29/11/10

Lluvia sobre adoquinado

No sé cuál es la ciudad. No logro ubicarla entre las que hay en mi recuerdo. Ninguno de los suelos que he pisado se corresponde con ella, ni las calles deambuladas, ni los balcones ni las ventanas traspasadas o cerradas. Y son todas, sin embargo.
Lo que sí tengo claro es que está lloviendo sobre un suelo adoquinado de una ciudad de calles cortas y no muy anchas, con continuos zigzag que la convierten en una espiral eterna, para perderse o encontrarse, donde las personas están pero no están; tal vez dentro, sin duda, o quizás no, no lo sé cierto.
Todo es gris, quizás por el efecto de la lluvia, o por el de recrear. Que no hay colores es evidente. No sé si es así siempre, no lo sé, tampoco sé esto.
Y de repente un interior, desconocido también.
Una máscara, de un lúgubre blanco, impoluto y ausente. Sin sonrisa, sin expresión alguna. Carece de cabello. Una lágrima, en negro, brillante, le escurre por la mejilla creando un reguero de azabache que se detiene, como suspendida, en su mitad, ajena, en ese mar de palidez extrema. Los ojos ausentes, vacíos. Mirada falaz y desapacible, como una hiedra negra que dijese palabras que no son sino ausencias, falsas letras de nada alineadas tras la cara; como una mantis, como una araña que espera y teje, que hiela y mata. Ausencias presentidas y negadas.
Yo desordené las letras tratando siempre de encontrar la magia para poder llegar a los oídos de Dios. No me sirvió de nada. Maldito Abulafia.
Fuera de la máscara sólo hay vacío, y dentro sólo hay nada.
Sigue lloviendo sobre el adoquinado. No sé el nombre de la ciudad, ni tan siquiera su lugar exacto. No sé si fui y luego expulsado. Un segundero late al ritmo monocorde y constante de una melodía que persigue el tiempo bajo el sonido de la lluvia sobre el adoquinado. Me recuerda Linkink Park.

15/11/10

En silencio

Encerrada en el cristal de una lágrima.
Tan extraño es el dulzor que derrama. En sangre, se derrama en sangre.
Silencio; en silencio vivo, en la carretera, en los márgenes.
Vivo, o lo intento más bien, en busca del olor de la belleza, como un poseso, como un loco poseso de una idea.
Despacio a veces, en silencio. Siempre callo; porque sólo cabe en mí, cuando siento, el silencio.
Aparto el néctar por beber de ahí.
Es extraña la sensación, de un dolor inmenso. La belleza es así, silencio. Dolorosamente inmensa. Silenciosa.
Yo he oído germinar lágrimas de cristal negro.
He visto la música de la hierba, en primavera.
En silencio.

7/11/10

No hay silencios

A veces llueve a cántaros y a veces para, pero el agua no deja de caer. La llave no entra con facilidad en la puerta. Subo. La escalera tiene el pasamanos raído, como si le hubieran dado mordiscos. Es imposible acariciarlo. El color perdido, manoseado.
En el rellano hay una niña. Ojos tristes. Necesita un comentario, pero no sé qué decirle. Creo que se lo dije ya todo, antes, aquel día que la vi por primera vez, abajo, en la calle. No me creyó. Prefirió subir por el ascensor, con otras personas, o eran las sombras de otras personas, no recuerdo bien. No quería escaleras. Le costaba. Prefiero no andar, e ir con ellas, me dijo, creo. ¿Qué haces?, le pregunté. Espero las sombras, para ir a una fiesta, me contestó. Está bien, le repliqué, y tras mirarla detenidamente le volví a preguntar, ¿te gustan las fiestas? No, todas son iguales, dijo, pero tengo que ir, pero no por la escalera, no quiero andar más, cuesta, cuesta llegar arriba. Los ojos tristes. El cuerpo desconchado, como la escalera. Tal vez sea eso. No sé.
Un perro ladra en algún lugar. No es el mío. Hay una maceta de flores de plástico en el rellano del tercero.
La lluvia sigue cayendo, impertérrita. Oigo su llanto cuando golpea la noche, en los adoquines de las desiertas calles. No hay silencios.

1/11/10

Basura

He tenido noches muy oscuras, y muy largas y muy frías; tan frías como el suelo en el que me sentaba, en un diminuto cuartito vestidor…
Sentada, apoyando mi cabeza sobre mis rodillas, llorando… Sosteniendo en mi mano… un arma; un arma más fría que la propia noche…
Nunca olvidaré… su tacto, el tacto de ese arma… su tacto siempre helado.
La acariciaba… la miraba… y pensaba… lo fácil que era apretar su gatillo… y ya… se acabó. Era demasiado fácil… Sólo había que tener un poco de valor.
Necesitaba descansar, dejar ya de luchar…