27/5/12

El sueño del siamés

Marisa Lara. Alma de cocodrilo
Hundió las manos en la arena hasta no poder más, hasta sentir dolor en los dedos; cerró los ojos y, en ese instante, soñó el sueño de un siamés.
Un jardín de rosas hendidas, de frugales miradas posadas en quicios de puertas que llevan a ningun sitio, por caminos de lava, en un teatro de las maravillas donde nada es lo que es, ni tan siquiera lo que parece, donde lo que anda es la palabra y lo que habla la ignominia, sobre zapatos de plata. Bajo las sombras, en la hendidura eterna, se atisba, en el lecho de piedra, la infame agonía de la virtud, mientras vuela la zafiedad vestida de nácar. Setenta veces siete la gran puta de Babilonia se detiene. Setenta veces siete sigue, sin decir nada, mostrando apenas los podridos dientes con hebras de carne, restos de ágapes, entre ellos, esparciendo su fétido aliento, a heces y sangre, al viento; la sangre de los hijos del suicidio, de la madre muerta, del hambre.
El sol sale cuando ha de ponerse. La verdad es sutil. El aire asfixia. Mil volutas vuelan entre la nada mientras un suicida las mira y gesticula entre el canto de nadie. Un canto que se oye, como un rumor de fondo, bajo una lluvia de notas surgidas de un gramófono antiguo, que suena amablemente, apartado elemento de un tiempo que ya no es y dice...

16/5/12

A Carlos Fuentes

Qué profunda tristeza, de verdad, qué profunda tristeza y que terrible pérdida.
Dice José Emilio Pacheco, escritor mejicano:
"Han transcurrido apenas unas horas y aún no puedo reponerme del estremecimiento que me causó la noticia.
Con él se va mi vida entera de lector y escritor. Durante más de medio siglo lo he leído, desde La región más trasparente hasta Catalina Grau y La gran novela latinoamericana. Como amigo sólo puedo darle las gracias por su infinita generosidad. Es el gran novelista de este país y su sitio como figura intelectual nadie podrá llenarlo. Ahora lo único que me interesa es releerlo y seguir dialogando con él en este México trágico. inimaginable para nosotros hace cincuenta años."
Pasarán mil años y nadie recordará a la mayoría, pero se seguirán leyendo sus obras.

13/5/12

En los suburbios de la ciénaga

Diana Laurencich. "Libertad"

Toda creencia es un mal menor, y es por eso que llueve sangre sobre los manantiales secos de los hombres, tintando de rojo un verde ausente. Una lluvia de pétalos que enrojece los convertidos campos en eriales. A lo lejos se observa una muñeca de plástico, sin pelo, con la cuenca de un ojo vacía, recuerdo de una niña desaparecida en algún aciago día y convertida a la religión de los tiempos.
Cada vez que se alza una prez el cielo calla y aguarda, enlenteciendo el miedo, agrandando el misterio. Por ello, ¿para qué? Convertimos el alma en un cuartel. Aún se puede oír su llanto de desesperación, casi apagado, casi trasmutado en risa hiriente, seca, enferma; su remanente.
Un signo sobre la piel, la mano paseada por ella invitando sin palabras a aquel.
Locos, viviendo en una caricatura obscena de la vida. Hemos convertido el deceso casi en una necesidad vital. Absurda realidad de colores grises donde no huele, ya, ni a hiel. Y volvemos de nuevo, una y otra vez, con nuestra triste salmodia, como el lúgubre tic tac de un triste reloj de pared, a los ausentes dioses de nuestra niñez, o a sus sutitutos de después, el comercio y la estupidez, supremos seres del tal vez. Y es que vivimos en los suburbios de la ciénaga.
Y sin embargo se escuchan campanas, si se aguza el oído, si se sabe apreciar, si se está dispuesto. Lo que no sé, aún, es si llaman a muertoo a qué. Lo supe una vez, allá en los lejanos tiempos de la niñez.
Todo esto es lo que es, lo que hay aquí, en la tierra habitada, en los suburbios de la ciénaga, donde me encontré, una vez, un papel mojado que unos verdes ojos enmarcados por el amarillo, brillantes, tiraron al agua en la calle y que yo recuperé.
Decía:
Hoy es de esos días en que me gusta pisar los charcos, sonreír distinto y gritarlo alto.
Y no todo es asfalto.
Sentir la levedad, andar descalza.
Suelo mirarte de lejos, y entonces todo es despacio. Te veo y es como el dulzor del vuelo de las luciérnagas en una noche de verano, como el de las mariposas de alas de agua en su volar hacia la calidez del volcán.
Rumores de agua.
Acariciar el piano.
Tu aliento es mi sándalo, tu voz mi mantra, tu alma mi regalo; donde quiero vivir siempre, donde quiero morir ya, en tu dentro.

Y ahora, el tiempo que pasa no es. El espacio yace. Nosotros no somos sino un tardío recuerdo de nada que fue, la aciaga sombra de aquel Día del Señor, de aquel Domingo Sangriento en el que se hizo la luz.
Vivimos sobre un mar rojo de sangre elevando oraciones al Dios de los muertos.
Todo es hambre, aquí, en los suburbios de la ciénaga.

3/5/12

Llueve sobre Berlín

Fotografía de Norah Moon
Sé lo que hay aquí pero no lo que hay al otro lado. Hacia donde mire, líneas de gris se pierden en la lejanía, sobre el pavimento, hasta donde alcanzo a ver. Tras de mí, el infinito gris, sobre un suelo eterno, gélido y mojado por una sempiterna lluvia que golpea un granito escrito en geométricas formas, como uanespecie de damero maldito, en tonos de gris. Pequeños charcos reflejan la bóveda. Ni por arriba se puede salir. Así un día y otro día y así hasta setenta veces mil. No sé qué hago aquí. No sé dónde ir. El mundo corta la eterna planitud grisácea, si es que al otro lado es igual que en éste otro donde me hallo. Tres niveles lo forman, en otros tantos tonos de gris, mojados, manchados por un llanto que aplasta. Muro sucio o ensuciado, culminado por una corona de espinoso alambre, para impedir.
No sé qué hay al otro lado. Apenas si aquí yo. Rebusco las grietas y caigo, tras empezar a subir por ellas, sobre el suelo mojado y gris. Mi voz sólo es un eco que me devuelve la nada. Hablo. Antes gritaba, pero sólo a mí. A veces oígo la sequedad de unos golpes, su desfilar por el aire, la marcialidad sobre el suelo perdiéndose más allá hasta desaparecer. Me falta hasta el respirar. No sé quién soy ya, o qué ni qué hago aquí. Sólo sé que a veces llueve. Y, a veces también, sueño con los días de Berlín, cuando la lluvia era vodka y vivir no era así. O es sólo un recuerdo y también me mentí o no sentí o no fui.