La infancia perdida. M.B. Palacios
Caminaba, siempre,
envuelta en un halo de tristeza que la vestía como un sudario de la cabeza a
los pies. Parecía muerta y, sin embargo, vivía, pero de qué manera, como una
maldición que se repetía una y otra vez y una vez más, decía para sus adentros
como un mantra, esperando que, en algún momento, aquel rosario le llevase la
vida.
Andaba, como una
pena, sin alma, sin vida, como quien mira a un pozo y solo ve, en lo más
profundo del negro, donde ya no hay ni sonido, la nada, el vacío, el tenue
reflejo de una plegaria desatendida y pedida a un Dios ausente, ido, por una
niña que se rompió allá en los tiempos, lejanos, en los que todo debió ser paraíso.