Me siento en un banco del parque del bulevar, bajo la inmensa sombra de un ficus. Miro a un niño que juega con su madre. Un perro, delante de mí, está tumbado en el suelo. Me recuerda al mío, al que murió. Aquel soberbio y abúlico mastín. Saco mi novela italiana y el tremendo diccionario que me compré para traducir. Decidí aprender italiano así, tras mi último viaje a Italia. No va mal. Lento y arduo, pero bien. Hago progresos. El italiano parece fácil, pero es muy complicado. Cojo mi lápiz, mi libreta y comienzo a leer y traducir. Se me acerca un hombre y se sienta a mi lado. Le saludo y me sonríe. Sigo con mi lenta lectura. El hombre comienza a hablarme. Sé escuchar, pero no sé si es que se me nota o qué. Todos los locos, los borrachos, los desesperados, los solitarios, los silenciosos… se me pegan y me hablan. Pero está bien. No pasa nada, y siempre se aprende algo, además de hacerles sentir bien por un momento. Estoy acostumbrado, así es que cierro el libro, le miro y le sonrío. Le escucho. Giro la cabeza al frente y miro al perro, pues no es un diálogo sino un monólogo. Además él tampoco me mira. Sigue igual, el perro, como anestesiado. Debe ser el calor. Mi compañero de banco sigue contándome su historia. Está harto del trabajo, no aguanta a su mujer, sus hijos no le quieren, está en tratamiento psicológico… Yo también he ido al psicólogo. Para ver si tenía un problema. A veces me pasa, no tener un problema, que también, sino estar escuchando y que se me vaya la cabeza en algún punto de lo que dicen a algo mío; pero mi mirada y mi sonrisa siguen en automático, y la persona cree que sigo con ella. No lo puedo evitar, pero sólo a veces. Me ha dicho, mi psicólogo, que no soy un canalla, que no soy, ni tan siquiera, mala persona. Me dijo que mis silencios, cuando me enfado o creo que me han hecho daño y no lo reconocen, son mis agonías; que cuando callo es para castigarme por no castigar a los demás, por no dañar a los demás; que mis vacíos son para inflingirme daño para no perjudicar a los demás. El problema, me dijo, es que eso daña a los demás, y la cuantía y el dolor varía según la persona afectada. ¿Las razones? La infancia. ¡Cómo no!, pensé. Si me llega a decir algo del sexo me da un espasmo. Me temía que me saliera con Freud, pero se quedó en la infancia. ¿Y qué pasaba en ella? A mí me lo hacían. Daño emocional, gritos, castigos, silencios, vacíos. Y yo repito los actos interiorizados en mi mente, en mi subconsciente. Me dijo que eso es común, que le pasa a todos los que han padecido esos actos. Que todos, incluso los que no los han padecido, lo hacen en mayor o menor medida. Se tienen esas secuelas. Me cuenta que los silencios son en espera de que los demás reconozcan el daño que me han hecho, el error cometido, esperando la disculpa, y que al no querer producir daño físico ni moral ni emocional, me autolesiono yo con el vacío recurriendo a un hecho interiorizado de la niñez. Lo malo es que esos vacíos pueden generar daño moral o emocional, según sea la persona con la que interactúe. Tremendo análisis. Lo que me tranquilizó es el hecho de no querer dañar. De no regodearme en ello, de no complacerme en ello, de no disfrutar con ello, sino todo lo contrario, como yo sabía y como ella, porque es psicóloga, me afirmó. Esperaba un diván y tumbado, con los brazos cruzados y los ojos cerrados, entrar en los mundos internos, o cojines, pero estaba sentado en una silla con una mesa separándome de ella. Una vulgaridad, pensé, pero no estaba en una película, así es que… El caso, para no desviarme, que soy muy dado a ello, es que puede producir daño, porque a algunas personas se lo hace (esa actitud), pero me doy cuenta tarde, reacciono tarde. Al menos no hay deseo de hacerlo. Y eso lo sabía, y si lo confirman los expertos me hace sentir mejor. Me deja algo más tranquilo. Pero el problema sigue estando. ¿Y la solución? Sencilla, me dijo ella. Sabes el problema, sabes su causa, actúa, me dijo. ¿Cómo?, le dije yo. Analiza el por qué lo haces y siente que no hay razón para hacerlo, racionaliza por qué te sientes mal, por qué te haces mal tú mismo. Piensa y actúa. Elimina la razón, ponte en el lugar del otro y siente que le haces daño, sé empático, y piensa que haciéndote daño no resuelves la situación, que hay otras vías, más rápidas, más fáciles. Dialoga. Relájate y busca la solución por otro lado, mediante el diálogo, escuchando, preguntando, mediante la razón, respetando las posibles razones de los demás, aun cuando no las compartas, aun cuando te hayan hecho daño de verdad y no la lleven. Respira y da tiempo al tiempo. Respira y cuenta hacia atrás cuando te veas en una situación similar y si ya estás en el silencio piensa y siente cómo te sentías cuando eras pequeño, en el daño que sufrías, en tu dolor interno, y piensa en tu sufrimiento actual, en tu dolor, en tu silencio, en el daño que te hace y eso te llevará a ver y sentir lo que está padeciendo, sintiendo y sufriendo el otro. Es una labor de interiorizar y luchar. De ser persistente y no dejarse ir por las circunstancias del momento. Y habla. Me gustó el discurso, y me emocionó. Me hizo llorar, porque me empezaba a encontrar mal. Y me sentí mal porque yo sabía que no quiero hacer daño y sin embargo puede haber personas que no piensen así. Siempre creí que al conocerme es obvio que se vea que soy buena persona, sobre todo con los demás, y más con los que más quiero. Pero a veces no se ve así. Y eso me hizo mal. Mal momento aquel. Seguiré sus consejos. Pero visitaré a otro psicólogo. Nunca está demás tener más opiniones. Mi compañero de banco sigue despotricando contra todo y contra todos. El perro tirado en su sitio, incólume a todo. El niño se ha caído y se ha hecho un rasguño. Su madre se lo lleva. Yo no puedo irme, aún sigue hablando este hombre, y me sabe mal dejarlo sin un oído que lo escuche. Esperaré a ver si le entra hambre. No sé cómo va a acabar esto. Es todo un mundo el suyo. Y lo malo es que yo ya tengo hambre.
8 comentarios:
Qué difícil es ser entendido no? Que conozcan tu esencia. Vives y a veces haces daño sin darte cuenta. Me asombra comprobar lo poco que me conoce mi pareja por ejemplo. Después de tantos años ya debería saber el por qué de algunas reacciones, pero no, y eso me sorprende. Hice algunos años de terapia y ayudan, pero duele y asusta asomarse a la ventana de la infancia y de la verdad. Gran texto, un abrazo Diego.
Por tu texto y por el comentario de Andrea, al final va a resultar que lo de la linda infancia es todo un mito, por lo menos no soy tan tan bicho raro como creía.
Me ha gustado ver tu imagen en tu propio espejo sin disfraces, sin tapujos.
En cuanto a los psicólogos, prefiero los que bajan hasta tu pozo sin fondo, te dan la mano y te ayudan a caminar, hasta que encuentres las soluciones por ti misma y puedas hacerlo sola. Pero de esos, ya quedan pocos; yo tuve la suerte de conocer a una.
Besos mi querido Diego.
me siento fatal, me has traído a la cabeza todas las veces que me he enfadado con mis hijos pequeños o les he reñido y tengo la culpa toda en el pecho y en la garganta, igual con esto escribo para desahogarme, pero me siento horriblemente mal
Es triste que siempre haya alguien que se tiene que llevar el daño. Si no son ellos eres tú, y como muchos, inconscientemente sabes que hacer daño a los demás te va a provocar un sufrimiento mucho mayor a tí. Por eso prefieres guardartelo y agonizar en soledad. Puestos a sufrir, cuantos menos padezcan mejor. Y te conviertes en una especie de mártir emocional que no sabe dejar de serlo.
Sí, Andrea, es sorprenderte que no te conozcan después de tiempo, pero a veces es difícil o a veces no nos damos a conocer, a ves hay demasiadas cosas en el otro. es complejo y cada cual es como es y que aceptar, pero duele o sorprende.
Lo que si asusta es mi rar dentro de uno, de sus historias, de su verdad, cuando esta no es como nos gustaría, pero hay que hacerlo.
Gracias Andrea.
Un abrazo.
Diego
Sin embargo, Ruth, mi infancia la recuerdo como mi paraiso perdido, al que no me importaría volver, historias determinadas al margen. Fuí muy feliz. Las dos caras de Juno, y que yo siempre he buscado serlo, y la vida te da mucho a paesar de otras cosas amargas y decepcionantes.
Gracias Ruth, por tus palabras. Hay que mostrarse tal cual se es, sino... Los disfraces, sin embargo, a veces te muestran como eres de verdad. A veces...
Un beso.
Diego
Estoy seguro, Santiago, de que escribirás y bien, pero no por eso sino por otras cosas, tal vez de tus hijos, pero no por el dolor que te pueda producir reñir. Seguro que eres un buen padre. Reñir, educar, no es malo, creo. Pero no me hagas mucho caso.
Diego
¿No habría que tratar de dejar de ser ese mártir emocional sabiendo dejar de serlo? Yo creo que hay radica la cuestión, en luchar por variar ese elemento. Será difíl, es posible, pero es el mejor camino. Evitar el daño, siempre evitarlo. Darse cuenta y actuar, y no volver a repetir. Ver y aprender.
Gracias por estar, "deprisa".
Diego
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