30/12/08

Carpe diem


Carpe diem. Hay que entenderlo. Dicen: exprimir cada segundo como si fuese el último… Creo que es un error. Es como ir a la deriva ante el desconcierto de lo que es, o de lo que se cree que debe ser, por razones que no son o que, ante la creencia de un fracaso, se plantean como si lo fueran. Carpe diem. Exprimamos cada segundo. Triste desolación. Eso no es vivir. Sobrevivir tal vez camuflado de falsa emoción. Éxtasis falso. Es un error muy común. Y no aprendemos. Nos volvemos a equivocar. Vivir es navegar, caminar, aprovechar el día habiendo crecido un poco, habiendo sido más feliz, alimentando nuestros sueños, viviendo intensamente, sin mediocridad, pensando que el futuro está en uno mismo y aprendiendo de quien te puede enseñar. No es exprimir cada segundo como si al siguiente no fuésemos a estar. Es coger la ola y aprender a navegar, disfrutar de ella, no intentar morir en ella, pues lo más fácil es romper. Vana ilusión. Eso es frustración. Heroína. Suicidio creyendo vivir el final en cada segundo en un éxtasis infinito. Almas tristes de incierto final. Naturaleza muerta. Como dice Pavesees un modo de desaparecer, tímidamente, silenciosamente. No es ya un hacer, es un padecer”. Creyendo que así se exprime la vida nos volvemos locos, creemos ser otros. Nos olvidamos de lo importante, vivir. Olvidamos lo que sabemos, lo que aprendimos. Lo desechamos. Y ahora ya es sobrevivir. ¿Carpe diem? Así no. Craso error. Vivir no es ir en busca del límite, es aprovechar el momento sin dejar que el Tiempo te gane sino sacándole los momentos y teniendo la esperanza de que habrá más. Hay tiempo, un momento para todo y, con toda seguridad, un momento para el mañana, sin olvidar nunca el presente, ni el pasado, porque ahí está, la vida viva, vivida y sentida, aprendida y aprehendida. Si lo eliminamos o nos lo ocultamos, olvidamos y entramos en lo no esencial, en lo circunstancial. El resto es la filosofía de la estupidez. Y así nos va.

29/12/08

La mirada

Quiero mirar la vida a través de los ojos, con extrema suavidad. Ver y ser visto. Sentido y sentir a la par. Traducir los colores y mostrar la realidad. Abrasar, besar y abrazar con ellos. Mostrar el calor de las entrañas. Derretir el alma. Profanar. Profanar si es necesario el altar e inmolar un mundo eterno para vivir la vida en su totalidad. Andar el camino tachonado de flores. Beber los colores y soñar despierto los sueños amables al respirar. Oler amaneceres a través del topacio y anocheceres de azabache lentamente. Vivir. Quiero vivir la vida en un éxtasis constante, viviendo en la mirada, muriendo en ella. Quiero vivir en un jardín lleno de estrellas y allí mirar. Mirar y ser mirado, pero sabiendo mirar. Y Mozart para escuchar.

28/12/08

Hay un momento para todo

La vida es tan hermosa, tan sabrosa, cuando más duele como cuando más complace. Pero hay que saber apreciar y ver, saborear y aprender, para volver hacia atrás y volver a sentir con más intensidad, desde el saber. Es vital saber ser diferente y saber el por qué. Los iguales siempre se atraen. Siempre están. Hay que saber ver y aprender a mejorar. Nunca hay que temer a los sentimientos porque ayudan a saber que estás vivo, aunque a veces produzcan sufrimiento, ya que ese es el camino del aprendizaje, el camino que es y que lleva al lugar donde quieres ir. Hay que dejar que el viento susurre en el oído el momento oportuno. Hay un momento para todo y este es el de reflexionar. Otra vez Champán Cristal. Pero más profundo, más terrible, más vital. La vida últimamente no es un tobogán, es una montaña rusa, pero qué intensidad. Vida vivida al límite. Puro éxtasis. No hay más. La vida en su máxima expresión. Cae la lluvia lánguida sobre la arena y la espuma del mar, dibujando círculos. Lo miro todo desde el paraguas rojo, el de la ilusión o la tribulación. Quisiera escribir las palabras más hermosas para decir…, pero son tiempos oscuros, de reflexión. Hay un momento para todo. Pensar. Reflexionar. Siempre Champán Cristal.

Algo de Apollinaire para descansar. Hermoso hasta el éxtasis:
Mi boca tendrá ardores de averno,
mi boca será para ti un infierno de dulzura,
los ángeles de mi boca reinarán sobre el averno,
mi boca será crucificada y tu boca será el madero horizontal de la cruz,
pero qué boca será el madero vertical de esta cruz.
Oh boca vertical de mi amor,
los soldados de mi boca tomarán al asalto tus entrañas,
los sacerdotes de mi boca incensarán tu belleza en su templo,
tu cuerpo se agitará como una región durante un terremoto,
tus ojos entonces se cargarán
de todo el amor que se ha reunido
en las miradas de toda la humanidad desde que existe.
Amor mío mi boca será un ejército contra ti,
un ejército lleno de desatinos,
que cambia lo mismo que un mago sabe cambiar sus metamorfosis,
pues mi boca se dirige también a tu oído
y ante todo mi boca te dirá amor,
desde lejos te lo murmura y mil jerarquías angélicas
te preparan una paradisíaca dulzura en él se agita.

Un vermut con aceitunas. Estoy aquí, en la montaña rusa, bajando para subir. El vértigo y el placer. Será así. Será. Fe. Respeto, tolerancia, libertad, armonía, belleza. Hay que saber escuchar para poder hablar y después actuar. Amar bien. Cambiar. ¿Hay que cerrar el círculo? No. Hay que cambiar. Crear un bucle. El cerrar es terminar y los finales debilitan, son un paso atrás. Mortal. El amino hay que andarlo. La vida es mucho más. Porque ¿qué hay fuera de él? Apenas nada. Superficialidad. Lo mismo de siempre. Apariencia y vulgaridad. La belleza está en otro mundo. Sé donde está. Pero… ¿Cierro el círculo? No. Mejor estar. Crear un bucle. Vivir. Estar en lo bueno para atraer más. Saber lo bueno que tuviste para tener más. Saber vivir. Aprender.

27/12/08

A vueltas con el flamenco y la vida

No hay que perder el duende, el pellizco, la inspiración, el corazón, la capacidad de transmitir. Cuando lo hacemos abandonamos el camino de lo feliz, de la vida, y aparece la involución. Nos equivocamos y hay que volver. La vida no se aprende en escrituras. Ahí se lee. La vida es un arte sin escritura que se prende viviendo. Hay que admirar lo escrito, pero hay que vivir y con ello quizás. Eso es ser vital. Aprender viviendo y con los que viven. Y mostrar. De todo se aprende. De eso más o con eso más. Y eso sólo es posible en la vida, pero hay que saber mirar, y estar y encontrar, y cuando se encuentra luchar, y aprender, como en la “soleá”, y esperar, y entonces todo llegará, todo se dará. Se necesita armonía para ello. Difícil, pero está. Siempre está, siempre llega, es cuestión de saber esperar, de mirar hacia atrás. Y mientras vivir y disfrutar, por bulerías o por alegrías, que siempre se dan. Y todo volverá. Para ello es necesario sólo la sutileza y la intuición. Ni siquiera hace falta sincronización. Hay que escuchar. Como hace la guitarra a la voz. El diálogo puede ser respuesta y pregunta, también. Hay que saber hacerlo. Pero para contestar hay que preguntar antes. Eso también. Eso es vivir. Eso es cantar. La vida hay, además de vivirla sabiendo mirar, que crearla e improvisar, intentando dominar todos los palos de la felicidad. Y en el intento, viviendo, ya se está. Arduo pero ejemplar. Vivir la vida es tan difícil como cantar un tiento, ese tango “parao”, o una “soleá”. Pero el premio es la vida y eso es lo más. Para vivir hay que prepararse, buscar la entonación y templar, como en el “cante”, el espejo de la vida. Incluso en el temple se vive ya. Para vivir la vida hay que tener ángel. Hay que tener “ahe”, como dicen los flamencos. Por eso mi vida es la vida. La “soleá”. La vida en su más alta expresión y dificultad. Pero merece la pena vivirla así. No hay más. No quiero más. Sólo cabe aprender, sentir y vivir. Pero hoy en día, de eso, como decía Morente, "ná de ná".

26/12/08

La espiral de la vida


Brilla intenso el sol hoy. Calienta. La playa está vacía. Apenas unas cuantas personas por el paseo marítimo y tres o cuatro más por el borde de la arena, junto al mar. La luz es clara y aspira los humores. El mar calmado. Apenas alguna ola se atreve a romper esa paz. Suena Rekoner. Siempre el placer de escuchar esa canción. El alma se desliza al interior y al exterior. Te une al entorno. Te desplaza. El claro marrón de la arena recién alisada termina en el azul del mar que se estira hacia el horizonte en una gama de azules rota por la línea que marca su unión con el cielo en una oposición de los mismos colores de azul como un triángulo de sólo dos lados que terminara en mí. Y detrás las ocres montañas quebradas, rompiendo el horizonte, oponiéndose a la rectitud del mar. Líneas rectas y onduladas. La vida ahí. Personas que andan solas. Personas que pasean la mirada sin apenas ver. Colores, aromas, sonidos que se pierden en el desinterés. Así somos. Inconstantes. Apáticos. Negados al ver, y al oír tal vez. Siempre nos negamos. Unas chicas juegan a balonvolea. Cuerpos bruñidos por el sudor. Una chica me mira. La miro, pero mi mirada la traspasa y se pierde más allá. En la línea del mar, en los brillos que el sol hace en el mar. Amarillos, casi cristal. Parece impresionismo pero es puro azar. El de la naturaleza. Belleza que nadie explora porque no sabe mirar. Nos la negamos en busca de algo que no está, que es pura nimiedad. Suena Rekoner. Placer. Me mezo ahí. Una mujer está sentada de lado en un banco. Es de mediana edad. El móvil en la mano. Espera. En su cara la tristeza. Tristeza y ansiedad. Quiere hablar, pero… ¿quién habla? No se habla ya. De ahí los errores. Perdimos la capacidad de hablar, de dialogar, desde el interior. Nos perdemos en la superficie y no escuchamos lo esencial. De ahí los fracasos. Nos abandonamos en nuestras ideas y no las constatamos, no las dialogamos. De ahí los malentendidos. Nos cegamos. Por eso no avanzamos. La ausencia de palabras sólo provoca hechos que parecen darnos la razón. Y la espiral crece sin parar y sin vuelta atrás. Perdemos el sentido de lo sublime, de la palabra, de escuchar. Pero cerramos los oídos para quedarnos con ideas preconcebidas, con juicios que no sabemos controlar. Y crece la espiral. Y cuando queremos intentarlo quizás es tarde ya. Callar es tan difícil. Callar para escuchar. Inconstancias aun sabiendo dónde está la realidad y la verdad. Pero nos la negamos. Y crece la espiral. Necios. No sabemos dónde está la realidad. Nos la negamos con una inconsciencia digna del más absoluto patán. Mirar, saber mirar. Oír, saber escuchar. Vivir, saber amar. Pensar bien, hablar bien y actuar bien decía Zaratustra. Olvidado maestro, olvidadas palabras. Por ello la demencia predica siempre el castigo y el olvido y que todo es digno de perecer. Y el que castiga al otro se castiga a sí mismo en una vana buena conciencia. Y todo ello se traduce en el sufrimiento de no poder querer hacia atrás. Maldita espiral. Cerco en el que nos encontramos sin saber salir. Suena Rekoner. La belleza inunda el alma. Aprender a mirar. Aprender a escuchar. Aprender a estar. Saber vivir. Sólo esa es la verdad. Pero nos la negamos. Hay que saber cerrar la espiral y volver al origen y empezar. Pero hay que saber hacerlo desde el saber mirar, vivir y escuchar. Cerrar el círculo y empezar con lo que se quiso desde un buen principio, con un brillante final. Recorrer el camino hacia atrás y saber dónde está la auténtica felicidad.

Dolor


La esperanza no es el destino maldito y falso de los desesperados sino la pureza lúcida de la vida. Y sin embargo cuánto cuesta tener fe y esperar...

Un atardecer de un frío y gris otoño, allá en la infancia, aquel paraiso perdido, le llevaron al último de los patios, cerca de la morera gigante donde dormían los cuervos al anochecer, los enviados del demonio, decían. Estaba contigua a la cuadra y en el final de esta un pesebre y una puerta lateral que era la entrada, decían también, al infierno de Satán. Alli fue encerrado toda la tarde el niño de tres años por no querer comer. Llevado a correazos y sin parar de llorar en sus débiles tres años de de una tierna vida aun por comenzar, con el garante de ahí aprenderás. Y el llanto escurre por las mejillas y el temor le hace gritar. Los cuervos graznan su horrísono canto y el niño no para de llorar y golpear la puerta mientras mira hacia atrás temiendo el horrible momento de la aparición de Satanás. Y el llanto arrecia y el miedo y el espanto. La noche llega y con ella el final.

25/12/08

La sonrisa del viento


Hay un viento que destila aromas de jardín en primavera, de lirios y azahar, que viene de fuera, y que está en mí. Viene de ella y entra alisando las entrañas, entre las que se queda. Hay un viento que respira lo incierto de las montañas cuando nos cubre a ti y a mí, rodeando tu cuello con guirnaldas de aromas eternos que me regalan tu esencia, que me acuna ahí, en ti. Hay ausencias que hablan del alma, de ese alma que siempre está ahí, mirando la vida sin pausa, diciendo de mí, de la verdad que alimenta el sonido y los ojos que vi, y que veo en ti cuando te miro y te pienso y te siento, de los ojos que te miran dentro, tan dentro de que sabes lo que hay, lo que es y lo que será, la verdad desnuda de oropeles, la única y hermosa verdad, la eterna, lo que siempre fui y lo que soy, por ti y gracias a ti. Debí dejar tantas cosas que intenté y que sufrí. Y sin embargo… Debí decirte tanto que quizás no supe qué decir. Y aun así, sabes el sentir, de dentro y sus alrededores, porque sabes que sé vivir, en tus ojos, y por ellos tan dentro de ti. El sueño vivido por anunciado. Las mil flores de música vestidas rodeándome eternamente, por ti.
Y hay una sonrisa escondida en un alma herida que respira y siente y dice… Hay un alma que está perdida por el lamento de esa herida, y que busca en el viento que me trae a ti. Hay un llanto como espinas que me lacera e ilumina y me indica el camino a seguir. Porque, ¿alguien te ha amado tanto como para morir por ti? Regálame la tuya. Dame tu aliento para que el viento esparza el aroma de este jardín. Dame tu aliento para sonreír..

22/12/08

El sonido de los desahuciados.

Dos veces levantó la mano y las dos veces la dejó suspendida en alto, en un gesto que implicaba más una súplica que una llamada. El camarero miró de reojo al notar la señal y esperó. Siempre esperaba. No podía soportar la cara de ese hombre que cada noche, alrededor de las diez, abría las puertas del bar y se sentaba, con lentitud, sin quitarse el abrigo, en un taburete de la barra, al fondo, donde la luz se perdía, donde sólo los colores de la jukebox iluminaban, de una forma difusa y casi cómica, el espacio y sus ocupantes. La primera noche le sorprendió que, aún con el calor que hacía dentro, no se quitara el abrigo ni el pañuelo ni el sombrero. También le chocó que llevase sombrero. Por inusual. Pero sobre todo le sorprendió la cara. Un rostro reflejo de todo un mundo reducido a escombros. O eso pensó. Y un tequila tras otro fue el pulso que parecía echarle a la vida, o a su desastre.
No le gustaba ese tipo de hombres. Pero no podía hacer nada más. Era el camarero del local. Miraba, servía, y a veces oía. No escuchaba, sólo oía. Había aprendido que escuchar es malo. Que destruye. Y bastante tenía con lo suyo como para hacerse cargo de lo ajeno. Pero el silencio es más aterrador que el discurso íntimo de otro, y esa ausencia de palabras, conforme avanzaban los días en que aquel hombre se dejaba caer por el taburete de la barra del bar, le fue trocando su interés y curiosidad, ante lo inusual, en hastío y desapego, ante lo que él creía desprecio por parte del otro. Sus frases y gestos tratando de saber, de dar pie, siempre habían quedado ahogados en el tic de “otro tequila”, apurado de un trago, clavando los ojos en el fondo del vaso, como buscando. Una mirada acuosa en unos ojos grises que invitaban a la locura y al desaliento. Una mirada vacua y amarga, perdida y absurda. Y el tiempo se paraba en el vaso a media altura, entre su boca y una barra mojada, llena de restos de líquidos mal limpiados con una bayeta amarilla y mal escurrida, llena de manchas de otros tequilas, de otras vidas tiradas, que dejaba un olor en ella que acababa incrustándose en la nariz, hiriendo como una dardo emponzoñado. Pero estaba acostumbrado a él. Como ellos. Había cierta querencia hacia esos olores. Al olor de la barra. Al olor del suelo, fregado con un cubo de agua negra, de días y días usándose, y tan sólo rellenada, pero no vaciada. Olor a podredumbre y lejía. Olor a muerto, a muerto en vida. Para ellos el olor era un canto a un futuro querido y llorado y deseado. A un futuro lo más cercano posible. Negro. Podrido. Eterno. Para él, un ritmo sin cadencia, amargura de presente encenagado, sin futuro, sin pasado.

Volvió a levantar la mano sin dejar de mirar el vaso. Y él, el camarero, se acercó con parsimonia, queriendo herir aun cuando sabía de su imposibilidad, pues el tiempo ahí, en esos lugares, a esas horas y entre esa gente, es eterno, carece de efecto. Es el último que te sirvo y después te largas de aquí. Le dijo el camarero mientras se lo llenaba con un tequila de marca imposible y de color céreo. Le sujetó el brazo, que se iba ya, con la mano. Clavó sus uñas atravesando la ropa como una corona de espinas. El otro tiró con fuerza pero no pudo desasirse y cedió. Y ahí cedió el bebedor también. Deja la botella y déjame a solas con ella. Tengo dinero…, y los dos tenemos tiempo. Quizás yo más, o tú. ¡Quién sabe! Le miró desde el dolor de la certeza. Desde la convicción de su casa vacía, de su cama vacía, de su vida vacía. Desde la soledad más profunda. Y volvió, enseguida, la vista, y la mano, a ella, rellenado el vaso. Se necesita ser necio y no verlo, masculla, mientras lo apura de un trago.

Escribe, mientras espera, con un lápiz gastado, mordido, amarillo y negro, sobre la servilleta de papel con la que acaba de limpiarse, de los labios, un rastro de saliva mezclado con tequila viejo. No puede quitarse ese pensamiento de la cabeza y acaba llevándolo al papel, como antes, hace ya tanto, cuando escribir era un placer y un regalo, un descanso del alma y del pensamiento. Y deja las palabras suavemente, con esa grafía que siempre le gustó y que, ahora, se da cuenta de que es algo burda y temblorosa. Me alimento de tabaco y hiel, y lo riego con alcohol. Respiro cieno. Ando a tientas, con un bastón blanco y un perro, ciego también. Y las deja, y vuelve a ellas, como para mecerse. Y a pesar de lo que las palabras indican, las encuentra bellas y hermosas, suavemente lentas.

Vuelve al vaso. La mirada atraviesa el líquido en busca de algo, pero el fondo le devuelve imágenes absurdas, frías y mezcladas. Imágenes de siluetas, de espacios, luces y sombras. El pasado bebido y andado a sorbos, cegado. El pasado desecado, derretido en color sepia, ajado. Personas moviéndose a un ritmo desacompasado. Miniaturas miniadas y desconchadas con un fondo oscuro y débilmente iluminado. Caras desdibujadas, movimientos inciertos. Las mira con aire cansado. Intenta ver con claridad. Cree ver las siluetas y quiere verlas. Los ojos de una niña, que le mira sonriendo, de ojos de agua, que le hablan desde la distancia, con su hermano de ojos tristes, apagados, moviendo ambos la mano, como llamando. Las aleja por perdidas, diluyéndolas en el tequila hasta perderse en los vapores del sorbo. Se le contrae el gesto y apura otro trago tras llenar el vaso. Y otro más rápido. Vuelve a llenar el vaso y se detiene en las ondulaciones que el líquido ha hecho al caer y en como se van aquietando. Hay un punto brillante en uno de los lados producido por el débil reflejo de una de las lámparas que cuelgan sobre la barra. Una bombilla amarillenta por el tiempo de no ser limpiada, rodeada por una tulipa granate que el polvo y el humo del tabaco fumado a golpes o no fumado han oscurecido el color hasta casi apagarlo. Cigarrillos encendidos y mantenidos entre los dedos mientras se ausentan las miradas en los vasos, y el humo alza sus volutas, dibujando formas, en la atmósfera irreal del bar, envolviendo el aire, atrapándolo. El tiempo detenido, como las almas de los presentes, en momentos del pasado. Almas sin remedio. Almas desgastadas por su pasado, que han convertido el presente en odiarse a sí mismos y recrear la angustia hincando los dedos en él, arañando, bebiendo los recuerdos a golpes de sentenciados al cadalso y que creyendo ganar tiempo lo único que ganan es eternidad. La eternidad de un pasado anquilosado y enquistado. Lo único que ganan es la muerte en la derrota del presente.

Y las imágenes vuelven. Un bulevar largo y ancho. La noche fría. Helada. El corazón palpitando. Una calle recorrida mil veces tratando de expiar el pasado. Recorriendo las huellas una y mil veces como un penitente encadenado de hechos, de sinrazones, de delitos, de palabras a destiempo. Una calle solitaria, vacía. Árboles detenidos en la madrugada de un otoño paralizado. Nadie. Vacío. El corazón golpeando por el miedo desenfrenado. Una carrera loca buscando. El teléfono en la mano. Al otro lado vacío y silencio, tristeza y llanto. ¿Dónde? Se pregunta asustado.

Apura otro vaso. Esta vez a sorbos lentos, casi degustando. Intentando encontrar sabores del pasado, aunque los sabe muertos de tanto usados. Después del último parece querer beberse el vaso para eliminar imágenes, para eliminar los restos de algo. El camarero mira con impaciencia mientras seca otros con un paño de años, como todo lo que viste el bar, como las ropas y las almas de ambos. Mira al otro de vez en cuando y espera. De cualquier forma su tiempo es el de ellos. No hay otro. La mirada que vio le llevó tan dentro que sintió el vacío y no quiso recordarlo, por vivido día a día, por demasiado interiorizado, por demasiado pegado a la piel, como un sudario. Espera el final del día, en esta noche larga. Larga como todas y ninguna, pues no hay día en que la noche no se le una en una interminable vida de no vida. La cama deshecha, la televisión siempre encendida, platos sucios con los restos de comida en la mesa de centro, botella vacías, el abrigo tirado en un sillón desvencijado, la luz mortecina, y el sonido constante del televisor vendiendo algo, diciendo algo, aparentando vida. La casa vacía. Siempre vacía. Al final es igual la vida. Un desierto de soledades. Un sobrevivir día a día esperando la nada. ¡Qué más da aquí que allá! Se dice a sí mismo, si al final siempre es igual, en todas partes igual. No hay sitios. No hay nada donde esperar. El lugar es el lugar. Un desierto de soledad. Ese lugar de siempre en el que nunca hay que esperar, sólo estar. Se dice mientras limpia sin mirar. Mira al cliente, que sigue con la mirada perdida en el fondo del vaso. Sólo hace gestos para beber mientras apenas parpadea. Parece que buscase algo, entrar tal vez, bucear dentro como si algo o alguien allí hubiese. Beberlo con la mirada. Ahogarse en él. Tal vez en el pasado. Como todos. Como él.

Avanza a pasos inciertos, tras pagar y salir, dados como con desconcierto, pero manteniendo la elegancia o, al menos, la dignidad. La figura erguida, el andar lento. La cabeza gacha, cubierta con el sombrero de fieltro y al cuello un pañuelo de seda, de color negro y tonos marrón grisáceos, partidos por unas delgadas líneas blancas, apagadas. Austero pero de una belleza en consonancia con la chaqueta negra y el gastado abrigo gris que siempre lleva puesto y que apenas se quita para vivir el resto de la noche y del día en su casa vacía, en su cama vacía, en su vida vacía.
Recorre la calle de siempre. El sempiterno bulevar. De noche, porque de día no puede. La luz le ciega y le mata la vida. Una vida ya no sentida. Anclada. Podrida. Y rehace el camino de cada noche, el de sus tinieblas revividas. Revividas una y otra vez y maldecidas también una y otra vez durante todos los otoños y los inviernos de su existencia desde que fue escupido de aquel lugar para el resto de su vida. Cabizbajo. Rememorando los sucesos grabados a sangre y fuego en el fondo del alma por él mismo, para sí mismo, en un intento de alcanzar el perdón que sabía no existiría si no era por él o por el destino, juez insalubre de su loca carrera por sentir la vida en su máxima expresión, por beberla a tragos sin pararse, por engullirla. El cigarrillo fumado sin sacar las manos de los bolsillos. Aspirando el humo para sentirlo quemando en sus pulmones buscando una muerte que no llega, por esquiva y por la cobardía interna, o quizás por el deseo de expiar el dolor ajeno en su carne palpitante, por los recuerdos, por los tequilas, por el universo perdido en las murallas de la ignominia, en su inconstancia, por la persona herida, por el hecho aciago, por las palabras dichas, por la inmisericordia de la vida y el no saber vivirla, por no saber beber los momentos, por demasiado conocidos u olvidados, por no presentidos, por pensar que los hechos son sólo hechos, por no pensar. Y llega hasta el final y vuelve hacia atrás, buscando el tiempo. Alinea las frases y las vuelve a soltar, una tras otra como en una cuenta atrás, en una especie de mantra. Y deshace los pasos lentamente, mirando el muro de tono ocre, desdibujado en su color por la amarillenta luz de las farolas. Recuerda las palabras y los silencios. La angustia y el miedo. Los miedos. Los gestos. Las palabras. Cruza una vía perpendicular y se sienta en el césped, a la sombra del árbol sin hojas, y sus ojos angustiados y marchitos, sedientos de lágrimas que ya no pueden salir, reviven la figura sentada, tapada, huida en un terrible y febril llanto. Y una lágrima austera le escurre por la cara. Una lágrima que le aligera el alma. Lágrima de años aprisionada en su alma irredenta. Y por primera vez desde la primera no puede aguantar el llanto, que estalla como ríos de agua salina desesperados por salir. Se deja caer de lado y cubriéndose la cara con las manos llora el desconsuelo triste de una vida muerta, de una soledad sin límites, de la angustia por el sentimiento que nunca pudo reprimir. Y llora como el niño que nunca dejó de ser, ni quiso ni pudo dejar de ser, porque nunca le dejaron ser el niño que debió ser. De ahí las angustias y los miedos, los actos, las palabras, los sentidos, el vivir, a pesar de tanto puesto, a pesar de ver con los ojos de los lirios y las amapolas, de las montañas y los valles, del verde de la esperanza y del marrón de los ojos. Y sintió la vida dentro de él. Sintió el corazón palpitando y bebió el agua del llanto como purificación. Y al fin pudo perdonarse y sentir. Por primera vez supo que podía y debía salir. Por fin se sintió bautizado, redimido, perdonado por ella, por la vida, por él. Se incorporó con lentitud exhalando el vaho al frío intenso de la noche y miró el lugar. Andando hacia atrás caminó hacia el bulevar y se sentó en medio de la vía. Cogió el móvil y lo miró, recordando aquella vez. Con manos temblorosas escribe un mensaje, aun prohibido, a la nada, mientras recuerda aquella canción de Elvis Costello, que canta con suavidad, con delicadeza, y reproduce las palabras que le surgen a borbotones por la garganta como un reguero cálido que le lleva a otro lugar, a otros tiempos, a la vida, a ella, a él, y las dice suave y transformadas, como siempre lo hizo, como su sonido de desahuciado.

She maybe the face I can't forget.
A trace of pleasure or regret
Maybe my treasure or the price I have to pay.
She maybe the song that summer sings.
May be the chill that autumn brings.
Maybe a hundred different things
Within the measure of a day.
She maybe the beauty or the beast.
Maybe the famine or the feast.
She turn each day into a heaven or a hell.
She may be the mirror of my dreams.
A smile reflected in a stream
She may not be what she may seem
Inside her shell
She who always seems so happy in a crowd.
Whose eyes can be so private and so proud
No one's allowed to see them when they cry.
She may be the love that cannot hope to last
Maybe come to me from shadows of the past.
That I'll remember till the day I die
She maybe the reason I survive
The why and wherefore I'm alive
The one I'll care for through the rough and ready years
Me I'll take her laughter and her tears
And make them all my souvenirs
For where she goes I've got to be
The meaning of my life is She, she, she…

Y mientras canta en voz queda, escribe a impulsos, con errores que trata de evitar, por el amor que siempre tuvo por las palabras, a las que tanto amó, como a ella, y con las que tanto le dijo, y que corrige una y otra vez, “esta noche tu alma duerme, pero algún día sentirás la profundidad de mi pena. Quizás entonces me verás como lo que soy, un frágil náufrago en una tormenta de emociones”.
Iba a enviarlo cuando el móvil sonó y una ráfaga de luz surgió en el bulevar, de repente, de la nada, llevándoselo por delante, arrastrando el cuerpo bajo el coche mientras rechinaban las ruedas en el fracasado intento de evitar. En el móvil, despedido de la mano, una voz de mujer repetía sin cesar: Yago soy yo, contéstame… Yago, soy yo… Pero sólo quedaba en el aire el eco de la canción, el eco de un sentimiento, el sonido de los desahuciados.

17/12/08

Cosas sueltas. Ojos rotos.


Te muestras en tu ausencia repitiendo las palabras bellas que dijiste un día a un alma deshecha, rota en mil jirones, en pétalos de añoranza, buceando entre las cenizas desligadas de cigarrillos fumados a impaciencias, inhalados en pensamientos huidos, sin retoques.

Tengo la mirada del gélido invierno anclada en el alma. Ni un rescoldo inmaculado queda de la llama iniciática que alumbró el camino, que alimentó el sueño. El viento ya no araña, arrasa. El viento arrastra y pudre agrandando lo deshecho, convirtiendo el azul de aquella en denso fuego, en tenebroso infierno.

Garantízame la paz y te daré lo que me pidas. Te traeré el ámbar de los mares de coral y la lluvia del país donde no hay vida. Garantízame el amor y la eternidad te daré en poesía. Te regalaré mi alma en un cofre decorado de sueños inventados para ti. Garantízame tu ser y te daré por siempre mi vida. Aleja de mí tu ausencia y te daré el universo.


Y esto, por el placer que sé que provoca el escucharlo aun en la ausencia:

16/12/08

Los sonetos del pasado


Ando por andar, perdido, buscando en la memoria, intentando percibir los sonidos, para ver si me muestra los perdidos, a encontrar el amigo, a encontrarme a mí mismo. Pero sólo encuentro los sonetos que escribí en el pasado. Paseando la mirada a mi alrededor, preguntando el por qué de lo que veo, de lo que he sido. Pero sólo encuentro los sonetos que escribí en el pasado. Mirando alrededor, pensando en el ayer, en el hoy, veo pasar, a mi lado, en la orilla, y en los sonetos que escribí en el pasado. Iré con mi prez hacia el dios de los desesperados, porque aunque me diga que no, sé que está en los sonetos que escribí en el pasado. Y ahora debo creer en la mirada, y aunque es duro el tiempo, es el mío, pero no a mi alrededor, aunque si al tuyo. Y pido. Pido respuestas al nombre. Pido recuperar el nombre. No hay miedo en sentir el por qué. En creer no hay miedo. Pero en mi realidad no hay. Sólo quedan los sonetos que escribí en el pasado. Sólo el gesto de una divinidad podría, al creer en mí, que todo es posible. Desechar el temor. Nombrar el nombre. Crecer y explicar las razones de todo lo absurdo. Escribir sonetos en el presente y no solo recordar los del pasado. Este es el tiempo de la mirada que ha de beber el cáliz del dolor para ser purificado y renacer en lo que es. Y la promesa se habrá cumplido. Créeme. El amor es divino. El amor es como el agua que llueve sobre el alma de quien cree. Creen en mí y serás tú. Ten fe y seremos la vida. Y escribiremos el soneto más deseado. Mientras, ahora, sólo puedo recordar los sonetos que escribí en el pasado.

9/12/08

Recuerdos

Hoy he visto una chica en el autobús, morena, de pelo largo y piel clara. Bellísima en su tristeza. La mirada ausente, perdida en alguien lejano. Se miró las manos, acariciándoselas con suavidad, como sintiendo el rastro de un tacto. Tal vez recordando. Me ha mirado y me ha sonreído, con desconsuelo, como si supiésemos ambos. He llorado su llanto, mientras acariciaba, yo también, mis manos.

El sueño de Sophos

Hay una lágrima como un océano, que corre por mi mejilla, como una perla azabache, creando un reguero infinito que muerde la carne, y el alma por dentro. Y grita. Y no la oye nadie. La lágrima vertida por una vida. Y siento el dolor ajeno más que el propio. Y quiero vivir. Lo intento. Y sé que puedo. Pero necesito el alma. Lo sabes. Y desterrar los miedos. Los propios y los ajenos. Apagarlos. Mirar la vida por el solo placer de hacerlo. Vivir. Sin más. Luchar. Buscar la brillantez. Hacer estallar la noche, y el día, en burbujas doradas de vida. Ahogar la necedad. Saber mirar como sabía. Como sé. Sentir sintiendo. Siendo en ti. Y siento tu alma y tu herida. Tan profunda. Tan sentida. Por eso me gustaría lavar tus pies, de rodillas, y mostrarte mi sonrisa. Por eso me gustaría… El viento, a veces, es demasiado helado. Y tengo tanto frío. Frío en el alma. Y necesito el calor del abrazo que da tu calidez, de la mirada que me mira y me suaviza, del olor que me embriaga, del tacto que me arropa, del alma que me llena tanto. Me levanto y ando. Escucho. Aprendo. Pero me cuesta tanto estar así, pudiendo estar tanto. Quiero vivir y ser vivido. Sin miedo a nada. Sólo contigo y todo lo que la vida ofrece, su inmensidad. Me duele el dolor ajeno como nada en esta vida. Me duele el alma contigo. ¡Te siento tanto! Quiero el azabache en la mirada. ¡Enséñame el camino tantas veces hecho, ya aprendido y por momentos olvidado! ¡Dame la mano! ¡Hagamos el camino que empezamos, de esa belleza inmaculada y ya vivido. Sentido. Cierto. El camino del color y del sonido. Sé mi Evangelio. Crearé altares de infinita belleza para ti. Seré tu amigo. Cree en mí como yo creo en ti. Andemos. Sé que podemos. Sabemos hacerlo. El alma de Dios. La música del alma. Tu aliento. Alcanzaré tu alma y viviremos. Porque la vida se ha de medir por los momentos en que te deja sin aliento. ¡Y han sido tantos! Y apartar el resto. Tengo todos los anocheceres y los manaceres en mi retina para ofrecértelos. Mi corazón siempre está preparado para todos tus encuentros, porque en la tragedia todo se hace más firme, más intenso, por lo que fue, es y será. Siempre excelso. La esencia, en carne viva. De ahí que no quiera espejos, sino miradas. Miradas de dentro. Por eso mi lágrima se troca en rocío y sólo quiere vivir la vida. Mecerse en ella. Contigo.

8/12/08

Aprendizajes sobre el miedo. La vida.

Algo de un amigo, que me llevó a encontrarlo, y que me enseñó cosas que se olvidan, que todos olvidamos, que creemos superadas, pero que a veces vuelven por la necedad, y que hay que volver a pensar y hacerlas tuyas, vivirlas así, porque en caso contrario, todo es dolor, miedo, y el miedo sólo produce miedo, y el miedo fracaso y tristeza, niebla la inteligencia y desgarra la conciencia y te lleva por el camino equivocado, no deja ver con claridad y eso es en exceso malo. Por eso es bueno aprender, mirar y tener esperanza, luchar contra él y desterrarlo, ayudar, siempre ayudar, tender la mano, ser y amar. Ser. Estar. Siempre estar. Pero sobre todo amar. Amar sin esperar. El miedo elimina la libertad. Libertad, respeto, armonía.

Extrañando a DINA”. De Mario Alonso Madrigal
Aún queda mucho por aprender.Yo, que creí saber tanto respecto a relaciones amorosas, últimamente, sin querer y sin darme cuenta, observando mis experiencias, mis aciertos y sobre todo, mis errores, he visto que en materia de amor, aún me falta tanto por aprender... por entender... por cambiar... por corregir... por aceptar... por mejorar...Debo aprender que enamorarme no es obsesionarme ni irme a los extremos. Debo entender que no se debe rogar amor y que una relación de pareja no es para vivir angustiado. Debo aprender que si pretendo tener una relación de adulto, debo comportarme como tal. Debo aceptar que en el amor como en cualquier otra cosa de la vida, existen los tropiezos, las caídas y los dolores, y el miedo solamente dificulta más las cosas.Debo aprender que no es bueno sobrevalorar, endiosar, ni idealizar a nadie. Porque todos somos humanos y no debo esperar de mi pareja más de lo esperable de un ser humano. Debo aprender que es bueno ser como soy, siempre y cuando eso no implique no respetar a quien esté conmigo. Debo aceptar que en algunas ocasiones es necesario pasar por un gran dolor para reconocer el error y retomar la gran felicidad. Debo entender que la confortabilidad brindada por la rutina es engañosa, porque la realidad está en constante cambio, por eso es necesario aprender a tolerar la inseguridad natural de la vida cotidiana. Debo aceptar que los planes pueden desaparecer en un instante, porque el futuro se mueve como él desee y no como a mí me dé la gana. Si éste me permite hacer algunas cosas sobre él, debo estar agradecido y no lamentándome por lo que no pude hacer.Debo aceptar que a veces las personas no pueden dar más. Se debe aceptar que quien amo, tiene derecho a tomar sus propias decisiones, aunque a mí no me satisfagan. Debo recordar que a veces, lo bueno se obtiene esperando y presionando se arruina. Por eso es necesario tener paciencia, esperar tranquilamente y recordar...Que la impaciencia es producto de un impulso emocional, el cual tal vez pronto pasará.Que la impaciencia asfixia a quien está conmigo. Que la presión se puede convertir en irrespeto. Que tomar una decisión mientras estoy impaciente es peligroso, porque estoy influido por un estado emocional extremo y pierdo toda objetividad, ahí no va mi verdad, sino mi impulso, mi compulsión, y podría hacer algo de lo que me arrepienta. Además, si soy paciente no veré la espera como sufrimiento. Debo aprender a no ser posesivo. Que alguien se marche no es perder una pertenencia que me gustaba mucho. No puedo decidir sobre la vida de quien esté conmigo. No puedo esperar que actúe sólo de acuerdo a mis deseos. No debo controlarle, manipularle, adueñarme de ella, ni decidir su destino. Pero sobre todo... debo aprender... que nunca dejaré de aprender, y mientras continúo aprendiendo, debo permitirme vivir y sentir.Y ahora, que me empiezo a recuperar de los dolores sufridos gracias a ni siquiera haber aprendido que aún queda mucho por aprender, lo único restante por hacer es, en medio de unas cuantas lágrimas, tomar un gran suspiro y decirme a mí mismo...¡Bueno amigo...volvamos a empezar!
Estas son lecciones, y ya sólo cabe, reflexionar, aceptar, aprender, esperar e intentar, con todas las fuerzas, ser mejor y aprender de quien te enseña, cuando sabes que es mejor. Es difícil aceptar, pero es lo que hay que hacer, creer en la mirada y saber que luchar es empezar. la felicidad es un premio por el que merece la pena hacer cualquier cosa.

6/12/08

Cuaderno de viajes. Sevilla. La mirada.

Sevilla se abre con una lluvia suave y constante que te hace verla de otra forma, con otra mirada. Pero es Sevilla. Y la veo a través de otra mirada y me gusta verla así. Es diferente. Especial. Hay color, aun con el gris que la rodea. El verde de los naranjos, aquietados por el sonido del otoño y de la lluvia contra el rojo del paraguas, que cubre el negro y el marrón de unos ojos que miran y sonríen al blanco de las casas y al ocre de la muralla. Y las manos te suavizan. Todo es si es visto. Se sabe. Lo sé siempre contigo. Aires de “sevillanía” en las calles. Pijos, cursis, muertos en su aparente alegría. Y unos “pescaitos” y “cazón” sobre papel de estraza, con las manos y unas cañas, en taburetes altos, de aluminio. En la calle. Comiendo, observando, sintiendo, viviendo. Y los ojos ríen. Y me desmayo. Sevilla es Sevilla, pero prefiero esta. Por la mirada. Esa mirada que da la vida. La Sevilla que quiero, la que me halaga. El cofre digno de una joya, oscura, marrón y negra, de suave mirar, de mirada lenta y profunda. La de siglos. Yo la miro como mira. Sonríe a la vida. Sonrío. Y en una bodega nos paramos, aquietados por la ausencia de gente y por el encanto. Camareros lentos, ausentes. Y un parroquiano que bebe manzanilla, y habla y habla sin conciencia, con desencanto. El camarero oye pero no escucha. Sonríe para otro lado. Asiente por asentir. Por siglos de estar oyendo. Por costumbre.
Es que se han muerto muchos “seguíos”. La Fernanda, El Chocolate. Dice con desaliento. Antes, sigue diciendo, los que sabían cantar pasaban hambre…, ahora todos son arquitectos. Se echa un trago del catavinos varias veces rellenado. Yo no he “pagao” veinte euros para oír cantar ópera. Para eso vete a Madrid. Si quieres Flamenco vente a Utrera o a Sevilla, pero no engañes. Y pierde la voz y la mirada en la del camarero, que le mira pero que no le ve, que le oye pero que no le escucha. Vuelve a beber y, de vez en cuando, coge una aceituna. La “sevillanía” está “perdía”. Pero por completo. Masculla en voz alta, para sus adentros. Lo que era ser sevillano... Es la Feria….
Que te gustan los toros… de pronto vienen corriendo “los verdes”. Que te gusta la Semana Santa… de pronto vienen los moros. ¡Coño!, dice mientras levanta el tono, no le hagan daño a los moros. Se ha “perdío” la "sevillania", repite como una salmodia varias veces repetida. Ópera. ¡Venga ya! ¡Venga ya! A cantar ópera vete a cantar al Real de Madrid, que aquí estamos en Sevilla. Hace un espacio y pide, tendiendo el catavinos vacío. A los japoneses lo que les gusta es el baile. La guitarra y el baile. El cante no da dinero y por eso… ¡El vino está bueno! Dice pronto, como si nunca lo hubiese probado.
Y sigue ahí, con el fino y las aceitunas. Pensando. Mascullando. Con sus zapatillas rojas y sus vaqueros ligeramente anchos. Con una camisa a rayas en tonos azules, rosas y blancos. Rechoncho. Con entradas y entrecano. Equivocado de época, de vida. Hasta de bar equivocado. Tiene una teoría de la vida. Termina su manzanilla. Y se va con un hasta luego. Los camareros sonríen. Pagamos nosotros también y nos vamos.
El río lento y reflejado se pasea largo, como un espejo, y en él las luces y las siluetas, desdobladas. El perfil bajo, con aristas de amarillos laminados. La Giralda, la Torre del Oro, las palmeras, todo está ahí. Hay alma ahí fuera, cuando miras mirando. Un té. No es moro, pero es té, y acompaña, como en otros lugares, en el velador del río. Recuerda y acompaña. Gente al lado que palmea y canta. Extranjeros que pasean y la miran sin mirarla, a través de ojos que miran una guía y un mapa. La noche tiene algo. Me gusta mirarla al través de sus ojos. Adquiere tintes hermosos, gestos encendidos, paseados, degustados. Tiene el alma tan amplia que descubre los detalles, aun sin nombrarlos. Por eso le dedico la belleza, la que veo.
Me gusta Sevilla contigo. Es otra Sevilla. Ya siempre será esta. Ahora la he encontrado. Al través de tus ojos. Y me ha gustado.

5/12/08

De tristezas, sentires y algunas palabras

Para los perdidos, abandonados, necesitados, para los tristes y desamparados, esto:

Si pudiera contar lo que es sentirse triste,
tan infinitamente triste
que mi piel no cubriera más espacios
que mis manos no supieran de caminos,
me alejaría del polvo,
escupido del polvo
hasta llegar a ti.
Pero en los mares del cielo
no encontraré mañanas
y todas mis preguntas
pasarán al silencio.
Me fundiré en fragmentos
por tanto espacio helado,
por tanta noche sombría
de una sola estrella.
Y la más infeliz
de todas las estrellas
se me volverá azul
como un nardo encendido
más allá de los labios,
como un gesto infinito
más allá de la muerte.
De todas las tristezas
yo seré más azul,
oculta como un astro.
Y la tristeza, esa tristeza triste
más allá del dolor
del sentir infinito
será como una excusa,
por que ya no habrá nada
ni nadie que me nombre.
Qué inútil mi tristeza,
esa tristeza que me inunda
sembrando el mar
de tanto mástil roto,
perdido ya por siempre,
que siempre es hasta nunca
o hasta que el destino oscuro
y marítimo me encuentre.


Y algo de Neruda, ya puestos, pues sé de ello...

Para que tú me oigas
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.
Collar, cascabel ebrio
para tus manos suaves como las uvas.
Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.
Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.
Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.
Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.
Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú las oigas como quiero que me oigas.
El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las tumban.
Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.
Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.
Voy haciendo de todas un collar infinito
para tus blancas manos, suaves como las uvas.

4/12/08

Algo que sólo... D.S.

Cuando oigas pasos en la escalera
y sepas que suben a tu encuentro
piénsame, ponme tú el nombre,
sea quien seré, estaré a tu lado.
Cuando las lunas de todas tus noches
pongan en tu alma esa nota de melancolía
que acompaña tus días,
piénsame, ponme tú el nombre,
sea quien seré, estaré a tu lado.
Cuando en tus amaneceres
te sientas inexcusablemente hombre

y me eches de menos
y se dibuje en tus ojos la sonrisa,
piénsame, ponme tú el nombre,
sea quien seré, estaré a tu lado.
Todos mis nombres tú los sabes.
Sabes quién soy.
Soy todos los nombres.

3/12/08

Un poema

En torno a los amaneceres rotos surgen, a veces, gotas de rocío como lágrimas de lluvia, que aquietan, que acarician los sentidos. Palabras que embellecen, que abren el alma y la sosiegan.
Tan sólo, Laura, agradecértelas. Gracias por este poema. Un placer.

Cuando te pienso te propongo
y tu sonríes.
Esperas más. Me bato en retirada
no sea que me toques con tu espada
y despierte con ella mi inconsciencia.
Después de tantos siglos en ausencia
el saber de ti de nuevo, me confunde.
No sé si aún quedará llama en esta lumbre
o es que me estoy quemando de impaciencia.
Y desde esta hoguera en donde ardo
por defender con osadía mis creencias
te siento como rayo descreído
en el último país de las doncellas.

Laura Cano.


1/12/08

El misterio de la noche


Hoy he visto a Venus ocultarse detrás de la Luna, la dueña de la noche. A su lado Júpiter, admirando. Parecían mecerse, alejarse y acercarse. La diosa del amor jugando al juego. El frío insoportable, pero merece la pena asomarse y mirar, admirar el Universo, deleitarse. Sentirse vivo. Ver la belleza. Regalarte. La música del viento. El pensamiento libre. La mirada congelada en el instante. Aspirar lento y vivir la vida. Sonreír y decir muy dentro que todo lo que hay es un regalo, que somos lo que queremos ser. Que la vida es de una belleza que asusta. He oído palabras pequeñas preguntando por el nombre. Y en el silencio de la noche, ahí es donde siento. Donde oigo. Mirando a Venus ocultarse, tras la Luna, con Júpiter de espectador, como mi yo eterno.

30/11/08

Quiero...

Quiero sentir la verdad, sin daño. Saber qué hay dentro. Andar la vida a su encuentro, sintiendo, viviendo. Oigo la música a intervalos y el oboe inundando mi espíritu, cuando escuchando… ¿recuerdas? La música llenando, introduciéndose, abarcando. Necesito el calor de un abrazo. La mirada que me arrope y que me diga. Las palabras que embellezcan. Las manos. Los olores. Necesito ver el mar, y al subir, el oír los pasos.
Necesito tu alma para abarcar la noche, y el día, que ya amanece. Siento la vida pero necesito tanto…
Traduce mi alma y escucha lo que dice, dentro, en el idioma que siento y que sólo yo hablo. El lenguaje que lleva, que dice, que ama. Todo lo que soy, lo que doy, lo que siento, que sabes intenso.
Quiero la inocencia, la ingenuidad. Quiero la vida en vivo.
Levantaré jardines en tu honor. Recrearé Babilonia para ti. Alzaré las manos y bajaré los cielos. Te llenaré de estrellas, y de la noche cogeré el azabache para cubrir tu pelo, y de las nubes el color para decorar tu piel. Te llenaré de…

28/11/08

Y en la penumbra de las horas, cuando apenas acierto a atisbar tu presencia, es cuando te siento, y me pierdo. Ahí, donde el sueño se intuye como eterno, como aquello que se lleva prendido en el interior del alma. Te veo. Te miro. Te siento. Y un desmayo inunda mi aliento y sabes, pero… Ahí es cuando estoy dentro, y es entonces cuando destierro todos los fantasmas del ayer, y vivo. Ahí, en los grises, donde sólo tú eres el color, es donde voy siempre que puedo. Donde navego en bajeles de seda por tu aliento impulsados, que respiro, y soy, entonces, alguien. Yo. Tú. El verbo. Y mi vida no son sino cascadas de terciopelo derramadas en la hierba, de rojo intenso, que imitasen a miradas derretidas de deseo. Y la vida es entonces la vida. La vida, ese velo bajo el cual yazgo cuando la penumbra me aquieta. Ahí es donde voy, buscando. Ahí donde tú estás. Ahí, donde, solo, puedo…

27/11/08

Adagio triste de un lamento

Suena un adagio. Hay una especie de tristeza y poesía en él que se une a la mía.
Vivo en los piélagos de la noche, como un ausente, tras cruzar la Estigia, manteniendo el último rescoldo como algo que, ni sé por qué, perdura inquietante en el interior de mi alma, como aguardando.
Sólo hay hiel para el sediento.
Dejar morir todo. Dejar que se apague, como una vela de color burdeos. Con la suave llama, azul, desapareciendo, a impulsos cada vez más quietos.
Desaparecer en el amanecer. Ya no sé ni lo que veo. Ni tan siquiera si veo.
Suena un adagio. Hay tristeza y poesía en él. Es un gran suspiro que lo envuelve todo, desde el principio hasta el final, para después expirar y desvanecerse en la nada. Yo dentro. Solo.
Y hay un lamento. Repetido como un mantra, como un sueño ya soñado y vuelto a soñar para volver a ser cierto. Ciego.
Vuelve al sueño en que nos encontramos. Llora. Tu llanto junto al mío lavarán las huellas de mi pecado. Ven y acógeme en tus brazos. Iremos a aquel sueño que vivimos. Volveremos a ser aquellos. Olvidaremos lo sucedido en este tiempo desesperado. Soñaremos ser lo que fuimos. Seremos sueño. Sueño vivido.
Suena un adagio. No hay pan para el hambriento. Sólo tristeza. Tristeza y lamento.

26/11/08

la muerte constante. III

(...) De cualquier forma, también es cierto que alguna mujer de su descendencia fue dada a los excesos de la carne, tanto como que una de ellas, Virginia, hija cuarta de Don Medardo y Doña Marina, no contenta con probar todo lo que a su alcance se puso, que también es verdad no fue mucho, dadas sus características físicas, y espirituales, dicho sea también, y visto el destino que su horridez le hacía prever en su horizonte, en cuanto dio con un muchacho escaso de luces y sobrado de altura, pues medía dos metros, lo que contrastaba con el escaso metro cincuenta de ella, o quizás por eso, pensando que la altura podía presagiar algo extraordinario en la entrepierna, decidió obviar el hecho de su homosexualidad, transformada en bisexualidad cuando ella consiguió convencerle de su error a base de calenturas en sus partes y largas y misteriosas conversaciones a la luz de la luna o de los faroles rotos de las calles, y casarse con él. Pero como era de prever, el hombre dejó de saciar los apetitos de tan extraordinaria amante, dada su real condición, y ella se vio en la necesidad de buscar otros caminos donde saciar los placeres denegados, y así se lanzó a una vorágine en la que no paró prendas, a pesar de los dos hijos del matrimonio, y echó, primero, mano de las mujeres, más dadas a la contemplación y a la melancolía, a la sensibilidad y a la sensiblería, y aunque ella hacía alarde de modernidad y se propugnaba como una bisexual convencida, su interior le impelía hacia lo fálico, y como oyó a alguien, a su abuela, según ella, que los negros tenían la verga gorda y los moros larga y fina, y ella era muy mirada para esas cosas, se decantó por los segundos y, gracias al contacto que su trabajo le permitía con los emigrantes del Magreb, con el primero que pudo, en el primer despacho que pudo, se lo benefició, con tanto ímpetu y fruición que a los nueve meses hubo fruto de aquellos arrimamientos, que debieron ser de tal envergadura que el moro, a pesar de la fama de prolijos, en cuanto al sexo, tienen, dio en huir y no querer saber nada ni de la madre ni de la hija. Tal pavor le debieron producir los excesos sexuales de tan extraordinaria nieta de Francisco de Villasante Olmos. Ahora yace sus carnes nuevamente en brazos de otra mujer, misógina y dada a las veleidades del más allá, en la búsqueda permanente de una razón que le explique el por qué del Ser y sus circunstancias, raras de alguna manera o al menos distintas a lo que se podía esperar. Pero esa querencia no quedó solo en Virginia o en su prima Soledad; alguna de sus hermanas se habría lanzado al abismo del conocimiento en dicho tema si el aviso de la condena eterna a manos de legiones de demonios no hubiera estado tan presente en las épocas oscuras que les tocaron vivir.
(...)

25/11/08

Algunas cosas.

Cuando la dualidad de la unión perfecta se rompe, la vida no sigue, la vida se para, se angosta y se oscurece. Y ya todo es nada. O sí sigue, pero lo hace de esa forma que no es ya vida. No es vida, es otra cosa. Porque sabes que lo tenido no está, que no estará. Habrá otras cosas, diferentes, que las podremos camuflar de buenas, pero que en el fondo sabemos que no son, ni de lejos, como la brillantez de las otras. De ahí la tristeza, la amargura por la rotura, por la pérdida. Y ya sólo queda tratar de andar, seguir andando, pero sin búsqueda, porque sabes que encontraste, que tuviste, y que fuera del paraíso perdido, todo no son sino meras copias imperfectas de aquella belleza. Y es triste conformarse, aunque se puede. Pero eso ya es sólo sobrevivir.

Oigo caer el tiempo, gota a gota, y ninguna gota que cae se oye caer. ¡Respiro, suspirando!
Fernando Pessoa.

24/11/08

Hay dos estrellas

Largo y arduo es el camino que conduce del Infierno a la luz.
John Milton. "Paradise Lost".
Hay dos estrellas en el cosmos que se han mirado y, en la mirada, se han sonreído. Hay dos estrellas en el cielo que titilan en la noche, que se hacen guiños entre el espacio que las separa. Hay dos estrellas en la noche que no pueden juntarse, a pesar de intentarlo. Hay dos estrellas en el firmamento que se aman con locura pero que la distancia y los avatares les impide unirse. Hay dos estrellas en la bóveda celeste que arden de tanto amarse. Hay dos estrellas en el cielo que se despiden con un, te quiero un montón mi niña, y yo a ti también, a diario. Simplemente. Y ahí siguen. Pensándose. Recordándose. Amándose. Hay dos estrellas en las alturas que jamás pueden tomarse, pero que están siempre brillando, en el pensamiento, en el alma, en el interior de la otra. Las dos más bellas estrellas del firmamento. Hay dos estrellas en el cielo que siempre se estarán mirando, que siempre se estarán pensando, que siempre se estarán amando.

22/11/08

La chica ausente

Hay una chica que cada vez que la veo me rompe el alma. Regordeta, bajita, lo que redunda en la sensación de gorda. La cabeza siempre gacha. La mirada pegada al libro o a la libreta. La sonrisa ausente. La cara llena de granos. No es fea. No es guapa, pero no es fea. La gente la ve así, pero quizás es por su forma, por su carácter y por su aspecto exterior. Pero no lo es. Normal, simplemente normal. Tiene ojos oscuros y unas pestañas inmensas. El pelo, de color castaño, recogido en una cola baja. Viste siempre con sudaderas, bajo las que lleva una camiseta blanca de algodón y pantalones oscuros del mismo tejido. Intenta estar al día, pero la falta de dinero le impide tener marcas, y por ello se viste los dedos con anillos de plata, dos, y pulseras de hippie, tres. Todo en la mano izquierda, junto al reloj, hacia abajo, ocultando la ausencia de marca. Cuando escribe, la mano izquierda, con la que sujeta el papel sobre el que desliza el bolígrafo, siempre tiene el dedo meñique levantado en una postura elegante y graciosa. Me mira a veces. Muy rápido, fugazmente. Temiendo que la vea. Ayer le pedí que me enseñara lo que hacía. Me miró aún más. No con desconfianza, sino como si se hubiera dado cuenta que le importa a alguien por primera vez, que sentía interés por ella, como si hubiera descubierto que hay quien la ve, que está presente, que cuenta.
Los demás la ignoran absolutamente. No existe. Es un bulto que se sienta en una mesa contigua a la de ellos. Insignificante, casi transparente.
Me puede. Siempre que la veo se me parte el alma. Trato de estar presente, pero a veces no sé. Tampoco puedo. Tal vez con algún detalle, pero nada más. Por mi situación, por mi cargo. Pero se me abren las carnes. Sólo debo alguna mirada, y aun así temo. Por lo que sé que provoco o puedo provocar, y eso no quiero ni debo, pues los efectos pueden ser desastrosos. Ayer sólo le pedí ver lo que hacía y la miré un par de veces, con mirada suave, y a partir de ahí no dejó de mirarme. De hito en hito, pero continuamente.
La mayoría de las personas son inmunes a estas situaciones. La mayoría de las personas no ven a esas otras, incluso les son molestas. Como los pobres, los vagabundos o los viejos. Son los apestados de la vida. Y me puede. Yo no puedo con ello. Las lágrimas pugnan por salir debido a la impotencia, por el deseo de decir cambia, sonríe, la vida es maravillosa, un don del cielo, toda para ti, cógela, vívela. Pero no sé cómo hacerlo. Y sé, aunque espero que algo cambie ese destino, que su vida será un reguero de tristeza, de monotonía, de ausencias, de sinsabores, de abatimiento, intentados superar a base de esfuerzo en los estudios, en el trabajo, en las cosas triviales, pero viendo que a su alrededor hay cosas que le atraen y a las que nunca tendrá acceso. Así de triste. Así de tremendo. Y ruego al Dios de los necesitados, si es que existe, que se apiade, que abra la luz y le de lo que de verdad merece, lo que todos merecemos. Porque debe poseer un mundo interior grande e intenso. Que le muestre alguien que haga algo, que la saque de esa prisión, que le de lo que se merece, lo que todos merecemos.
A su lado todo son risas, todo parece normal, pero casi todo es vacío, ausencia, simplicidad sin límites, vidas grises aun con apariencia de color, simples, vacías, anodinas, carentes de interés.
Hoy he sabido que se ha suicidado. Y yo me fustigo por no haber sabido, por no haber estado. Y el Dios de los mediocres reina en este mundo del que yo sólo soy un pobre bastardo. Por inútil. Por innecesario. Por no saber estar, por no saber ser. Por…
Hay cosas que sobrepasan lo imaginable. Hay cosas imposibles. Hay hechos que te dejan mudo y sin sentido, atado al sillón, muerto. Hoy, leyendo la prensa me encuentro con esta terrible noticia. ¿Coincidencia? Sólo me produce abatimiento, y una sensación de soledad e impotencia, de tristeza y dolor, que me rompe el alma. Hay días que sería mejor no levantarse.
La noticia es la siguiente:

ANNA GRAU NUEVA YORK
Sábado, 22-11-08
Extraído del periódico ABC

A muchos les pareció que era una broma de mal gusto pero era real. Abraham K. Biggs, un chico de 19 años de Florida, se suicidó ante los ojos de 1.500 personas que le veían por Internet. Tuvo el pudor de dar la espalda a la webcam antes de ingerir una dosis letal de antidepresivos combinados con sedantes y tumbarse en la cama. Así permaneció expuesto a la curiosidad de todos los usuarios del canal de vídeo Justin.tv.
Algunos le acusaron de hacer el payaso y le insultaron. Otros se acabaron dando cuenta de que incluso si se había quedado dormido su inmovilidad resultaba sospechosa. Como si no respirara. El canal acabó rastreando la localización geográfica del joven, cuyo nombre de guerra era CandyJunkie (yonqui de las golosinas, adicto al dulce), y avisando a la policía. Los agentes le encontraron muerto y lo único que pudieron hacer por él fue apagar la cámara.
Al día siguiente la angustia embargaba a la comunidad electrónica, aunque no a todos por igual. Los dueños del canal se defendieron apelando a los mismos usuarios para dar el aviso cuando se emitan imágenes «impropias». El perfil de Abraham en MySpace se convirtió en un punto de peregrinación electrónica, con mensajes de los amigos del suicida expresando su consternación y afirmando que le echaban de menos.
¿Por qué lo hizo? Dejó una nota llena de vaguedades terribles: se acusaba de haber hecho daño a otras personas y decía despreciarse por considerarse un «fracasado» sin remedio a los 19 años. Algunas informaciones apuntaban a un amor contrariado, a una novia que le abandonó por otro con más dinero.
No hace tanto Abraham no parecía tan desesperado, y pedía atención y amistad por la red de redes. «Llamadme o escribidme si tenéis un problema, y nunca os daré la espalda», aseguraba. Hasta que se acostó.

20/11/08

Sólo quiero

Sólo quiero que llegue la noche, tras la noche del día, para poder esconder mi alma a la vida y no sentirla para no notarla, para intentar vaciar la mente en el sueño que nunca llega y no apreciar el dolor amargo que hay en mi ser. Sólo quiero cerrar los ojos y lograr la muerte que no llega, y poder dejar esta vida inclemente en que me hallo. Sólo quiero apagar la luz para no sentir el suplicio que aflige a este ser, que ya no siente sino amargor, pero el interruptor vital siempre es reticente y me impide dejar esta vida que me oprime. Sólo quiero abrazar el frío cuerpo de la parca y dejar este mundo que me vence y que me ahoga. Sólo quiero coger un arma y vaciar el cargador sobre mi cuerpo, disparar y apagar esta vida que no es vida, terminar con lo empezado. Sólo quiero clemencia, quitar el seguro y apretar el gatillo, que suene el percutor. Y en el resplandor del disparo, en la velocidad de la bala al entrar en mi cuerpo, espero, sólo espero, por última vez, verte, y así poder tenerte en mi mirada, en mi alma, en mi mente, durante un último segundo, durante un último instante, y de ahí ya por siempre. Sólo así podré. Debo hacerlo. Ser clemente.

Negro. Muerto.


Hoy he visto el arco iris entre nubes y claros, rayando el cielo, quebrando la bóveda celeste entre el algodón gris de las nubes, matizado por la lluvia, y el azul a intervalos. Sol y sombra. Todo negro, oprimentemente negro, y el arco iris… aún más negro. La música de fondo, el recuerdo. Un triste tañido de campana que redobla a muerto. A descompás. En soledad. Como la soledad del fallecido. Y el muerto anda. Deambula quieto. Quietud inerte de vida muerta. No hay vida tras la vida. Senectud omnipresente. Hay un vacío que impide. No siento. Hay un ancla que me hunde ahí, donde la vida se detiene. El recuerdo de la vida vivida con un sentido preciso, precioso, amplio y verdadero. La vida que los ojos me han dado al través de la mirada sentida, querida, y que ahora está ausente. El camino andado… ahora quebrado. Dos. Se abre el precipicio y caigo. El salón vacío. El olor a muerto. La pared opaca. Silencio. Los cuadros sin figuras ni colores. Negro. Busco las palabras tan queridas, y no las encuentro. Los sonidos desaparecen a golpe de martillos sobre mi cabeza, sobre mi alma. Yunque muerto. Ausente de hierro candente, del rojo de la vida. Negro. La risa se torna llanto. La lluvia aparece de repente como un reguero arrastrando el rimel. Negro. Llanto inútil. Llanto triste. Llanto lento. Un vacío oscuro lo llena todo, y un tímido cepillo de dientes, solitario, muestra el dolor de una vida cercenada, terminada, rota por el desasosiego mostrado por un jarrón de rosas marchitas, muertas, que adorna este ataúd en el que me encuentro. Ya ni veo. Ciego. ¿Dónde está ese alma límpida? ¿Su alma? ¿Mi alma? ¿Dónde sus claros cielos? La brillantez vivida se ha perdido. Me muero. Alma muerta. Y ahora… ahora el cuerpo. La vida, muerta. La música, un réquiem. Uno. Dos. Eterno claudicar. Eterno fracaso. Derrota total. Nuevamente yerro. Otra vez. Tristeza. Abandono. Ciego. Yerto. Negro. Muerto. Y pido perdón por mis pecados. Muerto. Busco y no encuentro. Miro y no veo la mirada de tantos sueños. No la encuentro. Muerto. Me fustigo por los hechos. Muerto. Sé que puedo. Sé que soy. Muerto. Pido perdón por el daño, por los hechos, a los indefensos. Muerto. Pido perdón por la vida, a mi vida, a su vida. Muerto. El amor es un acto de perdón interminable. Muerto. Estoy muerto. No me encuentro. No soy. Estoy huero, vacío, muerto. Cómo me gustaría…, pero estoy muerto. Vi un niño sonreír. Intenté verlo. Quise responder pero sólo me salió una mueca. Una mueca de muerto. La tristeza es tan profunda que ni esa sonrisa alegra mi pecho. La inocencia de esos ojos que otrora me sumían en desbordante alegría por estar vivo, ahora sólo me producen llanto. Tristeza y llanto, desesperanza y hastío, porque estoy muerto. Ya no puedo. Ya no soy. Negro. Muerto. Y hay un nudo en la garganta que me aprieta y que me ahoga. Cuerda gruesa, densa y lenta que me quita la vida. Un nudo corredizo que me anuda el alma y la destroza. Dolor del espíritu. Dolor de dentro. Ya no soy. Todo es negro. Muerto. Estoy muerto. Nada es. Nada hay. ¿Dónde están los ojos que me abrían las ventanas y me traían el aire fresco? Quiero respirar y no puedo. Muerto. Quiero respirarte porque estoy muerto. Porque me muero. Porque sin ti muero. O ya estoy muerto. Sí. Muerto. Todo ya es negro. Todo está muerto. Yo estoy muerto.

17/11/08

Ausencias


En realidad, al verte, cuando el deseo apunta y nace, es realmente cuando quiero conocerte y enseñarte, al mismo tiempo, lo que soy, y cuando quiero ver, a tu través, lo que la vida ofrece, lo que hay en ti. Mirarte a escondidas, observar tu sueño, mirarte dormir en mi alma, y en mis brazos, poblar tus sueños, llevarte de la mano, andar ausentes. Quiero conocerte, mostrar al mundo tu interior, cantar los salmos más eternos, ser. Pero todo eso fue ayer y no hoy. Hoy todo es ausente. Por eso lloré las flores más hermosas… y mi alma demudó en rocío, que cubrió tu cuerpo y lo llenó de pétalos de azabache, de rojos y violetas. Y sentí. Sentí que no podía vivir, y de ahí… De ahí la muerte prematura y el abandono. El no ser.

Crisis, Arte, Pobreza: España es así. ¡Olé!


Y ahora pasa esto. Arte y dinero de la mano. El dinero que debe ir destinado al desarrollo de los países pobres, resulta que se destina a pagar a Miquel Barceló, el pintor por excelencia de los tiempos modernos en España (y que el tiempo colocará en su sitio, espero), para la cúpula de la sede de Naciones Unidas en Ginebra. Un pellizco de los que duelen. Más a los pobres, todo hay que decirlo. Pero como no se van a enterar, pues no pasa nada. Y mientras tanto, por aquí, de copas. Zapatero en Breton Woods, la crisis por todas partes, y la cúpula decorada. ¿Decorada? Aquello parece una feria. Sobre gustos no hay nada escrito, pero eso va más allá de lo permisible. Hasta Barceló reconoce que se pasó en los colores. La Sixtina del Siglo XX, la Sixtina española. La chorrada, diría yo. De Barceló, del Gobierno Español, y de todo aquel que dice que eso es una obra de arte y que pasará a los anales del Arte Moderno. ¡Qué Dios nos pille confesados! Sé que muchos me llamarán de todo por criticar a Barceló. Estoy curado de espantos. Sabe vender. Sabe venderse. Pero hay miles de mejores pintores por ahí que no salen al ruedo, que no están para esas cosas, que hacen pintura de calidad. Pero no son conocidos. Ahí radica el problema. Y sobre el Gobierno y sus mojigaterías, ¿qué decir? Se califica por sí solo. Si no fuera porque los pobres no van a recibir ese dinero, su acto sólo me movería a la risa y a la conmiseración. Pero por salir el dinero de donde sale, me mueve al susto y al desprecio. Crisis, ¿qué crisis? Arte, ¿qué Arte? ¿Pobres? ¿Dónde?

15/11/08

Cuaderno de viajes. La montaña. El Pirineo. Las gentes.

Personas hay pocas en el mar inmenso de estas montañas. Sus caras son únicas. Especiales. Tienen una mirada profunda. Tanto, que parecen ausentes. Sus ojos se posan en los tuyos y acompaña el tacto de la mirada con una ausencia total de sonrisa. Entro en un bar. Los precios son los de cualquier sitio, pero las personas son las de antes, las de aquí, no de otro sitio. No los he visto en ningún otro lado. Los cuerpos es posible, y aun así… Recias manos con gruesos dedos, cansadas de trabajar en el frío; poderosos brazos. Poderosos brazos en inmensos torsos, redondos, que muestran la razón de la ausencia de cuello, pues apenas algo de él emerge del cuerpo para soportar la cabeza. Hermosa en su desnudez, en su rareza. Cabezas de otros tiempos, de otros espacios. Los pelos sin peinar. Ralos en su mayoría. Muy cortos. Blanquecinos, provenientes del moreno. Despeinados. Parecen su seña de identidad. No hay estética. No se necesita. Todas las personas de mediana edad o más viejas. Sólo un niño al que mira una oronda abuela desde la esquina de una larga mesa del bar, a la entrada de la cocina, con el plato que le dio para comer. De pelo rizado y cabeza rechoncha, grande, hermosa. De risa fácil. Mejillas sonrosadas. Mirar tranquilo, de tiempo. Y un cuerpo que llena la silla y la desborda, con los generosos pechos como señal de partida o de llegada. En cualquier caso de buena crianza. El resto son albañiles que vienen al menú tras su jornal en el tajo que ofrece el gobierno para colocarlos. Limosna para gente que no tiene nada. Tampoco importa. Antes no tenían pero sacaban para ir tirando. Ahora tampoco, y el gobierno les da para ir tirando. De ahí, quizás, las miradas. O no. No.
Y se sientan delante del menú y charlan. Poco, pero hablan. En general miran el plato y en derredor. Comen la sopa como antes, empuñando la cuchara. No la cogen, la empuñan. Y sorben la sopa. Mientras sorben miran. Y te alcanzan con los ojos y se quedan. Te piensan, o sólo te miran. El de fuera, el extraño, el distinto.
Quizás no hay más. Quizás no les importas más que lo que eres. No hay más que la superficie. Cuesta entrar en ellos. Hablar cuesta. Te hablan, pero todo parece quedar ahí, en la superficie. Amabilidad. Facilidad. Buen trato. Pero es difícil entrar más allá, profundizar.
Sus caras me recuerdan los rostros de las gentes del medioevo. Los rostros que retrata Passolini en sus películas. Todos parecidos, todos diferentes. En todos los sentidos. Endogamia. De ahí quizás todo. O tampoco. El paisaje debe ayudar también. La montaña. La madre montaña que une y que separa, que dispersa y que atrae, que crea y que destruye. Endogamia. Montaña. Así son los Pirineos. Así es la montaña. Así son sus gentes. Gente de la montaña.

10/11/08

Cuaderno de viajes. La montaña. El Pirineo. El fuego y la nieve.


Me siento frente a la lumbre. Hay cierto encanto en el crepitar de la madera en la chimenea. Y ello a pesar de la infamia que el personal que la rodea produce, como trasunto estético. Estética espiritual, que no física.
Los colores son brillantes y te llevan a cualquier parte, desde las hogueras de mi niñez al mismo infierno de Dante, pasando por Velázquez y su “Fragua de Vulcano”. Los matices de naranja son inmensos, aunque algunos ojos se empeñen en decir que sólo hay uno, un único, triste y desolado naranja. Claro que si tenemos en cuenta que una “humilde” bióloga no sabe decidirse entre roble y haya, ante la espectral visión de una triste hoja caída en el lecho mortuorio de la nieve en el transcurso de la noche, cualquier cosa es posible.
Los olores se agolpan. Maderas. Cada una tiene un olor distinto. El pino huele a pino y el roble a roble. Sólo hay que educar en el olor. Pero ya nadie, o casi nadie. El gusto por lo tradicional, o por el placer sin más.
Hay un arte en oler, como en mirar. Hay que saber. La nieve huele. Incluso depende de sobre qué esté. Hay tonos de blanco. Tonos de nieve. Hay tonos de madera. Tonos de lumbre. La lumbre. Una de las palabras más hermosas. La lumbre siempre me lleva a la niñez. No es el fuego. Es la lumbre. ¡Échale leña a la lumbre! Y huele. Olivo no, que aquí no hay. Roble. Haya. Pino. Olivo no. Esto no es Andalucía, aunque me la recuerda. Y crepita. También se oye. Como la nieve al caer. Como la nieve al andar.
Cuando se mira a la lumbre aparecen tonos de azul. Casi violeta a veces. Y la madera se rompe y queda en rojo y gris, cuarteada mientras alguna llama pugna por salir a través de sus rendijas. Sinuosas. Ascendentes. Con sus tonos de amarillo elevándose, moviéndose en un baile rápido y divertido. Besando el aire, persiguiéndole. Y el gris se troca en rojo. El infierno aparece y desaparece. Te pierdes dentro. Te quemas dentro. Espectral escenario de la belleza. Cierras los ojos y vuelves a la nieve y sus tonos cambiantes, musicales, evanescentes. La nieve que se posa en los rojos, en los verdes, en los mil verdes. Los tonos según la luz, según los ángulos. La nieve. El fuego.

9/11/08

Cuaderno de viajes. La montaña. El Pirineo. El suelo.


La muerte viste de marrón el camino. Otoño. Lo engalana de tonos marrones y, salpicando, de pinceladas en rojo y amarillo. Las hojas me enseñan a morir, y no es más verdad que la verdad, pero la verdad es a veces de colores, y la muerte es bella si la sabes mirar, si la miras, si la aprehendes, pero sobretodo si la aprendes.
Cuando asciendes la montaña, se abre como una meretriz y te regala su sonrisa más abierta. Se viste con los atuendos más ampulosos, con los tonos más hermosos. Se te muestra. Otoño. El ojo es el que debe ver, y la mente interpretar, esa sinfonía. No hay sonido aparente. Apenas algunas gotas de agua que resbalan por las hojas del roble y del acebo, del abedul y del fresno… Las lágrimas de la nieve, derretidas por los rayos del sol de la mañana, que hieren… Gotas que apenas dicen. Gotas. El río a veces, que desliza entre las piedras y suena levemente. Cantiga antigua. Delicada. Y a veces el vuelo asustado de algún pájaro. Nada que rompa el encanto de lo sublime. Todo ayuda al silencio a estar más presente. Silencio total, absoluto, envolvente. Para ti. Para mirar. Para escuchar. Para sentir. Para ver. Te oyes a ti mismo. La respiración. El jadeo de la marcha. El andar. El sonido que haces cuando quiebras la nieve. Hay cierto placer en pisar la nieve virgen, y un sonido que te eleva y te lleva atrás. No hay más. Sólo queda oír lo que se te da. Lo que la vista te da. Lo que la montaña te da. Lo que hay en ti.
Y el regalo de las huellas. Las pezuñas hundidas en la nieve. Los rastros nítidos de los “dedos” y su avance, a veces lento, las más de las veces, a veces rápido, las menos; el arrastre de las patas al salir de la nieve honda. La constancia. Sus trochas. Sus caminos de ida y vuelta, sus vericuetos a veces sin sentido. Otras sí. Te marcan el camino. Es el camino. Nunca hay pérdida. A veces olvidamos lo que fuimos, lo que somos… y nos vamos. Sólo hay que seguirlos. Seguirlas. Ver. Aprender. Ser humilde. Andar. Y entonces todo se te entrega. El suelo es un regalo para el alma, la cuna de los sentidos. Y la muerte viste la vida de colores, y la vista cubre el alma de vida.
Saber vivir. Saber mirar.
Todo a mi alrededor es un regalo.

1/11/08

La muerte constante. II

Crescencia fue contratada tras el alumbramiento del primero de los vástagos de Don Medardo Hoyos Rubianes por su mujer Doña Marina de Villasante Jiménez, hija del héroe del bando nacional durante la Guerra Civil, Francisco de Villasante Olmos, aquel que, después de ser hecho prisionero por las hordas rojas (en su terminología ideológica y castrense), tras el cerco y posterior asalto en Santa María de la Cabeza, consiguió huir del tren que lo trasladaba a la capital de la provincia para ser fusilado, cosa de la que no estaba al tanto, pero que, por esas circunstancias propicias que suelen rodear a los héroes, fue avisado por un gitano que, ¡Oh diosa fortuna!, iba en el tren como fuerza de asalto y que había sido sacado de algún que otro apuro cuando, Olmos, como era conocido por el común, estaba destinado en el ignoto pueblo de Sierra Morena donde vivía el mentado calé, en calidad de Comandante de puesto. Título que no le venía por su graduación, pues no era sino un simple cabo, toda vez que se había insertado en el cuerpo de la Benemérita tras un altercado familiar con su madrastra, con la que su padre había contraído nuevas nupcias tras el fallecimiento de su madre, y que, según contaban las crónicas familiares, no era un dechado de virtudes, la madrastra, en sus relaciones con la prole que traía consigo el allegado, aunque sí poseía un amplio registro de virtudes amatorias, de ahí las prisas del padre para el casorio. Contaban las malas lenguas familiares que solía remolonear en la cama y que se levantaba tarde y mal, con gesto hosco y ceñudo, exigiendo las viandas para, tras dar cuenta de ellas, volver a la cama, donde a no mucho tardar se incorporaba el patriarca, para dar suelta a sus muchas y perentorias necesidades venéreas, y como la cara de satisfacción era notable y evidente tras el ágape amatorio, lógico es que permaneciese más atento a las necesidades y querencias de su dueña que a las de sus hijos. Necesidades carnales que pasaron a la mayoría de los miembros producto de su actividad genésica, sobre todo a los del sexo masculino, empezando por el héroe de la Batalla del Ebro, de Teruel y de tantas y tantas hazañas, unas militares y otras de orden disparejo, y pasando por el primogénito y por el primogénito de éste, y así hasta la generación presente; pero no solo pasó el gen victorioso a los primogénitos varones, también lo hizo, saltando a las mujeres, a los primogénitos de éstas, que no se sabe bien por qué casualidad, siempre fueron hombres....

21/10/08

Era una noche prodigiosa

Siempre hemos oído contar un cuento. Incluso algunos lo hemos escrito. Forma parte de nuestro acervo cultural. Los llevamos dentro. Está en nuestro subsconsciente colectivo. Alrededor de una hoguera una figura mayor, tal vez el hechicero, relata a su calor, entre las luces y contraluces que las llamas provocan, alguna historia a niños y no tan niños, que miran arrobados esa figura que les transporta más allá de su realidad real. ¡El lobo!... Dice Nabokov que hay magia en la combinación de las palabras del pastorcito. Según él, ese niño fue el hechicero del que salieron todos los cuentos. Cuentos en todas las culturas, en todos los pueblos y en todos los tiempos. Poe, Kafka, Borges, Konrad, Kipling, Cortázar, García Márquez, Melvill… Cuando se comienza a contar un cuento se abre el apetito de escuchar y éste alimenta el de contar. Y el que cuenta siempre oye una voz en su interior, que surge de todas las voces de los que han contado, obligándole a seguir contando. Es todo un placer contar un cuento. Es todo un placer escribir un cuento. Érase una vez…, Once upon a time…Y todo surgió en Mesopotamia (donde casi todo, y donde hoy casi nada), en las montañas de Irak y sus alrededores, donde según la tradición debió estar el Paraíso de donde fuimos expulsados, allí donde se contaban los cuentos a la luz de las llamas. Allí nace el Gilgamesh, y se va a la India y surge el Mahabharata, y se va a Israel y aparece la Biblia, y sigue en Europa con Bocaccio y en el mundo musulmán con Las mil y una noches. El cuento es la esencia de la Literatura. De ahí quizás una de las frases más hermosas que he leído nunca. De Dostoievsky, cuando en sus Noches blancas dice: "Era una noche prodigiosa, una noche de esas que quizá sólo vemos cuando somos jóvenes, lector querido". Debemos seguir contando cuentos, y como ya no es posible en la magia de las noches de plenilunio arropados por el amarillo de la hoguera, hagámoslo con la magia del sonido de una pluma rasgando el papel al escribir sobre él.

18/10/08

La muerte constante. I

El verano vino de una forma tan intempestiva y extraordinaria como lo hizo el invierno, y como el anterior y el anterior, y así todos desde que sus recuerdos estaban con él. De un día para otro, sin avisar, el calor se apoderaba de Constanza y de todas las personas y bestias que habitaban en ella. De los pájaros no, porque nunca había habido, o no los recordaba. Ranas sí, pero pocas y pequeñas; culebras también, de agua y de tierra. Las de tierra eran las peores, porque salían sin avisar, de pronto no estaban y de pronto sí. Aletargadas todo el invierno y de una noche para otra, sueltas por el campo, por los trigales y los olivares, enroscadas, con la lengua saboreando el calor. Eran víboras y alicántaras, con sus rayas en el lomo, enigmáticas y atractivas. Él siempre las confundía, porque sus padres no eran del campo. Los agricultores y su recua si sabían hacerlo, por toda una vida de convivencia con los ofidios y por alguna que otra pérdida en ambos bandos. Aquel año, como casi todos, las culebras campaban a sus anchas, apareciendo por las calles y por las casas. A veces se encontraba alguna en las camas de los niños de pecho, entre las ropas, arrebujadas, como hermanas de leche, calentándose con el calor de sus menudos cuerpos. Se las perseguía, a veces, con todo lo que se tenía a mano y se las mataba a palos, otras, pues el tiempo hizo que la costumbre diese en mudar el pensamiento que hacia ellas había, y así, al acostumbrarse a ellas, se las dejaba en paz o sólo se las perseguía hasta que salían de las casas o de las calles y se iban por los albañales o por las calles hasta las lindes del pueblo, a la sierra o a los campos de labor que rodeaban lo rodeaban. Alacranes también había, gordos y lustrosos, en los huecos de las tapias y debajo de cualquier cosa dentro de las cosas, aguantando los calores de aquellos veranos infames e interminables que hundían el pueblo y a sus seres en una abatimiento silencioso que les hacía deambular, en las horas de mayor intensidad, como almas en pena en busca de rincones frescos. Él siempre miraba en esos rincones, a pesar de las advertencias, guiado como por un imán por lo prohibido, por el peligro supuesto pero no vivido, temido pero no sentido. Y una vez, cuando tenía algunos años, miró en un agujero del tapial que seguía la pared de su casa, y que lleno de agujeros le miraba a él como retándole, y creyó ver uno grande y hermoso, y su instinto pudo más que su miedo, y metió la mano para tocarlo, y lo notó frió. Sacó lo que creía un escorpión, presa segura para enseñar, con la candidez de sus pocos años, a sus amigos, ajeno al peligro, y su sorpresa fue mayor que el desencanto de no ser un alacrán lo encontrado. Dos duros había en sus manos con los que compró y compró cosas en el puesto que el Mudito tenía en la plaza del pueblo. Un coche azul de plástico, descapotable, con las ruedas negras, y un camión, amarillo y rojo, y pipas y garbanzos, caramelos y altramuces, y aún le sobraron cuatro pesetas, que metió en sus pantalones cortos, de felpa, que le daban calor y picor, pero que eran los del invierno, cortados con la rapidez que imponían los nuevos tiempos y la rapidez con que venían, en la primera mañana de calor, por Crescencia, la muchacha que vivía en su casa como fámula...

14/10/08

El sonido de un oboe me dice...

Surge el sonido del oboe casi en falsete. Penetrante. Casi como un quejido denso y lento. Con esa calidez que casi ninguno (salvo el violín, la otra danza de los sonidos). Respirando el aire que hay en la atmósfera y haciéndomelo respirar. Dirigiendo el tempo, acompañado de cuerdas, graves, violines y violas y un contrabajo. Se para y empieza. Y unos triángulos aterciopelan el alma. Hay como un aire que recita, que se eleva y desvanece, que penetra y aturde, que te lleva y engalana todo lo que miras, lo que se mueve, lo que se oye. Las notas se enroscan sobre sí mismas en suaves y armoniosas volutas de incienso etéreo que desfallece perdiéndose entre las ramas. La madera degusta los sonidos que produce, casi un catabile. Melodía melancólica. Armonía desganada. El sonido taciturno y lento que se desmaya y te desmaya. Las cuerdas suben la intensidad, con suave cadencia, como animando. Despacio. Y el oboe las sigue. Y parece agudo, sin serlo. Suave terciopelo de noche estrellada. Lluvia que se deshace en las hojas de un bosque cierto, donde solo el viento, entre las ramas, deja sonido, y aun con desgana. Y todo desaparece calmado. En suave compás. Muy quedo. Hay como un aire que recita, en él, que te penetra y aturde, que te eleva, que te sueña, que te siente, que se te queda. Los sonidos. La nitidez es tan asombrosa que la noche refulge y se hace día. Es como un quejido. Suave. Denso. Lento. Apagado. Amigo. Amado. Y siento de nuevo el dulce encanto de la niñez. Y lo extraño. Me arrebujo en él y me duermo, calmado, acompañado.