29/12/09

El día de la oruga


Me drogo con la vida, o intentando vivirla, y eso que a veces cuesta, pero es como un precipicio al que te asomas y no puedes evitar, a pesar del vértigo, sentir la llamada del abismo.
Hoy toca ayuno, ayuno con desgana. Desgana de comer, casi de respirar. No tengo un diario que escribir, donde apuntar la nada, pues siempre me basé en la memoria. Siempre hay que elegir y yo la escogí a ella, quizá para obligarme a recordar los recuerdos, que no quiero perdidos sino retenidos y revividos dentro. Cada elección es un dolor y hay elecciones que son un martirio. La del abandono es la muerte. Prefiero la memoria al olvido, pues renegar de ella es hacerlo del alma, y eso es lo más valioso que tengo, o he tenido.
Hay una oruga que pasea una hoja, por encima, con movimientos lentos. Es verde también, como ella. Se mueve con lentitud, ajena. Es grácil, sencilla, y arrebatadoramente hermosa. Mientras, una flor, blanca, con pequeños pistilos amarillos, pende de un ligero tallo al final de una rama en un árbol sin hojas, en este diciembre frío que ha sucedido a otro noviembre, helado, silencioso, huido. Estoy en uno de esos sitios donde se ve el infinito. La oruga sigue su transcurso por la hoja caída. El césped está frío. Ha llovido.
Me miro al espejo y, a veces, no me conozco. He envejecido en un año más que en toda una vida. Y me pregunto: ¿si te sientes herido por qué sigues actuando del mismo modo? Pero la imagen devuelta no me responde. En el ascensor le hice a una chica la misma pregunta. Voy al cuarto, me contestó como si no me hubiese oído. Agaché la cabeza. Tal vez porque no tienes alas. La levanté de nuevo. Le sonreí. No me había fijado en su belleza. Todos tenemos alas, le contesté. Tú, yo, todos tenemos. ¿Entonces por qué lo hacemos?, me dijo. Por orgullo, por miedo -contesté-, no lo sé, por… porque quizá nuestras alas no tienen la forma adecuada. Sólo sé que para volar se necesita eso, tener unas alas adecuadas, que exista una presión y un ángulo adecuado. Habíamos llegado al cuarto. Me sonrió con amplitud. Entonces hazlo, me dijo mientras sujetaba la puerta.
Dormir. Dormir las ausencias. Volar, volar como los pájaros. Volar durmiendo. Soñar. La vida es una droga a la que no te puedes resistir si la has vivido, si la has bebido. Recuerdo la oruga en su lánguido movimiento.
Los días, a veces, son extremadamente largos.

28/12/09

Mañana

Hay voces que matan, que te desnudan el alma, que te dejan sin sentido y sin palabras. Hay diálogos que, como el recuerdo que produce una fotografía al ser vista después de tiempo y que te lleva a lugares que te ocultas para guarecerte de ellos, para no sentir el sentimiento, hacen que te llore el aliento al apreciar esas emociones de nuevo. Y te meces en ellos, y te dices y te fustigas y te arrebatas y…, qué estúpido he sido, cómo he podido, te dices de nuevo. Qué pronto es a veces para nada y qué tarde, a veces, para todo.
La niña de ojos de agua me pregunta, ¿por qué no viene?; y solo puedo decirle, y sentir sintiendo, no lo sé mi niña, lo lamento.
Solo espero que las estrellas sonrían en la noche y que algún día pueda decirle, mañana, de verdad, te lo prometo, mañana.

26/12/09

Escritores autoayuda

Antes de nada quiero pedir disculpas por si alguien se ofende. No quiero que nadie se moleste. No quiero, ni muchísimo menos, parecer lo que no es, sino dar mi opinión, que viene de hace tiempo y que no tiene por qué ser ni mejor ni peor que la de los demás. Nadie está por encima del bien ni del mal, ni tiene la verdad absoluta ni la sabiduría total. Yo, mucho menos. Es simplemente eso, una opinión, la mía.
Dice Eugenio Trías, eminente filósofo, que la audacia del pensamiento consiste en encontrar alguna respuesta respecto al reto de la verdad, pero asumida de forma crítica, no dogmática. Hemos padecido una razón ensoberbecida, incapaz de conocer sus propios límites.

Viento. Hace unos días había viento y me llamaron para hacer windsurf. Me apetecía, aunque hace tiempo que no hago y me he ido. Ahora todo es kitesurf. Siempre me pareció de snobs, pero lo he probado y he de reconocer que está muy bien. Rectificar es de sabios. No me duelen prendas reconocer mis errores. Si es, es. Normalmente hasta que no veo el error no doy mi brazo a torcer. Se me debe demostrar. Tal vez sea uno de mis puntos flacos. Debería ser más flexible y aceptar antes, pero soy así; es algo que debo modificar, pues en caso contrario me perderé cosas y cometeré errores. Me han presentado a una chica que lo hace, y hemos estado hablando largo y tendido. Buena conversación. En la comida, al lado de la playa, en determinado momento surgió el tema de la autoayuda, de Coelho, Deepak Chopra, Osho… No tengo nada en contra de cualquier escritor ni de lo que escribe ni como lo escribe. Respeto todo, aunque no lo comparta. Pero no puedo evitar tener mis opiniones al respecto. Pero para poder tener una opinión hay que conocerlos, leerlos, analizarlos, pensarlos, ver otras opiniones y sacar tu propia conclusión. Coelho, como dijo alguien que leí, es un moralista frustrado, porque la forma en que propugna escapar de la realidad y la forma en que enseña sobre la vida es mediocre e insustancial. Desde un principio me parecieron malos, en cuanto a la forma y en cuanto al fondo. Aunque sus frases pueden ser bonitas, agradables, y creer que en ellas está la respuesta a lo que buscas, a lo que necesitas. Esta mujer es adicta a él. Ha tenido una pérdida reciente, de la que no voy a entrar en detalles, y necesita paz a raudales. Y se abandona a la palabrería fácil de estos pseudomaestros, sobre todo Coelho, porque necesita que alguien le diga entre mentiras que hay esperanza, sin ir más allá, sin tener que ser uno mismo el que se desentrañe, sin ir a los de verdad. Y la envidio, como envidio a la gente que tiene una ideología o una religión clara que promete un presente o un futuro lleno de esperanza y armonía, pero mi camino va por otro lado, quizá equivocado, no lo sé. Pero sí tengo claro que lo mío no es eso, tan fácil, tan vago, tan falso. Prefiero la suave cadencia de la vida, el dejar que la vida fluya, como el río, no estar ciego y que me dirija un tuerto, o un ciego, sino abrir los ojos por mí mismo y por quien de verdad piensa con profundidad, y no estos pseudo filósofos que nos dirigen hacia la autosuperación. Su discurso, y leí a Coelho, pues en caso contrario no me atrevería a opinar, es vacuo, insustancial, tedioso si se analiza desde la inteligencia, (y no quiero decir que quienes lo lean y crean ,no sean inteligentes, sino que tienen necesidades emocionales tremendas y buscan la solución a sus problemas en ellos, fuera de ellos mismos, porque se sienten incapaces, porque no conocen otros, quizá, a los especialistas, los serios y profundos; tal vez por la comodidad; no lo sé, y es respetable, por supuesto); la filosofía que pretende usar es sinceramente irrisoria y pueril, nos trata de narrar una historia por medio de hechos prosaicos, que sólo puede conducir a la risa o a la indignación. Estas cosas sólo pueden servir para hechos concretos y simples, pero aplicado a problemas más serios como el desajuste entre la realidad y los deseos, no sirven. En todos sus libros, que no logré terminar en su mayoría (sólo terminé El alquimista y porque fue un regalo; otros dos los empecé y no pude), me encontré con lo mismo: moralina a raudales, karma, pseudo religiosidad y sobre todo consejos para ser una mejor persona, para que tu esencia emane paz y amor. Terrible. Porque la vida es mucho más. Porque en la vida hay tristeza y se debe aceptar, y tratar de superar; maldad, que hay que tratar de modificar, y si es propia, eliminar… y además aunque hagas el bien, los caminos que sigas pueden estar plagados de trampas, que hay que sortear. Y con el sufrimiento no se llega mucho más lejos que con el bienestar. Esa es otra de sus grandes falacias. Y no es que lo diga yo, que sí, lo dice gente mucho más inteligente, sabia y preparada que yo, especialistas en el ser humano y sus problemas, filósofos, psicólogos, escritores. Y lo triste es que muchas personas van a estos pseudo guías espirituales buscando la salvación, y se dejan enganchar, como esta mujer que acabo de conocer. Yo prefiero, siempre, la vida real, y lo que hacen, escriben o piensan los hombres profundos, los filósofos, los psicólogos, los artistas, los científicos, los escritores de verdad. Porque sus temas son reales: la tristeza, la angustia, los elementos deprimentes, pero también los lúdicos y los rigurosos, la melancolía y la alegría y, a veces, muestran la esperanza de verdad. En el silencio gritamos hasta la extenuación, pero al final nos acostumbramos y nos dejamos ir por esos caminos tan fáciles, cómodos e ilusorios. Hay que buscarse para encontrarse, pero en la vida, no en la pseudo vida, en la pseudo filosofía. Y sí, hay que estar dispuesto a perderse para poder encontrase, pero dentro de uno y fuera de las pseudo filosofías, de las falsas ayudas, de las autoayudas. Viviendo la vida, entre las personas. Porque tiene que estar oscuro para que veamos la luz, para que la conozcamos. Estos escritores están bien para reírse un poco de sí mismo, para detalles simples, sin importancia. Pero si la vida está en el límite, si los problemas emocionales son serios, profundos, como los de esta mujer, hay que ir a lo de verdad, leer a los clásicos, leer a los especialistas, a los científicos, o ir a ellos. Por ejemplo "La Odisea", desde dentro, viendo como es el camino, que te pone un espejo en el alma y si sabes leer te muestra las metas de las personas. Pero la elección es de cada uno. Y tal vez el equivocado sea yo. Es posible, pero prefiero a Homero, a Kipling, a Becquet, a Hobbes, a Buda, a Lao Tse, que a estos. E insisto, puede que el equivocado sea yo. Porque no es que yo esté en mejor situación, quizá, que no es la ideal, ni es uno de mis mejores momentos, pero el camino escogido es otro bien distinto, de búsqueda interior, de escuchar a quien sabe, piensa, siente y vive de verdad, a quien me quiere de verdad, sin interés; de búsqueda de personas de verdad, no de medianías, no de la apariencia, no de pseudofilósofos, sino de los de verdad, de los que mediante el raciocinio, la ciencia, el pensamiento profundo y real analizan los problemas, los particulares y te ayudan a encontrar el camino, tu camino, con elementos reales, de verdad. Y quizá esté equivocado. No estoy en posesión de la verdad. Me equivoco muchísimo. Tengo alguna virtud y mil defectos. Y respeto a todos los que tomen cualquier camino o decisión, porque es así como debe ser, porque todos somos distintos, ni mejores ni peores, sólo distintos; unos intentando salir y buscar por un lado, otros por otro, y otros, los más, conformándose con estar como están, sin más. Sólo busco estar tranquilo, aprender, ser y vivir la vida como se debe, con todo lo que ella tiene, que es mucho, porque la vida es un regalo, aunque cuesta a veces un horror, porque es duro vivir, porque es arduo, aunque hermoso, porque no encuentras con quién, porque es muy difícil encontrar, y de ahí la soledad, a veces. Pero ahí estamos, intentándolo. El viento que te empuja a coger las olas y deslizar por la superficie del agua, y a veces volar. Un placer.

Algunas opiniones más sobre esto. Héctor Abad Faciolince. Uno de los mejores escritores colombianos de los noventa. En www.elmalpensante.com, desmonta el discurso cursi, espiritual y mercantil de Coehlo. Y a continuación la contestación de Coelho a alguien que no opina como él. Hay que ver su lenguaje, sus insultos y ver entrelíneas su ideología…

Señor Jose A. Pérez y lectores del blog Mi Mesa Cojea: Ante la polémica desatada por mi cuento titulado El pastor y el camello, quiero manifestar lo siguiente:

1. Que yo, Paulo Coehlo soy el único autor de la narración. La declaración de Jose A. Pérez respecto a su autoría es, por tanto, completamente falsa.

2. Que Periodista Digital tiene razón no sólo en esto, sino en todo lo que dice. Periodista Digital contiene siempre la verdad, incluso cuando parece una mierda estúpida copiada de un blog cualquiera de Internet.

3. Que el concepto de plagio es libre. Por ejemplo, si Periodista Digital publica el contenido de una entrada de un blog, con puntos y comas no es plagio. Pero si me plagian a mí, sí.

4. Que el autor de el blog titulado Mi Mesa Cojea es un sucio comunista, sin un ápice de inteligencia emocional, que sólo busca sembrar el caos y la confusión entre la sociedad española. Además de apoyar el plagio, apoya el aborto, el laicismo y el sexo desenfrenado sin mayores consecuencias a la mañana siguiente.

5. Que, al contrario de lo que sugieren ciertos comentaristas de tan despreciable blog, practicar el coito con un camello es completamente legítimo siempre que uno ame sinceramente al animal.

Paulo Coelho, escritor estrella muy equilibrado.

Y eso que iba a hablar de viento, de windsurf, de kitesurf, y de dos mujeres que se están fumando un habano en la mesa contigua a nosotros.


22/12/09

Velos de sombras. Galopes.


¿Qué hay enfrente de dónde? Aquí no hay nada. Todo vuela en una carretera sin fin. Mi hermano y yo caminamos durante horas como mentiras sin cara por el blanco de la nieve derretida. Cuando perdí la dignidad el viento azotó mi rostro. Pude, pudimos, pero sólo era asfalto mojado cubierto de nieve deshecha. Y ahora oigo alrededor de mí como grita el mundo. La bestia pisa la hierba y no deja que nada germine. Sólo hay una cruz clavada. Refuté la tierra y miré al sol, pero al final descubrí que sólo brillaba sobre la nieve, en reflejos opacos. Miles de kilómetros caminando como un dormido ausente, sin oír palabras, sin ver imágenes. Sólo vi rostros reflejados en el hielo. Me quedé aterido.

Y ahora oigo el galope de un caballo que hunde sus cascos en una tierra que no germina. Infierno y paraíso en un mismo lapso, presentido, vivido y bebido. El tiempo de una guerra sin cuartel que no concluye. Flores en los cañones. Flores cautivas. Y en las manos aún queda el perfume de las que di un día, probablemente ya marchitas, sin pétalos; flores esclavas de aquel momento en que todo era y que ahora es nada. Y aun así me mezo en la melancólica esperanza, tal vez, de un día ser el guardián de los sueños, en un baile de coloreados pétalos, al que estamos invitados, fuera de esta mascarada sin savia que ocupa todo, que no termina.
No quiero más galopes que taladran el alma, ni guerras impías. Quiero dejar de ir a la deriva y vararme en desolados puertos, sin salida, sin vida. Sólo quiero descansar y ser, de una vez, por siempre, ser.

Una aclaración a "La languidez de las notas"

Tengo que hacer una aclaración, ya que me han preguntado por ello, sobre el cuento “La languidez de las notas”. La otra noche, hablando con unos amigos que lo habían leído, me preguntaron si era autobiográfico, y, puesto que he recibido un par de correos haciendo lo mismo sobre él y sus circunstancias, quiero hacer algunas aclaraciones para que no haya malas interpretaciones -que esas cosas suelen ocurrir con algunas cosas cuando no se pregunta sobre ellas, o se interpreta al albur de cada uno-. Igual puede ocurrir con algunos escritos, puede parecer que van dirigidos a alguien o que hablan de alguien, y en su mayoría no lo hacen, aunque pudiera parecerlo. Es mejor preguntar que malinterpretar, o no interpretar, simplemente leer. Nunca hay intención negativa. En cualquier caso mis disculpas si alguien se siente aludido u ofendido. Tal vez debería medir mucho más las palabras.

La historia no es mía, ni es inventada, es absolutamente real. Me la contó un amigo muy cercano, que la sufrió, en una experiencia muy próxima a la muerte, y relativamente hace poco tiempo, cuando yo le relataba otra que tuve de niño. Las personas que aparecen en el cuento son su mujer, su hijo, y otra mujer que él asoció a la muerte; el perro y el chacal también son reales (el chacal y sus aullidos en su loco desvarío), sentidos y vividos en dicha experiencia, así como los sentimientos y palabras, reflexiones etc., que tuvo durante todo ese tiempo, sobre las personas, el perro y su transformación (perro que recogió herido en una carretera).

Me pidió que lo adornara y le diese forma. Cuando lo leyó le gustó y me pidió que lo pusiera aquí. Quizá debí especificar el hecho en aquel momento, no lo sé. No he añadido nada en lo esencial, palabras, pensamientos, sentimientos, imágenes… Sólo en alargar y crear tensión dramática, pero sólo eso.

Espero que todo haya quedado claro para quien tenga alguna duda. Y si alguien más las tiene, sobre éste o cualquier otro escrito, no tiene nada más que preguntar.

20/12/09

Azar

Tiró el dado tres veces y las tres salió impar. Había apostado la vida contra él mismo a impar. Tras el cinco, y dos veces el tres con anterioridad, se dio una oportunidad más. No pasa nada, se dijo. No es que no quisiera reconocer que había perdido y que debía hacer el pago de la apuesta. Era el pánico. El pánico a la oscuridad, a la nada, al después. Y sin embargo no soportaba la vida que vivía, ni la agonía en que se encontraba. Un año de mala vida para él y los suyos, con un final terrible a base de paliativos y sedantes. No lo quería. No podía admitir aquel terror, aquella angustia. Y no entendía cómo no apretó el gatillo tras el cinco, ni después con las otras dos tiradas. Miedo, pánico, horror vacui. Esta vez sí lo haría, se dijo con firmeza. No habría marcha atrás si salía impar. Cogió la pistola con la mano derecha, apoyó el cañón en la sien y colocó el dedo índice en el gatillo, con fuerza, notando un pequeño movimiento en el metal. Tomó el dado con la mano izquierda. Lo miró. Le sopló como le había enseñado su padre, de pequeño, para darse suerte. No oía nada. Posó la vista en el uno. Un punto negro sobre fondo blanco. Sólo eso. Sencillo. Casi bello. Como su vida. Era su día. El azar decidiría. Lanzó el dado hacia arriba. Siguió el curso de su movimiento con la vista, como a cámara lenta. Su ascenso y su descenso. Botó varias veces sobre la mesa. Giró la cabeza siguiendo aquello. El dado se paró. Quieto. Un golpe seco inundó el espacio. Sentado, su cuerpo se desplomó hacia un lado. El brazo izquierdo colgando inerte, sujetado por el brazo de la silla. El derecho entre sus piernas. La pistola en el suelo. El hilo de sangre que salía de la sien escurría hacia el ojo y la frente.

Dos puntos negros había en la cara blanca del dado, sobre la mesa.

18/12/09

Vide cor meum. Final

El vuelo fue eterno. Eternamente triste. Denso. Mortalmente denso. En su cabeza sólo había el sonido del galope bronco de un caballo hundiendo sus cascos en una tierra seca y dura, incapaz de germinar. Sólo sentía deseo de aniquilación, física y espiritual. Desvanecerse. Se identificaba en la pérdida hasta el punto de perderse en sí mismo, en la desesperación infinita de una nada irremediable. Sabía que ante la melancolía sólo cabe dar, estar, que lo contrario es egoísmo, sin sentido, que sólo conducía a la tristeza y la amargura. Pero, ¿qué hacer?, se decía.


Se duchó dejando que el agua escurriese por el cuerpo. Se secó. Puso música. Escogió el último corte del Cd, Vide cor deum. El aria basada en la obra de Dante "La Vitta nuova". Tumbado en la cama, desnudo, con la luz apagada, escuchaba las notas y las palabras que Dante le dice a Beatrice en el cielo. Recorrió todos y cada uno de los rasgos de ella. Lloró en silencio.


Describir a veces, lo que siento, comenzó a escribir, no es fácil, por intenso, por querido, por doloroso. Explicar las razones del fracaso, aún menos. Intentar comprender los hechos, los comportamientos, todos y cada uno de ellos, de uno, del otro, de ambos como unidad, tal y como son, como los hacemos, como los vivimos, como los interpretamos, sólo está al alcance de un exorcista, y no soy uno de ellos. Y sin embargo es algo que me debo. No sé por dónde empezar, ni cómo hacerlo.

El único modo de superar el dolor es salvar una vida, aunque en el hecho pierda la mía. No sé a dónde me lleva la vida, ni quiero saberlo. Sólo sé que debo dejar que transcurra como debe hacerlo, dejar que el río fluya, y que al final sea lo que ha de ser, como tiene que ser. Si el agua ha de manar lo hará, si, en cambio, ha de ser siempre un desierto de recuerdos, será, y el tiempo no será sino el espacio entre nuestros recuerdos. Tal vez lo mejor sea hacerlo, salvarla y así superar el dolor de ambos perdiendo la mía. Pero no sé qué hacer ni cómo hacerlo. ¿Eso es el amor, perder la propia vida para salvar la de otro? Aun sabiendo que no hay más, ¿qué hacer? ¿Mecerme en la apatía de lo que no es? Porque sé que no hay ninguna alternativa a lo sentido, a lo vivido; tan sólo la vida, y aunque sé vivirla… ¿Perderme en una búsqueda absurda donde sé que no hay? ¿Hundirme en la molicie de la estupidez? ¿Volver a sitios o personas que sé que no son? No. Sé que ahí moriría y que sería renunciar a mi esencia, a la verdad, a la vida y que cada vez que mirase en mi interior vería la podredumbre y sería un calvario mortal, una vida sin sentido que acabaría con mi alma, conmigo.

Siguió las palabras que ella tanto le repetía, y las interiorizó mientras las escribía:

E pensando di lei

Mi sopragiunse uno soave sonno

Ego dominus tuus

Vide cor tuum

E d´esto core ardendo

Cor tuum

Io sono in pace

Cor deum

Io sono in pace

Vide cor deum.

Dejó la pluma sobre el papel. Apoyó los codos sobre la mesa y se tapó la cara con las manos. Lloró como un niño, perdido en el recuerdo del rostro de Beatrice, tan vívido, sonriendo. Sabía que no habría día que no echase de menos su mirada. Sabía que no habría día que no echase de menos su respiración. Y se preguntó si eso era suficiente.

En algunos espacios de la mente, de la memoria, del alma, hay voces atrapadas, de otro tiempo, pero casi nunca sabes qué te dicen ni porqué te hablan. El eco siempre dice la última palabra.

17/12/09

La levedad del sueño

Puedo sentir el viento, soplando lánguido, durante un momento, solo un instante, alrededor de mi vida. Desde lejos. Hay una luz al fondo y una canción que dice, y ojos que miran. Las almas no mienten. El aire suspira suave moviendo la esencia. Las palabras vienen desde tan lejos que apenas oigo lo que expresan. Desde donde los recuerdos no dañan, como la primera vez. Las canciones tristes muestran el verde de la hiedra, su olor en rumores mansos. Qué agudos son los sentimientos cuando se sienten tan dentro, tan lento. Qué vivos, y qué intensos.

15/12/09

La mosca. (Un divertimento)


Leía, con extrema atención, un ensayo sobre terrorismo y nacionalismo. Estaba sentado en la taza del váter, ese notable lugar donde únicamente es posible pensar en la metafísica. Levantó la vista del libro ante lo que le pareció una sombra deslizándose por el espacio. Acababa de leer un párrafo que decía: “…es una consecuencia del 68 y, a la vez, su negación. En el Año Nuevo desaparece el futuro, y en su lugar se entroniza el presente como un inédita utopía del clero.”, cuando cruzó su horizonte de visión, impávida ante el pensamiento del lector, ajena a lo que aquellas palabras pudieran producir en su cerebro, incluso a lo que aquellas palabras significaban en sí mismas, deambulando de un lado a otro en su acelerado aleteo, en aquel espacio artificial creado por y para él, nunca para ella, y que sin embargo estaba en él como si fuese propio, una mosca. Y es que así son ellas.
¿Qué pensaría?, pensó él. ¿Se reduciría ahora su mundo al entorno físico de su cara o iba más allá? ¿Miraría sólo su rostro? ¿Tendría conciencia de su encierro? ¿Qué pensaría si leyese lo que él leía? ¿Sentiría lo que él sentía? ¿Le embargaría, como a él, la tristeza? ¿Se le anegarían los ojos de lágrimas, como a él, en ese momento? Pero… ¿lloran las moscas?
Esas preguntas le dejaron intranquilo. Abandonó el libro y su lectura y se prometió dedicar la vida al estudio de las moscas.
Tras un análisis detallado de meses, observó su trayectoria aparentemente caótica, aparentemente sin sentido. Le era, en ocasiones, imposible seguir el curso de su vuelo. Pero, sin embargo, pensó, las moscas debían muy bien saber lo que hacían y porqué lo hacían. Su vuelo no podía estar, en absoluto regido por el azar. Sin duda alguna mirarían con sus ojos multiplicados, discriminarían entre los objetos que había en su mundo, mi mundo, y seleccionarían sus objetivos. Sin duda evitarían los desagradables y se acercarían a los que le pudieran proporcionar comida o placer. Como nosotros, pensó. O más hábiles incluso, quizá más preparadas para evitar el sufrimiento y la angustia. Comida y placer, simplemente.
Investigó con ahinco su mundo y halló el elemento en el que se almacenaba todo lo importante para ellas, el mushroom body, el cuerpo achampiñonado –qué mal suena en español, se decía siempre, realizando un gesto de disgusto en su rostro-, el equivalente funcional, salvando las distancias, del hipocampo de nuestro cerebro. Ahí estaba todo, su centro, su alma, el centro del cerebro de la mosca responsable de todo su aprendizaje. Mejor que el nuestro, infinitamente mejor.
Comprobó, tras un análisis exhaustivo, que su comportamiento era muy flexible, mayor que el nuestro, y que lo modificaban sin problema alguno hasta hallar la solución adecuada a los problemas que se le presentaban; que atendían selectivamente a una región de su campo visual según su relevancia. Eran seres superiores, no cabía duda, solía decirse contínuamente.
Pasó años tratando de desentrañar su misterio, con un único fin, aprehender su leit motiv, intentar desentrañar su alma, y conseguir, mediante elementos químicos y biológicos, convertirse en una de ellas sin dejar de ser humano, trascendiendo la humanidad, superándola.
Él era, debo decirlo ahora, en el momento de su velatorio, el científico en el que se basa la famosa película: “La mosca”, más conocida, en inglés, como: “The fly”. Pero también he de decir que ese él era yo, y que descansé mis huesos en un sanatorio psiquiátrico donde me encerraron para quedarse, sin duda, con mis descubrimientos. Un lugar horrible donde no hacían sino intentar transformar mis pensamientos en algo que ya no entendía, que no compartía que no quería. Sólo deseaba salir de ahí, ser libre, volar y mirar, comer y obtener placer, vivir libre, ser libre, ser mosca, lo que no le dejaban ser. Y ahora vuelo sobre mi cuerpo humano mortal, velando su humana intrascendencia. Por fin soy libre, por fin soy lo que siempre quise, una mosca observando, mirando, volando, mientras el resto, pobres mortales siguen apegados al suelo, a sus miserias, a sus tristes vidas, a sus simples miradas, a su afán de nada. Soy libre, soy la mosca.

13/12/09

La langidez de las notas

No podía ver nada. No recordaba nada de lo que decían que había pasado. ¿Iba en coche y sonreía? Nunca pensó que el cuerpo estuviera tan mal, aunque sabía que algunos detalles había que arreglar o al menos echarles un vistazo. Achaques solucionables que tal vez se solucionasen por sí solos o con ciertos retoques. Medidas necesarias pero que dejaba al albur del tiempo. Su interior no ayudaba, el exterior tampoco, pero confiaba en que en el decurso del tiempo las circunstancias evolucionaran en el sentido natural, en el lógico y que todo cambiase. Pero el miedo ahí, instalado. Tal vez eso. Y el golpe de repente. Sin avisar. Brutal. La boca abierta. El aire que no entra. El cuerpo le pide, le exige. Los ojos parecen querer salirse de sus órbitas. Quería llenar los pulmones de aire. Aire que sabía que estaba, pero que no entraba, como cuando en las pesadillas quería gritar y no salía nada de su garganta. Y un dolor infernal, eterno, en su corazón. Los ojos clavados en un punto de la almohada. Miles de imágenes que pasan por delante, como en un cine acelerado, delante de esa almohada que ve, junto a las imágenes. Quería que le ayudasen, pedir ayuda, pero estaba solo y lo sabía. Le oprimía el miedo. No podía moverse. Se preguntaba qué hacer. Se preguntaba el porqué. No había respuestas. No había nadie. Y el dolor en aumento. Buscaba aire que respirar, y las razones en el aire. Vueltas a las circunstancias. Imágenes que desaparecen y que se transforman en otras. De repente todo es negro. No hay almohada. Sólo imágenes en gris sobre fondo negro. Oía el aullido de un chacal hiriéndole los tímpanos. Pero tenía un perro, no un chacal. Y de repente el silencio.

Abrió los ojos. Un sonido repetitivo y constante le entraba por los oídos. Todo blanco. Una ventana con las cortinas corridas, claras, dejaba entrar la luz. Un gotero. Se mira la mano. Un esparadrapo la cubre, sujetando una aguja que se introduce en ella. Una gota cae, constante, a intervalos, hacia el tubo que conduce a esa aguja. Pantallas con gráficos en movimiento. Un corazón, dibujado, palpita en una de las pantallas. No hay nadie. Recuerda el aullido del chacal. Siente miedo. Los ojos se le cierran. Una lágrima se le escurre de uno de ellos. Oye como el sonido constante de una de las máquinas se convierte en estridente, continuo, eterno. Silencio. Negro. El corazón le duele de nuevo. Intenso. Flota como en éter o en una solución líquida de no sabe qué, que no moja, ligeramente espesa. El aullido es aterrador. Yo te alimenté, le dice. Te di mi mano. Te di cariño cuando estabas solo, triste, abandonado. Te acogí en mi alma. Te di todo. Apareciste. Estabas ahí. ¿Qué te he hecho para que me aúlles así? ¿Por qué te has convertido en chacal si eras un perro¿ ¿Por qué muerdes la mano que te acarició con amor? Los ojos inyectados en sangre le miran. Una sonrisa cruel en las fauces. Dios, qué agonía. Siente el dolor en algún sitio que no es su cuerpo. Duele más que el físico. No lo soporta. No quiere más eso. No es justo, piensa. Nada. Vacío. Negro.

La misma habitación de nuevo. El mismo sonido. El mismo color. No hay dolor. Tumbado de nuevo. Cubierto por algo blanco. A sus pies dos mujeres y un niño. Una de ellas con bata blanca, la otra elegante. El niño llora. Detrás, en un rincón de la habitación, otra mujer, seria, adusta. Tiene algo en los ojos. ¿Qué tienes?, le pregunta sin abrir la boca. ¿Qué es ese velo que los enturbia? ¿Quién eres que no te conozco? Esa cara deformada que le recuerda a alguien ya visto, sentido. ¿Quién eres?, vuelve a repetir. ¿Qué haces aquí? ¿Quién te ha llamado? ¿Por qué? Te conozco de antes. Tu sonrisa hiela, y tu alma es un pellejo seco, áspero y frío. ¿Quién eres que no te conozco? ¿Qué te ha pasado? Me mata esa risa, vacía. Me mata. Sólo me produce frío. Un frío que mata el estío. Lóbrego frío. ¿Qué te he hecho? ¿Por qué? ¿Por qué ahora?

El niño llora. Le parte el alma. La otra mujer habla con la de la bata blanca. Se le ha muerto el alma, le dice, el cuerpo tal vez sobreviva, pero no volverá a sonreír, ha muerto a esta vida.

Todo negro otra vez. El chacal aúlla. El perro está dentro de él, en él, cautivo. Perro amigo. No mueras conmigo. El aullido hiere como amenaza. Una lágrima invisible, imposible, le sale del alma, muerta de vida.

Quiero hablar. Hablar con ese rostro frío, aterido, herido, yerto, ido. No me oye. No me salen las palabras. Siento una asfixia en el pecho que me oprime, como si tuviera una piedra enorme encima de él. Dolor. Un dolor frío. Un dolor que no sabe si es de dentro o de más dentro todavía. Necesita hablar con esa sombra en la sombra, con esa sombra de vida. ¿Quién eres?

El sonido monótono vuelve. Quiere abrir los ojos pero no puedo. Oigo pasos, carreras. Me mueven la mano. Me descubren el pecho. Noto su tacto. Tengo frío. El pitido es constante. Oigo voces, gritos, llanto.

Silencio. Ya no oigo nada. Frío. Una luz al fondo, pálida, que se acerca. Rostros alrededor. Me miran. Sólo uno sonríe. Hay aullidos de chacal. Mi perro no es un chacal, pero es un chacal. No entiendo. Todos los rostros de una vida. Alargo la mano. Sonríe. Sé que eres. Tú no eres. Eres tú. ¿Quién eres? Ven conmigo. Sé tú. Habla. Olvida el aullido. No grites. El espanto es un asesino. Busca dentro, muy dentro. Está ahí. Tengo frío. La mano no me alcanza. No veo nada. Sólo hay vacío. Aunque no vengas seguirás conmigo. Aquella otra no está. Aquella, la de la primavera que vino con el frío, la que calentó los días, se ha ido.

¿Quién eres tú, muerte?¿Qué dices? Vives en el cieno, cautiva de él. Estás muerta. Lo respiras y lo escupes. Sólo bilis. Sólo cieno. Sólo hiel. Vives a través de él. Miras a través de él. No ves. Sólo hiel. Mezquindad, ruindad. Eres como un áspid que muerdes cuando no debes, me inoculas tu veneno. ¿Eras ya así? ¿Quién eres? Vuelve. Toma mi mano otra vez. Muerde y saca el veneno, y escúpelo después. Sácalo de ti. Mira como ríen los chacales, y las hienas. Sólo hay hienas. No seas como ellas. Huye de aquí. Vuelve al cieno.

No veo nada. Estoy muerto. Pero no estoy en el cieno. Sólo muerto. Limpio. Oigo notas en el aire, sonando lánguidas. Y miradas que me miran, con lágrimas en los ojos bellos. Noto las manos que me acarician. Todo es.

10/12/09

Mi hogar

Andando, con el viento acariciando mi cara y en el corazón heridas de tantos y tantos giros de la vida, de tanto buscar el camino al hogar, de tanto mirar, de tanto volver la cara mientras vago, sigo viviendo. Lo pequeño y lo grande. Lo blanco y lo negro. El día y la noche. Caminando paso a paso en el camino al hogar. Necesito la mirada para vivir y eliminar las tormentas, necesito antorchas para iluminar aquí, para encontrar, para volver a mi morada, para girar en la vida, para reír, para llorar, para sentir, para vivir. Porque no hay nada más. No hay nadie más. Me levanto de la cama. Quizá no sea tarde. No lo sé. Detrás y delante. Alrededor. Ese es mi hogar, ahí, bajo las estrellas que iluminan, bajo la suave lluvia que acaricia, en el color, en la música, donde bailas como una niña pequeña, en la ingenuidad, en la inocencia, en la verdad. Ese es mi hogar. Ven. Siente. Se. Se conmigo. Baila conmigo.

Y qué no daría, ahora, por caminar a tu lado, por beber tu aire, por respirar tu mirada, por rozar tu mano y poder susurrarte los colores que miro con deleite, solamente. Qué no daría por vivir pausado, andando la vida suavemente, contigo, viendo el espacio de la belleza cierta, sabiendo que la vida es, así, la vida, plena, llena de color, envolvente, auténtica.

Y, sin embargo, me conformo con pensarte, con tenerte dentro, en los pliegues de mi alma, y sentir en mi mano ese único pétalo, tierno y blanco, que dejas caer de cuando en cuando. Solitario, inerte, y aun así intenso y delicado. Dulce regalo de tu espíritu, flor que desgranas en el tiempo, lejos y a la vez presente.

Qué no daría por poder, aunque sólo fuera, tenerte un solo instante, verte un segundo, sentirte, vivirte. Solamente. Porque sólo tú eres mi morada, el lugar donde morir, el lugar donde vivir, mi hogar, donde quiero estar.

8/12/09

La tierra giró para acercarnos

Hay un número oculto en cada cosa que pasa en el universo. Es tan complicado, por no decir imposible, pero a veces ocurre, que dos personas se encuentren en esta vida, se conozcan, pero sobre todo se reconozcan, y sepan que son ellas.

Hay un poema, terriblemente hermoso que lo ejemplifica, que viste esa idea. Es de un poeta venezolano, Eugenio Montejo, titulado “La tierra giró para acercarnos”, y dice:


La tierra giró para acercarnos,
giró sobre sí misma y en nosotros,
hasta juntarnos por fin en este sueño,
como fue escrito en el Simposio.
Pasaron noches, nieves y solsticios;
pasó el tiempo en minutos y milenios.
Una carreta que iba para Nínive
llegó a Nebraska.
Un gallo cantó lejos del mundo,
en la previda a menos mil de nuestros padres.
La tierra giró musicalmente
llevándonos a bordo;
no cesó de girar un solo instante,
como si tanto amor, tanto milagro
sólo fuera un adagio hace mucho ya escrito
entre las partituras del Simposio.


Es tan improbable y a la vez hermoso que algo así ocurra; que encuentres tu mitad buscada, esperada y ansiada, desde los más profundos arcanos. Por eso, cuando la encuentras, cuando conoces el número, si lo desperdicias no volverás a tenerla, porque no hay otra, aunque podría ocurrir, pero es tan difícil. La vida no suele dar una segunda oportunidad, mucho menos las personas. No hay otro número, ese era el tuyo. Y eso sólo es propio de estúpidos. Y yo…

7/12/09

Vide cor meum. III

Las vides pasaban frente a sus ojos como una fotografía en movimiento. Campos de hileras en tonos de rojo cargados de matices en su muerte otoñal, derramando color en esa estación que invita al recogimiento de la vista, a la degustación, entre las suavidades de colinas que se superponían, montando unas sobre otras en una continuidad sin tiempo, creando espacios sinuosos, de una belleza cautivadora, ensimismadora. Unos cipreses cortaban el horizonte gris del cielo, cubierto de nubes que se movían al compás del sonido del tren, contraponiendo el juego de colores apagados de arriba con la viveza de los de la tierra, y las líneas horizontales del todo con la verticalidad atemporal de los árboles, hieráticos, perennes, anclados a la vida, al tiempo, como fieles guardianes de la belleza, de la historia, de la tierra.

- Siempre que miro la campiña me vienes a la mente con una intensidad que aturde.

- ¿Por qué?

- Por cómo la miras, por cómo te embebes cuando la observas. Es como si la admirases, como si fuese tu madre, o mejor, como si fuese tu amante. Una amante deseada y que sabes que nunca será, del todo, tuya, pero por la que estarías dispuesto a dar la vida.

Los dos miraron a través del cristal.

- ¿Por qué prefieres siempre venir a Roma en vez de a Firenze? ¿Por esto? -dijo, mirando primero a las vides que se deslizaban suave por el exterior, y después a él.

- Porque Roma fue después de Florencia. Porque en Roma se hizo la vida. Porque ahí nací, contigo, aunque te sabía ya de antes, casi de siempre, incluso desde antes de conocerte. Porque en Roma fui en ti, fuimos uno por primera vez y ya no hemos dejado de serlo. Porque siempre quiero verte por primera vez ahí.

Sonrió. Dejó que las palabras se perdiesen en el aire, en el recuerdo.

- Como la primera vez -siguió diciendo.

- Gracias.

- A ti, por estar, por ser, por elegirme a mí, entre tantos.

- No podría haber escogido a otro. En la vida siempre se elige, pero de entre todas las elecciones sólo hay una especial, la de verdad. Sólo hay un amor, y lo anterior no son sino la preparación para ese, y después solo son superposiciones, la rememoración de lo que fue, la búsqueda inútil de lo perdido.

- Por eso no te dejaré nunca. Porque sé que eres tú. Desde antes de nacer ya supe que eras tú. Siempre te esperé. Como el río…

- Dichi que il fiume

Se levantó del asiento y la besó con la extrema suavidad que le provocaba estar con ella, cuando la miraba moverse, cuando hacía cosas, cuando le escuchaba, cuando le hablaba, cuando le miraba.


- ¿Has terminado la novela?

- Soy incapaz. Estoy enquistado, varado.

Había colocado unas velas con aroma de mirra sobre la mesa de cristal, flanqueando un pequeño y esbelto jarrón curvado, en el que había dos lirios, de tallo corto, y una rosa entre ellos, de rojo intenso y algo oscuro, sobre un camino de mesa en negro, con detalles dorados, como de esferas, que resaltaba sobre el cristal, ligeramente oscurecido.

- Me gusta verte las piernas a través del vidrio mientras comemos -le dijo.

Ella sonrió y las cruzó en un gesto de pudor, al tiempo que sonreía y se ruborizaba. Bajó la mirada hacia el verde de la rúcula, manchada de rojo por los pequeños tomates troceados, y de blanco por el queso gorgonzola. Cogió la copa de vino, abrazándola con la palma de ambas manos, y se la llevó a los labios. La alzó con lentitud mientras le miraba fijamente. Abrió levemente los labios y, sacando apenas la lengua, los posó sobre el borde del cristal. El vino, de un intenso color cereza, con reflejos púrpuras, se fue derramando lentamente hacia la lengua, entrando en la boca. Lo notó en su interior. Cerró los ojos, sintiendo como llenaba cada una de sus terminaciones nerviosas. Movió la lengua entre la bebida. Sintió la ligera acidez en las papilas, su consistencia y su volumen; sintió la dulzura inicial, su armonía y su final largo; sintió los olores a moras, frambuesa y madera, equilibrados, manifestándose con chocolate, tabaco y vainilla en su nariz. Echó la cabeza atrás y tragó. Abrió los ojos y le vio allí, extasiado ante ella, ante sus gestos. La mirada prendida en ella. Le sonrió.

- Es absolutamente perturbador mirarte -le dijo él.

- Te estaba sintiendo. Siento el placer del vino cuando estoy contigo. Me haces saborearlo, sentirlo distinto. Tú me enseñaste a sentirlo así. Tú eres, siempre, en todo, así, y me provocas eso

Sonaba suavemente, como con desconsuelo, y sin embargo con una fuerza de tremenda exquisitez, El bello Danubio azul, de Strauss, en una versión de Klaus Badelt, iniciada con las variaciones sobre la obra clásica para seguir con juegos de notas y diálogos de instrumentos que llevaban a dos crescendos finales inmensos, tras el último de los cuales una serie de coros angelicales y efectos de sonido lo envolvían todo en un final tranquilo y sosegado.

- Te dije que me grabases el Cd. ¿Te acuerdas? Incluso te dije que si te daba yo los discos vírgenes.

- Y yo te dije que no lo haría. Y te sonreí. Es una de tus manías y de las mías.

- ¿Cómo?

- No terminar de sentir que todo lo que tengo es tuyo, y que haría cualquier cosa por ti. No sé, creo que es una cuestión visceral sobre el saber recibir, sobre el dar, y que tiene que ver con el carácter, con el interior de uno. Tal vez el tipo de educación, el cómo se ha crecido. No sé. Y lo otro son mis bromas. Es ese carácter, tan mío, que eres incapaz de aceptar, tal vez de comprender y por ello de aceptar, y yo de cortar, cuando estoy contigo.

La atmósfera se espesaba, a veces, con el juego de las palabras, sentidas como dardos, como espadas. La pesadez se instalaba en el ambiente, en el aire, oprimiendo, y en el alma, anegando.

Entre ellos siempre existían esos momentos, indecisos, de desazón. Interiorizaban los actos y las palabras del otro desde su propio intelecto, sin preguntar, sin entender al otro y, a veces, sin siquiera quedarse en la simple literalidad de las palabras. Tan iguales ambos, y a veces, sin quererlo, tan lejanos. De ahí, quizá, esas distancias, solitarias a veces, de comunión absoluta la mayoría, y la querencia que ambos tenían hacia el otro.


Las cosas no ocurren por azar. Y el azar, en el desierto, siempre juega en contra de uno mismo. Encontrarse fue azar, puro azar. Enseguida supieron qué había en el otro, quién era el otro. Se sabían con la mirada. Un curso de seis meses, de ella, sobre el idioma español. Una breve presentación. Un cruce de miradas. El resto fue deslizar, desde la búsqueda, desde la necesidad de y en la armonía, desde el encuentro de uno mismo en otro, y de ahí quizá los desencuentros, por lo inesperado, por lo igual, por las distancias. De repente todo fue. Y todo fue una lucha constante para conseguir que ese azar no jugase en su contra. El tiempo y el espacio eran elementos que parecían confabularse en su contra. Él sabía que necesitaban tiempo, y ella espacio, aunque a veces ambos truncaban las normas jugando con ello, aliviando o intentando aliviar el deseo de unión frente a ese azar. Y el juego avanzaba, con sus trabas y las circunstancias. Azar y juego, tan gustados como peligrosos. Y el carácter de ambos, tan igual y, a veces, tan malinterpretado. La incapacidad de verse, a veces o de entenderse, de conocerse o de querer verse. El miedo, tal vez.

Despertaron juntos en Roma.


Salieron temprano, tras desayunar. Caminaron como siempre lo hacían, como andaban la vida cuando estaban juntos, mirando, de la mano, sintiendo intensamente cada uno de los detalles que en ella veían y que tenían. Se sentaron en un alto, perdida la vista en las hileras de rojo de las vides extendidas hasta el horizonte, perdidas sobre una línea que se alejaba en el horizonte, rompiéndolo, quebrando el azul, apenas desdibujado por pequeños tonos de gris y de blanco que se movían cadenciosamente en lo alto. Apoyó él la espalda en el tronco de un ciprés, y ella, tras colocarse entre sus piernas, descansó la cabeza en su pecho. Le rodeó el cuello con los brazos. Les gustaba el calor del tacto de sus cuerpos, como en la cama, siempre en contacto, abrazados. Incluso cuando ella dormía, él apoyaba el codo y se perdía mirándola, mientras con la otra mano le acariciaba suavemente la cara, dibujándosela entre la luz de las velas, casi extasiado.

- Se me rompe el alma cada vez que te vas, le dijo ella.

- Y sin embargo no eres capaz de aclararte en ese sentido. Saber si vas o vienes, si te quedas o te vas. Es esa inconstancia.

- Es posible, y sin embargo… se me parte, y me rompo por dentro. Pero no sé llorar. ¿Sabes? -hizo una pausa mientras le acariciaba la cara-, nunca he llorado por ti. Es extraño, y sin embargo te echo de menos como a nadie, como a nada. Pero te siento dentro como fuego, y es tristeza y ansiedad el no tenerte, y quiero estar contigo… Pero ni una lágrima moja mi cara.

- Hay formas de sentir, y la tuya es esa. No te preocupes, sé lo que hay dentro, aunque a veces cueste, pero sé.

Se quedaron callados, mirándose.

- ¿Te he dicho que te quiero?

- No.

- No tengo perdón. Ante esta belleza no debería parar de decirlo, porque lo siento. Pero lo sabes.

- Sí. Porque me lo dices. Pero vives con esa incertidumbre, siempre. Tal vez tienes miedo de que no lo sepa y duda, o porque no sabes… No sé, pero no importa. Yo también te siento dentro y muy intenso. Y así será siempre.

- Si no lo fuera, moriría. El sacrificio es el precio de un buen efecto.

- ¿Tú crees? Eres tan ascéticamente barroco. Me gusta.

- A veces se precipitan cosas que no se pueden precipitar.

- ¿No es así como funciona el amor? Tú siempre dices que hay un momento para todo.

- Y un lugar para cada persona, y una persona para cada persona. Pero a veces no lo sabemos ver, o lo precipitamos, o lo negamos o no estamos preparados o elegimos la inadecuada. De ahí tantos errores, a veces. Por ejemplo Mia.

- ¿Qué pasa con Mia?

- Si se pretende recorrer todos los caminos posibles se acaba no recorriendo ninguno. En el amor, cualquier experiencia reciente debe superar el umbral de complejidad y profundidad de las anteriores, y cuando has encontrado lo absoluto, el resto es búsqueda inútil, repetición de momentos imperfectos, y ahí se entra en el vacío, en el desencanto, en la frustración. El problema del amor es que es como una droga, se necesitan dosis más altas y más fuertes para superar el síndrome de abstinencia. Y si ya has encontrado la persona, el lugar, tu mitad perdida en el principio de los tiempos y encontrada, si ya no está, si está perdida y la reconociste, la viviste, el resto es de nuevo búsqueda de eso o conformarte con el vacío. Por eso siempre, Beatrice, siempre, estaré contigo, porque tú eres esa persona, ese lugar. Donde quiero vivir, donde quiero morir.

- Io sono in pace, cor meum. Io sono in pace, vide cor meum. Io sarò sempre con te, sempre in voi.

- Sólo puedo decirte lo que Dante escribía de su Beatrice: “Tan gentil, tan honesta, en su pasar, es mi dama cuando ella a alguien saluda, que toda lengua tiembla y queda muda y los ojos no la osan contemplar. Ella se aleja, oyéndose alabar, benignamente de humildad vestida, y parece que sea cosa venida un milagro del cielo acá a mostrar. Muestra un agrado tal a quien la mira que al pecho, por los ojos, da un dulzor que no puede entender quien no lo prueba. Parece de sus labios que se mueva un espíritu suave, todo amor, que al alma va diciéndole: suspira”. Me lo leíste tú, ¿recuerdas?

- Cómo olvidar algo tan profundamente hermoso. Sabes de mi pasión por Dante. Mi padre me puso el nombre por ella, por Dante.

- Ojalá pudiera yo expresar algo así, y sin embargo es así cuando te veo, y cuando te pienso también, cuando te siento, y te siento siempre. Soy siempre en ti, y espero con toda mi alma que siempre seas tú, también, en mí.

- Te juro que lo seré, porque me la vida, aunque me vaya la vida. Es precioso como suena en español. Es tan delicado.

- A mí en italiano, tal vez por ser tú.

- ¿Quieres oírlo en italiano?

- Sí.

- Mejor te lo leo cuando volvamos, no quisiera eliminar ni confundir ninguna palabra. Tengo una edición bilingüe, con la mejor traducción al español.

- De acuerdo.

6/12/09

Títeres


Me gusta el centro en las mañanas de sábado. No existen las prisas de a diario, ni las malas caras del trabajo. Me gusta pasearlo y me gusta mirarlo. Me gusta el Mercado. Sus hechuras amplias, entre el modernismo y la arquitectura del hierro. Y cómo suenan los ecos de las palabras entre sus paredes, y sus gentes. Me gusta ese ir y venir sin pausa, las miradas a la mercadería, las conversaciones entre el vendedor y el cliente. Laberinto de vidas entre paredes altas. Ojos que miran buscando el detalle de algo más que lo vulgar, que lo de siempre. Puestos de colores, puestos vivos, reflejos.

Mi objetivo son los títeres. Y el asunto es, y el día, pero el lugar acompaña. Una plaza recoleta al sol de la mañana, y los dos puestos de flores, exteriores, más bonitos que tiene esta ciudad que da la espalda al color, recreándose en el triste e inmenso ocre que todo lo cubre y sus edificios grises, creyendo que sólo con el mar…. Y es, pero… Me recuerda, de lejos, la plaza Birrambla, allá en Granada, “la puerta del río”, con un café con leche, caliente, paseando a la gente con la mirada, y paseada, respirando los olores de las flores en sus mil quioscos, con la torre de la catedral apuntando al cielo, y el Zacatín a las espaldas. Pero no es allí, es aquí, y es una buena mañana, soleada, entre risas y alegrías, entre palabras. Unos hombres venden lotería a voz en grito, asegurando el gordo. Un payaso ofrece globos, a los niños, que convierte en figuras de animales de colores. El pelo naranja, y una careta que se acerca más a Scarie Movie que a la sonrisa de Charlot. Los niños huyen gritando y él los persigue.

Ir y venir del mercado, desde donde llega la inmensidad de sus murmullos y de sus ecos, de sus gentes. Y hay dos puestos de flores. Sólo dos, pero qué belleza, qué deleite. Cómo me gustan las flores. Es lujuria. La lujuria del color. Hay unas ramas, secas, cargadas de pequeñas bolas rojas, arracimadas. Rojo intenso. Mil matices de verde. Rosas blancas en ramos apretados, y rojas y amarillas. Y un delicado detalle de margaritas en azul índigo, el color que me recuerda y me reclama a otros tiempos; el color al que siempre fui adicto y que buscaba para vestir un cuello, para ensalzarlo. Delicado. Uno de los colores de Marruecos, del de dentro, desde dentro. Pero sólo hay un puñado de gente para mirarlas. Y es que la belleza no atrae, sólo la nada lo hace. En la terraza, en los veladores, unos extranjeros, con café con leche y agua con gas (Vichy catalán, por supuesto), que miran con ojos de sorpresa el vaivén de gente, el color que el sol resalta. Es otro espacio contrapuesto al suyo, diferente.

Y los títeres. Una pareja vestida de negro los prepara. Y mientras, tras el círculo que separa a la gente -unas treinta personas, no más (qué triste, pienso)- que se arracima, del escenario, suena una música de repente, un tango, y un hombre de frac lo baila con una muñeca entre sus brazos, zigzagueando entre las personas, sintiendo el tango, sonriendo serio a la sonrisa de la muñeca, moviendo el cuerpo al compás del sentimiento que destila la música y sus palabras tristes. Se para ante mí y gira la cabeza de ella mostrándome su sonrisa, acariciándome. Sonrío. Se vuelve en un requiebro del cuerpo y continúa su danza. La mayoría lo miran un momento y pasan de largo.

Comienzan los títeres, con sus hilos desde el cielo, que son las manos del hombre vestido de negro, moviendo sus pequeños cuerpos al compás de unos dedos delicados que los llevan con movimientos acompasados, surcando el espacio, cubriendo el tiempo, deshaciéndolo. Cuerpos pequeños que desgranan su hacer de siglos, al que los niños miran asombrados. Frankestein canta a Sinatra, My way, entre los rayos de un sol que acaricia. Sonrisas en la gente. Suavidades. Ojos que miran los movimientos, que se mueven con ellos, que siguen su baile, su vida con alma de madera, en pasos cortos, sostenida por los hilos de unas manos que regalan alma. Y Sammy Davis junior, y Elvis Presley, y un ratón multiplicado que abraza a los niños paseando con ellos por el baile de los sueños.

Una mujer busca un hueco para su hija, empujando. Intento acercarla apenas tocándola, con las manos, en los hombros, para que se coloque delante de mí. Me mira, la madre, con mala cara; la aparta. No es necesario, me dice, y crea un espacio entre ambos, empujando con su cuerpo. Y es que no estamos acostumbrados a recibir si no es a cambio de algo. Sólo a coger. Siempre se piensa que cuando te dan, te ofrecen, te regalan, es para exigirte algo, para pedirte algo. Como quiera, le contesto. Somos así. Ves a alguien desvalido, tratas de ayudarle y te pone mala cara, o acepta, pero piensa que detrás hay algo escondido, que tiene que devolverte algo. O más tarde, tras sonreírte, lo piensa, y se dice que era para sacarle algo, para aprovecharse, para obtener algo. No entendemos que dar es un placer, si no esperas nada a cambio. Que regalar es un regalo, sólo por ver la brillantez de los ojos de a quien has regalado, a quien has entregado. Pero no sabemos dar, mucho menos recibir. Así va este mundo, tan rápido, pero tan despacio, pareciendo lleno, pero vacío, sin sentimientos, sin alma, dando muecas en vez de sonrisas, apartando las manos. Almas secas que toman, que no dan nada. Y es que no hay nadie, no hay nada. Tantos y tanto, tan pocos y nada. No entienden que la vida es un regalo y que tiene tanto para mirar, para disfrutar, que podemos dar tanto sin esperar recibir a cambio, que las sonrisas, la sorpresa y el placer en el otro es el premio a regalar.

Paseo, tras los títeres, por las flores de nuevo. Qué poca gente, y aunque lo sé no deja de sorprenderme. Me regalo los colores, antes de dejar el espacio para ir a un bar pequeño, al lado. Un bar de viejos, de cañas y tapas caseras, sin música, con ese olor a bar de antes, de siempre, sin modernidades, con el sonido de la gente que habla, que tapea, como siempre, entre gente. Huele a bar, a siempre. Me gusta estar ahí, quedarme, escuchar y mirar, sentir, vivir la gente, sus espacios, sus ademanes, su pasear entre las cosas, como lo auténtico, como siempre. La vida es así, diferente, placentera, oferente. El resto… El resto es vulgaridad, lo de siempre, el vacío, como la mayoría de la gente que pasea por ella, indiferente.

Y mientras vuelvo suena la música, Magnificent, y la voz de Bono. Me emociona. Es de esas voces que te llegan dentro, que produce escalofríos. Me vienen las imágenes del video de la canción. Marrakech. Tan vista. Tan interiorizada. No sé por qué, a veces, determinados pensamientos, determinadas imágenes aparecen con más fuerza. Es distinto ver lo mismo con alguien que no ve que con quien ve como tú, con la capacidad de admirar, de sentir, de emocionarse ante las cosas, ante los hechos, ante las personas, ante los colores y olores. Lo sientes más, con más fuerza. Lo interiorizas más. Lo compartes, y ello te hace más feliz. El problema está en que no hay quien sea capaz de ver así, de ser así, y por tanto no queda sino seguir, conformarse con ser tú mismo y seguir, mientras los demás se conforman con ver eso que dicen que ven, la nada, y sobrevivir viviendo lo que dicen que es vivir, el vacío. Y ahí estamos, caminando entre flores, raras a veces; en tanto el resto, los más, se contentan con mirar el gris de los adoquines, y sobrevivir. Qué vida.

El problema es que la mayoría sólo hace un análisis somero de la realidad. El olvido y la ignorancia son la estrategia más habitual para la mayoría de los que creen que tienen una vida. La distracción en lo tonto, como huida, y el mantenimiento de su estatus, es su dogma. No cambiar para que nada cambie. Decía Ortega que “yo soy yo y mis circunstancias, y si no las salvo me pierdo con ellas”. El mundo termina siendo lo que cada uno piensa, siente o percibe, y como no se piensa, se siente ni se percibe, acaba no habiendo nada, se termina no modificando las circunstancias, se sigue en la nada. Piensan que no hay más realidad que su propia experiencia de la misma. Y se dicen: ¿Por qué sufrir una vida miserable si puedo inventar otra? Sin darse cuenta de la inutilidad de esas vidas inventadas.

Para terminar, como decía Wilde, la Belleza está en el Arte, pero ¿quién saber mirarlo, detenerse y apreciarlo, vivirlo? Y no me refiero a las composiciones artísticas, que también, sino al Arte con mayúsculas, a la Vida, con mayúsculas también. El Arte es un gesto surgido de la emoción. Y las emociones moran en el alma. ¿Dónde hay un alma? Miro y busco, pero nada.