Era una puesta de sol tan hermosa que parecía un milagro, que no conseguía explicarlo si no era así. Como si una parte del mundo, de mi vida, se tiñese de rojo, de un rojo tan granate que te hiciese llorar, de placer, de felicidad, como si no pudieses encontrarte, sentirte apenas. Y sentí un estremecimiento interior tan intenso, tan poderoso, un anhelo tan fuerte, que no tuve más remedio que cerrar los ojos y dejar de respirar, aunque sólo fuese un momento, y detener mi vida. Ese hecho despertó en mí algo que llevaba guardado mucho tiempo, tanto que lo había olvidado por completo. Me di cuenta que había estado dormido, como muerto, y aquello me hizo sentir tan triste que no pude sino llorar, llorar con desconsuelo. Recordé a Aiko mientras sonaba Wish you where here. Cuando abrí los ojos y volví a mirar hacia arriba, el rojo casi desaparecido, y vi una inmensa línea blanca, estrecha, de nube, como el rastro que deja un avión, pero más ancha, cortando el cielo. Había pasado demasiado tiempo y apenas me había dado cuenta. Era tarde. El tono era hermoso, un azul oscuro, azul medianoche, profundo, luminoso. Recuerdo la primera tarde que quedamos. Me dijo, sin venir a cuento, que en el mundo, hoy, sobra el olfato, que parecía que las personas no oliesen, como si careciesen de nariz. Y ello es porque son frías, carnales pero frías, y que ni tan siquiera el olor que desprenden merece la pena. Decía que las personas se buscan, se juntan, pero no se miran. Me contó que la mayoría de las personas que había conocido seducen, pero que su atracción era mecánica, fría, terriblemente fría, como la de los robots, personas sin alma, o con ella, pero un alma mecánica también. La mayoría de las personas que habitan este mundo son outsiders, que viven en la vida pero fuera de ella, al margen de ella, aunque no lo creen y se niegan admitirlo, y ello es porque no huelen, porque no saben hacerlo, porque no tienen esa capacidad, no tienen olfato, son personas transparentes, ausentes, cazadores cazados que viven en los confines de la ciudad, en espacios donde todo es frontera, en lugares cambiantes contínuamente, donde se disuelven las líneas de lo real y lo imaginario, de la belleza y la fealdad, donde se confunden los sentidos con los sentimientos, en la modernidad líquida que dice Baumann. Por eso, me decía, es tan importante el Arte, apreciarlo, sentirlo como lo haces tú, como símbolo de la Belleza, de lo esencial, del alma, de su creatividad, y que, en el arte, sólo una cosa importa, aquella que no se puede explicar. Por eso hay que ir a las obras, a las acciones, a las creaciones que son fruto del silencio, a las formas silenciosas que no paran de decirnos cosas. Hay que mirar las obras, las personas que andan por los límites de lo indecible, y que en silencio nos producen millones de sensaciones. Hay que ir a lo intangible de la existencia, y en ello conseguir palparla. Escuché de nuevo la canción: So, So you think you can tell Heaven from Hell,
blue skies from pain.
Can you tell a green field from a cold steel rail? A smile from a veil?
Do you think you can tell?
And did they get you trade your heroes for ghosts?
Hot ashes for trees? Hot air for a cool breeze?
Cold comfort for change? And did you exchange
a walk on part in the war for a lead role in a cage?
How I wish, how I wish you were here.
We're just two lost souls swimming in a fish bowl,
year after year,
running over the same old ground. What have we found?
The same old fears,
wish you were here. La recordé a ella, con aquel tono de voz tan característico, dibujando las palabras, suavizándolas, haciéndolas casi tangibles, coloreándolas, cuando me tradujo la letra. Y no pude sino emocionarme de nuevo. La oí hablar del butoh, otra tarde, tras servirme un té, sentados sobre el tatami de aquella habitación de líneas, de espacios, llena de vacíos, y mientras lo hacía desgranaba movimientos con las manos, cortando el aire en un baile de silencios, de silencios tristes, como era aquella danza, la danza de las tinieblas, inspirada en el caminar desorientado de los supervivientes de Hiroshima, y la repulsión que provocaban sus cuerpos destrozados. Y lloró, mientras lo hacía, delicadas lágrimas por su piel blanca y extremadamente suave, tan delicada que me quemaba de sólo mirarla y verla llorar. Sé lo que quiero, o no, a veces no. Pero sé, exactamente, lo que no quiero. Llegado aquí, a esta historia presente, sólo necesito un pedazo de amor para inventar futuros. No busco héroes, busco personas reales, no huidos ni gente que huye y rehuye, que teme, gente a la que el orgullo le puede, que teme mirar atrás y ver, y sentir, que se refugia en los sentidos, en las guaridas, en los subterfugios del ser; busco gente real, donde la sencillez esté por encima de la apariencia, las emociones por encima de la aparente racionalidad, la verdad sobre lo que nos negamos, los sentimientos reales sobre los aparentes, sobre los sentimientos camuflados de sentidos para buscar, para ocultar. No quiero ciegos, ni tuertos, pues ya hay bastantes ciegos en este mundo de ciegos, quiero personas que sepan mirar y sobre todo admirar, que sepan vivir y apreciar lo que se les da, lo que se les ofrece, con sus luces y sus sombras, y que sepan dar; quiero personas que amen la vida de verdad, no sólo de palabra, que sepan afrontar, no sólo que sepan decir que saben vivir, sino que lo hagan de verdad, que sepan buscar y mirar. No quiero vivir en el lo que hubiéramos podido ser, ni en lo que fuimos, bueno, malo o mejor o peor, sino en lo que somos queriendo ser, en lo que podemos ser, sin subterfugios, luchando por ello. Es la única forma de ir, de andar, de ser, el único lugar donde todo puede ser, donde no hay lágrimas. Decía Proust que, en determinados mometos, un poco por amor propio, otro poco por picardía, las cosas que más deseamos son las que fingimos no desear; por ello perdemos tantas. ¿Hacia dónde? ¿Creer en quién? ¿De qué manera y cuándo? Esto es lo que tengo, lo único que sé. Y por ahora es, sólo es. Un absoluto devenir, una espiral. El azar como como una constante. Ir y venir. Líneas que se cruzan en el espectro de color que es la vida. Desdibujadas a veces, continuas otras, y con discontinuidades las más. A veces aparentemente absurdas. Es un no saber, y sin embargo un caminar, donde mirar es una constante, absolutamente necesaria y exigente. Observo mi piel y veo talladas, como con cincel, las expresiones de una vida, los alegatos contra la muerte en vida, contra el destino, las negaciones a la suerte y sus compañías, los retratos de miradas, las expresiones que las sonrisas reales han dejado, los regalos, los bienes dados, los sentimientos entregados, y los actos sin sentido también, a veces absurdos, o incomprensibles sólo para mí. Observo los surcos que los desastres han dejado, también; hendiduras que han curtido el decurso de un tiempo a veces lento, a veces rápido, pero vivido y sentido con una constancia cierta y con la esperanza, siempre, de lo necesario de estar vivo y hacerlo. Negar la irreverencia del fracaso consentido. Saber qué he sido y quién he sido, quién es y quién puede ser. Sentir lo que se puede y debe hacer. Lo real, no las fantasías de un idiota. Moverte en mares en calma y en los embravecidos. Buscar los caminos con el alma abierta, y esperar, siempre esperar. Sabia Aiko, cuánto sabías, cuánto me enseñaste, cuánto he aprendido contigo. Confiando en que, al final, antes que después, el alma nunca miente si sabe ver, si se sabe mirar -pero ¿quién sabe?, la mayoría es inmune a ese acto, y muchos de los que pueden hacerlo se lo niegan, como ciegos que prefieren mirar con los ojos cerrados para no desmerecer en este mundo de normales anormales, los más, de mi Borges querido-, y que los cruces de camino sólo pueden hacer dudar, un momento tan sólo, para después estar, y confiar en que no todo es lineal; que las líneas paralelas son infinitas, pero que se vuelven a cruzar; que no todo es naufragar, y que los laberintos no son callejones sin salida, que la tienen; que es mejor no buscar ni esconderse en guaridas, que eso es sólo para necios, y que lo mejor es buscar en lo real y saberlo ver y apreciar; lo malo es saber dónde y no confundir, y no mirar y caer en la estulticia de la facilidad, de la comodidad, de la estupidez, de la mediocridad, que es lo que la mayoría hace. He buscado tu mirada en el laberinto de todas las flores, y es inútil engañarse. Sólo hay un olor que hace desangrarse, sólo uno y un color, no hay más, por más que te devanes los sesos, que te rompas el alma y pierdas la vista. El resto sólo es respirar. Y, como siempre decía Miyori, Aiko, las ratas nunca se enamoran, no lo hacen de verdad, todo es superficial, mecánico, pura impulsividad, sólo instinto, sentidos, sin sentimiento, vacío al final; nunca saben ni sabrán lo que es de verdad, y aunque lo hayan tenido nunca lo sabrán mirar. Y no sé por qué me vienen todas estas cosas, pero lo hacen, y aquí están. Y ahora me voy, cansado de escribir, a estar por ahí, a mirar, a ser, a ver, por unos momentos ,el mundo oriental, qué son, cómo son, qué dicen, qué piensan, qué sienten. Me voy a viajar, de verdad, a lo distinto, a lo no conocido. Voy a descansar y disfrutar, un momento, tan sólo un momento, para después seguir entre esta masa que absorve y mata, y luchar, seguir luchando contra la marea, y esperar sintiendo, sintiendo de verdad, no como la mayoría, aunque algunos dirán...