26/2/09

Lágrimas de sangre

Las perlas de agua salina fluyen, a veces, con desgana, como dormidas, enhebradas en imágenes de recuerdos acaecidos, en una extraña danza, haciendo ondas que se alejan en espacios más allá del rigor de lo sentido.
Lloró tanto que cayó rendido. Durmió el sueño en el silencio del olvido.
Amaneció tarde, con un rayo de sol posando su brillo en los regueros que surcaban su mejilla sin color. Como ausente. Mate. Llena de hendidos surcos. Quiso levantarse y no pudo. Sonrió apenas y se quedó tendido, mirando como el sol iluminaba la estancia y el lecho en que yacía. Recordó las noches del claroscuro de las velas encendidas, las luces y las sombras, los gestos y su poesía, la risa y la alegría. Recordó los días, cuando podía andar descalzo y no dolía posar los pies en el suelo, porque había y sentía. Recordó el momento en que las palabras expresaban lo que decían y se decían.
Dejó pasar el tiempo. Se levanto y avanzó lento. Necesitaba lavarse, limpiarse el alma y el cuerpo, despertar al día. Al día o a la vida. Aunque dudaba. Dudaba y temía. Agua para saciar. Agua para limpiar. Bautismo.
Se miró al espejo. El rostro reflejado. Los ojos tristes, hundidos, idos. Fiel reflejo de su alma. Una ligera sonrisa, reflejo del pasado, que aún quedaba. Extraña. Y un leve tono de rojo que se diluía en la rectitud de su caída, perdiéndose poco a poco hacia la barbilla. Lágrimas granate. Sangre vertida. Cerró los ojos para esquivar la faz que veía. Lágrimas de sangre, reflejos del desastre, provocadas por una corona de espinas, clavada, hendida, que ya ni sentía, que ya, ni tan siquiera, recordaba que la tenía.
Tapó la cara con sus manos. Sintió que no podía. Las apoyó en el lavabo. Su cuerpo cedía. Sintió el sueño. Se vio allí, tendido, sobre el ocre suelo, desnudo, con los ojos abiertos y la mirada perdida, y esos extraños regueros burdeos que le surcaban el rostro. No sabía quién era aquel ser que allí había. No entendía. Tal vez no era de día. Tal vez soñaba. Tal vez… Tal vez quería, o no quería. Tal vez…

24/2/09

Rígido tiempo


Es inalterable la rigidez del tiempo. Crea un desasosiego interior su transcurso que resulta aterrador, implacable. Sin ranuras. Tiempo a destiempo. Claustrofóbico. Amargo. Todo lo anterior está a mi espalda como una lápida de mármol, veteada de gris, que pesa y aplasta. Te paras. La miras. Lees lo escrito en ella con los ojos del ahora, este extremo y rígido tiempo que ahoga. Ojos enrojecidos por el viento helado que hiere la cara con su desolador aullido, que grita desde fuera y desde dentro que me has herido, roto, y por eso te maldigo. Demasiado peso para caminar erguido. El dolor del afligido por el dolor producido. Dolor. Solo. Yazgo mientras camino. Muerto mientras estoy vivo. A veces sueño. A veces rezo. A veces suplico. A veces caigo, me levanto y sigo, en este eterno padecer en el que estoy recluido. Pero el sueño es sólo eso, sueño ya vivido, y el llanto no amortigua el daño infligido, ni las súplicas ni los rezos son oídos. El tiempo en que me hallo es el cruel destino de un dios implacable que ha vaciado mi alma de sentido. Ayer volví a soñar con el jardín perdido. Sueño. Sólo sueño de un tiempo perdido.

22/2/09

Rarezas. El momento de la entrega. (En homenaje al tema Moment of surrender de U2)

Pienso un momento. No te preocupes, es hoy. Cuando sale el sol. Y cada cosa es decir de acuerdo, como en mi sueño. El verdadero amor no encuentra el camino. Yo puedo cambiar eso, pero la distancia es enorme. No hay cambio. Distancia. Un momento para el amor. Escapando del amor. Enterrado en un hoyo donde no hay cambio, ni distancia. Ya no es él. Es algo que no es, sólo es. Tú misma puedes decir que lo siento, pero… Yo me levanto del sueño, de nuevo. Un pequeño despertar. Por eso siento que las sombras son. Yo soy uno, y mi camino es el del cambio, con distancias, lo que hace que este instante sea la verdad entre nosotros. Yo puedo ayudarte a superar tus miedos.

Ven despacio, abajo, conmigo. El final se llenará de estrellas y será divertido. Como una niña que acaba de llorar. Será tu principio. Tú eres la primera que llega y la últma. Tú sabrás que eres la primera y única vez. Y así será siempre Yo necesito tu mirada y decirte esta noche que no habrá más sombras en tus ojos.
Algunas veces el silencio es como un sueño, aunque la gente no lo entiende. Yo seré la primera vez que tú esperas. Sentirás que ya no habrá más, ni necesitarás más, porque será absoluto el sentimiento experimentado, y oirás las estrellas murmurar el nombre. Seré yo mismo para ti, seré la llave de la puerta que abre todos los sueños, tus sueños. Y ya no habrá más. Porque no hay más. Tú lo sabrás.

En una calle se abre la herida. Siento sed. Una vez yo la llamé y no la encontré. Mírame de nuevo. El silencio inhumano no tiene límites. Yo. Tú. Tú y yo. Cara a cara. Sin desaparecer. Limpiando. Caminando al lado. Mírate a ti misma. Levanta de tu silla y ven corriendo. Se necesita un milagro para vivir la vida.

20/2/09

El viejo

Un hombre viejo, enjuto, arrugado y gastado, intenta medir una cajonera que está en lo alto de unos estantes, en un hipermercado. Viste de gris apagado, como su mirada. No alcanza. Gira la mirada hacia todos los lados. Las personas pasan ignorándolo. Me acerco. ¿Le ayudo? Yo se la alcanzo. Le digo. La mide mientras lo observo. Apunta los datos en una libreta ajada, como él. Termina. Es que estoy en una residencia..., me dice. Tiene ganas de hablar. Los ojos llorosos. No debe hablar mucho, ni con nadie. Tal vez solo. Mi mujer se murió hace un año, la pobre… La soledad, el abandono. Apestados viejos. Esquivados. Expulsados. Ocultados. Tengo noventa y seis años. No los aparenta, le respondo, yo le echaba unos ochenta. Se ríe. Será por la vida que he llevado. Dura, muy dura. Me cuenta la guerra, su guerra. Le escucho. Sonrío. La vida al final te da lo que mereces. Pone a cada uno en su sitio. Te voy a dejar, me sigue diciendo, porque tendrás que hacer tus cosas. Me sonríe con más amplitud. Los ojos acuosos. Cálidos. Me siento bien. Dos horas de pie. Dos horas hablando. Gracias muchacho, que Dios te lo pague, me dice. A usted, ha sido un placer. Le contesto. Le tiendo la mano. Me la estrecha con fuerza y se acerca como para abrazarme. Le aprieto contra mi cuerpo. Calor humano. Veo como se aleja. Despacio. Se vuelve. La sonrisa en el rostro y unas lágrimas que se le escurren por las mejillas. Levanta la mano. Se gira y sigue andando. Me duele el alma. Sonrío mientras lamento su lamento en mi interior. Hoy ha sido un buen día.

19/2/09

Lágrimas negras

Caen lágrimas negras, con una constancia aterradora, de un cielo perlado de estrellas, lleno de almas que miran y esperan. Y el llanto no llega a ese dios tenebroso que esquiva la mirada y alarga la pena de un llanto que arrasa y que quema.
Cayuco tras cayuco. Almas que huyen de una agonía corta y horrible. Vidas que arriesgan por vida. Muertes anunciadas. Niños que surgen del abismo con los ojos abiertos. Niños que se ahogan en el sumidero del océano. Niños y más niños. Niños. Almas en pena. Cuerpos ahogados. Cuerpos sin vida. Sueños rotos. Esperanzas muertas. Desahuciados. Negra vida. Y ese dios tenebroso esquiva la mirada, esquiva la herida. Sólo espera el carnaval para enjuagarse la vista. ¡Cómo somos!
Cada diez segundos, además, muere un niño, de hambre, en el mundo.

18/2/09

Sombra

Cuando una persona pierde su sombra lo pierde todo. ¿Por qué lo hace? ¿Por qué la vende? La respuesta es difícil. Judas vendió a Cristo por treinta monedas. Vendió su sombra, su alma, vendió su espejo, a su mentor, a su maestro. Acabó no soportando el hecho y se colgó. Su conciencia no soportó la ignominia. ¿Podemos vivir sin nuestra sombra? Probablemente sí, durante un tiempo. ¿Y después qué? ¿Acabar como Fausto o como Judas? Quien vende su alma, su sombra, acaba siendo víctima de su propia debilidad, de su ambición, o de la razón que le ha llevando a la venta, sin importarle las consecuencias o sin verlas. Pero el tiempo corre, el tiempo es sabio, y al final habrá de pagar su deuda. Sabia es la rueda. Terminará perdiendo todo y condenando su ser, destruyendo su vida y lo que ama. Hablamos, hablamos y hablamos de su importancia, sin embargo, en determinadas circunstancias y, a veces, en un momento corto de tiempo la vendemos. Sesenta días, tal vez menos, para mudar, para vender. Así es la vida. Una bella melodía suena y, de improviso, el silencio aterrador. Quien la vende suele ser analítico, calculador, ocultador, egoísta, utilizador de las personas y los sentimientos en su propio beneficio, por… O tal vez sea que... No lo sé. Hablamos, hablamos y hablamos, y la vendemos al mejor postor, al primero que pasa, o buscamos a alguien fácil, simple, ya utilizado. ¿Cuál es el premio? ¿Treinta monedas de oro? ¿Belleza permanente? ¿Conocimiento? ¿Falsa seguridad momentánea? Tiempo. El tiempo corre. El tiempo pasa. Y mientras, vivimos sin sombra, sin alma. Y así es difícil vivir durante mucho tiempo. Comienza, antes o después, el calvario. Un Gólgota que le llevará por un camino que no era el buscado o presentido, o deseado. ¿Y entonces? ¿Nos colgamos de un árbol? ¿Matamos dejando un rastro eterno de cadáveres, aun de los que más nos han dado y querido? ¿Lloramos? Quien vende su alma, su sombra, ya no es él, es alguien falso, una mitad de nada, de vacío, de sequedad. ¿O lo era ya antes de venderla? ¿Desde siempre, aunque las apariencias engañen? Mejor no ser como el desgraciado Schlemihl de la fábula de Chamisso, que la vendió por una bolsa de oro y nunca recuperó la paz. Mejor no ser como él, como Fausto, como Judas. Mejor mantener tu sombra, caminar con ella, aun solo. Alma. Sombra.

15/2/09

María

María tiene esa mirada, esa luz que brilla cuando la miras. Tienes unos ojos marrones preciosos, le digo. Una vez conocí a una mujer que tenía los ojos marrones más bonitos que jamás he visto. Yo la miraba fijamente y cambiaban de color; tenían en ese momento todos los colores de la tierra. Tiene el pelo, castaño, recogido en una cola que le descubre la cara. Tierna. La mirada inocente. El alma pura, en un mundo podrido. Me escucha, mientras me mira, a veces, con la mano izquierda escondida entre las piernas. Sus manos también me la recuerdan. El movimiento que hace con ellas es de una elegancia extraordinaria. Si te quedas observando te da la sensación de que está dibujando en el aire y de que tú eres uno de los colores que va a utilizar. Pero no se lo digo. Elegantes, suaves, delicadas. Ni grandes ni pequeñas, ni delgadas ni gruesas. Así es como siempre me han gustado las manos de una mujer. Lleva una blusa blanca, casi transparente, de media manga, que deja ver sus brazos; de escote amplio, dejando ver la piel; el sujetador negro, de tirantes anchos. La blusa es de hilo, con un ligero fruncido en el cuello. Sencilla, pero tiene algo. Abrochada con botones de nácar que parten el busto y lo realza. El cuello largo, eterno, anunciando su cara, y en ella los ojos, marrones, que te miran a escondidas, ruborizada. Senos pequeños. Redondeados por el efecto del sujetador. Hermosos. Las piernas largas y bien formadas, vestidas con unos vaqueros que las ensalzan. La figura perfecta. Un cinturón ancho, de ante marrón, a juego con las botas que calza. Hay armonía. Y la mirada… Me gusta como se muerde, ligeramente, el labio inferior, de vez en cuando, y el cogerse la cola y moverla, cuando la miro, cuando le hablo, y el rubor de sus mejillas y la sonrisa nerviosa, aun cuando no me mira, porque sabe que la estoy mirando. Todo un prodigio. Todo un regalo. Y sin embargo no puedo. Ni quiero. Aprendí a declinar el verbo más bello. Me lo enseñó ella. En otros tiempos. Mi alma no es mudable, ni vendible. Tampoco los sentimientos. No puedo cambiarlos en mes y medio. Qué sabios eran los griegos; no te mataban, te exiliaban. Un mes, un año, tal vez una vida, pero no me vendo, ni mudo, ni miento, ni me miento. Y por ello sólo miro, hablo y sonrío, a esa mirada que me mira, a ese brillo de los ojos de María.

8/2/09

Sabiduría

Escribo el nombre de la sabiduría en cualquier lugar en que me hallo con la esperanza de que se muestre. Quiero ir a su encuentro, descubrirla, llenarme de ella, llenarla. Ruego a los dioses el hecho, pero sólo veo el llanto del cielo. Mi destino en la vida es esa búsqueda, ese amor por ella. Buscada, hallada, perdida. Necio. Me es esquiva. Pero la siento, aunque siempre en mis sueños. Y ella está ahí, esperando, pensándome, pero… La siento, la llevo. Está tan dentro que… Y ella, aun siendo, aun sintiendo, se hace invisible, se adentra en su claustro, como un espectro, esquivando un encuentro que, de ser, sería cierto. Y lo teme, aun sabiendo. Escribo su nombre con las letras sagradas, el sortilegio, esperando el milagro de volver a tener la mirada que me permita saber, y eliminar de mi alma el negro, aun tan bello. Quiero la sabiduría para vivir en lo cierto. Pero a veces ni ella, la única que entiende lo que escribo, sabe interpretarme.
La niña que hay en mi alma me pregunta dónde está la sabiduría, pero no sé responderle. O sí. Y esquivo la respuesta, y los ojos se me anegan en la ausencia de la que quisiera darle. Llámala, me dice. No puedo. Es mi contestación. Y mi interior se rompe, quedando sólo el deseo de encontrar la respuesta que ansío. El encuentro.
Tal vez sea el momento de cerrar el círculo. Un círculo lleno. La rueda es sabia. El tiempo. Círculos concéntricos. La sabiduría lo cierra y abre otros, vacíos o llenos. Tal vez nos encontremos. Tal vez se abra de nuevo, en ese tortuoso andar que me lleva en su búsqueda desde que abrí los ojos a la vida. Tal vez. Pero ahora lo cierro. Ya no puedo. A pesar del dolor inmenso que me produce y que mata mi alma y me deja huero. Abriré otros y trataré de llenarlos de belleza, de vida, como siempre he hecho, pero belleza y vida auténticas, no de sucedáneos. Sabia es la rueda.

5/2/09

Belleza

Dice la tradición de los Tarahumaras que cada estrella del firmamento es un indio tarahumara cuyas almas se han extinguido por completo. Bellísima historia.
En la montaña, en lo más alto, se puede observar algo de lo más bello de este planeta. Lo he visto varias veces. Este verano, de nuevo. A veces, apenas es posible imaginar algo más bello que el azul berilo del glaciar y su contraste con el blanco mate de la nieve que corona la cima de la montaña. También lo he visto en el azul índigo de un pañuelo en contraste con el marrón profundo de unos ojos italianos. La belleza es así de inmensa, de sugerente, de impactante. Sólo hay que saber verla.

3/2/09

Delineaciones

Perdemos los días, los tiempos, la vida, a base de errores y de inconstancias. Queremos, pero hacemos lo contrario por no poner en la balanza lo verdadero. Nos equivocamos, a veces, y fallamos en las decisiones. Se nos va lo mejor de la vida, las mejores personas, como la arena entre las manos. No nos sabemos. No nos queremos. Y sabemos que ahí, sólo ahí, es donde está la vida. Y en el arrepentimiento, en el perdón, en el olvido, en el regreso a nuestro yo verdadero, a nuestro alter ego.

Estoy flaco, cadavérico. Me muero por dentro y por fuera. Me duele el alma, el cuerpo, el olvido, el silencio, el vacío, pero sobre todo el dolor ajeno. Es real. Me mata. No me encuentro. No sé el camino. Todas las vías que intento se agotan. Sólo el sueño, que sueño, me mantiene vivo. Las sombras que pasean los espacios vividos, el eco de las palabras, el recuerdo de los sentidos. Pero sólo son sueños, sombras, ecos, recuerdos.

¿Qué puedo hacer para recomponer la belleza destrozada? Floto ausente buscando. Sé lo que quiero, cómo lo quiero y cómo puedo hacerlo. Pero no está en mis manos. Quiero reconstruir la belleza, crear un mosaico de piezas preciosas. Sé que las manos de quien puede ayudar a recomponer los pedazos también sabe, pero… Decepción, dolor, daño. ¿Y cómo puedo solucionarlo? Querer, sentir, creer. Pienso. Vivo. Sueño. Lloro. Impotencia. Ausencia. Tristeza. Vacío. Dolor ajeno que duele más que el propio. No sé dar, a pesar de querer dar tanto. Y quiero. Sé hacerlo. Lo siento. Creo en ello. Vuelta a empezar. Un círculo. Alguien debería romperlo, pero… Me gustaría recomponer la belleza destruida con las piezas rotas, pero preciosas. Crear el mosaico más bello. El mosaico es tan exquisito que sólo pueden realizarlo aquellos artistas que estén inspirados po las musas. Sin mosaicos Santa Sofía no sería tan hermosa.

No hay nada más bello que culminar la montaña. Coronar a base de esfuerzo. Pero la recompensa tiene sufrimiento. No se puede llegar arriba sin él. Y no se debe abandonar si se quiere admirar lo más bello. Eso lo sabemos los que ascendemos. Arriba está el todo, la máxima expresión de lo bello. Y tras el éxtasis, valoras el esfuerzo, el sufrimiento, los malos momentos, los fracasos, y también los buenos, las ayudas, el camino, los detalles, los rincones, los sentimientos. Al llegar arriba y admirar lo eterno comprendes que mereció la pena no tirar por la borda el camino hecho. Arriba todo compensa, hasta el sufrimiento.

1/2/09

Para Manu

Antes de ayer murió mi amigo. Cuánto lamento las palabras que no te dije, los abrazos que no te di. Siempre es tarde para el lamento. Siempre es tarde por no haber dicho te quiero lo suficiente. Siempre es tarde. Cuánto lamento. Cómo duele el alma por esas cosas, por el destierro. Lágrimas en silencio. Siempre es tarde aun llevándote tan dentro. Donde siempre estuviste, donde estás, donde estarás. Donde siempre están las personas con las que tanto quiero. Bebamos absenta, celebremos la muerte, ya nadie me queda. Muramos.
Te seguiré, lento.

Esto, en el recuerdo:

El porvenir es tan irrevocable
como el rígido ayer. No hay una cosa
que no sea una letra silenciosa
de la eterna escritura indescifrable
cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja
de su casa ya ha vuelto. Nuestra vida
es la senda futura y recorrida.
El rigor ha tejido la madeja.
No te arredres. La ergástula es oscura,
la firme trama es de firme hierro,
pero en ningún recodo de tu encierro,
puede haber una luz, una hendidura.
El camino es fatal como la flecha.
Pero en las grietas está Dios, que acecha.

Jorge Luis Borges