Las vides pasaban frente a sus ojos como una fotografía en movimiento. Campos de hileras en tonos de rojo cargados de matices en su muerte otoñal, derramando color en esa estación que invita al recogimiento de la vista, a la degustación, entre las suavidades de colinas que se superponían, montando unas sobre otras en una continuidad sin tiempo, creando espacios sinuosos, de una belleza cautivadora, ensimismadora. Unos cipreses cortaban el horizonte gris del cielo, cubierto de nubes que se movían al compás del sonido del tren, contraponiendo el juego de colores apagados de arriba con la viveza de los de la tierra, y las líneas horizontales del todo con la verticalidad atemporal de los árboles, hieráticos, perennes, anclados a la vida, al tiempo, como fieles guardianes de la belleza, de la historia, de la tierra.
- Siempre que miro la campiña me vienes a la mente con una intensidad que aturde.
- ¿Por qué?
- Por cómo la miras, por cómo te embebes cuando la observas. Es como si la admirases, como si fuese tu madre, o mejor, como si fuese tu amante. Una amante deseada y que sabes que nunca será, del todo, tuya, pero por la que estarías dispuesto a dar la vida.
Los dos miraron a través del cristal.
- ¿Por qué prefieres siempre venir a Roma en vez de a Firenze? ¿Por esto? -dijo, mirando primero a las vides que se deslizaban suave por el exterior, y después a él.
- Porque Roma fue después de Florencia. Porque en Roma se hizo la vida. Porque ahí nací, contigo, aunque te sabía ya de antes, casi de siempre, incluso desde antes de conocerte. Porque en Roma fui en ti, fuimos uno por primera vez y ya no hemos dejado de serlo. Porque siempre quiero verte por primera vez ahí.
Sonrió. Dejó que las palabras se perdiesen en el aire, en el recuerdo.
- Como la primera vez -siguió diciendo.
- Gracias.
- A ti, por estar, por ser, por elegirme a mí, entre tantos.
- No podría haber escogido a otro. En la vida siempre se elige, pero de entre todas las elecciones sólo hay una especial, la de verdad. Sólo hay un amor, y lo anterior no son sino la preparación para ese, y después solo son superposiciones, la rememoración de lo que fue, la búsqueda inútil de lo perdido.
- Por eso no te dejaré nunca. Porque sé que eres tú. Desde antes de nacer ya supe que eras tú. Siempre te esperé. Como el río…
- Dichi que il fiume…
Se levantó del asiento y la besó con la extrema suavidad que le provocaba estar con ella, cuando la miraba moverse, cuando hacía cosas, cuando le escuchaba, cuando le hablaba, cuando le miraba.
- ¿Has terminado la novela?
- Soy incapaz. Estoy enquistado, varado.
Había colocado unas velas con aroma de mirra sobre la mesa de cristal, flanqueando un pequeño y esbelto jarrón curvado, en el que había dos lirios, de tallo corto, y una rosa entre ellos, de rojo intenso y algo oscuro, sobre un camino de mesa en negro, con detalles dorados, como de esferas, que resaltaba sobre el cristal, ligeramente oscurecido.
- Me gusta verte las piernas a través del vidrio mientras comemos -le dijo.
Ella sonrió y las cruzó en un gesto de pudor, al tiempo que sonreía y se ruborizaba. Bajó la mirada hacia el verde de la rúcula, manchada de rojo por los pequeños tomates troceados, y de blanco por el queso gorgonzola. Cogió la copa de vino, abrazándola con la palma de ambas manos, y se la llevó a los labios. La alzó con lentitud mientras le miraba fijamente. Abrió levemente los labios y, sacando apenas la lengua, los posó sobre el borde del cristal. El vino, de un intenso color cereza, con reflejos púrpuras, se fue derramando lentamente hacia la lengua, entrando en la boca. Lo notó en su interior. Cerró los ojos, sintiendo como llenaba cada una de sus terminaciones nerviosas. Movió la lengua entre la bebida. Sintió la ligera acidez en las papilas, su consistencia y su volumen; sintió la dulzura inicial, su armonía y su final largo; sintió los olores a moras, frambuesa y madera, equilibrados, manifestándose con chocolate, tabaco y vainilla en su nariz. Echó la cabeza atrás y tragó. Abrió los ojos y le vio allí, extasiado ante ella, ante sus gestos. La mirada prendida en ella. Le sonrió.
- Es absolutamente perturbador mirarte -le dijo él.
- Te estaba sintiendo. Siento el placer del vino cuando estoy contigo. Me haces saborearlo, sentirlo distinto. Tú me enseñaste a sentirlo así. Tú eres, siempre, en todo, así, y me provocas eso
Sonaba suavemente, como con desconsuelo, y sin embargo con una fuerza de tremenda exquisitez, El bello Danubio azul, de Strauss, en una versión de Klaus Badelt, iniciada con las variaciones sobre la obra clásica para seguir con juegos de notas y diálogos de instrumentos que llevaban a dos crescendos finales inmensos, tras el último de los cuales una serie de coros angelicales y efectos de sonido lo envolvían todo en un final tranquilo y sosegado.
- Te dije que me grabases el Cd. ¿Te acuerdas? Incluso te dije que si te daba yo los discos vírgenes.
- Y yo te dije que no lo haría. Y te sonreí. Es una de tus manías y de las mías.
- ¿Cómo?
- No terminar de sentir que todo lo que tengo es tuyo, y que haría cualquier cosa por ti. No sé, creo que es una cuestión visceral sobre el saber recibir, sobre el dar, y que tiene que ver con el carácter, con el interior de uno. Tal vez el tipo de educación, el cómo se ha crecido. No sé. Y lo otro son mis bromas. Es ese carácter, tan mío, que eres incapaz de aceptar, tal vez de comprender y por ello de aceptar, y yo de cortar, cuando estoy contigo.
La atmósfera se espesaba, a veces, con el juego de las palabras, sentidas como dardos, como espadas. La pesadez se instalaba en el ambiente, en el aire, oprimiendo, y en el alma, anegando.
Entre ellos siempre existían esos momentos, indecisos, de desazón. Interiorizaban los actos y las palabras del otro desde su propio intelecto, sin preguntar, sin entender al otro y, a veces, sin siquiera quedarse en la simple literalidad de las palabras. Tan iguales ambos, y a veces, sin quererlo, tan lejanos. De ahí, quizá, esas distancias, solitarias a veces, de comunión absoluta la mayoría, y la querencia que ambos tenían hacia el otro.
Las cosas no ocurren por azar. Y el azar, en el desierto, siempre juega en contra de uno mismo. Encontrarse fue azar, puro azar. Enseguida supieron qué había en el otro, quién era el otro. Se sabían con la mirada. Un curso de seis meses, de ella, sobre el idioma español. Una breve presentación. Un cruce de miradas. El resto fue deslizar, desde la búsqueda, desde la necesidad de y en la armonía, desde el encuentro de uno mismo en otro, y de ahí quizá los desencuentros, por lo inesperado, por lo igual, por las distancias. De repente todo fue. Y todo fue una lucha constante para conseguir que ese azar no jugase en su contra. El tiempo y el espacio eran elementos que parecían confabularse en su contra. Él sabía que necesitaban tiempo, y ella espacio, aunque a veces ambos truncaban las normas jugando con ello, aliviando o intentando aliviar el deseo de unión frente a ese azar. Y el juego avanzaba, con sus trabas y las circunstancias. Azar y juego, tan gustados como peligrosos. Y el carácter de ambos, tan igual y, a veces, tan malinterpretado. La incapacidad de verse, a veces o de entenderse, de conocerse o de querer verse. El miedo, tal vez.
Despertaron juntos en Roma.
Salieron temprano, tras desayunar. Caminaron como siempre lo hacían, como andaban la vida cuando estaban juntos, mirando, de la mano, sintiendo intensamente cada uno de los detalles que en ella veían y que tenían. Se sentaron en un alto, perdida la vista en las hileras de rojo de las vides extendidas hasta el horizonte, perdidas sobre una línea que se alejaba en el horizonte, rompiéndolo, quebrando el azul, apenas desdibujado por pequeños tonos de gris y de blanco que se movían cadenciosamente en lo alto. Apoyó él la espalda en el tronco de un ciprés, y ella, tras colocarse entre sus piernas, descansó la cabeza en su pecho. Le rodeó el cuello con los brazos. Les gustaba el calor del tacto de sus cuerpos, como en la cama, siempre en contacto, abrazados. Incluso cuando ella dormía, él apoyaba el codo y se perdía mirándola, mientras con la otra mano le acariciaba suavemente la cara, dibujándosela entre la luz de las velas, casi extasiado.
- Se me rompe el alma cada vez que te vas, le dijo ella.
- Y sin embargo no eres capaz de aclararte en ese sentido. Saber si vas o vienes, si te quedas o te vas. Es esa inconstancia.
- Es posible, y sin embargo… se me parte, y me rompo por dentro. Pero no sé llorar. ¿Sabes? -hizo una pausa mientras le acariciaba la cara-, nunca he llorado por ti. Es extraño, y sin embargo te echo de menos como a nadie, como a nada. Pero te siento dentro como fuego, y es tristeza y ansiedad el no tenerte, y quiero estar contigo… Pero ni una lágrima moja mi cara.
- Hay formas de sentir, y la tuya es esa. No te preocupes, sé lo que hay dentro, aunque a veces cueste, pero sé.
Se quedaron callados, mirándose.
- ¿Te he dicho que te quiero?
- No.
- No tengo perdón. Ante esta belleza no debería parar de decirlo, porque lo siento. Pero lo sabes.
- Sí. Porque me lo dices. Pero vives con esa incertidumbre, siempre. Tal vez tienes miedo de que no lo sepa y duda, o porque no sabes… No sé, pero no importa. Yo también te siento dentro y muy intenso. Y así será siempre.
- Si no lo fuera, moriría. El sacrificio es el precio de un buen efecto.
- ¿Tú crees? Eres tan ascéticamente barroco. Me gusta.
- A veces se precipitan cosas que no se pueden precipitar.
- ¿No es así como funciona el amor? Tú siempre dices que hay un momento para todo.
- Y un lugar para cada persona, y una persona para cada persona. Pero a veces no lo sabemos ver, o lo precipitamos, o lo negamos o no estamos preparados o elegimos la inadecuada. De ahí tantos errores, a veces. Por ejemplo Mia.
- ¿Qué pasa con Mia?
- Si se pretende recorrer todos los caminos posibles se acaba no recorriendo ninguno. En el amor, cualquier experiencia reciente debe superar el umbral de complejidad y profundidad de las anteriores, y cuando has encontrado lo absoluto, el resto es búsqueda inútil, repetición de momentos imperfectos, y ahí se entra en el vacío, en el desencanto, en la frustración. El problema del amor es que es como una droga, se necesitan dosis más altas y más fuertes para superar el síndrome de abstinencia. Y si ya has encontrado la persona, el lugar, tu mitad perdida en el principio de los tiempos y encontrada, si ya no está, si está perdida y la reconociste, la viviste, el resto es de nuevo búsqueda de eso o conformarte con el vacío. Por eso siempre, Beatrice, siempre, estaré contigo, porque tú eres esa persona, ese lugar. Donde quiero vivir, donde quiero morir.
- Io sono in pace, cor meum. Io sono in pace, vide cor meum. Io sarò sempre con te, sempre in voi.
- Sólo puedo decirte lo que Dante escribía de su Beatrice: “Tan gentil, tan honesta, en su pasar, es mi dama cuando ella a alguien saluda, que toda lengua tiembla y queda muda y los ojos no la osan contemplar. Ella se aleja, oyéndose alabar, benignamente de humildad vestida, y parece que sea cosa venida un milagro del cielo acá a mostrar. Muestra un agrado tal a quien la mira que al pecho, por los ojos, da un dulzor que no puede entender quien no lo prueba. Parece de sus labios que se mueva un espíritu suave, todo amor, que al alma va diciéndole: suspira”. Me lo leíste tú, ¿recuerdas?
- Cómo olvidar algo tan profundamente hermoso. Sabes de mi pasión por Dante. Mi padre me puso el nombre por ella, por Dante.
- Ojalá pudiera yo expresar algo así, y sin embargo es así cuando te veo, y cuando te pienso también, cuando te siento, y te siento siempre. Soy siempre en ti, y espero con toda mi alma que siempre seas tú, también, en mí.
- Te juro que lo seré, porque me la vida, aunque me vaya la vida. Es precioso como suena en español. Es tan delicado.
- A mí en italiano, tal vez por ser tú.
- ¿Quieres oírlo en italiano?
- Sí.
- Mejor te lo leo cuando volvamos, no quisiera eliminar ni confundir ninguna palabra. Tengo una edición bilingüe, con la mejor traducción al español.
- De acuerdo.
4 comentarios:
Un relato lleno de contrastes descritos de forma magistral, tanto que puedes saborear ese vino que baña los labios encarnados, que impregna el paladar como todo espacio y que se desliza sutilmente por la garganta.
El Amor, el todo y la nada, se dan cita entre tus lineas; la búsqueda incansable de lo que fue o lo que será. Me gusta Diego.
Besos.
Gracias Ruth por tus amables palabras.
Me alegro de que te guste. La búsqueda siempre, la lucha, vivir la vida, sintiéndola, amándola, viviéndola. Lo que fue o lo que será, lo que es, lo que te gustaría, luchando por ello. Así es la vida, con sus luces y sus sombras, pero me encanta sentirla, vivirla, como creo que ha de ser vivida.
Un beso.
Diego
Me encanta la forma en como escribes, lo q fue nos abraza y lo q será nos aprisiona...
Un beso!!
p.d: hace rato traté de dejar un comentario pero creo q google esta loco y no me dejaba ya q me daba error, si no te llegó por eso pase a dejarte este espero q si te llegue...
Un beso!! :D
Me alegro que te guste, Sylvia. Es un placer que así lo sientas.
Si que está loco google, sí. Está este, y lo importante es que estés.
Un beso para ti también.
Diego
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