24/9/12

al. 3

Yo siempre ando la Luna a golpe de lentos andares, de caras ocultas, viviendo, cómo no, la realidad, entre la pasión y la desmesura, y soñando, cómo no también, siempre, absolutamente siempre, con la utopía, desnudando la ternura, acariciando sentires, oliendo... en altares de aliento, en...

2/9/12

El reino del Aquelarre

El Aquelarre. Goya

Nunca tuve la sensación de desasosiego hasta que me levanté aquella lluviosa y desapacible tarde, sin duda alterado por el sonido del reloj de pared dando las seis, con un golpe tras otro, que nunca antes había oído. Ojalá lloviesen amapolas alguna vez.
Solo tengo sueño, ganas de dormir y no despertar nunca. No morir, solo dormir. Quizás despertar de vez en cuando (aunque no es imprescindible, ni tan siquiera vital), mirar el reloj y saber que puedo seguir durmiendo eternamente; girarme, cerrar nuevamente los ojos y volver a dormir. Soñar la música otra vez. El bajo casi ausente, detrás, envolviendo las voces del piano y la trompeta, mientras una batería dice, casi en susurros, algo cálido, acariciando, como si oyese una hermosa voz en otra mesa, al lado, envuelta entre la volutas del humo de un cigarro sostenido por una mano inmóvil, cerca de perfectos labios que procuran risas, casi llantos.
Es un exceso la verbalización de esos sonidos, de sus ecos. Pero qué exceso.
A veces un quejido, tal vez un ruego explicado en el metal ausente que dice, mientras baja el tono para asegurar la atención del otro, o de nadie. Nunca se sabe la razón de las palabras que no huelen. Y de repente es como si sonriese.
Pobres estúpidos e ignorantes. Y aún me piden que me sienta culpable. Yo, que miro desde los sentimientos. Quieren que despierte, cuando levantarse es un suplicio. Contemplar el infinito número de horas que hay por delante es absolutamente desasosegante. Sobrevivo a través de la palabra que sueña la música que me sueña.
La inocencia machacada. No me siento humano. Trato de comprender el despropósito de levantarse cada mañana y llegar a la noche sin saber muy bien el porqué. Maldito sea el hombre que confía en el hombre, clamaba Jeremías.
Solo tengo sueño. Un sueño de sueños, o por ellos, no sé.
Una mujer aparece por detrás y habla cuando calla a través de un clarinete. Cada golpe en la tecla del piano es una sonrisa, un desmayo en el que mira.
Oh, poder cerrar los ojos y escuchar el torrente de palabras casi dadas, regaladas, acariciándome la piel.
Me gusta vivir, morir, en ese exceso de un sueño que no es sueño, que no es. Ahí, donde siente la piel, donde nace la luz, donde nace la vida, donde yace el olvido.