El mundo del color, el otoño, siempre fue para él una fuente de dolor, como el año anterior –tal vez el más duro-, y el anterior, aunque menos, y así hasta que recordaba. Este no había de ser menos. Noviembre era un mes maldito en su calendario, que, a veces, se alargaba hasta la entrada del nuevo año, y a veces más.
La notaba desperezarse, bostezar, abrir las fauces con ansias renovadas. Notaba cierta alegría en ella, en sus movimientos, en su deambular lánguido con, en instantes, movimientos bruscos, dentelladas descarnadas, hincando los dientes, hiriendo. Esperaba que fuera lo de siempre, lo de tantas veces, y dejó que se moviera a sus anchas sin darle más razón de la de siempre, de la usual, dejándola hacer y haciendo, él, su vida, sin cambios, sin modificar actos, pensamientos, haceres; tragándose el dolor con la vida, mirando los momentos con una sonrisa, espiando las luces y encendiendo velas en las sombras, caminando sin prisa, altivo, sintiendo, sabiendo que es ahí donde solo se podía y podía con ella, su fiel amiga, su inseparable compañera, extraña al exterior y tan conocida dentro.
Decidió, por uno de sus prontos, ir a su especialista. Conocía sus síntomas, pero había algo nuevo, extraño, que le incomodaba, que le hacía moverse en otra dirección a la que seguía habitualmente.
Todos viejos en la sala de espera. Una sala llena de cuadros sin sentido alguno, de un eclecticismo que rallaba en la impostura, sin estética alguna. Al menos no eran las típicas láminas de las salas de espera de cualquier médico. Exceso de color. Las miradas idas hacia algún lugar del suelo, de las paredes o el techo, en busca de algo que tal vez fuera paz, recuerdos o tan sólo el deseo de no estar allí. Esperas.
Cogió una revista de arquitectura. Van der Rohe en la portada. Suficiente para leer su interior. Leyó la vida del arquitecto y se detuvo en las fotografías de los edificios del maestro. Atemporal, eterno. El maestro del siglo XX. La pureza de líneas, el descarnamiento del edificio, la simplicidad de la vanguardia, la vanguardia misma, inextinguida, presente.
- Sólo hay una solución.
- No.
Le sonrió.
- Es lo que hay, No hay más. Quizá corticoides, pero ya sabes los efectos secundarios, y no serviría de nada, se reactivará. Cortar o nada.
- Prefiero los corticoides, al menos de momento.
- Pero sabes que no hay remedio, no te engañaría.
Cortar o no cortar, esa era la cuestión. Shakespeare redivivo. Demasiado joven para cortar. Otra vez como la primera vez, pero diez años después. Y sin solución. ¿O sí? Siempre había confiado en él. ¿Por qué esta vez había de ser diferente? ¿Por el tiempo? ¿Por la literatura médica? ¿Y ahora qué? Se preguntó. Mejor una botella de vino para pensar. Buen vino, eso sí, se dijo. El malo no suele ayudar en esas circunstancias. Y sonreír. Una cena tranquila. La vida, pensaba, no tiene misterios. Se ha de ir así, con confianza, o no, dependiendo de las circunstancias. Hay cosas y cosas. ¿Y después qué? Al poco… Qué desastre, o no. La vida es, no se puede limitar a eso, pensó.
Vino. Vino y vida. Mejor corticoides y después ya se vería. Mojitos, música inocua. Salir a ver, pasear la mirada entre el absurdo. Tratar de pasar el momento entre la normal anormalidad. Dicen que es divertido. Caras de risa, risa en las caras. ¿Divertido? No creía, no lo veía. Él si se divertía. Veía como se movían, las razones de su razón o de su sinrazón, el absurdo, la fatalidad, el vacío, la apatía vestida de diversión. ¿Y después, en su casa, qué? El vacío. Y mañana a repetir la historia, y así un día y otro día, y volver al trabajo o a estudiar, y un día y otro día y toda una vida y repetir las historias de todos, de tantos. No, mejor a dormir, pero primero a la playa, a pasear la vista en la línea del horizonte, en las estrellas, a pensar, a mirar, a descansar, a respirar, a paladear el mar, el aire, la vida, a sentir, a sentir de verdad. Y dormir, placenteramente dormir, tranquilo consigo mismo y con el mundo, con los demás y con la vida. Se levantaría temprano y se iría a la montaña, subir, subir y respirar, mirar desde arriba, tras el esfuerzo y después Dios diría. Eso es lo que haría. Mañana sería otro día, otro hermoso y luminoso día. La belleza, la vida, siempre ahí. Y ella desperezándose dentro, pero cautelosa pues lo conocía.
10 comentarios:
Por qué no cortar?
Da la impresión de que sienta una especie de relación con esa "extraña compañera" de su interior. Una relación que, aunque le haga en cierto modo infeliz, no se sienta capaz de deshacerse de ella.
Un saludo!
el miedo de dejar...el corte necesario, afrontar...y después ver que sigue el camino.
y, mientras disfrutar de la vida, de la hermosura de la vida.
como siempre Diego, muy profundo tu relato.
te dejo un beso.
Conocí tu blog por medio de Sandra. Primero quiero felicitarte y segundo comentarte que: Siempre, el peor de los males que nos ataca, está allí para enseñarnos algo...solo es cuestión de encontrarle el significado.
Saludos!
Aquí vengo a acurrucarme en tus letras, y ya lo estaba echando mucho de menos....... perdona mi ausencia.......
Besos.
una extraña compañera q sería mejor dejarla a un lado y disfrutar de una linda soledad :)
un beso!!
Tal vez el cortar implique toda una serie cosas que le lleven a un estar en peores condiciones que las que está. La relación, Ms. Sheet, es inevitable, tras diez años. Es complicado, supongo.
Saludos.
Diego
Y si las condiciones posteriores a ese corte, Sandra, son peores que la solución, al menos en calidad. ¿Y si no es no afrontar sino valorar determinadas cosas? No todo es fácil, a veces es muy complejo, aunque la vida es un regalo y hay que disfrutarla, pero tal vez no se disfrutaría cortando, eliminando, de la misma manera.
Un beso.
Diego
Agradezco tus palabras, Alejandro. Si viees de Sandra es ya un buen síntoma. Me pasaré por lo tuyo cuando tenga un momento, con tiempo.
Y sobre lo que dices; todo enseña, y si no somos capaces de aprender de ello es que somos estúpidos, incluso del peor de los males, como dices. Hay que saber siempre mirar y sacar lo bueno, sacar lecciones.
Un saludo.
Diego
Un placer que lo hagas y encontrarte aquí, Ruth. También a ti se te echaba de menos.
Un beso.
Diego
¿A cambio de qué Siab? La soledad está bien cuando el resto no merece la mena, pero en este caso... Si fuese imagen tal vez te daría la razón, sólo tal vez, aunque habría que analizar el caso detenidamente. Aquí, no sé...
Me gustó tu blog. Me pasaré con más tiempo.
Un beso.
Diego
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