdos para ello, para poder curar mis miedos y mis frustraciones? ¿Y qué importancia tiene ya buscar culpables o soluciones? Si la vida es lo que es y ha sido, y tan sólo eso. (…) Cuando cierro los ojos para buscar sólo encuentro la nada. Y las pocas cosas que quiero no están. Quizá porque nunca han estado y son, tan sólo, recuerdos. O quizá porque no he admitido que son tan sólo recuerdos. Recuerdos anquilosados en un pasado perdido del que no me quiero desprender y del que no quiero salir, pero al que no quiero volver, aun sabiendo que no puedo, que lo que hay es lo que hay y que no hay nada más. De las visiones que busco sólo obtengo lágrimas que mojan mi cara hasta llegar a la almohada, donde forman un círculo de humedad salina. Tan distintas en su olor, en su color y, sin embargo, tan similares a las gotas de lluvia. Siempre busco en ese espacio que hay entre la razón y la demencia, donde se encuentran los recuerdos que más daño me han hecho, pero que tanto quiero, y donde siempre está ella, la última, la especial, Ella. Aquellos que he ocultado para evitar el daño del amado y la amargura de saber que ya jamás, por las consecuencias que los hicieron posible. Para evitar el dolor de la pérdida de lo vivido, y sobre todo cuando lo vivido ha sido la fuente de todo placer, un placer no repetido. Ahí, en el espacio de la memoria, del subconsciente o del inconsciente, donde se almacena lo inservible, lo repudiado, lo despreciado, todo aquello que quiero ocultarme de mí mismo, lo que quiero velar, a mí y a los demás, pero sobre todo a mí mismo, ahí es donde se encuentran amontonados, superpuestos, ordenados y desordenados, sin esquema aparente y con él. Las manos de la muerte son eternas, y ya siento que me agarran por el manto. Por eso vuelvo al tequila, en las sombras de esta muerte, y tan sólo desgrano en mi recuerdo el Champán Cristal, como un sedante.”
Hasta luego. Mil gracias a todos. Ha sido un inmenso placer.