15/6/09

La montaña

Cuando asciendes, en la montaña, por la pared, el peligro baña el mundo con un resplandor difuso que hace que todo resalte con más fuerza (la suave curvatura de una roca, el liquen, con sus distintos tonos de color, la textura de las nubes cuando miras hacia arriba). Ahí, la vida late y lo hace con una intensidad absoluta. Ahí el mundo es real.

Cuando estás solo, en la montaña, a causa de la soledad, todo lo que te rodea, incluso lo más normal, lo más simple, parece tener mayor significado. El hielo es más frío, el azul berilo más intenso y misterioso, el cielo más nítido, eterno y profundo, los picos más hermosos, pero también más amenazadores. Ahí las emociones son más intensas. Los momentos de desesperación son más oscuros y los de euforia más exultantes. Todo eso te atrae de una forma abisal, irresistible, te embriaga con un dramatismo atroz.

Hay veces, en la noche, allí arriba, cuando te sientes más solo, cuando el frío es intenso hasta hacerse casi visiblemente mortal, cuando el silencio se adueña del mundo, que te sientes abandonado, perdido, vulnerable, inmensamente solo. A veces lloras. Y tienes que luchar contra ello.

Cuando escalas, lo único que te sujeta a la pared es un débil elemento de metal, una insignificancia, la cuerda y tus manos. Lo sabes. Lo sientes. Pero conforme asciendes te sientes bien, cada vez mejor, más animado. Cuando comienzas una ascensión dura, y si es en solitario más aún, notas, siempre, la llamada del abismo tras de ti. Resistirse a ella supone un esfuerzo brutal. No puedes dejar de estar alerta ni un segundo. Esa llamada suave, y a la vez brutal y terrible del vacío, te enerva y hace que te muevas con torpeza. Pero siempre, al ascender, te haces al riesgo, a ver la muerte a tu lado. Confías en ti, en lo que eres, en quien eres, en tus manos y en tus pies, pero sobre todo en tu cabeza. Estás como en trance y escalar es, entonces, como un sueño de clarividencia total. Las horas son minutos. La vida, fuera de ahí, tu vida, no existe, no está en tu pensamiento. Lo único que ves es la cima, en tu mente, y lo que haces en ese instante. Es algo así como felicidad. Pura, suave y eterna felicidad. En esos momentos estás solo y lo único que mantiene todo es la confianza total en ti mismo.

Cuando coronas y desciendes sientes una euforia absoluta y una sensación de alivio que te supera, pero que se van trocando, con el tiempo, en una melancolía inesperada.

Muchas veces piensas que la montaña es la solución a los problemas, pero apenas los cambia. La montaña no es un buen sitio para depositar los sueños. Y sin embargo no puedes resistir la atracción del abismo y mirar desde el borde el fascinante y oscuro misterio de la esencia mortal. Lo que se atisba, ahí, es aterrador, pero también enigmático por prohibido y desconocido, por elemental. Es tan fuerte y tan desbordante como todo lo oculto, fascinante y mágico que hay tras el sexo de una mujer, tras su esencia, tras su alma. Por eso, muchas veces, cuando estás ahí arriba, cuando sólo eres tú y la montaña, cuando sólo oyes tu respiración y el viento a tu alrededor, piensas, sientes que no importa la falta de calor humano, de intimidad en la vida, pero cuando, abajo, oyes el sonido de la risa de una mujer, el roce de su piel contra la tuya, la profundidad de su mirada profunda, sientes una sensación de vacío al no tenerlas, y lo engañoso de aquel pensamiento. La montaña es mi lugar, mi foco de atracción, mi referencia. Igual que la mujer. Quizá por todo lo anterior. Por lo oculto, fascinante y mágico que hay en ambas.

2 comentarios:

Crestfallen dijo...

Hola Diego: intensa narración y bella analogía. La magia que ni falte!
Espero que estés bien, te mando besos!

Anónimo dijo...

Hola Mireia.
La montaña tiene ese poder, de atracción, de seducción. Es algo tan... no sé cómo decirlo, que te atrae y te ahoga, que te hace sentir tú y nada, que te eleva.
me alegro que te gustase la analogía. La magia no debe desaparecer nunca, si no qué sería de esta vida sin ella (ya sólo faltaba que le quitasen también la pesía, que algo de mágica tiene también).
Un beso y que terminen bien las vacaciones y mejor los finales.
Diego