Nada. El silencio es atroz. Un silencio que todo lo llena, que todo lo cubre, como la mortaja de un difunto. Nada. Hace dos días me desperté como echando en falta algo. Cuando miré hacia la cama de al lado, su ocupante no estaba. Evidentemente no se había marchado por su propio pie. No creo que pudiese, ni en sus mejores sueños, andar en busca de sus mosquitos, si es que alguna vez los había buscado. Se lo habían llevado, no hay duda, ¿pero a dónde? No sé por qué estaba aquí ni por qué gritaba. No sé por qué estoy aquí, o sí, pero no por qué me encuentro postrado tantos días sin poder apenas moverme, cuando ingresé por una simple operación epitelial de mi órgano sexual. No sé por qué nadie habla. No sé por qué hace dos días que no veo a nadie. No sé nada. He gritado, pero creo que nadie me oye. Y grito, lo sé, pero nadie me oye. Quizá sólo sea producto de mi imaginación. Sé que grito, pero creo que no sale sonido alguno de mi garganta. Ya no sé si es una pesadilla o una burla de mi mente. He llegado a preguntarme, tal es ya la idiotez a la que puedo llegar, si no será uno de esos reality shows. Se puede ser más estúpido, me respondo inmediatamente. Pero qué quieres, en este estado, en este mundo blanco de silencio en el que me encuentro. Hasta echo de menos los gritos paroxísticos sobre los mosquitos. Hasta tal punto que es difícil de imaginar. Añoro aquellos días de despertares sobresaltados, de sustos de muerte. Añoro el sonido de las palabras, el saber que a mi lado, en otro lecho, había una presencia, que solía hacer acto de presencia en contadas ocasiones y para llevarme a la locura, bien es cierto, pero un presencia al fin y al cabo, alguien. Bendita locura, me digo. Silencio. Aterrador silencio.
Esta mañana, al despertarme, seguía el silencio. No hay mosquitos en Cuba, he susurrado.
Esta mañana, al despertarme, seguía el silencio. No hay mosquitos en Cuba, he susurrado.
Al lado de mi cama, sobre la mesilla donde dejan la comida, he visto que, en su lugar, había un sobre con el sello del hospital. No sé cuándo lo dejaron. He logrado leer mi nombre, en mayúsculas y, debajo, en letras rojas, en minúsculas, y con esa maldita letra que suelen tener los médicos, algunas palabras, de las que sólo he entendido, “final”, “últimas”, y “urgente”. No he logrado desentrañar el resto, por lo que no sé qué dice en su conjunto. Le he dado vueltas, pero nada. ¿Y en su interior? ¿Qué habrá en su interior? Esta tensión va a acabar conmigo.