29/3/09

Orgullo. Perdón. Necedad. Búsqueda.

Estoy cansado. Muy cansado. Me voy a Italia. Voy a regar mis ojos y mi alma de Arte. Vuelvo a Roma, la ciudad sagrada, el centro, el origen.
Una frase de Miguel Ángel Buonarotti y una reflexión mía como espacio hasta la vuelta. Necesito de ello.
Ma l’ombra sol a piantar l’uomo serve.
M.A.B.
Es fácil pedir perdón, es quizás lo más fácil del mundo. Lo difícil es perdonar, sobre todo si no se ha humillado previamente el autor del acto contra la persona ofendida. El perdón queda siempre anulado por el orgullo y por el rencor, y sin embargo el perdón es más grande que la venganza, porque, al margen de lo que pueda decir la moral, sólo puede conceder el perdón el que verdaderamente tiene poder, ya que la venganza implica posesión, miedo, fuerza, pero sobre los demás y en los demás, mientras que el perdón implica posesión y fuerza sobre los demás y sobre uno mismo, y esta es la base del poder absoluto, del PODER, porque el poder comienza con el autodominio, del que si se tiene, nadie te puede desposeer.
El orgullo es necio, el poder es ciego; sólo el perdón viene del Poder, y ese Poder, del conocimiento, de la sabiduría, de la verdad. Ahí radica la dificultad en el perdón real. Es fácil decirlo, pero es muy difícil hacerlo. ¿Quién sabe realmente lo que es perdonar? Somos lo que somos, y en función de ello nos irá la vida. Creemos que somos, pero en realidad sólo nos mueve el egoismo, el orgullo y la necedad. De ahí tanto. De ahí todo. Pero nos camuflamos. Nos ocultamos. Nos mentimos y mentimos a los demás. Necios. Eso es real.
Las águilas vuelan solas, los borregos necesitan un pastor, se decía en el mayo del 68. Hay tantos de estos y tan pocas de ellas.
¡Qué belleza es pasear bajo la lluvia suave en una noche de primavera! A solas con uno mismo. Puro deleite.

24/3/09

El día que él se digne enjugar mis lágrimas. (K.O.)

Dejar que el río fluya. Es así como es. Es el momento. Siempre hay un momento para todo. Ser un payaso y pintar de colores mi cara. Alzar la vista y mirar risueño. Es mi punto de vista. Levantar las manos y regalar sonrisas. Me gusta ser un payaso que se ríe con la risa de un niño. Me hace feliz. Me siento bien. Este es el momento. Suena una tarantella napolitana. Se abren las flores y el sol calienta y alarga los días. Se despereza el alma. Ahora es el momento de de despejar la vida y andar el camino por andarlo sólo, sin destino. Y habrá montañas que subiré y valles que bajaré, océanos que navegaré. Viviré sin límite la vida que se me ha dado como un regalo. Y no habrá nada que me lo impida porque soy yo el que así lo quiere. Este bello payaso coronado que la ama y que la anda. Y me miraré en las miradas y descubriré la belleza enterrada dentro, embebiéndome en ellas. Este es el momento. Suena la música y el silencio me acoge. La distancia no me impide hacer el camino. Hoy es hoy. Es divertido, brillante, caminar por la vida. Los colores son el momento en las palabras. Sólo lo tienes que decir. Me maquillaré como un payaso y saldré a vivir. Siempre veo la mirada. Sonrío. Sé mirar. Es eterno y será así, siempre, como el río. La voz, la palabra, siempre estará, en los colores, en los olores, en los sabores, en el tacto, en la brillantez. Por eso, ahora, vuelvo atrás, a la infancia, y me mezo, me río, sueño. No hay distancias. No hay tiempo. Sólo sueños. Sueños brillantes de payaso. Sonrisas. Este es el tiempo. Este es el momento.

22/3/09

Las vidas paralelas de Nicodemo Román

Todo comenzó cuando terminé de leer un artículo, en una revista de divulgación pseudocientífica, que me entretuve en hojear mientras esperaba a que me cortasen esta desgracia de pelo que Dios, en su infinita sabiduría, me ha dado, sobre el famoso libro de Plutarco: “Vidas paralelas”. En él descubrí que ciertos personajes de la historia, y no precisamente unos cualesquiera, sino los más cualificados y mejor dotados de la antigüedad, habían tenido un paralelismo en los acontecimientos de su vida, si no casual si al menos buscado con otros individuos más antiguos, y que ya habían dado que hablar tanto a sus coetáneos como a las generaciones posteriores. Si dichas personas habían conseguido, de alguna manera, predisponer al destino para que unas vidas aparentemente mediocres, o no tanto, se transformasen en un acto continuo de aventura, placer, poder, etc., ¿por qué yo no podría realizar algo similar? Tan sólo tenía que poner todo el empeño en modificar mi destino, y ello, con paciencia, estudio y concentración, supuse, no tendría mucha dificultad, a la vez que me reportaría una vida excitante y digna de ser vivida.
El primer problema que se me planteó fue el de elegir el personaje con el cual quería tener un paralelismo en mi existencia. Tras darle las vueltas suficientes como para llegar a ninguna conclusión, decidí que, ¿por qué conformarme con una vida paralela y no ir en paralelo con varias, y de esa forma vivir lo más apasionante de las más apasionantes biografías de la historia? Pero una vez que resolví ir en paralelo a varios próceres, se me planteó un nuevo problema: ¿Qué próceres me habían de servir como espejo?
Pensé en Tyrone Power, pero lo deseché rápidamente por su temprana muerte, aunque las loas a su belleza, su actitud y porte distinguido, así como aguerrido, en la película del Zorro, me inducían a pensar en él como un personaje a tener en cuenta. Rock Hudson también me tentó, pero el hecho de enterarme de su homosexualidad hizo que lo rechazase; no por ella misma sino por su falta de coraje en la vida y, como es lógico, porque yo no lo soy, y mi razón de pensar en una vida paralela excitante no incluye la vía de atrás.
Había analizado la personalidad y la vida de tantos y tantos personajes de Hollywood que estaba empezando a desesperar. Y de pronto, como suelen ocurrir las cosas, lo encontré: Errol Flynn. Dios, sí, ese era mi hombre. ¡Qué hombre! Más diría: ¡El Hombre! Lo recordaba surcando el espacio sobre la cubierta de las goletas, en los barcos piratas, entre las jarcias, con la espada en la mano o el puñal en la boca, asido con los dientes sin dejar de mostrar aquella sonrisa tan seductora, tan encantadora. Recuerdo la forma en que aparecía y se deshacía de éste y de aquel, dando golpes a diestro y a siniestro hasta llegar a la heroína, y allí, tras entablar una lucha sin cuartel, eliminar al enemigo principal, al más feo, al más malo, al más fuerte, tras una ardua batalla en la que repetidamente había estado a punto de perder y que, gracias al destino que la diosa fortuna depara a los héroes, sale indemne; y no sólo eso, sino que surge cual ave fénix, con renovadas fuerzas y, en un golpe de audacia, y de suerte, por que no decirlo, se desembaraza del enemigo taimado y traidor. Y allí, en aquel marco incomparable de humo, de maderas carbonizadas, de velas rotas y mástiles caídos, bajo el fragor de los cañones y los gritos de los heridos, en la inmensidad del negro mar, de tan azul, manchado de sangre por las heridas, con la camisa desgarrada por la lucha, y sin embargo sin muestra alguna de sudor, con el pelo inmaculado, recogido en una coqueta cola y sujeto con un hermoso lazo, toma en sus brazos a la susodicha heroína, que tras acurrucarse en su pecho suspira, y él le da un beso en la boca como no he visto hacerlo a nadie. Así es como se besa.
Sí, definitivamente ese era mi hombre. Ya no necesitaba tener varias vidas paralelas. Con la de Errol Flynn era suficiente. Y desde ese mismo momento me lancé a una búsqueda frenética de todo lo que con su vida y milagros tuviese que ver. Pero claro, mis posibilidades de acceso a la información eran más bien escasas, insuficientes, y de poca enjundia. Una antigua enciclopedia Espasa comprada por mi padre hace una veintena de años, de seis tomos asaz delgados, y un acceso a Internet de lo más frugal (cada vez que accedía y escribía el nombre la página se bloqueaba tras mostrar una serie de direcciones en inglés). Y no es que no sepa mucho inglés, que efectivamente no tengo ni idea, sino que al intentar abrir alguna de ellas, el ordenador, herramienta infernal donde las halla, me mostraba un mensaje de error. Había palabras raras, como naked, orgiastic, algunas como homosexuality, o algo así, pues no lo recuerdo muy bien y ya digo que mi inglés es el que es. A pesar de mi nulidad sobre el idioma de los anglos, y de los sajones, pues también es suyo, deduje que homosexuality tenía algo que ver con homosexualidad, pero deseché cualquier connotación de ese estilo con el personaje, dadas sus actuaciones mujeriles; en cambio orgiastic si que me sonaba a las actividades que le suponía; en cuanto a naked, no tenía la más mínima idea sobre su significado, pero supuse que estaba en relación a orgiastic. Por otra parte, en una de mis largas noches ocupando el sillón que tengo situado frente a la televisión, viendo uno de esos programas que suelen poner para almas en pena, sobre las dos o las tres de la madrugada, en un caluroso debate sobre no sé que tema de insondable trascendencia del cine americano de los años cuarenta o cincuenta, llevado por siete personas sin nada que hacer pero con, al parecer, mucho que decir, surgió de pronto, tímidamente, el nombre propio que mi mente buscaba: Errol Flynn. Un fumador empedernido, pues llevaba desde que el programa había empezado, no menos de dos horas, unos seis cigarrillos entre pecho y espalda, lo dejó caer haciendo referencia a no sé qué, pues la verdad es que no estaba prestando la más mínima atención, toda vez que la razón de ver aquello es que no tenía ninguna otra cosa mejor que hacer, pero sobre todo que el mando a distancia de la televisión estaba roto, y mis ganas de andar eran mucho menores que mi capacidad de abstraerme de la sarta de sandeces que estaban diciendo aquellos personajes.
Puse toda la atención que mis sensores auditivos eran capaces de captar y pude colegir, por lo que decían a continuación, que la conversación versaba sobre las famosas fiestas que se organizaban en los años dorados de Hollywood. Y como decía uno de los contertulios, en ellas, uno de los personajes que sobresalía era el mentado Errol. Y apostilló: en una de ellas se puso a tocar el piano con su verga, de tamaño descomunal, por otra parte. Verga con la que penetró a unas cinco mil mujeres.
No había más que hablar, u oír, en ese caso. Errol Flynn era mi hombre, o para ser más exacto, el hombre con el que debía llevar una vida en paralelo. El problema residía en cómo la iba a llevar, la vida en paralelo, claro. ¿Cómo lo haría? ¿Qué tenía que hacer? Nuevas incógnitas que se sumaban a un problema que ya creía resuelto, pero que se presentaba arduo y difícil. Sin embargo el premio se me antojaba, cuando menos, sabroso. Cinco mil mujeres eras muchas mujeres, demasiadas incluso, sobre todo si tenemos en cuenta que, a lo largo de mi azarosa y larga vida, pues estaba entrado en… bastantes años, vamos, que había pasado ya, con soltura, los treinta, tan sólo había estado con dos mujeres, una cuando era un infante impúber, con una muchacha allá en el pueblo, debajo de una morera; muchacha cuya característica más sobresaliente era un mostacho de lo más antinatural, y un ojo, para no ser muy cruel, diré que ligeramente estrábico, pero que se dejaba hacer sin preguntar. Y lo que mi timidez y mi horridez habían impedido hasta aquel momento, unos tragos de un vino tinto peleón en una boda, lograron que ella y yo nos diéramos de bruces en el suelo sombreado de aquella morera y perdiese, yo, la virginidad, que no ella, húmedo colchón de todo sexo varón del pueblo con ganas de él. La otra, pues como dije fueron dos, era una puta cuarentona entrada en carnes, que por poco dinero te hacía una felación, una veces con dientes y otras sin ellos, en función de si consideraba que la jornada había terminado y por tanto se decidía a quitarse la dentadura postiza, pues decía que, como no tenía mucho dinero, se había tenido que conformar con una dentadura de saldo, ya usada por otra mujer, algo más delgada que ella, pero que tan sólo la había usado un par de meses. Además de la felación, por un poco más de dinero, si se encontraba con ganas, te subía a la habitación de la fonda donde vivía y, allí, sobre las mugrientas sábanas de la destartalada cama, te montaba tras despojarse de la falda, casi siempre roja, en la que iba embutida, quedándose con el enorme sujetador, para sujetar unas tremendas tetas, ya que si se lo quitaba caían, las tetas, hasta el siguiente escalón, al perder la sujeción, que no era otro que una barriga abundante, con una ligera hendidura que se producía donde debía estar el ombligo, cuando se sentaba sobre mi sexo; con una mano cogía mi miembro y se lo introducía, mientras con la otra se acercaba a la mesita para coger un cigarrillo y un mechero, poniendo su sobaco a la altura de mi nariz, lo que a veces me provocaba cierto malestar de estómago. Y así, moviéndose cansinamente al compás de mi respiración entrecortada, se fumaba el cigarrillo; cigarrillo que se terminaba después, mientras se lavaba sus partes en el bidé y yo me vestía y me marchaba, pues siempre era así, corto, fugaz, sin palabras, sin preliminares, sin… nada.
Descubierto el objeto de mis deseos, surgía ahora, cual nefando guardián de la llave que daba acceso a ellos, el problema de cómo vivir mi vida en paralelo a la de Errol (me permitiré esta complicidad, dada mi cercanía a él). ¿Debía leer el dichoso libro de Plutarco? Pues cuando comencé a leerlo, en un vano intento anterior, no lo hice entero, sino saltando hojas y párrafos sin un sentido aparente, con el sólo deseo de llegar al final, ya que mis conocimientos sobre la época y los personajes eran de una superficialidad que rayaba en la nada. Y ni aun así había llegado al final. ¿En caso de hacerlo sería capaz de terminarlo? ¿Estaría en él la clave? ¿En caso afirmativo sería capaz de desentrañarla? ¿Si lo hacía se cumplirían mis deseos? Demasiadas preguntas para tan poco tiempo. Pensé que un buen ágape regado con vino del tiempo me ayudarían a navegar en el infierno intelectual en que me hallaba inmerso.
Y como los humores del vino traen esas cosas, la inspiración se apoderó de mí como por ensalmo y oteé, en la lejanía, y de una forma borrosa, bien es verdad, la manera en que había de actuar...

El sueño, por los humores del vino, le llegó, por lo que decidió tumbarse en la cama a rumiar la idea mientras se dejaba llevar. O esperar a despertar y ponerla en práctica.
Se tumbó en la cama, como tantas noches, solo, a esperar. Como todas y cada una de esas noches que a lo largo de su vida había pasado, en una tórrida soledad, insoportable y absurda, llena de desesperanza y de dolor. Pero esa noche tenía algo alegre en lo que pensar, una idea que realizar, algo por lo que vivir y por lo que luchar. Pero la inseguridad…
Los ojos se le entornaron y se dejó llevar. El sueño se adueñó de su alma y se pobló de imágenes de mujeres salvadas y rendidas en sus brazos, de volar entre las jarcias o cabalgar a lomos de un corcel con su heroína detrás, agarrada a su cintura, apretada su cara a la espalda de él. De besos infinitos. De amor. La cara transmutada en una sonrisa de felicidad. Como nunca. Y se dejó ir. El sueño se adueñó de su alma y ella, por una vez, vivió y sintió.
Las manos cruzadas en el pecho. El cuerpo relajado. Una amplia sonrisa en la cara, por primera vez. Nicodemo Román, en sueños, vivió la vida en paralelo con Errol Flynn. Así debía ser siempre. Abrió levemente los ojos, pero no quería despertar, y los volvió a cerrar.

Nicodemo Román fue hallado muerto en su cama. Sobre la colcha color burdeos, tachonada de puntos de un amarillo intenso, a modo de soles lejanos y refulgentes en un atardecer espantosamente bello y lejano, como si de otra galaxia se tratara. El cuerpo estaba hinchado por los gases de la putrefacción. Llevaba muerto tres días. Olía como a queso de Cabrales. Lo encontró la señora que iba a limpiar una vez a la semana. Una rusa ya mayor con la que apenas hablaba, según le dijo a la policía, a la que llamó tras hartarse de gritar, por la sorpresa.

El forense dijo que no sabía, tras examinarlo, a qué se debía la muerte. Que murió de paro cardíaco era evidente, pues el corazón había dejado de latir, pero que no encontraba ningún fallo aparente de cualquier otro órgano vital, salvo el hígado, que lo tenía a reventar, a punto de una cirrosis, por el beber, como era de esperar, pues en los restos que en el estómago encontró, el vino era el elemento principal. Aunque, tal vez, por un deseo atroz de no sabía qué. Pero que no era sino una simple especulación. Por ello no quedaba más remedio que rellenar el formulario con un: Nicodemo Román, de 36 años, falleció de muerte natural.

19/3/09

A mi padre

Odié, desprecié, discutí, admiré y amé a mi padre de una forma que ahora, después de pasado el tiempo, me da miedo. Incluso, tras unos años de su muerte, pienso, a veces, en cómo era posible que existiesen esos sentimientos en mí. La edad supongo, sobre todo la pubertad y el deseo o el propio hecho evolutivo de crearte una personalidad, para lo que hay que oponerse a la norma, enfrentarse al poder, a la autoridad…
Pero el tiempo es sabio. Creces y ves. La distancia y el tiempo te dan una perspectiva que el presente no te permite. Te dan una visión de los hechos que el momento desvirtúa, dramatiza y agranda, e incluso que, vistos desde esa distancia, no son los que vivimos sino otros absolutamente opuestos.
Ahora, que el paso del tiempo me permite ver la figura de mi padre con suavidad, y que su ausencia es absolutamente total, lamento todas las veces que me enfrenté a él, no por el hecho en sí, sino por el dolor que le produje; lamento todos los quebraderos de cabeza que le hice pasar, que fueron muchos; lamento los sinsabores, las decepciones, las malas palabras, los malos gestos, los desprecios; lamento todas y cada una de las acciones que le produjeron dolor. Porque sé, ahora, que todo lo que hizo, bien o mal, conmigo, lo hizo con toda su buena intención. Equivocado o no en el fondo y la forma. Siempre quiso lo mejor para mí. Por eso lamento tanto todas esas cosas. Pero lo que más lamento y me hiere el alma, es la cantidad de veces que no le dije te quiero papá. Porque sé lo que lo necesitaba, lo que lo deseaba. Y lo lamento porque siempre le quise, le quiero y le querré. Porque es mi padre. De ahí el hartazgo de llorar cuando me despedí de él en la UCI, aquel treinta y uno de diciembre, cuando no me oía, cuando sabía, a ciencia cierta, que ya no lo volvería a ver más.
Ya sólo me queda llevarlo en ese sitio del alma donde se guardan los recuerdos más hermosos. Allí donde siempre estarán las personas que más he querido y quiero en este mundo. Cuánto lo hecho de menos, a veces, ahora.
Por todo ello, quiero agradecer a mi padre el placer de haber estado con él en la vida, de que me haya querido tanto, de que me haya educado, de que me la haya dado. Aunque no esté a mi lado físicamente, siempre estará dentro de mí, como lo que es, mi Padre.

15/3/09

Ecos

La voz como un eco que sale de dentro envuelve el aire en la conciencia de una mirada que se aleja por la línea del horizonte, donde el cielo y el mar se unen sin solución de continuidad. El eco de una guerra sin fin más allá de las fronteras del alma y de los cuerpos. Los sonidos metálicos sólo producen quejas, sonidos de vestiduras rasgadas, de lechos rotos, de perdidas miradas. Hay como un galope que se oye fuera, pero que nunca llega. El tiempo, cauto, espera y alimenta el deseo insatisfecho. El pecado se acrecienta. La vida se aleja. Agua. Sed. El rumor del calor en el ocre de los trigales suena a ausencias en el aire que calienta y despereza el ansia de vida, aun incierta. Almas derramadas. Opio. Amapolas. La voz queda, me acerca. Suavidad. Y cuando los sonidos, todos, desaparezcan frente al través de las rendijas de los ojos, quizás entonces sea el momento de andar el camino de la dulzura. Delectación ante la nada que invita a la vida, o el todo, o… Oír, oler, ver, saborear, tocar, amar. Ser. Vida. Deleite. ¿Más? No.

12/3/09

En torno a la violencia

La violencia es un fenómeno complejo. Demasiado complejo a veces. Depende de muchos factores su análisis.
La violencia objetiva se produce cuando una conducta agresiva es una acción intencionada, con un propósito definido y con un objetivo establecido con anterioridad. Es decir, cuando el agresor es consciente de que está agrediendo, o que lo que hace sabe que es entendido por el agredido como una agresión.
La violencia subjetiva se produce cuando la persona considera que un acontecimiento atenta contra su integridad psíquica, física o moral. Y en este caso puede ocurrir que el que realiza el acto no haya tenido intención de generar violencia, pero la genera en la conciencia del receptor. Aquí, la violencia es subjetiva, nunca objetiva.
De ahí se puede deducir que la violencia radica en quien la percibe. Puede haberla en función de quién es el observador del hecho, y eso varía en cuanto a la existencia de una multiplicidad de factores.
¿Es violencia proteger, mediante la fuerza, a alguien de sí mismo? ¿Es violencia impedir, mediante la fuerza, el suicidio de una persona? ¿Es violencia, utilizar la fuerza, para impedir que una persona dañe a otra? ¿Es violencia, impedir mediante la fuerza, que otra persona haga algo que el emisor cree que puede ponerle, al receptor, en peligro? Podría poner mil ejemlos. Anorexia, detrminados casos bélicos, de personas...
Incluso, a veces, esa violencia se pude magnificar, agrandar, el acto ser visto por emisor y receptor como cosas absolutamente distintas, toda vez que también se es subjetivo en cuanto al hecho en sí mismo. Es todo excesivamente complejo. Pero no se debería juzgar, nunca, el hecho aislado de todas las circunstancias que lo rodean. De cualquier forma es cierto el aserto de que la violencia engendra violencia. Pero también es cierto que un hecho es visto de distinta manera por dos personas, y que incluso un hecho visto por una puede ser considerado violencia y por otra no. Todo depende de esa multiplicidad de circunstancias, cultura, educación, miedos, experiencias pasadas, temores… Se debería poner distancia en el hecho y tratar de ver con asepsia. Pensar bien, hablar bien, actuar bien, decía Tao-The Ching.
Aun así, el diálogo debe imponerse, y la violencia desterrarse. Cualquier tipo de violencia. Pero se puede hacer ese análisis, o se debe. Quizás eso nos ayudaría a ver determinadas cosas, a comprenderlas, a perdonarlas. Quizás eso nos haría más humanos. O no. No lo sé. Por cierto que bello es el tema final de Vangelis en Blade Runner. La música es un buen antídoto para erradicar la violencia.

11/3/09

Ese asunto tan manido

El trabajo limita la creatividad, y de ahí que recurra a otros. Sin embargo no me duelen prendas el hacerlo puesto que traigo a uno de los maestros, Quevedo. Espero que tras el paréntesis de los esfuerzos y de los desastres, la primavera venga llena de olores, de sabores, de colores, y con ello la vida entera se abra y permita sacar todo aquello que llevamos dentro. Sin duda así será. Sólo hay que saber mirar. Todo está ahí para quien sepa verlo, para quien sepa y pueda cogerlo. La brillantez de las burbujas es el aceite de la vida. Sea pues.

Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;
Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria, en donde ardía;
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.
Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Medulas, que han gloriosamente ardido,
Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.


Toda una lección sobre ese sentimiento tan asquerosamente manoseado y mal usado, incomprendido, escupido, despreciado y masacrado.
Seguramente el mejor soneto de Quevedo, probablemente el mejor de la Literatura española.

10/3/09

La noche

Me voy a la playa, a mirar las estrellas y escuchar el mar. ¿Te vienes? Estoy en pijama. Llevo así todo el día, aunque no me gusta. Como quieras. Un silencio. ¿Sigue en pie la oferta? Claro. ¿Dónde te recojo en veinte minutos? En la rotonda de… De acuerdo. Hasta ahora.
La vida nunca es sencilla. Lleva el pelo recogido en una cola, larga y lisa. La cara descubierta. Una extraña sonrisa que dice y que no dice. El cuerpo vestido con unas botas altas y negras; un vaquero ceñido; camisa de flores en tonos verdes; una cazadora burdeos, creo (o la luz de la noche, quizás, hace que lo parezca), que realza el busto y lo delinea. Anda deprisa, como temiendo…
Hablamos largo, acompañando el habla por el rumor de las olas. Estás callada. Me gusta escucharte. ¿Por la voz o por lo que digo? Por ambas cosas. ¿Te gusta mi voz? Sí. ¿Cómo es? Rota, melódica, acogedora. Un hombre en un coche. Solo. No mira. Solo. Más adelante, en otro, una pareja. Hablamos de la vida, de todo. Las olas rompen en la orilla. Rumor apagado que acompaña, que amiga. Son las dos de la madrugada. Frío intenso que te adentra. Casi nunca me mira a los ojos. Estrellas. Las mira, con los ojos y con su cámara. Las fotografía. Mira y mira. En el mar, le digo, dentro, de noche, solo, todo es distinto, la vida es vida. Quizás porque no hay vida o no la ves. Tal vez porque fuera la vida es una falacia, siempre una mentira… Volvemos. El hombre del coche ha reclinado el asiento y se ha dormido. Tiene un buen coche y sin embargo… ¡Qué vida! La pareja se ha ido. Han terminado. Seguimos hablando. De la vida. Del juego no. Lo esquivamos. Es tierna. Rara. Distinta. Tiene un lado oscuro que presentía. Un cigarro en el coche antes de volver. U2. Te pega, me dice. Lo escucho siempre que estoy bien. El mar lame la orilla con su murmullo suave. Las estrellas arriba.
Nos despedimos. La vida no es sencilla. Nos besamos. Ha sido una noche agradable, me dice. Todo un placer, le contesto. Se va. Sigo adelante, con el coche y, de reojo, miro a una ventana de una casa. La luz apagada, como la vida. La noche es a veces oscura pero, a veces, también, brillante.
Vuelvo a la playa. Solo. Me tumbo en la arena y me ensimismo en las estrellas. Es brillante. Soy libre. Siempre seré libre. Los errores se pagan. De ellos se aprende. Se conoce a través de ellos, a uno mismo y a los demás. Nada es lo que parece. Fantasía. La realidad es más real. Libertad. Soy. ¡Qué belleza de noche!

8/3/09

Desprendimiento. (Retazos sueltos de lo próximo).

Lahore, la ciudad mercado del septentrión indio, la ciudad de las mil razas del norte de la India. La ciudad origen del camino, de todos los caminos, y por supuesto también del mío, el de las mil y una lenguas, el mil y setenta veces mil, comenzado y otras tantas detenido en las setenta intersecciones encontradas. De nuevo en Lahore, de la mano de Kim, como ya lo hiciera otra vez, pero ahora con otros ojos, los del sueño, los de la esperanza, los de la premonición, sabida pero ignorada. Hasta Benarés, o Varanasi en la lengua; o más allá, o más acá, en la vereda, en la búsqueda de la luz, en el Camino.

Dejé que la tarde se diluyese con la cadencia de los personajes de Kim, con los olores que desprende Lahore, con sus colores, el oro, el rosa y el azafrán; con las rimas de los lenguajes que la pueblan, y me dejé llevar a esos mundos ensoñados donde nada es como esta vida.

Y ahora continuaré el camino emprendido desde Lahore, al lado del santón tibetano arrebujado en su desgastada túnica, embebiéndome de todo lo que el camino puede mostrarme a través de los ojos que mejor miran, hundiéndome en todo lo que la vida puede mostrarme en el país de la vida, haciendo el camino, en mi búsqueda que es la suya, la del santón y la del muchacho, la de Kipling, la de todos y cada uno de los que buscan. Me bajo en Ambala.

No fue Lahore, ni el Punjab. Ni el santón, ni Kim, ni la India. El camino estaba muerto y sólo La Habana me sirvió. Aunque fuese sólo un momento. Después de eso nada. Y eso también lo aprendí. La muerte como deseo. Al final tan sólo eso. Mentes vacías, caras vacías, sueños vacíos, vidas vacías. Y la suya aún más.

Salí de Lahore con esperanza. Y en La Habana, la esperanza murió. Otra vez en la rueda. Con una novedad, que la vida es tremendamente bella, como siempre lo fue, y que me había olvidado de ello. Que la ceguera es más ceguera en determinadas ocasiones, y que todo no es todo sino parte de la nada; que las verdades sólo son a medias, y que la mente nos juega malas pasadas y el corazón aún más; que la subjetividad nos posee y que no somos sino meros espectros de un universo eterno que deviene y que no sabemos controlar. Lahore. La Habana. Vida para vivirla. Giro en la rueda. Delectación. Soy libre.
...

1/3/09

Mirando por Madrid

Madrid está triste. Ha amanecido con un gris metálico que suaviza todas las líneas. Me gustan los días de lluvia, los grises, los que te abren las calles a la mirada, pero hoy encuentro triste todo esto. Las personas andan deprisa bajo los paraguas. Las colas en el Prado son más cortas. Me gusta la quietud de los paraguas, multicolores, sobre las cabezas. Los bares, en cambio, están atestados. La gente sonríe ante las cañas, entre el humo, y habla y habla, gesticula. Debe de ser el acogimiento que el calor proporciona. Aunque no sé si será el humano. Espero que sí. Madrid me gusta más con sol. Tal vez por las anteriores veces que he estado. Con sol y frío. Hoy hace frío, pero no hay sol. Me gusta, pero… le falta algo.
Llevamos sentados un rato en un banco frente al museo, mirando, mientras la oigo, aunque no la escucho. Debería pero no lo hago. Miro a los ojos de un niño que lleva en brazos una gitana rumana que se pasea, con su ropa de mil brillantes colores que contrastan con el gris plomizo del cielo, alegrando la vista casi tanto como la sonrisa de los ojos del niño, a pesar de tanto. Las personas de la fila giran la vista al oír la voz de ella con su mano extendida. El niño me mira. ¡Qué ojos! Toda una experiencia esa mirada. Tan pequeño y tan… ¡Qué vida! Me levanto del banco y le pongo un billete, a ella, en la mano, mientras acaricio, al tiempo, la cabeza de él. Ella me mira sorprendida mientras el niño me sigue sonriendo. Esa es la mirada que da, la que busco, la que llena. Una mirada que ilumina, como pocas he visto en esta vida. El día es bonito a pesar de tanta tristeza. Me siento otra vez.
¿Y si apruebas qué vas a hacer? Me dice. Ni idea, le contesto. Ahora mismo no tengo ni idea. Antes lo sabía pero ahora no. Nueva York esta muy lejos, o muy cerca. No lo sé. Ya veremos lo que me dicta la vida. Miro como se va el color de ellos a otra parte. Cómo me gustaría poder tener, ahora, el brillo de la mirada del niño en mis pupilas. A veces la vida se decide por una acción que cambia la percepción del tiempo.
Recuerdo el sueño que tuve anoche. Me movía en un campo de trigo acariciando, mientras andaba, con la palma de la mano las espigas de los campos ocres en primavera, mientras me acercaba a una figura desdibujada, a mi hogar, como volviendo. Y después mi cuerpo se elevaba sobre pétalos de amapola. Extraño. O no. Me recuerda algo.
No sé. No sé qué haré, le repito ante su mirada incrédula. Ahora mismo no sé nada. No merece la pena preocuparse. Fíjate en la gitana y en la mirada del niño. Eso sí que es importante.