Nuestros defectos son como las cuerdas de una marioneta que impiden, muchas veces, que nuestras virtudes actúen con libertad. Estas cuerdas pueden ser movidas por el miedo, el orgullo, la rabia o la intolerancia. Sentimientos negativos de nuestro pensamiento que nos imposibilita actuar como sabemos y debemos hacerlo.
A veces, cuando vemos que no somos capaces de resolver una situación, que por el tiempo o las circunstancias se ha ido complicando, tendemos a dejarla de lado, con la esperanza de que se arregle por sí misma. Es un error, sobre todo cuando uno espera a que actúe el otro. Y lo es porque a la inacción se une el recelo por parte de todos.
La inacción conduce al silencio y este al dolor, al sufrimiento. Y no importa si es recíproco o no, hay que actuar sobre el problema y eliminarlo. La inacción es una mala actitud. Y este es el principio de una cadena que lleva por derroteros inesperados, no queridos. Genera tensión, malas actitudes…
A partir de ahí puede venir un problema aún más grave, el desplazamiento de responsabilidad, una herramienta de protección para no aceptar el daño que causamos a alguien más, quien quizá sea inocente. Es un fallo no asumir la responsabilidad por el propio comportamiento. Hay que enfocarse totalmente en nuestras propias responsabilidades, ignorando las posibles responsabilidades de otros en el problema, si es que las ha habido; trabajar en las propias si se quiere avanzar en la resolución y en la mejora personal.
Si nuestro comportamiento es causado por una herida profunda que alguien nos ha causado, o creemos que lo ha hecho, esto podría explicar la razón de nuestro comportamiento, pero no hay que tomarlo para justificar la continuidad del comportamiento.
No podemos defendernos de nuestros actos, de nuestras conductas: palabras mal dichas, comportamientos inadecuados, actitudes. Porque quien se defiende pierde. Porque se trata de mantener el orgullo y se pierde la capacidad de relación, de empatía. Uno no se puede defender después de cometer un error, es sumar un error al anterior. Hay que aceptar a quien te señala el error y pensar que está haciendo lo correcto.
A partir de ahí es mejor decir lo he hecho mal, primero, que decir lo siento. Y corregir. Y no es el que ofende el que debe determinar qué es necesario para reconstruir la confianza, sino el que se siente ofendido. El que ofende no debe decirle al ofendido cuándo o cuánto ha cambiado, puesto que si el ofendido no puede ver los cambios tal vez es que no se han producido.
Los que son capaces de analizar fríamente sus derrotas o sus errores y son capaces de hacer reflexiones analíticas objetivas sobre ellas son capaces de superar sus límites, eliminar los defectos; mientras que quienes sistemáticamente culpan de las mismas a agentes externos suelen estar condenados a estancarse. Aprender de los propios fallos es algo esencial. Lo peor de un error es no corregirlo. No reconocerlo solamente, pues eso no es corregir. Diagnosticar una enfermedad no es lo mismo que comenzar el tratamiento para su cura. También es muy importante evitar tanto las críticas como las autocríticas destructivas. Mientras aprendamos de nuestros fallos y seamos objetivos siempre podremos llegar más lejos y siempre podremos corregir los errores.
2 comentarios:
Es difícil tomar conciencia de los fallos que cometemos a diario, no porque no los veamos sino porque no los queremos ver, y por tanto gastamos muchas más fuerzas y energías en hacer ¿buenos? nuestro errores, que las que nos harían falta para hacer las cosas bien.
Por otra parte, para mucha gente la palabra "lo siento" también es una palabra tabú, parece que se sientan humillados, rebajados, o vulnerables si la pronuncian. En estos casos ni expresan arrepentimiento ni propósito de enmienda.
Gracias por tus relfexiones que conducen a reflexionar.
Besos.
Sí, Ruth. Demasiados errores, demasiadas malas acciones, demasiadas malas actitudes, demasiadas tonterías, y con ello perdemos y nos perdemos. Y es que somos de una estupidez que asusta.
Decir lo siento por decirlo no es suficiente, aunque muchos ni lo dicen, llevas razón; sin embargo, lo primero es reconocer, cambiar y pedir perdón.
Gracias a ti por tus palabras.
Un placer.
Un beso.
Diego
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