16/1/08

Vivir/jugar

Los tres principios básicos del juego son, la libertad, el placer y el cambio. El orden podría ser aleatorio, pero no lo es, o no debería serlo. Cada uno lo debe imponer.
¿Por qué jugamos? Creo que jugamos por el placer que sentimos al jugar. Pero no me refiero al sentido lúdico, que también, sino a algo que va más allá, al centro de nuestro yo. De ahí que algunos jueguen, la minoría, y otros, la mayoría, no. Tampoco hablo del juego en su sentido vulgar, y, creo, que esto es obvio ya. Hablo de jugar la vida, de sentir, de vivir, de soñar, de, en suma, disfrutar, dejarse llevar para experimentarla en su total intensidad. Y no es el carpe diem, sino algo que lo trasciende y va más allá.
En el momento de jugar hay un rompimiento con la cotidianeidad; las dimensiones temporal, espacial y personal se modifican, se alteran para reconfigurarlas y poder crear una tridimensión adecuada y propia del juego. Los objetos y sujetos ya no son los mismos, el tiempo y el espacio son diferentes.
Decía Terencio (no me vayan a reñir), que “la vida humana es parecida a los dados; si no sale lo que necesitamos hará falta que el arte corrija lo que la suerte nos envió”. Siempre el Arte (menos mal que está Wilde; sólo hay que leerle para comprender, saber su vida, entenderle. Nadie como él para entender el placer de jugar y disfrutar la vida). Eso es lo que quiero o intento decir, aunque quizás sea difícil de entender o siquiera de discernir. Se necesita apreciar mucho la vida para saber, querer y decidir entrar en ella por el solo placer de vivir.
Jugamos porque somos puestos en juego en el juego del ser, a saber, en el juego del azar-destino, y ahí es una decisión propia la de jugar, de ahí la libertad. Juega quien quiere sentir, quien quiere vivir. Lo demás es sobrevivir. Estar. Simplemente estar.
Y hay tantas formas de jugar… Pero la principal es la que la mayoría rechaza, por las convenciones, por las trabas autoimpuestas, por…
Y ahora, y a modo de ejemplificación, aunque no lo parezca, pero que es, el regalo de una genialidad.
Escribía Leonardo da Vinci en unos aparentemente apuntes insustanciales que escribió en “Notas de cocina”, pero que nada tienen de insustancial:
De la manera correcta de sentar a un asesino a la mesa:
Si hay un asesinato planeado para la comida, entonces lo más decoroso es que el asesino tome asiento junto a aquel que será objeto de su arte (y que se sitúe a la izquierda o a la derecha de esa persona dependerá del método del asesino), pues de esta forma no interrumpirá tanto la conversación si la realización de este hecho se limita a una zona pequeña /.../ Después de que el cadáver (y las manchas de sangre, de haberlas) haya sido retirado por los servidores, es costumbre que el asesino también se retire de la mesa, pues su presencia en ocasiones puede perturbar las digestiones de las personas que se encuentren sentadas a su lado
El que quiera entender que entienda. El que quiera jugar que juegue. El que no, todo será sobrevivir. La negación de dejarse llevar. Tan sólo dejarse ir, que es completamente diferente e insustancial.
Yo soy el cambio. Yo soy un loco inmaculado.

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