Entrar en ese espacio es entrar en otro espacio, distinto. Hacía tiempo que no iba. Te vas acercando y el ir y venir de personas ya anuncia lo desemejante. Palabras, un torrente de palabras, de colores y olores. Humanidad. Traspasas la valla y un sinnúmero de puestos diferentes en sus formas y contenidos llenan el lugar. Sin apenas sitio para andar. Te rodea otro tipo de personas, tan iguales pero tan distintas de con las que se suele estar; lejos de esa clase media tan vulgar, que siempre hace lo mismo, que siempre piensa lo mismo -y eso cuando piensa, lo que ya es una dificultad-, que se recrea en lo mismo, en la más vulgar apatía de la normalidad; y que desprecia lo que no es eso, lo distinto, lo especial. Magrebíes que venden y que miran, que están; con su hablar distinto, sus formas. Gitanos, con su color y sus sonrisas; ellas con el pelo recogido, mientras ellos con pelo largo y la nueva estética de la disimetría en la barba. Un niño juega con un palo y una naranja, entre risas, con otro. Un gitano mayor, patriarca sin duda, sienta sus años en una silla de playa, desplegando toda la sabiduría de su mundo y sus años en una mirada de siglos. Tocado con un sombrero de paja, de ala corta, y un garrote en la mano, con el que juega; terno gris, y unas llaves que le cuelgan de la trabilla del pantalón, a juego. Mira la vida desde la distancia, sonriéndola, sabiéndola.
Relojes, fruta, ropa, libros, monedas, juguetes, antigüedades.
¿Me lo dejas por diez euros? Déjame pensarlo. ¿Me doy una vuelta mientras? Es solo por comprarte algo, no vale nada. Tengo que pensarlo… Negocio de una venta entre un marroquí que vende cosas viejas de su país y de éste, con un gitano entrado en años, enchaquetado. Tan iguales, tan distintos. Las cadencias del habla.
La churrería abarrotada, y ese olor tan peculiar, que se te mete dentro, que te llama, que te lleva. Me recuerda otro momento. Café con churros sentado en un velador, por la mañana temprano, en un quiosco de una plaza de un pueblo pequeño. El sabor, la sonrisa, la mirada, el calor. Otros tiempos. El tiempo.
Señora, que nos vamos; las cremas y los perfumes, que se me acaban. Una niña, de unos quince años, llama hacia su puesto, con esas formas, con ese deje gitano, tan especial, casi andaluz.
Los disminuidos psíquicos pasean de la mano, ajenos al mundo y, sin embargo, en él. Con sus perennes sonrisas y la brillantez de la mirada, su andar raro, su mirar alegre, su agradecimiento constante. Todo un regalo. Lo miran todo, lo saborean todo. Sus retinas se llenan en ese paseo matutino fuera de sus cuatro paredes de siempre.
La vida está ahí, como un todo, en un espacio reducido, para gente distinta. No hay clase alta, ni media –no lo sabrían apreciar; sólo mirarían desde la distancia y como diversión, como triste diversión- ; sólo gente llana, con sus risas, con sus vidas vividas con lo sacan, con lo que obtienen; tan lejanas de esos otros, displicentes prepotentes, que creyendo que viven no viven nada, vegetando en repeticiones de lo mismo, de nada, en sus vidas vacías y tristes, auto complaciéndose, auto convenciéndose. Tristes vegetales. Aquí sí hay vida. Vida viva, vivida, sentida. Belleza pequeña, auténtica. Por todas partes. Mil detalles. Te paras y hablas en los puestos. Degustas las palabras. Negocias. Ríes. La gente ríe contigo. Te regala. Te da la vida a cambio de nada.
Me subyuga la estética imposible de algunas personas, sobre todo de las chicas, de las jóvenes gitanas; la variedad de color en las mayores, los tonos de gris y negro en ellos. Ni un ápice de tristeza. Sonrisas de verdad, no fingidas, no forzadas, espontáneas. La risa de dentro, la de verdad. Unos niños palmean y cantan. Una pausa para escucharlos. ¿A que no sabes por qué cantamos? Por alegrías. ¿Cómo lo sabes? “Pa” que veas. Anda… Se quedan sorprendidos. Su sonrisa se agranda. ¿Qué quieres ahora? Una seguidilla.
Todo me envuelve. Y es que hay tanto. Provoca alegría, euforia. Siento. Se me mete dentro. Me da vida. Y se nota en la cara, en mis ojos, en mi sonrisa. Y lo regalo. Me dan y doy. Dar y recibir en un constante. Vida, la esencia de la vida, auténtica, sin fingimientos. La belleza expresada en almas de verdad, no imitadas, no yertas. Andar y ver, sentir. Personas. Todo es.
Una cerveza bajo los toldos, entre la gente. Un puesto de plátanos, con su olor a infancia, a la derecha de ese pequeño espacio con mesas, entre el río de gente que fluye; y a la izquierda dos personas que liberan móviles. Una cerveza con aceitunas, sevillanas, y con un fondo de palmas y de voces rasgadas, de dentro, con ese deje, con ese arte, por alegrías. Y unos lirios blancos sobre la barra. La vida fluye suave y viva. Me gusta su cadencia.
11 comentarios:
te envidio el sabor de la paz y de la alegría vivas como las cuentas, y lo echo de menos
Diego, levou-nos contigo nesse passeio, feito um quadro que se move tinta a tinta, cada sorriso, cada cor, cada movimento intercalou-se em bailado poético, simplesmente lindo!!!!
en verdad Diego, es un placer leer tu texto, y mayor placer debe ser vivirlo...
quede mi beso.
Nunca sería capaz de observar tanto un momento como tú lo haces. Maravilloso!
Sobre o poema, eu gostaria muito. Obrigada pela gentileza de suas palavras, fiquei muito feliz. Besos!!
¿Quién no echa de menos esas cuando no están? Es todo un placer, y un regalo aun en otro tiempo.
Un placer tu paso por aquí, huir.
Diego
Foi um prazer fazer isso. E maior do que você faz comigo, com minhas palavras. Muitas graças, Tania, pelo dom que eu posso, eu faço. Ser uma honra, e dara beleza a esta área de minhas palavras.
Um beijo.
Diego
El placer es mío, Sandra, de que lo leas y te lo parezca. Y sí, un placer inmenso vivirlo.
Besos.
Diego
Gracias Ms Sheet; ¿Y por qué no? Me alegro de que gustase.
Besos.
Diego
Saborear cada instante... es lo único q vale en la vida!
un beso
Sabiendo hacerlo, con los ojos que saben mirar, y buscando las cosas que merecen la pena, Siab. Eso es lo único que merece la pena, sí.
Un beso más.
Diego
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