26/1/08

¿Qué? No lo sé.

No sé cómo empezar, para terminar. Yo, el dueño de las palabras.
Lo que requiere vivir es riesgo, sacrificio y placer. Necesito de la belleza, como del agua en el desierto, para vivir, y sin ella no puedo estar, no puedo seguir, no puedo vivir, porque la belleza está en ti.
Lo dejo todo. Lo dejo todo ya. No puedo más. Necesito respirar. No puedo aguantar más. Ya no voy a escribir más aquí, ni en ningún otro lugar. Abriré todo lo que tengo y ese será mi último regalo al que quiera, pueda y sepa apreciar. Lo demás, si hay, será sólo para mí. Como antes. Como siempre. Ya no más. Lo dije y así será. No sé hasta cuándo. Tampoco importa. Un año, una vida. ¿Qué más da? Quien sabe leerme lo entenderá. O así lo espero.
Crearé una nueva religión y me convertiré en mi más firme creyente. Necesito respirar. Reflexionar sobre todo. Sobre la vida, sobre mí. No encuentro. No me encuentro. No entiendo nada ya. Amo la vida tanto que me da miedo. Pero necesito algo más. Como decía Borges que “llegará un momento en el cual cesaré para siempre, en el cual dejará de existir Jorge Luis Borges”. Yo no soy Borges, pero me siento igual.
Tal vez mi momento ha llegado ya. Lo sé. No lo sé. ¡Qué más da! Ya está.
Hay un momento para todo, para cada cosa. Roma. ¿Recuerdas? Eso siempre quedará.
Dichi che il fiume trova la via al mare
Che come il fiume giungerai a me
Oltre i confini e le terre assetate
L´amore giungerá
E non so più pregare
E nell´amore non so più aspettare

Y ahora es el momento para guardar tu distancia, el momento para alejar tu mirada, el momento para inclinar la cabeza, el momento para decir el nombre que apenas puedo, ni tan siquiera, deletrear.
Champán Cristal. No sabe, no puede, no quiere, no debe. Champán cristal.
Sólo quiero recordar. Adormecerme ahí. Vivir ahí. Nada más. No deseo lamentar. No deseo dañar. Sólo dormirme en el recuerdo de Champán Cristal.
Porque al final todo es sueño, o eso espero. Y quiero, sólo quiero dormirme ya. Dormirme en él y no despertar. Adormecerme en el Champán Cristal y no despertar. Mecerme. Y sólo al final… porque, al final, sólo somos polvo de estrellas. ¿Recordás? Mi alma. Mi vida. Mi principio. Mi final. Sólo me queda Champán cristal.
¿Qué busco? ¿Qué espero? Ya no sé qué pensar. ¿Y si estoy equivocado? ¿Y si todo es ilusión? Necesito pensar. Pensarme. Ver. ¿Alguien sabe, puede, quiere, debe, leerme ya? ¿Sabes, puedes, quieres, debes, leerme ya? ¿Dónde estás? ¿Me lees? Suelto las riendas. Todo acabado está. El tiempo ha llegado ya.
Pero aunque hay un momento para todo, recuerda siempre, siempre, Champán Cristal. Nunca habrá nada más hermoso que Champán Cristal.
Sólo me quedan lágrimas sobre el papel. Lágrimas que se perderán en la lluvia.
Gracias por leerme. Gracias por quererme. Gracias por comprenderme. Gracias por estar. Gracias por aparecer.
Somos, soy, eres, fuiste, seremos, especial. Champán Cristal. Ya todo se andará.
El sacrificio es el precio de un buen efecto.
Ya sólo quiero el anonimato. Un vaso de vino en las suaves colinas de la Toscana; un tequila en la Baja california; una cerveza en cualquier playa de Australia; una buena conversación en cualquier otro lugar.
Sólo una cosa más. Un placer.
Hasta luego.

24/1/08

¿Hay alguien ahí?



Necesito sacar esto, y lo hago ya. Podría describir el cuadro (El grito, de Munch), pero está descrito ya, y de una forma magistral. Por tanto me debo callar. Aprovecharé las palabras de un maestro, Philip K. Dick, en una obra maestra, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Blade Runner.
Dice: “Muestra a una criatura pelada, con una cabeza semejante a una pera invertida, que apretaba sus manos horrorizadas contra sus oídos, con la boca abierta en un vasto grito mudo. Las olas encrespedas de su dolor, los ecos del grito, ocupaban el espacio que le rodeaba. El hombre, o la mujer, estaba encerrado dentro de su propio aullido. Se cubría los oídos para protegerse de su propia voz. La criatura estaba de pie en un puente, y no había nadie más. Gritaba a solas. Aislada por el grito o a pesar de él”.
¿Qué más puedo añadir? Podría decir el por qué, porque lo siento; o también… Pero no lo voy a hacer. Podría explicar una situación así, podría hablar tanto sobre eso…
¿Por qué grita así? ¿Sabría alguien decírmelo? ¿Hay alguien ahí? Y es que a veces no sé ni qué hacer ni qué decir.
¿Qué le pasaba a Munch? ¿Qué le pasa al personaje del cuadro? ¿Qué me pasa a mí? ¿Hay alguien ahí? Soy un niño pequeño, y…

23/1/08

Vivir y algunas cosas más.

Muere lentamente quien evita una pasión y su remolino de emociones, las que regresan el brillo a los ojos y restauran los corazones destrozados; y muere más tristemente aún, quien lo hace por una convención. Muere lentamente quien no arriesga lo cierto y lo incierto para ir detrás de un sueño, quien no se permite, ni siquiera una vez en su vida, huir de los consejos sentados. Que el Dios de los mediocres se apiade de su vacía y triste alma.
Decía Baudelaire, en su inmensa sabiduría que "se debe estar embriagado siempre. Todo consiste en eso; es el único problema. Para no padecer el horrible fardo del tiempo que nos quiebra los hombros y los inclina hacia el suelo, uno debe embriagarse infatigablemente." La cuestión es de qué. Ahí radica el saber. Ahí radica el vivir. El saber vivir.

Vivir. Jugar. Dualidad. ¿Se quiere jugar? Se juega. ¿Reglas? No hay juego. ¿Convenciones? Atan. No quiero jugar. Atrevimiento. ¿Convenciones? No hay juego. No juego. No vivo. Dualidad. No sé jugar. No sé vivir. Acepto el deambular. ¿Hacia dónde voy? Tranquilidad. Algo que me estabiliza. Acepto. Desecho lo que me da vida. No juego. No vivo, pero creo que sí. Asunción de la realidad. Tranquilidad. Daño. Libertad. Realidad. Si no hay libertad no hay juego. Si no hay libertad no hay vida. La libertad de jugar implica la libertad de hacer, de pensar, de actuar, de sentir. No hay más. Mala conciencia. Duda. No hay juego. No hay vida. No es dejarse llevar. Hay duda. Inestabilidad. Vivir el momento. Sentir. Actuar. Vivir. Evitar el momento. Sobrevivir. Deambular. Incapacidad. Sólo estar. ¿Aceptable? Cada cual decide. Estar por estar. No sentir. Utilizar. Hipocresía. ¿Dónde? Cada cual es cada cual. Prefiero sentir el momento, vivir y jugar. Participar. Nada importa. El resto sabrá. Si no sabe, allá cada cual. Aceptar. Vivir. Yo así lo siento. Vivir. ¿El resto? Sobrevivir. Tal vez morir. Me siento vivo. Así quiero vivir. Así quiero estar. Vivir con total intensidad. No perderme nada. El momento. No dejar nada pasar. Pérdida. Negación del yo. El placer de sentir todo, de tener, de aceptar. Jugar. Placer. Vivir. Música. Belleza. Arte. Amistad, Placer. Tacto. Olor. Gusto… La vida sin más. Los demás que acepten o sigan en su mediocridad. La armonía del momento. Armonía total. La vida es sencilla. No deseo complicar. Allá cada cual. Vivir. No saben. No desean. No se atreven. Da igual. Vivir nada más.

Ella es como una preciosa niña salvaje, adicta a la heroína, que vuela tan alto como una cometa y se cree que está en la cima del mundo, pero que no sabe que está muriendo, que no se lo cree aunque le enseñes las marcas.

22/1/08

Acaba. R.

Vi todas las cosas. Las buenas y las malas. Maltratadas todas y echadas al suelo, esparcidas por doquier. Estoy hambriento otra vez, ebrio otra vez. Y estando así ¿puedo estar sonriendo? ¿Cómo puedo estar seguro? Si sales por la puerta ¿te volveré a ver? Me sentaré a leer el Apocalipsis y a esperar. Sólo los sentidos pueden curar mi ebriedad ya, o no, porque no hay salida. Puedo gritar y no parar, pero es demasiado tarde. Miro el cielo y se cae ya. Moldeame, apuñálame. Tú me has convertido en esto. Compra una pistola y dirígela hacia mí. Dispara y reventaré en millones de burbujas. Deja que me pierda en mí, aun sólo un minuto. Deja que me pierda en mí. Y después caba un hoyo y entiérrame en él. Vi todas las cosas. Las malas y las buenas. Recuérdame como lo que fui. El que amó todo lo que se me envió. Después, recuérdame así. Pero primero dispara. Acaba.

21/1/08

Vida. Arte.


Wilde decía que "la belleza está en el Arte", por tanto volvamos a él e iluminemos con el Arte nuestra alma, que tanto lo necesita. Recreémonos en cada línea, en cada color, en cada forma. Llenémonos de armonía. Sintamos, aunque sea por un momento, que la vida tiene mucho más que la sinrazón de pasar por ella como meras almas deambulando sin saber o sin querer ver que hay mucho más, y que merece la pena sentirla con la devoción de un converso, esperando que en el camino todo es posible, y que siempre hay más.
Para ello nada mejor que acercarnos a la pintura. Y, como en este caso, a Ghirlandaio. Y, para ser más preciso, a su Cenáculo.
En todo Cenáculo hay un misterio. Y éste no iba a ser diferente. El de Leonardo, el más famoso y conocido, guarda un misterio o un acertijo, un enigma o una broma del mismo Leonardo. Ghirlandaio hace otro tanto. La obra se encuentra en el refectorio menor del convento de San Marcos, en Florencia. Es un fresco.
La imagen es primaveral. El fondo así lo indica: cipreses, palmeras, frutales… también ayuda a potenciar ese hecho las cerezas esparcidas por el blanco mantel.
Todos los apóstoles están alineados con Jesús, salvo Judas, que está enfrente. Pero ahí no radica el misterio. Tampoco radica en la existencia de una mujer en el ágape. La que está con el manto rojo. Ni tan siquiera en el hecho de que la figura de Juan -con sus suaves y delicados tonos azules- pudiese ser una mujer o un hombre, sino en el gato que hay en el suelo, junto a Judas. Y el gato nos mira. Mira a todo el que mira el fresco. Sentado. Tranquilo. Con sus pupilas clavadas en nuestras pupilas, el gato ¿qué espera? ¿Cerezas o pan? Sin duda alguna, cerezas no. Pan, seguro. Pero ¿de quién? ¿Del Maestro o de Judas? ¿El pan después de ser bendecido o antes de serlo? ¿Qué se pretendía en el caso de que fuese tras la bendición? ¿Qué comulgase el gato también?
Extraña escena sin duda alguna. ¿Sabemos leer? ¿Sabemos mirar?
Tal vez la vida nos depara una sorpresa tras cada recodo. Sólo hay que pararse a observar y disfrutar. Miremos al gato, aprendamos de él, y participemos de todo ágape que la vida nos de, porque ¿sabemos cuándo vamos a no estar? ¿Sabemos cuándo los demás dejarán de estar? Aprovechemos el momento porque no se ha de esperar, hay que vivir ahora, porque el mañana ya llegará, y entonces será, tan sólo eso, mañana nada más. Ahora.

20/1/08

Suave muerte, muerte bella.

Voy a desnudar mi alma como no lo he hecho nunca. Rasgaré las entrañas para desentrañar lo que llevo y me quema. ¿Racionalizo o me dejo llevar simplemente y espero lo inesperado? ¿Espero, acepto o giro? Ardua tarea la impuesta y de difícil resolución. Es de extrema dificultad oír y no creer, creer y no oír, esperar... Si bastasen sólo las palabras me resultaría aceptable, pero es evidente que tiene que haber más. ¿Hasta cuándo? ¿Por qué? No sé. ¿Tribula? No sé.
Anoche miraba el límpido cielo tachonado de estrellas. El firmamento eleva cuanto más lo miras, cuanto más lo ves. Pero como todo, hay que saber mirar, y pensar que el éxtasis esta ahí y en todo lo demás. Allí. De vez en cuando el suave romper de las olas lamiendo la arena, y las palabras. Nada más. Suficiente. Pura musicalidad. No hacía falta música porque esta la componían los rumores que la naturaleza, en su inmensa belleza, te da. Un horizonte grandioso. La luna a punto de llenar. Luces en el horizonte. Una barca que muestra su farol, allá, al final, recorriendo la línea que separa el mar del cielo. Las luces de la lejana ciudad terminando en el faro que ilumina a intervalos, como a impulsos. El silencio tiene esas cosas. Me gusta ir allí. A solas. Pero también así. Más. Quizás por las palabras que salen de… Las palabras, la música del alma; el silencio, la música de Dios.
¿Y si me dejo ir? No llevar sino ir.
Sólo trato de contar una historia. Una historia sencilla, pero de extrema intensidad, porque así es como la siento. ¡La sensibilidad! ¡Qué cruz! ¿No? No. Es el regalo que los dioses se dignaron concederme en pago a no sé qué merecimiento. Por algo debió de ser. Para por ella tal vez.
Entré suavemente y me dejé ir. Perdiéndome en sus sombras y en sus luces, dentro de ella. Perdido en el deseo de lo buscado y hallado, en esa búsqueda del deseo por fin encontrado. Lamiendo el aliento. Oliendo los olores entregados y llorando las palabras, acariciando los momentos que en la piel se me entregaban. Sintiendo. Viviendo la vida del momento. Pero faltaba eso. Un detalle nimio pero que es. Y nunca me gustó, pero en ella es. Y es que soy así. ¿Qué le voy a hacer? El alma rota. El corazón descompuesto por la decisión. La mirada hundida en ese pozo que es. Arrodillado en la vista clavada en mis ojos. El Evangelio que quiero creer. No creo, y me gustaría, en momentos así, creer. Pero sólo creo en ti. Maldición y pesadilla por mi impiedad. Celosía que me cerca el alma. Y el pozo es hondo y me dejo llevar. Noto la muerte como se viene y la acepto en la cuna del placer. Ese placer que siento ahí. Y sólo ahí. Me encanta estar dentro del vientre, pero no por él, sino por los sentimientos. Y me dejo ir. Y lo sabe y acepta. Veo las lágrimas escurrir como ríos que desgranan el conocimiento de lo que voy a hacer, mojando la almohada de salinidad. Me dejo ir. Lo ve y no puede hacer nada. Dejarse llevar tan sólo y aceptar la inevitabilidad. Aceptar la ofrenda más hermosa hecha jamás. Voy muriendo lento. Hondo y lento, mientras estamos. Desgranando los últimos movimientos en los recuerdos. Aspirando el hecho. La muerte como placer por la falta. Y así, sin más, me abandoné. Me dejé ir. ¡Muerte, ven! Y no hubo más. La muerte amable llegó con sus suaves y frías manos y dejé que fuera. Me dejé ir. Amando como nunca. Placer por sentir todo tan dentro que el dolor hizo romper la vida que había en mí. Una última mirada comprendida, aceptada. Mi más hermoso regalo para toda una vida. Morir de amor es vivir. No aquí, pero si allí. Dentro. Muy dentro. Por siempre. Y no hubo más. Ya. El final. Bello y hermoso final para una historia que fue, siempre, total. Especial y total. Hermosa hasta la exasperación.

19/1/08

El tiempo. S.P.

El tiempo ya nunca es tiempo, ya no puedes marcharte sin dejar una parte de ti en nuestras vidas, estas han cambiado para siempre, nunca seremos los mismos, cuanto más cambias menos sientes, cree en mí, cree que la vida puede cambiar, no estamos atrapados en vano, no somos los mismos, somos diferentes esta noche, brillantes. Y tu sabes que nunca estás segura, pero lo estás de que podrías tener razón si pudieras verte al trasluz, y las brasas nunca se desvanecen en ti. Cree, cree en mí, cree en la urgencia firme del ahora y si tu crees que no hay una oportunidad en esta noche tan brillante, crucificaremos a los mentirosos, haremos que las cosas vayan bien, sentiremos todo esta noche, encontraremos una forma de ofrecerle a la noche los momentos indescriptibles de tu vida, de nuestras vidas. Esta noche lo imposible es posible. Esta noche cree en mí como yo creo en ti, y siempre habrá más y mejor. Cree en mí y esta noche hará que la vida sea una noche brillante que no acabará.
El pasado es indestructible; tarde o temprano vuelven todas las cosas, decía Borges, y una de las cosas que vuelven es el proyecto de abolir el pasado, de construir el presente desde ese pasado.

16/1/08

Alegoría

Por fin el viento, y con él el mar. Esa alegoría de la vida.
Hacía tanto tiempo que ya me empezaba a desesperar. Pero está. Siempre está. Como ella. Tampoco tanto, pero te permite respirar. La luz del Mediterráneo es especial y acompaña. El Sol. El viento. El Mar.
Sentados en la arena a la espera, porque se debe esperar. Uno debe navegar por navegar, hay que saber esperar. Igual que hay que vivir por vivir. La música. Otra vez los Smashing Pumkins. El Adore, envolviendo el ambiente. Esperar. Hablamos y esperamos. Estamos. La arena suave rozando la piel, acariciando.
Hay unos surferos que intentan coger olas (pura vanidad, snobismo en su más estúpida expresión. Con sus trajes de neopreno de marca y sus gafas de Gucci…). Y unas chicas preciosas que los miran con arrobamiento. ¡Qué inutilidad! Así les va. Sólo ven la vida pasar. Ellos nos miran con desconcierto, incluso con superioridad. Intentan coger olas… ¡Qué lástima!
Por fin sopla con intensidad. El viento en la cara, en la vela, hinchándola, llevándote, haciendo que la vida fluya en torno. El corazón desbocado. La libertad. El pelo me cubre la cara. El olor salino del mar invadiendo la pituitaria. Los ojos llenos de azul. La tensión en los brazos. Navegar. Vivir. Sentir. El alma va con las olas, con el viento. Libertad y paz.
Navegar es como vivir. Coger la ola, dejarte llevar. Aprovechar el viento, el momento, vivir con intensidad. Subes con ella, aprovechas su fuerza, el impulso te hace volar. Saboreas el salitre. Te pasas la lengua por los labios. Oyes el viento, el crepitar de la vela en él, el romper de las olas. No hay nada más. El recuerdo a veces. Como me gustaría tener ahora… Sabor, olor, tacto, riesgo, amor, placer. Windsurf.
Otra vez en la arena, para terminar. La música de nuevo. El sol que se oculta en tonos de una iridiscencia que dañan la vista, que te hacen llorar. El placer de mirar. La belleza de las cosas, de la vida. ¡Qué especial! Ese sentimiento que te inunda y que te lleva allí donde quieres estar. Placer. Sentir. Vivir. Sé que me entenderá.

Vivir/jugar

Los tres principios básicos del juego son, la libertad, el placer y el cambio. El orden podría ser aleatorio, pero no lo es, o no debería serlo. Cada uno lo debe imponer.
¿Por qué jugamos? Creo que jugamos por el placer que sentimos al jugar. Pero no me refiero al sentido lúdico, que también, sino a algo que va más allá, al centro de nuestro yo. De ahí que algunos jueguen, la minoría, y otros, la mayoría, no. Tampoco hablo del juego en su sentido vulgar, y, creo, que esto es obvio ya. Hablo de jugar la vida, de sentir, de vivir, de soñar, de, en suma, disfrutar, dejarse llevar para experimentarla en su total intensidad. Y no es el carpe diem, sino algo que lo trasciende y va más allá.
En el momento de jugar hay un rompimiento con la cotidianeidad; las dimensiones temporal, espacial y personal se modifican, se alteran para reconfigurarlas y poder crear una tridimensión adecuada y propia del juego. Los objetos y sujetos ya no son los mismos, el tiempo y el espacio son diferentes.
Decía Terencio (no me vayan a reñir), que “la vida humana es parecida a los dados; si no sale lo que necesitamos hará falta que el arte corrija lo que la suerte nos envió”. Siempre el Arte (menos mal que está Wilde; sólo hay que leerle para comprender, saber su vida, entenderle. Nadie como él para entender el placer de jugar y disfrutar la vida). Eso es lo que quiero o intento decir, aunque quizás sea difícil de entender o siquiera de discernir. Se necesita apreciar mucho la vida para saber, querer y decidir entrar en ella por el solo placer de vivir.
Jugamos porque somos puestos en juego en el juego del ser, a saber, en el juego del azar-destino, y ahí es una decisión propia la de jugar, de ahí la libertad. Juega quien quiere sentir, quien quiere vivir. Lo demás es sobrevivir. Estar. Simplemente estar.
Y hay tantas formas de jugar… Pero la principal es la que la mayoría rechaza, por las convenciones, por las trabas autoimpuestas, por…
Y ahora, y a modo de ejemplificación, aunque no lo parezca, pero que es, el regalo de una genialidad.
Escribía Leonardo da Vinci en unos aparentemente apuntes insustanciales que escribió en “Notas de cocina”, pero que nada tienen de insustancial:
De la manera correcta de sentar a un asesino a la mesa:
Si hay un asesinato planeado para la comida, entonces lo más decoroso es que el asesino tome asiento junto a aquel que será objeto de su arte (y que se sitúe a la izquierda o a la derecha de esa persona dependerá del método del asesino), pues de esta forma no interrumpirá tanto la conversación si la realización de este hecho se limita a una zona pequeña /.../ Después de que el cadáver (y las manchas de sangre, de haberlas) haya sido retirado por los servidores, es costumbre que el asesino también se retire de la mesa, pues su presencia en ocasiones puede perturbar las digestiones de las personas que se encuentren sentadas a su lado
El que quiera entender que entienda. El que quiera jugar que juegue. El que no, todo será sobrevivir. La negación de dejarse llevar. Tan sólo dejarse ir, que es completamente diferente e insustancial.
Yo soy el cambio. Yo soy un loco inmaculado.

13/1/08

La belleza está en ti

La memoria es, a veces, un arma de doble filo que te lleva por donde no quieres o por donde no debes. Que te hace decir cosas que en determinados momentos no debes o no puedes, y aun así, a veces, las dices. Y de ahí el enigma del desorden que las palabras, también a veces, produce en mí. Por eso, y porque me lo pides, lo vuelvo, pero con matices, y ampliaciones leves, de palabras, no de fondo ni de oscuridades, por el solo hecho de intentar devolver algo de belleza a lo expresado, aunque sé que no lo conseguiré, y ello porque no hay espacio.
Me he criado en dos mundos aparentemente opuestos. Para algunos incluso ingratos, desconocidos o decadentes, e incluso, y eso ya es algo que muevo hacia lo insoportable, intrascendentes. La música clásica y el flamenco fueron mi cuna, el colchón de sonidos de mi infancia, junto al de los pájaros, y el sonido del agua, y del viento entre los pinos, y el de los retazos de conversaciones en el sopor de las siestas del verano. Y ambos tienen, junto a los otros, pero de una manera diferente, la capacidad de transportarme a la infancia, el paraíso perdido, por razones que, ahora, no vienen al caso, pero que están. El bellísimo romanticismo de Verdi, la sutil perfección de Bach, la locura genial de Mozart, la suavidad elegante de Svetlana, me estremecen, pero de igual forma que las voces de La Niña de los peines, El Habichuela o Camarón. ¿Por qué? Porque la música es el Arte del Alma, con mayúsculas. Hay voces que te llevan a lugares donde de otra forma no se puede llegar, que ayudan a elevar, casi levitar. Pero como en todo, hay que dejarse llevar, y saber oír, saber leer el lenguaje musical, y no me refiero al conceptual sino al real. Pavarotti, Bono, Bruce, tienen ese no sé qué que te hacen temblar, que te eriza la piel, que te hace llorar. O al menos a mí. Nunca lo puedo evitar. No me cabe la vida sin música; las imágenes, incluso, las debo acompañar, y ello a pesar de que el silencio, a veces, es la música más bella y difícil de encontrar y difícil de escuchar. De ahí que en la montaña, arriba, en la soledad, en esa suerte de ejercicio de búsqueda de libertad, cuando más solo se está, fuera de todo, ausente pero real, presente sólo en lo de verdad, escuchando alcanzo la paz, de mí, en mí, por mí. Quizás porque sé oír.
El silencio. Los bereberes dicen que “nunca digas nada que no sea más bello que el silencio”, y ellos saben de él, pues el desierto es el otro espacio ideal. Otro lugar de hermosura intacta para llegar, de olores, pero sobre todo de imágenes y de colores, y de sonidos, los oídos y los sólo presentidos. Arriba, en el silencio, es un momento especial. Inigualable. Sensual. Casi sexual. O sexual. El sexo es así. O debe serlo. Los musulmanes tienen un concepto del placer (o quizás los árabes musulmanes, o mejor los antiguos árabes musulmanes) que asumo en su totalidad. Por mis raíces tal vez o por mi evolución personal. Por ambas cosas, sin duda. Cada cual es uno y su circunstancia decía Gasset. Ellos lo conciben como la unión de los seis sentidos, el olor, el sabor, el sonido, la visión, el tacto, y el sexo. No puede haber placer si falta alguno de ellos. De ahí La Alhambra, compendio de ese concepto; y su quintaesencia, el Mirador de Lindaraja. Por eso me extasío siempre que estoy allí. Me gusta estar. Es uno de mis númenes señoriales. Las sutilizas que la luz crea en los mocárabes, el olor del jazmín o del azahar, los mil sonidos del agua envolviéndote en matices. Los otros sentidos quedan sólo para la imaginación. Pero en mí es intensa, lo que unido a la sensibilidad me permite abrir puertas a mundos de furtiva belleza, de inquietante intensidad, que llevan al desmayo. ¿El Síndrome de Balzac? Es posible, quizás. Pero me pasa en pocos lugares. Y ese es uno y muy especial. Por eso me gusta pasearla como se debe hacer… Por eso cuando amo trato de recrear ese mundo, de llenar, de sentir en su totalidad. Necesito de la belleza para respirar, para sentir, para amar, para vivir. El sonido crea mundos, los acompaña, los matiza, los relaciona, los ocupa, los recrea… La primera vez que fui a un concierto de música clásica, en el espacio adecuado, hace tanto tiempo ya…, fue una experiencia totalizadora, perturbadora y casi demencial. Sentía la reverberación de los sonidos entrando por cada terminación nerviosa de mi cuerpo de una forma difícil de explicar, física pero a la vez espiritual, ocupando cada poro de mi piel, llenando mi cabeza de sensaciones inmaculadas, con una fuerza que me hizo estremecer hasta llorar de emoción. Temblar y llorar. Con los ojos cerrados. En silencio. Los brazos apoyados. Sintiendo. Viviendo. Dejándome llevar. Cuando miro la pintura la veo oyendo también. Me surge la música del interior. Armonías para Velázquez o Miguel Ángel, disarmonías para El Bosco y Goya, o para Grosz, Feito… La música. El sonido del alma. Capaz de hacer que un derviche llegue a Dios. Capaz de hacer que llegue a ti. Los sonidos del didjeridu; los cantos de los monjes tibetanos repetidos de una forma monocorde; la música sufí; la repetición rítmica de los sonidos de percusión africanos; una soleá, una taranta, el tango, esas voces búlgaras… La música, el sonido del alma. El silencio, el sonido de Dios. La belleza está en el Arte, decía Wilde. Y este debe ser total. Englobarlo todo. Con armonía. La totalidad. Se me podrá tildar de cualquier cosa, pero nunca de no buscarla, de no sentirla, de vivir sin buscar. La busco en todo lo que hago. De ahí, quizás, que me vaya como me va. Pero nunca voy a cambiar. Arte en su totalidad. Ese soy. La belleza es un merecimiento, sólo hay que saberlo usar, y quizás, tan solo quizás, saberlo buscar, pero siempre está.

10/1/08

La innecesariedad del olvido

Se me olvida a veces, que hay personas y personas, y que no se puede esperar ni exigir más. Se me olvida a veces, que los espacios son difíciles de llenar. Se me olvida a veces, que no hay porqué esperar un final, que el tiempo es limitado y es mejor dejarse llevar. Se me olvida a veces, que el mundo es difícil, pero que en él, es precioso estar. Se me olvida a veces, que la alegría se debe buscar, que no se puede esperar que llame a la puerta sin más. Se me olvida a veces, que una sonrisa es difícil de encontrar, pero que merece la pena buscar. Se me olvida a veces, que un abrazo no siempre hay quien te lo da, pero no por ello te debes desesperar. Se me olvida a veces, que el arco iris no siempre sale, pero que puedes bañarte en la lluvia y disfrutar. Se me olvida a veces, que lo mejor siempre está por venir, y que es agradable, también, volver la vista atrás. Se me olvida a veces, que la vida es un placer que solemos olvidar. Se me olvida a veces, que, siempre, lo mejor es dar. Se me olvidan tantas cosas, que a veces cuesta respirar.

ME ALQUILO PARA SOÑAR


Evelinda no tuvo nunca un novio. Y eso que lo buscó con ahínco. Pero ni por azar. Y es que esas cosas pasan, aunque ella no lo comprendía como tal. Siempre vio la vida pasar. Como si de un cine se tratara y a ella le tocase estar sentada, siempre, en las filas de atrás.
Tenía una ligera renquera, y un no sé qué al mirar. Quizás por eso. Pero también, y sin lugar a dudas, por algo más. Algo que nadie advertía o no quería, que vaya usted a saber, que la gente es muy miope y se niega a ver, o no sabe mirar.
Tenía un alma apagada, de dulce posar, cándida y desparramada, casi como todo lo demás. Y, quizás, tan sólo quizás, eso, tampoco, dejaba lugar.
Hasta que vio un anuncio, en un periódico vulgar, que pudo leer a escondidas, en la parte de atrás, que decía: “Me alquilo para soñar”….

8/1/08

Para ti. Algo, aunque no sé muy bien qué.


Parecen cosas mezcladas, pero no lo son. Alguien, espero, lo entenderá. Y eso es suficiente.

Cuando alguno de nosotros decide ocuparse sólo de sus problemas, ¿está viviendo más tranquilo o está muriendo?
¿Se puede vivir así? Es evidente que sí. Casi todos lo hacemos. Pero, ¿eso es vivir?

Me decía alguien que quiero en exceso que “quizás si siguiese en la misma burbuja, me resultaría todo más sencillo, y viviría sin más, siempre esperando, y disfrutando, pero de otra manera, con otro pensamiento. No me cuestionaría tanto las cosas. ¿Y ahora? Es todo tan diferente”. Hay que ser diferente y aceptar serlo, querer serlo, dejarse llevar y comprender que en la vida hay más que la normalidad. Dejarse llevar, pero no por la inercia de la normalidad, o de la anormalidad, sino por lo que de verdad merece la pena.
Antes tenía un único objetivo, -seguía diciendo-, un único camino. Ya no es igual. Camino, sin saber exactamente a dónde. Y eso me pierde y me desconcierta. Nunca había sido así. ¿El sentido de la vida? Esta visto que no tiene ningún sentido. ¿Por qué hacemos lo que hacemos? Por mucho que me lo cuestione, no encuentro la respuesta. A nada, o a casi nada. ¿Cuál es el sentido? No lo encuentro, o no lo tiene. ¿Hacer un esfuerzo extra para aspirar a algo mejor? ¿Sería mejor? ¿Merece la pena vivir así? Hay que dejarse llevar, estoy de acuerdo. Pero si me dejo llevar no hago nada de lo previsto, o de lo que se supone que debo hacer. Porque quiero otra cosa, no eso. Bueno, realmente a estas alturas no estoy segura ni de lo quiero. Vivir tranquila, nada más. Disfrutar y ser feliz, con poco. Un momento de felicidad compensa siglos de tristeza. Pero los momentos de tristeza son abrumadores. Qué mareo.”
Y no. El sentido de la vida es la vida misma. Vivir, caminar, cogiendo lo que la vida te da, disfrutando de las pequeñas cosas que nos encontramos por el camino. Pensar que cualquier lugar es bueno para llegar. La sonrisa de un niño. El abrazo de alguien que lo necesita. Ayudar a quien lo requiere. Mirar. Sobre todo saber mirar. Conocer. Ser curioso. Andar por el placer de andar. Aprender. Pero todo eso, así, Sin más. Vivir la vida con intensidad. Porque si es malo sobrevivir, darse cuenta de que lo haces y sentir la ausencia de vida y no reaccionar es poco sano, y dice poco de uno.
Se sale de lo que hablo. O no. Pero ahí está. El que sepa ver que vea, y el que no, siempre sobrevivirá. Y yo sé que tú si sabes mirar.
Me refiero a esto: En 1995 fue muerto a tiros en Pakistán el pequeño líder Iqbal Masih, de 12 años. Su úl­timo mensaje fue: "Importa­dores, consumidores: decid no a las alfombras hechas por ni­ños".

5/1/08

Sólo unas palabras, y un regalo.

Sólo unas palabras de cómo me siento, de cómo he empezado. Y no es desaliento. Sólo es.
Si un día amase, no sería amado. Basta que yo quiera algo para que muera. Mi destino no tiene la fuerza de ser mortal para nada sino la debilidad de ser mortal en las cosas que son para mí.
No el amor, sino los alrededores es lo que merece la pena...

Y ahora el regalo.
Es un descubrimiento. De esas cosas que pasan y que no te explicas porqué pasan. De pronto aparecen y son. Sin más. Ella y él. Una historia curiosa. Pero no es lo que importa. Me importa lo que dicen, cómo lo dicen y quienes lo dicen. Es melancólico, lo sé. Pero qué se le va a hacer. No estoy para otras cosas en estos momentos.
Disfrutad si os place y si no, dejad de escuchar.
http://es.youtube.com/watch?v=_5JukRWSCE0

2/1/08

Algunas cosas sueltas. Oposiciones.

La realidad siempre es inferior a la esperanza, de ahí la gran abundancia de fracasados; lo mejor, lo necesario, es la desesperanza, cuna de las grandes creaciones y las muertes prontas.
Sentarme a esperar no es de mi gusto, no me apetece ver la vida pasar sin vivirla. Es aburrido.
La vida se me viene encima como una losa de mármol frío con la fecha de nacimiento y de deceso escritas en ella, en letras negras, con relieve, y una cruz de largos brazos, como un ángel caído que ocupase el espacio del gris veteado de blanco que hay entre el negro de las letras y el ocre de la tierra.