14/12/11

Detalles

El beso. Toulousse Lautrec

Hay detalles que acercan, como la fragilidad de la aurora, hasta convertir los instantes, el tiempo, en piel.
Y hay detalles, también, que alejan con una constancia desgarradora, como un deceso anunciado, como el adiós a un ciego en el andén de una estación de tren, vacía, con la mano levantada, mirándote sin ver.

11/12/11

Donde la noche rompe en colores

Sobrevivientes. Roberto Fabelo



Va de un lado a otro sin sentido alguno, parece, en su deambular. No para de mover las antenas hacia todas las direcciones, como si buscase algo al tacto, como si de los bastones de un ciego se tratase. Perece un ciego borracho andando por una pista de hielo. A veces me mira, o eso creo. Parece que me conociera. Me enfrenta su figura, aquieta las antenas y las dirige hacia mí, y me mira, parece, para instantes después volver a su desquiciante carrera por la mesa, en busca de algo que no sé, y no sé si ella tampoco. Tal vez una salida.
Una vez tuve una en la mano. Pero no es aquella, espero, ni su descendencia. O sí. No sé. No entiendo mucho de blatodeos. Aunque nunca se sabe. Estaba quieta, aquella de hace tiempo, sobre la palma de mi mano. Me miraba, inquieta supongo, aunque no lo demostrase con movimiento al guno, salvo el de sus antenas, palpando el aire a su alrededor, como si otros dos ojos tuviese que mirasen más de cerca. Me resultaba extraño que no huyera un animal tan tímido, tan huidizo. Esa timidez que les ha hecho alejarse de nuestra especie, aunque sólo en apariencia, escondiéndose en los sitios más repulsivos y oscuros, las cloacas, en los desagües. Tan lejos y tan cerca, tan dentro. Son seres de lo repugnante. La timidez les lleva ahí, y sin embargo para estar cerca, creo, con nosotros.
La cogí descuidada -extraño en ellas-, como a esta. O quizás no tanto. Tal vez una plan urdido por ambas. Tal vez tratan de decirme, de decirnos algo, pero no sé qué es.
¿Y si ese deambular extraño no fuese una búsqueda sino un lenguaje basado en líneas, en dibujos trazados sobre la superficie y que sólo un fino olfato ligado a un cerebro adecuado, fuesen capaz de fijarlo y establecer la urdimbre, el todo dibujado? Tal vez un simbolismo muy avanzado, tal vez un universo o parte de él, explicado.
¿Y si con el movimiento de las antenas me dijese algo que no acierto a entender? ¿Y si fuesen palabras no pronunciadas, o sí, que el aire transporte pero que mi mente, absurda, no consigue traducir?
Me duele la cabeza.
He tratado de descifrar el mensaje, si es que lo hay, pero no lo encuentro.


Cada vez me repugna más. Me molesta ese desenfreno, ese desquiciante viaje a ninguna parte y sin sentido alguno. Ya no me entretiene. Y lo peor no es el aburrimiento, sino el hastío que me produce no entender ese siempre lo mismo, ese vacío de nada o de algo, si es que lo hay.


El sonido es crujiente.
En mi cabeza hay dos sensaciones (al margen del dolor producido, sin duda, por ella), asco y crujido. Es extraño.
Es frustrante tratar de entender a alguien y no conseguirlo.
Aún sigue moviendo las antenas, aunque más lentamente. Parece como si tratase, de nuevo, de decirme algo. Tal vez implorando clemencia, tal vez que acabe con el sufrimiento. No lo sé. Con la otra ocurrió igual.
Cuando me agacho hacia ella y acerco mis ojos a los de ella, sólo veo sus antenas y ese su lento, ahora, movimiento.
No la entiendo, como a aquella otra. Y lo peor es que cada vez me duele más la cabeza. Ojalá alguien me lleve a donde la noche rompe en colores.

1/12/11

Haz como yo, mira los pájaros

Joanna Chroback

Si dijese que no lo encuentro, cuando camino... Pero las razones de las abejas se me escapan, y la miel es dulce pero la cera...
Suelo mirar a los pájaros cuando se posan en las baldosas rotas para beber el agua de esos pequeños charcos, casi lagunas para ellos. Andan a saltos, los gorriones. Me gustan. Las palomas se contonean, sin gracilidad alguna,
Siento la lluvia. Despacio. A veces golpea con más intensidad. Hoy. Los sonidos ásperos elevan palabras sin sentido, hacia nadie, y sin embargo provocan lo innecesario. Aún no sé porqué.
Los árboles se convierten al amarillo, esa religión oficial tan extendida en los otoños cálidos. Suelo mirar con fijeza buscando un cromatismo negado a la mayoría no sé muy bien porqué. Sí, ¿pero qué importancia tiene? El agua no deja ser. El miedo más bien. El miedo al agua. Regueros de agua de lluvia por doquier. Hoy es ayer. Mañana no fue.
Llueve otra vez. Estoy oyendo cantar jazz.

22/11/11

Nada

Y si sólo fuésemos reflejos, tenues luces de la nada moviéndose en un cristal que no es sino la vida misma? ¿ Y si sólo fuésemos la simple ilusión de una falacia creada por nosotros mismos para contentarnos con nada? ¿Y si simplemente fuésemos nada?

16/11/11

Era

Paul Delvaux. Homenaje a Jules Verne


Venía de un lugar donde nunca había nadie. Buscando o buscándose; tropezando con cada una de las personas que se cruzaba, sin comprender que, para llegar o encontrar, no es necesario tropezar siempre.

Tenía esa mirada de las personas que vienen para quedarse, de las que si pasan de largo, a tu lado, te gustaría, al mirar en sus ojos, que se quedasen, aun sólo un instante.

9/11/11

Murmullo

¿Conoces la sensación en la piel cuando acaricias las espigas en los ocres campos de trigo, al amanecer? Así es la vida si sabes vivirla. Esa debería ser la necesidad, pero se mira y de ahí la falta. Y nada es ausencia si quieres, y sin embargo alargada. Siempre te necesitas a ti. La luz no es un problema. ¿O sí? Podría decirte tanto. Podría decir, juégame, sólo si quieres, Al final sólo quedará el murmullo de las palabras. La ingenuidad la mataron hace tiempo y yace en el barro, en el cenagal del campo de batalla en que convertimos nuestros días. Sólo hay calles, ahora. Grises adoquines. Quizá solo te necesites a ti. El problema es que por más que te lo diga, ni aunque gritase, no lo sabrás, no te darás cuenta.
¿Has visto caer una pluma? Tan extremadamente suave, tan sutilmente delicado, y sin embargo, sin una ráfaga de aire no es nada, apenas nada, una pluma apenas sobre una calle gris, adoquinada y desierta. Tan solo un detalle, un murmullo apagado, un punto y aparte. Nada.

25/10/11

Caos

Quizá necesitásemos una concepción más imaginativa de la realidad, percibida o no, tal vez incoherente, fuera de toda lógica. Quizá si imaginásemos el caos y lo hiciésemos como algo hermoso, inmenso y creativo, podríamos tener una oportunidad, pero me temo lo peor. Creo que faltan procesos imaginativos, y pasión y dulzura. Sobra comercio. Necesitamos, sin duda, esa concepción imaginativa de la realidad, y la necesitamos ya, porque somos incapaces de oler. La mística ha muerto y la lírica está a punto de desaparecer. A veces oígo música, un contrabajo lejano y un violín y una extraña paz me inunda. Es un Requiem. Tal vez sea necesaria, también, la muerte del Hombre, y volver al caos primigenio. Tal vez.

19/10/11

Todo es agua

Todo es agua. No hay certezas donde asirnos. Después de tanta lucha nos preguntamos, ¿y ahora qué? Miramos un poco más allá de nosotros y todo es ilusorio. Hasta el amor se ha convertido en algo líquido. Huimos ante el menor compromiso; ante la más mínima dificultad como ratas abandonamos el barco; huimos de la responsabilidad, de cualquier vínculo afectivo. Y lo peor, lo peor es que no encontramos asidero donde agarrarnos en un mundo cada día más cambiante e imprevisible. Hemos convertido todo en comercio. Los sentimientos también, las relaciones, todo. Vivimos en el miedo, anclados en el miedo, rodeados de miedo. Tenemos miedo al miedo. Agua. Todo es agua.

25/9/11

Soñar tus ojos




Buscaré el aire a tu lado y sonreiré dibujos cuando lo encuentre, que te daré, tan solo, por haber mirado. Escucharé tus manos como las mueves, y seguiré tus pasos. Es un descanso soñar tus ojos, oír tu pelo, sentir tu tacto, olerte lento, ser contigo cuando caminas...
La lluvia regala espacios de seda azul, como a intervalos. Gotas de agua que se deslizan, ríos de apagadas lágrimas, tan solo pasos.
Quizás...
Y no sé y no acierto y pienso que...
Y a veces siento. Y quiero decirte eso que siento, pero no sé hacerlo. Yo soy pequeño, soy sólo un niño que ríe y llora, un hombre solo y sólo un hombre con sólo un alma, que ríe y llora y a veces canta. Sólo conozco el sonido de las palabras entre la lluvia cuando me moja, cómo me acogen.
Dame la mano y dime si esas lágrimas riegan tus ojos. Mira en mi alma.
Es un descanso soñar tus ojos. Te he visto dentro, créeme, y es ahí donde quiero soñar despierto. Quizá sea mucho, quizás no tanto. Soy solo un niño, tú ya lo sabes.

19/9/11

Derroteros lúdicos

Aeropuerto. Sebastián Garretón





Sólo hacen falta cincuentas días para vender el alma. ¿Tenemos? Mejor no preguntar. Treinta monedas de oro a cambio. Final. Sol, Luna, estrellas, montañas, mares. ¿Quién somos? Nadie. ¿Qué somos? Nada. Espectros. Animales. Farsa. Mentira. ¿Sentimientos? Recursos. La India. Australia. Miradas. Oscuridad. ¿Dónde? No hay lugar. Vacío. Vivo. Miento. No miento. Me lo creo. Utilizo. Las personas son juguetes. Necesidades. Uso. Tiro. ¿Reciclo? ¿Dejarse llevar o dejarse ir? Sombras. Imágenes distorsionadas. ¿Inteligencia o astucia? Respiro. Vivo. Me ahogo. Soy. ¿Qué? Almas vacías, secas, mustias. Corazones podridos. Negación de la realidad. Listen to mi now. Lo real y su opuesto. Soledad. Miedo. Incapacidad. Conciencia. En la cuneta. Caminar a trompicones. Avanzar y retroceder aún más. Mejor mentirnos. Miedo a la verdad. Cierro los ojos. Cierro la mente. No quiero ver. No quiero leer. No quiero saber. Tiempo. ¿Sencillez o simpleza? La simpleza: superficialidad camuflada. Inutilidad. Me conformo. La realidad es demasiado fuerte. Incapacidad. Aún más. ¿Arrastrarse o andar? Reptar. Serpientes. Ponzoña. La estabilidad de la medianía. Burdos cayados. Necesidad de alguien. Cualquiera. Lo desechado. Lo inútil. Cincuenta días para vender el alma. Judas vendió al maestro. Final. Ahorcado en un olivo. El beso de Judas. Ese es mi maestro. Muerte. Resurrección. El otro. Suena la música. Verdad. Risas y risas. Las oigo a mis espaldas. Maldad. La hiena ríe mejor. Música. Chingón. México. La voz que eleva el alma. El silencio, la música de Dios. Soledad sin miedo. Solo en soledad. Yo. Soledad en compañía. Solo sin mi yo. Miedo. Pavor. El poder de las sombras. ¿Quién soy yo? Barreras. Cadenas. Engaños. Is there any body out there? Desconfianza. Acusaciones. Tergiversaciones. Ocultaciones. ¿Eres tú o soy yo? ¿Somos? La mentira como arma. El fin justifica los medios. Maquiavelo redivivo. El amor. Utilización. Cincuenta días para vender el alma. Espero un poco. Dejo un espacio, bebo absenta. Mejor. Disipo. Espero y escucho… Ya. Puedo seguir. O creo. Lo intento. Sigo. La pérdida de la sombra. ¿Quién entiende? Cristales rotos. Paredes blancas, manchadas. Lirios pisoteados. La pureza mancillada. Muertos en vida que crecen. Muertos en vida que se arrastran. Personas que son. Unos son. Otros han vuelto a ser. Bastones de apoyo. Vacía necesidad. Apariencias que engañan. Sabemos. Arañar el barniz y no encontrar sino vacío. No ver. No quiero. Sobrevivir. Negación de la evidencia. Renquera vital. Miedo atroz. Fantasmas que mienten y se mienten. ¡El poder de la palabra…! Confusión. Quiénes fuimos y quiénes somos y quién pudimos ser. Hello, hello, hola. ¿Quién es? Copiar. Burdamente copiar. Copiar al que copia. No hay originalidad. Caricatura. Sólo hay mediocridad. Conceptos. Realidad e irrealidad. Caravaggio. Luces y sombras. Sombras para realzar. Incapacidad. ¿Y ante eso qué? Dejarse ir. Vivo. Miento. Muero. Vendo. Utilizo. Piso. Cincuenta días para vender el alma. Treinta monedas de oro. Menos aún. Un muerto. Dos. Tres. Nadie. Vino. Una botella. Dos. Dios.

8/9/11

La oscura estupidez de una manzana. IV

Mujer manzana. Carlos Killian




Hoy he tenido que ir a comer con ella a un restaurante. Estaba cansado de sándwiches y cosas similares. Lo justifiqué con habilidad, pero todo tiene un límite y las explicaciones peregrinas comenzaban a crear un mal mirar que me hacían temer lo peor. El hecho de comer así, y esas porquerías, evitaba el tener que mirarla, el tenerla de frente, con todo lo que ello trae aparejado para mi salud mental, visual y estomacal. Lo lamentable era tener que oír el rumiar constante de zanahorias y algunas yerbas, amén de galletitas y cosas por el estilo –cosas de vegetarianos y su mundo-. Hoy, al insinuar que quería comer en un sitio decente, se ha puesto delante y me ha mirado de una forma excesivamente extraña, al tiempo que parecía retarme a que dijese que no. Y si ya de por sí me da miedo, esta vez me ha puesto los pelos como escarpias, al aproximarse y casi rozarme con sus globos oculares, incrustándome su olor corporal unido al de esa infame colonia que usa, y ese aliento aterrador que surge, sin duda, de lo más profundo del Averno, de sus cloacas estomacales, de sus intestinos, habitados por Dios sabe qué tipo de seres infectos, qué clase de bacterias o algas, gérmenes venidos de este y otros mundos.
Terror, eso es lo que he sentido, y balbuceando le he dicho que de acuerdo, o algo parecido.
Al final se decidió por un restaurante de comida típica, el Olde Hansa, en el número 1 de la calle Vana Turf. Estaba cerca, gracias a Dios. Temía el tener que andar mucho tiempo a su lado y soportar la mirada de asombro y terror, al tiempo, de los habitantes del lugar, hacia ella, cuando se cruzan con nosotros. Y son, miles y miles, tal vez cienmiles, más los extranjeros, que los hay y son legión. Y ese andar extraño, junto al sonido de sus pasos, que parece que golpea con todo el pie, con toda la planta del pie, provocando un sonido áspero, sordo, desagradable; y el balanceo de su cuerpo, bajo el manto de esta pertinaz lluvia que me acompaña como un ataúd, y ella mi sudario.
Desde que comenzamos esta andadura, que se me está haciendo eterna, tengo una sensación como de muerte en vida, como si viviese en una ciénaga y un ser extraño, pútrido y estúpido, me vigilara de cerca con oscuras y aviesas intenciones.
Nos trajeron la carta, y tardaron, y nos habían visto llegar y sentarnos, pero… es comprensible. Hube de insistir en que se acercaran (tal es el grado de rechazo y temor que provoca). En la separata de bebidas había kefir. Lo pidió para cenar, como bebida de acompañamiento. Me sorprendí, al igual que la camarera, ataviada a la moda medieval. Me reí, o sonreí más bien, y tímidamente. Ella se volvió hacia mí e hizo un comentario impertinente hacia mí y mis costumbres, añadiendo que ya lo había encontrado en otras cartas de otros restaurantes como bebida de acompañamiento, y que era de uso común, que está en la carta y que se puede beber con cualquier cosa. Yo le digo que en ella también está el espresso y el mojito, y que por qué no pide uno para los entrantes y el otro para el principal. Su mirada es hosca y muestra desprecio. Tú nunca has… La interrumpo y le digo que lo deje, que no importa, que está bien así si así lo considera, pues no sé dónde me puede llevar eso y con qué consecuencias. Y lo temo, y mucho.
Lo probó al servírselo. Puso cara de disgusto, o de asco más bien. Yo pensé para mí que era lo normal, pero preferí callar. Le echó sal y pimienta mi entras yo miraba hacia la ventana buscando algo o alguien, pero nada ni nadie pasó. Observé, con el rabillo del ojo, pues no quería que se sintiese observada, el proceso. Bebió, y antes de cada trago salpimentó el kefir. Acabó con el vaso. Le pregunté si no era para la comida. Su mirada fue de profundo desprecio, con toques de asesina múltiple. Trajeron la comida y decidí fijar mi mirada en mi plato. Sacó su cámara e hizo una foto al suyo.
Toda la noche la he pasado vomitando. He sentido el ruido de pasos cerca, pero no he visto a nadie. Hay un geco apostado en el alfeizar de la ventana. Creo que mira la manzana verde que hay sobre su mesilla.

30/8/11

Hambre



"Es noble intentar lo imposible". Borges.

Lo lamentable es que casi nadie hacemos, tan siquiera, lo posible.

27/8/11

La oscura estupidez de una manzana. III

Simpsons y Magritt. Matt Groening


Ayer no había papel en el aseo, nuevamente, repetición constante de un acontecimiento que no por ser habitual deja de sorprenderme. Comienzo a preocuparme seriamente. Seriamente. Lo reponen a diario, dos rollos. Lo sé porque inquirí ante su ausencia. Le pregunté a ella, también, a pesar del malestar de estómago que me produce ver sus dientes y sentir su pútrido aliento, pero sólo me sonríe con esa sonrisa sin sentido, meliflua, que sólo Dios o el Diablo sabrán lo que quiere decir, y esa mirada perdida y retorcida al tiempo.
La noche pasada me quedé despierto para averiguar qué hace con él, pero debí dormirme en algún momento pues esta mañana no había -papel me refiero-. Tal vez se levante en sueños, o despierta, no sé, y se enrolle con él cual momia egipcia; tal vez se lo coma, tal vez… No quiero pensar lo peor. Lo dejaré ahí. Me preocupa seriamente.
Hoy, mientras miraba el tiempo en el ordenador, he notado una presencia detrás de mí, y como una leve, fría y continua corriente de aire en mi brazo derecho. Tenía miedo, pavor más bien, y temía girarme. Pero… al final la curiosidad, o ese impulso que nos lleva a hacer cosas que no queremos o la morbosidad o vaya usted a saber qué, me hizo girar la cabeza tras esos minutos eternos de vacilación, o segundos quizá, momento en el que ella puso la suya en paralelo a la mía al tiempo que introducía su mirada en la pantalla utilizando sus ojos de sapo, tanto que casi la roza con ellos, dándome un susto de muerte.
Es un ser extraño. Tal vez ni sea de este mundo. Por ventura ni un ser siquiera. Quizá una pesadilla, una de mis peores pesadillas. Acaso mi karma, si creyese en él, quién sabe, pero no creo, por tanto...

21/8/11

La oscura estupidez de una manzana. II

Fernanda Pringles. "Mujer de bombín"




Sigo pensando qué hacer y cómo hacerlo.
Una fugaz aparición suya desvía mis pensamientos y me distrae en algo que le cuelga del mentón, una incipiente papada a modo de cresta desprendida, resbalada por la cara pintada de rojo, y enganchada a la mandíbula, pequeñísima; agarrada, moviéndose al compás de la música que el masticar compone en una especie de tenebroso vals, lleno de chasquidos (apenas perceptibles), guturalidades constantes cuando es ausente, con los saltones ojos clavados en el brócoli, y un cuchillo en una mano -que nunca deja- y el tenedor en la otra, mientras está masticando. En la cama (yo pegado a una esquina de la mía, la más alejada de su cuerpo -presto para cualquier eventualidad-), mientras Morfeo trata de huir de ella, pequeños chillidos surgen de sus adentros, como un ratoncillo afligido o como una rata famélica que hubiese obtenido algún placer largo tiempo anhelado; y esas respiraciones, que incitan a uno mismo a dejar de hacerlo.
Dios, no puedo más. Y sin embargo aquí me hallo, sin poder salir, o sin saber cómo.
Y clavo la vista de nuevo, en esta sala de espera, mientras el tiempo pasa con una cerveza en la mano y el tren no llega, buscando en un panel que anuncia líneas que no puedo coger, a Amsterdamas, a Bremenas, Londonas, Minskas, Paryžas, Kaliningradas… Todo recogido en la Tarptautiniai maršrutai. Qué extraño lenguaje el de estos paises que recorro despacio.
Y para qué, me digo, si los lagartos acechan detrás de las paredes, con una constancia aterradora, implacables. Seguros de su poder, seguros del tiempo y de su inevitabilidad.
Trata de ahogarme en la putridez. Tal vez busque mi desfallecimiento, que baje la guardia, que me abandone a lo inevitable.



Tras ir al baño, éste se ha convertido en un vertedero. Miles de pelos enroscados, sinuosos, se esparcen por el suelo, por las paredes de la ducha, del lavabo, de un inodoro nunca bajado, donde a veces deja un pequeño regalo, redondo, amarronado, que algún significado tendrá pero que no acierto a dar con él y sólo puedo quedarme con el detalle, lamentable detalle, por otra parte, de lo que es, restos de su defecación para el que detrás venga, que sólo soy yo; y forman, también, los pelos, una pequeña colina en el sumidero de la ducha. Pelos cortos, anaranjados.
El agua moja casi todo el suelo, encharcado. Hay que entrar con botas katiuskas.
Cuando sale, si no se ha secado el pelo con secador, lo hace peinada, o repeinada más bien. Una obra de imaginería. La Roldana se sentiría orgullosa si su discípula fuera. Una raya en medio le parte la cabeza en dos (figuradamente), hasta donde debió estar la fontanela y que probablemente se le cerró antes de tiempo, pues es imposible que haya alguien tan lerdo, tan estúpido e idiota, con un cerebro formado con normalidad. A partir de ahí el pelo cae hacia delante para formar un flequillo que tapa la frente, aunque siempre he pensado que esta es ausente, pero debe haberla, aun mínima. ¿Cómo será? ¿Qué habrá en ella? Cae, el pelo, sobre la figurada frente, en mechoncillos diminutos, en hileras con espacios entre ellas. Mil son, ni uno menos. El resto hacia los lados, en mechones extraños cogidos con una pinza en los laterales, en tonos naranja oscuro y algo reflectante. Previamente se ha vaciado un bote de espuma para poder hacer algo así y que con el tiempo el efecto siga. ¿Las razones? Oscuras, sin duda, siniestras.
He renunciado a mis queridas palabras tratando de mantenerme cuerdo, pero dudo de mi cordura ya. Y es que es de locos seguir hablando y no buscar el fin rápido. Las plantas, los árboles, dijo un día con cara de sentar cátedra, no son seres vivos. Y se quedó tan pancha. No sufren, porque no tienen sistema nervioso, ni sangran, porque no tienen sangre. Inmóvil el rictus, indiferente al resto de las expresiones en el resto de los presentes. Inmune a las palabras, las de los demás, a los razonamientos, a las demostraciones, a la ciencia, al saber, a la lógica.
Decía, afirmaba, dogmatizaba, que ella como buena vegetariana, budista/hinduista, mezcla o engrudo de no se sabe muy bien qué, no comía seres vivos, ni a los que se les había hecho morir (que tiene su lógica tras la primera afirmación). Recalcaba que sólo, entre otras cosas por eso, comía plantas. Un plátano no está vivo. ¿Y cuando lo arrancas del árbol? Me atreví a contestarle. Tampoco. Fue rotunda. Y no sufre, apostilló. Claro, si no está vivo, pensé para mí.
Me veía en ese piélago de absurdez, hablando con alguien como ella sobre algo como eso, sabiendo hacia donde me llevaría o me podría llevar. Y sin embargo seguía. Había algo que me impulsaba a seguir. ¿Y si las plantas no son seres vivos, qué son? Me atreví a preguntar. Un silencio se hizo ante mi gigantesca cerveza. No sufren, respondió al rato. Casi me ahogo con el trago que estaba bebiendo. Cuando me repuse la incité, ¿Son minerales entonces? El silencio se hizo de nuevo. Yo he leído… Hay un escrito de un médico vegetariano… Deberías hacer una nueva taxonomía, le dije interrumpiéndola, pero no me oía. Nunca me oye, jamás escucha. Decía…



He renunciado a todo y sin embargo me siento ausente. Los alacranes son augures siniestros, la suciedad me invade y ya no veo con claridad.
Juro por Dios que es verdad, y sin embargo no sé, ya, dónde radica la verdad. Hacia dónde voy no lo sé. Y espero salir, pero las fuerzas son cada vez menos y no sé, realmente, ni quién soy.
Tallín ya no es lo que era. Siniestra ventura su llegada.





17/8/11

La oscura estupidez de una manzana. I

La manzana. Rene Magritte




Y juro por Dios que es verdad.
Me encontraba debajo del alero de un tejado, en la hermosa Tallín, resguardado de la lluvia, con ella detrás, en el silencio grato que provocan las gotas entre el gris plomizo, sumida la mirada en la belleza estática del juego de volúmenes que la geometría de los techos de la ciudad y sus torres provoca, cuando, de repente, como por ensalmo, aparece ella (otra ella, es evidente, salvo que no esté cuerdo), por delante, con un hombre al lado, de pelo blanco y corto, y perilla, blanca también. Enfundada en un chubasquero, dejando al aire su extraña cara de mil picos, con su gesto agrio; con sus ojos saltones, caídos, rodeados de mil rayas gigantes como cañones del colorado; con sus pegotes de colorete rojo teja sobre los pómulos blancos, como aquellas muñecas antiguas o como esas viejas, blancas, pajizas, antiguas también, casi muertas o céreas; con su pequeñísima boca de bordes caídos, a juego con los ojos y sus rayas, y que esconden unos dientes semiverdosos; y con unas guedejas encuadrando ese extraño óvalo, o lo que sea, que surgen de debajo de la capucha que la resguarda; uedejas de color teja, también (tal vez en productos naturales, como la otra –hena-). Viste una especie de pantalones pirata que dejan ver los huesudos tobillos. Anda como a descompás, con cierto vencimiento a la izquierda. Una ligera cojera que no lo es, y como golpeando con toda la planta al pisar, quizá debido a la curvatura del cuerpo, con un ligero abombamiento de la espalda, a la altura de los omoplatos, hacia atrás, en tanto que los hombros están como disparados hacia delante. Tal vez sea ese desastre lo que provoque el extraño balanceo lateral y su cuasi renquera. No lo sé a ciencia cierta, pues no soy anatomista, ni experto en andares, ni traumatólogo, ni… no sé. Pero que así es es algo que a la vista salta como un sapo a destiempo en días de calor.
Me mira y la mira. Le sonríe, deduzco, porque conozco bien esa mueca que no es sonrisa pero sí, aunque no. Extraña, asaz extraña. Él me mira tras verla a ella, la de detrás de mí. Me sonríe con tristeza y sigue.
Me giro hacia ella, la que me acompaña, y está ahí. No es un salto en el tiempo. No he envejecido quince años, aunque ella es la otra ya. Pero yo no. Ella sí. Tal vez haya sido así durante toda su eternidad. Tal vez nació así ya. Tal vez sea una premonición, un aviso de algo o de alguien. Algo como corre cuanto puedas. No me lo puedo creer. es aterrador, una pesadilla, un juego macabro de mi mente.

10/7/11

En Xanadu, Kubla Khan

Ilustración del Libro de las Maravillas de Marco Polo



La trama del pensamiento es especial, y es curioso cómo funciona el subconsciente (también el consciente, pero...). El azar y las conexiones, las casualidades, todas esas cosas que pasan. En un breve periodo de tiempo, por determinadas circunstancias aparecen en mi vida, o reaparecen, Marco Polo, Venecia, Mongolia, Borges, la montaña, la espeleología, confluyendo todo en el poema incompleto de Coleridge.
Siempre me gustó lo que escribió Borges sobre él, casi más que el poema mismo. Dice Borges:
"
Un emperador mogol, en el siglo XIII, sueña un palacio y lo edifica conforme a la visión; en el siglo XVIII, un poeta inglés que no pudo saber que esa fábrica se derivó de un sueño, sueña un poema sobre el palacio. Confrontadas con esta simetría, que trabaja con almas de hombres que duermen y abarca continentes y siglos, nada o muy poco son, me parece, las levitaciones, resurrecciones y apariciones de los libros piadosos.
¿Qué explicación preferiremos? Quienes de antemano rechazan lo sobrenatural (yo trato, siempre, de pertenecer, a ese gremio) juzgarán que la historia de los dos sueños es una coincidencia, un dibujo trazado por el azar, como las formas de leones o de caballos que a veces configuran las nubes. Otros argüirán que el poeta supo de algún modo que el emperador había soñado el palacio y dijo haber soñado el poema para crear una espléndida ficción que asimismo paliara o justificara lo truncado y rapsódico de los versos. Esta conjetura es verosímil, pero nos obliga a postular, arbitrariamente, un texto no identificado por los sinólogos en el que Coleridge pudo leer, antes de 1816, el sueño de Kubla. Más encantadoras son las hipótesis que trascienden lo racional. Por ejemplo, cabe suponer que el alma del emperador, destruido el palacio, penetró en el alma de Coleridge, para que éste lo reconstruyera en palabras, más duraderas que los mármoles y metales.

El primer sueño agregó a la realidad un palacio; el segundo, que se produjo cinco siglos después, un poema (o principio de poema) sugerido por el palacio; la similitud de los sueños deja entrever un plan; el período enorme revela un ejecutor sobrehumano. Indagar el propósito de ese inmortal o de ese longevo sería, tal vez, no menos atrevido que inútil, pero es lícito sospechar que no lo ha logrado. En 1691, el P. Gerbillon, de la Compañía de Jesús, comprobó que del palacio de Kublai Khan sólo quedaban ruinas; del poema nos consta que apenas se rescataron cincuenta versos. Tales hechos permiten conjeturar que la serie de sueños y de trabajos no ha tocado a su fin. Al primer soñador le fue deparada en la noche la visión del palacio y lo construyó; al segundo, que no supo del sueño del anterior, el poema sobre el palacio. Si no marra el esquema, alguien, en una noche de la que nos apartan los siglos, soñará el mismo sueño y no sospechará que otros lo soñaron y le dará la forma de un mármol o de una música. Quizá la serie de los sueños no tenga fin, quizá la clave esté en el último."


Y aquí el poema de Coleridge:


En Xanadú, Kubla Khan
mandó que levantaran su cúpula señera:
allí donde discurre Alfa, el río sagrado,
por cavernas que nunca ha sondeado el hombre,
hacia una mar que el sol no alcanza nunca.
Dos veces cinco millas de tierra muy feraz
ciñeron de altas torres y murallas:
y había allí jardines con brillo de arroyuelos,
donde, abundoso, el árbol de incienso florecía,
y bosques viejos como las colinas
cercando los rincones de verde soleado.
¡Oh sima de misterio, que se abría
bajo la verde loma, cruzando entre los cedros!
Era un lugar salvaje, tan sacro y hechizado
como el que frecuentara, bajo menguante luna,
una mujer, gimiendo de amor por un espíritu.
Y del abismo hirviente y con fragores
sin fin, cual si la tierra jadeara,
hízose que brotara un agua caudalosa,
entre cuyo manar veloz e intermitente
se enlazaban fragmentos enormes, a manera
de granizo o de mieses que el trillador separa:
y en medio de las rocas danzantes, para siempre,
lanzóse el sacro río.
Cinco millas de sierpe, como en un laberinto,
siguió el sagrado río por valles y collados,
hacia aquellas cavernas que no ha medido el hombre,
y hundióse con fragor en una mar sin vida:
y en medio del estruendo, oyó Kubla, lejanas,
las voces de otros tiempos, augurio de la guerra.
La sombra de la cúpula deliciosa flotaba
encima de las ondas,
y allí se oía aquel rumor mezclado
del agua y las cavernas.
¡Oh, singular, maravillosa fábrica:
sobre heladas cavernas la cúpula de sol!
Un día, en mis ensueños,
una joven con un salterio aparecía
llegaba de Abisinia esa doncella
y pulsaba el salterio;
cantando las montañas de Aboré.
Si revivir lograra en mis entrañas
su música y su canto,
tal fuera mi delicia,
que con la melodía potente y sostenida
alzaría en el aire aquella cúpula,
la cúpula de sol y las cuevas de hielo.
Y cuantos me escucharan las verían
y todos clamarían: «¡Deteneos!
¡Ved sus ojos de llama y su cabello loco!
Tres círculos trazados en torno suyo
y los ojos cerrad con miedo sacro,
pues se nutrió con néctar de las flores
y la leche probó del Paraíso
.

29/6/11

Caminando

David Alfaro Siqueiros. "Caminantes".



A veces, cuando camino, siento el suelo bajo mis pies, cómo se mueve, y noto el viento en mi rostro, cómo golpea, y sigo. Jamás me siento, aun con llagas, y siento.
Leí una noche, en un aseo, dos mensajes, o peticiones, no lo sé. Decía el primero:
Chica soltera y de aspecto agradable busca el último reducto de inteligencia masculina en el planeta Tierra. Abstenerse casados y casuales”. Me dio mucho que pensar. ¿Qué pasa en los otros planetas? ¿A ese nivel hemos llegado ya? ¿Por qué en un aseo para mujeres?
El segundo de los mensajes, escrito inmediatamente debajo del anterior, decía: “Busco hombre, buena gente, inteligente y con inquebrantable sentido del humor. El resto es negociable. Abstenerse casados y casuales”.
Ya no pensé. Me lavé las manos y me fui, porque, en la vida, el activo más valioso es el tiempo.
La vida no se elige, se vive.

13/6/11

La sustancia de la vida

Fez. Fotografía propia

Hay momentos, instantes tan sólo, en que la sustancia de la vida se adentra de forma tal, que se hace tangible, que te empapa, que te ahoga. Hay lugares donde esa sustancia puede, incluso, corporeizarse. Esa bruma entre verdes que apenas moja, que acaricia suave, y un cartel que decía, en otro idioma: Precaución, este es un paso de hadas. Me quedé sentado allí, esperando toda la tarde, pero no pasaron, o no las vi; aunque sentí, eso sí, algo que no sé muy bien que era.
Ese instante fue así. Y hubo otros, pocos bien es cierto, pero intensos, absolutos; siempre antes.
¿Alguna vez has sentido algo así como si se detuviese el tiempo, como si toda trascendencia dejara de serlo, como si todo transcurriese con una lentitud eterna, como si pudieses escuchar la caída de una hoja de árbol, aun tan leve, como si pudieses paladear, casi, el tiempo? Hay días, contados, momentos en la vida que, por determinadas circunstancias, las sensaciones se exacerban hasta límites inverosímiles, donde sentimos de una forma que apenas logramos comprender, menos, aún, expresar, y, desde luego, jamás asir. Algo así como esos momentos de verano, tal vez en la juventud, seguro en la infancia, tumbado bajo la sombra de los chopos, en los juncales, a la vera del río que habla, apenas, que sólo murmura. Sumido en el intenso sonido del calor de la siesta, tan delicado que ni los pájaros osan romper su encanto. Oyendo el leve temblor del aire cuando una rana salta al agua. Y las cigarras… En la atmósfera densa del aire cálido, adormecido en las partículas suspendidas en un suspiro, quieto, casi perdido. Y la imagen de aquella niña, morena, de ojos negros y piernas eternas en pantalones cortos, azules. Y su sonrisa…
El tiempo lento, detenido…
Algo así debe ser estar enamorado, o así lo entiendo.

2/6/11

La inmensidad plana. El país de los holandeses

Amsterdam. Fotografía propia.

Hileras de chopos acompañan los canales que cuadriculan los campos verdes, de pasto, moteados de ovejas y, a veces, vacas, y en cada cuadrícula una pequeña granja de ladrillo. La inmensidad plana. Diría, si no lo supiese y supiese a ciencia cierta que observo desde la ventanilla de un tren, que estoy ante un cuadrote Brueghel. Es ese paisaje holandés tan visto en él y que se repite ahora ante mis ojos. La inmensidad plana de Ámsterdam a Maastricht.
Es un país ordenado, salvo Ámsterdam, la rareza, y aun así, ésta, con orden dentro del desorden (quizás ahí radique el encanto. Todo es bajo, lineal, recto, absolutamente armónico. Casas, campos, cielos, canales, personas.
Y sus fisonomías parecen que se han estancado en el tiempo. Son los retratos de Hal, de los Primitivos Flamencos, de Rembrandt. Su carácter se encuentra en las caras de los descendientes. Una espada en una mano y una jarra en la otra. Un alto para celebrar, para la risa. Rostros reservados, pelo rubio, lacio; ojos alegres, claros; sonrisa franca. Son altos, rápidos, amables, calvinistas reformados, holandeses de hoy, y de siempre.
Es un país encantador, mezclado, ávido de lo de fuera, deseoso de experiencias. La inmigración le ha dado ese toque que lo distingue y ellos lo han tomado y apreciado. Lo usan, aun sin entrar en su profundidad.
Son como su arquitectura, de grandes ventanas, abiertas a la vista del exterior, buscando el sol, buscando la luz, queriendo mostrarse y mostrar. Moral calvinista.
Verde. Holanda es verde. Y agua. Holanda fluye por canales. Holanda es verde y agua. Y bicicletas, claro; es un país hecho para ellas.
Hay una paloma en el andén, en Vatrek, mientras espero que arranque de nuevo, con esa forma tan peculiar que tienen de moverse, buscando restos.
Los tópicos y los típicos también están, se ven, pero son otra cosa, y para qué aquí si…

21/5/11

Los tiempos están cambiando

¿No es un buen momento para esta “vieja” canción de Bob Dylan?:

Los tiempos están cambiando
Venga la gente de alrededor, reúnanse, dondequiera que estén,
y admitan que las aguas han crecido a su alrededor
y acepten que pronto estarán calados hasta los huesos,
si creen que su tiempo es digno de salvarse,
será mejor que comiencen a nadar o se hundirán como piedras
porque los tiempos están cambiando.
Vengan escritores y críticos que profetizan con su pluma
y mantengan los ojos bien abiertos, la ocasión no vendrá de nuevo,
y no hablen demasiado pronto pues la rueda todavía está en giro
y no ha nombrado quién es el elegido
porque el ahora perdedor será más tarde el ganador
porque los tiempos están cambiando.
Vengan senadores, congresistas por favor, oigan la llamada
y no se queden en el umbral, no bloqueen la entrada,
porque resultará herido el que se haya opuesto,
hay en el exterior una batalla furibunda,
pronto golpeará su ventanas y crujirán sus muros
porque los tiempos están cambiando.
Vengan padres y madres de alrededor de la tierra
y no critiquen lo que no pueden entender,
sus hijos e hijas están fuera de su control,
su viejo camino envejece rápidamente,
por favor, dejen paso al nuevo si no pueden echar una mano
porque los tiempos están cambiando.
La línea está trazada y marcado el destino
los lentos de ahora, serán rápidos más tarde
como lo ahora presente más tarde será pasado,
el orden se desvanece rápidamente
y el ahora primero más tarde será el último
porque los tiempos están cambiando.


Me gusta esta versión de la canción:
http://youtu.be/YcOY-C76mbU

16/5/11

Naturaleza muerta

Pieter Claesz. "Naturaleza muerta"

Una mosca está posada sobre el cristal de la ventana; se limpia las alas con las patas traseras, ajena al mundo -al mío-, impidiéndome ver parte del follaje de un árbol de la calle (mera cuestión de perspectiva). Mira en el plano del cristal. No sé qué mira con esos ojos tan alejados de los míos. Es un mundo extraño el de las moscas. El de las hormigas no me lo parece tanto; muy organizadas, con cierto parecido a éste donde habito, pero el de las moscas... asaz extraño.
Pela la naranja como si de un acto místico se tratara, como si formase parte de la liturgia religiosa de una secta minoritaria, recién escindida, perseguida. Levanta la mirada de vez en vez, para evitar ser sorprendida en ese amoroso acto previo a la comunión. Chupa con fruición un gajo.
Hace viento fuera. Ligeramente fuerte. No molesta. Suaviza, por otra parte, el sol que quema. Me gusta la primavera de esta tierra, me recuerda los finales de agosto de la Provenza, aunque falta el sonido de las cigarras. El azul del cielo es intenso. El aire huele distinto, denso. Matices de un olor espeso. Apenas el sonido de algún ave, de apenas coches, casi todo es silencio, sólo mirada.
Un llavero escueto sobre la mesa, de metal, sencillo, que encierra llaves. Casi perfecto. Plano. Cuatro lados que delimitan una calavera fumando, sobre fondo negro. Ese van Gogh de aprendizaje, uno de sus humores. Abruma la sencillez del metal gris, sus precisas formas. El pequeño cable de trenzados hilos de acero que une los agujeros de las llaves. Las tenues formas de la simplicidad de la belleza sobre un libro de tapas rojas y pequeñas letras blancas (Ángel Bahamonde. Extraño juego de palabras. Qué curioso es el lenguaje, y divertido si sabemos jugar con él). La mesa verde, casi apagada. Triste. Hay, sobre ella, en la otra esquina, un vaso de plástico, horrible, de un blanco raspado, opaco. Letras rojas, y el logotipo de un sindicato (no podía ser de otra forma. La dilución, en ese aspecto, aún no ha llegado). Un clip en el borde; dos lápices, de color verde, dentro, y un bolígrafo mordido. Un asa tiene, en forma de oreja extraña.
Papeles blancos y letras negras. Un libro en otro idioma, sobre ellos, hace las veces de pisapapeles. La pasta gris. Escuálido, promesa de un vacío interior. Cuatro jóvenes dibujados, dos de cada sexo, en esa tapa. Los de en medio coloreados. Estética de cómic, de cómic depresivo, y deprimente. Guapos, esbeltos, bien vestidos. Idiotas e idiotizados. Recomendado libro de lectura de alguna vaciada asignatura.
La mosca se ha ido, sin duda huyendo de este espacio, de este Centro, buscando la vida en su extraño mundo. Tal vez sea la mejor opción, porque éste no es sino una naturaleza muerta. Y bien muerta, apostillaría.

10/5/11

Zooropa station

Supongo que fui joven alguna vez; y es que, cada vez que me veo en una fotografía -es un tormento el hecho digital- que me hayan hecho, es esa la cuestión que me asalta. Es impúdico, lo sé, casi venéreo, pero ahí está.
No me ocurre lo mismo con el espejo. Es un objeto amigable. No esputa al reflejarme. Me miro cada día, al levantarme, y la imagen reflejada es la misma que la de hace una eternidad, que la de cada día de cada mes, de cada año, de cada vida.
Soy el mismo, y sin embargo...
Es un desasosiego calmo en el que quedo quieto, casi yerto diría, si no fuera porque ando.
No es la arruga lo que me preocupa sino el hecho, aunque más en sí que el hecho mismo; la sorpresa que produce; lo insólito de la instantánea, no el reflejo; y tal vez, pero esto es ya casi un pecado, incluso el solo hecho de mentarlo, las tristezas arracimadas en los surcos, como a oscuras.
Y tras ese tráfago me pregunto, como si estuviese en un deceso, si quien soy es el reflejo de quien he sido y ese reflejo es lo reflejado... ¿quién he sido? ¿Pura deriva existencial?
Pareciera, sin embargo, el pensamiento, si lo hubiese, de un soldado, en el gris campo de batalla, embelesado ante la furia de la nada, ante la ausencia, incluso, de la muerte.
Aunque, en el fondo, he de decirlo, esto no es sino pura pirotecnia verbal, y tal vez sin sentido; y tal vez un homenaje, aunque no sé a qué o a quién, ni por qué. Zooropa.

1/5/11

Ad eternum

Se levantó y se miró al espejo. La misma triste y desangelada imagen de siempre.
No puedo más, gritó en silencio, al tiempo que giraba levemente la cabeza hacia atrás.
Vuelve de una vez, dijo una voz aguda desde el otro lado de la puerta.
Ya voy, le contestó él.
Suspiró. Apagó la luz y volvió sobre sus pasos.

13/4/11

INXS

Era extraño el pensamiento, y raras las sensaciones. Olía a jara o algo parecido (había olvidado ya la esencia de ese olor -demasiado tiempo sin él-)-, mientras yacía allí, sin nada, o eso creía. La fantasía de un herido, el grito de un cobarde, el aullido de un chacal en la noche cierta. Una luciérnaga dibuja soles o sólo lo intenta entre gamas de ausencias. Se levantó. Sintió el graznido en el camino. Miró en todas direcciones. Nunca acaba Pentecostés, pensó, dibujando una sonrisa helada, descompuesta, y agrietada. El aire, acre, suspendido. ¿De qué está hecha la sustancia de los sueños? -se dijo-. Hay promesas que no se alcanzan, sedas...

Miró la caja y quitó la tapa, Siempre el mismo resultado. El tiempo quieto, pesado. Líneas de amarillo, oblicuas. Óvalos encerrados en un espacio rectangular, diminuto y eterno. Gritó en silencio. La cerró. Sacó dos amapolas arrugadas, aplastadas, del bolsillo de la chaqueta que llevaba, y las dejó sobre la tapa. Una gota cayó sobre ellas con un golpe seco, apenas audible. Se levantó y se fue.

No habría más días, sólo el día. Caminó ahíto sobre las piedras, la mirada ida, entre extraños que miran el agotado andar, los desdibujados pasos. Soñó Verona, pero aquello no era sino un Gólgota ansiado, casi pedido, suplicado quizá, temido también. En la tierra donde huele a sangre, y a higos y a... Y es que a veces respirar duele tanto, y por eso... Y es tiempo de auroras. Ya todo es acabado. Ya es tiempo, el tiempo -se dijo-.

3/4/11

Marrakech

Plaza Djema el Fna. Marzo 2011. Fotografía propia.

La prisa mata, escuché en Marrakech hace poco, tras ofrecerme un pequeño presente -el envoltorio natural de los cominos, del que se aprovechan, allí, la cubierta como palillos- con la intención de que volviese a su tienda a comprar algo, cuando le dije que tenía prisa en llegar a Djema. Se tortuga, diría Lao Tse. Mil veces que vuelva a Marrakech y siempre encontraré mil cosas, en esas mil veces, que me sorprenderán. Tal es la capacidad que esa cultura, ese país y esa ciudad en concreto tienen en mí, al margen de la fascinación que, en mí también, ejercen. Es tan inmensa, en el aspecto sensorial, la amplitud de sorprender de esta ciudad que, en momentos, aturde, y puede, en determinados instantes y por determinadas razones, llevar al agobio. No hay ningún espacio que pueda, con un mínimo de sensibilidad, dejar indiferente. Toda la ciudad huele con una intensidad extraordinaria, y lo hace de una manera distinta a nuestra habitualidad. Pero es al introducirnos en los zocos, y sobre todo en los antiguos, o al cruzar el limes del turista, cuando los olores transforman el aire a cada paso, y de qué manera. Cada puerta esconde un hueco y cada hueco es una tienda o un oficio, de mayor o mayor tamaño, y algunos son mínimos. Se trabaja hacia la calle y para la calle. Todo está a la vista, el producto y su realización. Y todo huele, y huele de una forma distinta. Cada paso que se da es un olor distinto que se ve y que se mastica, que se toca. Hay que abrir la boca y degustarlos. Hay que abrir los ojos y observar los olores con la mirada, dejarse envolver por ellos, notar como se adornan en nuestro cuello y se desprenden conforme avanzan los pasos, como pañuelos de tintes africanos. Y los olores se visten de color como en pocos sitios, y el aire es rojo y azul índigo, es amarillo y argenta, y cada aroma tiene mil matices, y deslumbran y brillan y agotan. La vista no para, y gira en cada giro de cada calle, en cada puerta, en cada mirada y en quien la lleva, en los andares, en los gestos y en las palabras que, a veces, las acompañan. En pocas ocasiones se puede uno encontrar con tal gama cromática tantas veces repetida, tan intensa. Es una ciudad viva, de las más vivas que me he encontrado. No llena de gente, que también, sino viva. Una ciudad donde los ritmos vitales acostumbrados deben ser dejados de lado so pena de no saborear los autóctonos con la intensidad que requieren. La prisa mata. Ahí es cierto. Lo malo, o no, es acostumbrarse a la frase. Hay que hacer un esfuerzo para no volverse loco de tanto donde mirar. Es difícil escoger donde posar los ojos. Es la redención de los sentidos, o su condena. No sería extraño caer presa del síndrome de Balzac, aunque en este caso no por el Arte sino por elementos ajenos a él, por los olores, los colores, los gestos, los sonidos... Hay que anclarse a Djema, colocarte en su centro, de día, y dejar vagar la vista, ahora aquí y ahora allá, mientras se siente cómo la llamada a la oración te envuelve desde todas las esquinas, desde todos los minaretes de las mil mezquitas de esta ciudad de ocres, colorista, al tiempo que la complejidad de sonidos suben y bajan, entran y salen al compás de tantas cosas, de los gritos de los vendedores, de las conversaciones de los corros, de la música de la ghaytah, de los tambores, de las lenguas, de las motos y de los coches, de los silbidos de los que conducen bicicletas, que cruzan todos, casi al tiempo, entre las gentes, en un deambular perpetuo de niños y viejos, de mujeres y hombres, de gentes del sur y del norte, de las montañas y del desierto, de la ciudad y del extranjero. Nadar entre el asombro. Sentir la llamada. Quedarte mudo. Escuchar el sonido de Dios entre tanto alboroto. Cabalgar el ruido. Y en la noche mirar las danzas entre los corros, de hombres y de mujeres y de travestidos, escuchar las salmodias de los augures, las historias de los cuentistas, de los predicadores, de los encantadores, de los vendedores, escuchar el sonido del misterio. Cenar rodeado de ellos y con ellos, vestido por el humo, ente los olores tan intensos de la comida... Vivir allí, en ello, con ellos. Hay un sentimiento, en algunos, como de estar perdido (y no son ellos), deambulando sin un ancla, sin un dónde, como con miedo, como si se entrase en un sitio excesivamente conocido y sin embargo extraño, muy extraño, ajeno, que no es tuyo, que no es tuyo pero que ansías, como vivido hace tiempo. Y este sentimiento, este pensamiento vale también, quizás, para la vida de uno, en la mayoría de los tiempos, en el propio mundo, en el que sobrevivir es, incluso, no ya un ejercicio vital sino un esfuerzo. Y un paso más allá está este otro, tan poblado, tan sediento, tan lleno de olores, de sabores, de colores, de movimientos. Todo un regalo para el alma, y para el cuerpo. Marrakech es preciosista, y quizá algo decadente, a su manera. Es África y Oriente. Es, simplemente, Marrakech, un lugar donde perderse y tal vez, si se sabe ir, encontrarse un poco o encontrar simplemente. Y aun lamentándolo cada vez más occidente. De cualquier forma siempre será, por lo que seguiré volviendo, bajando, adentrándome.

29/3/11

Los matices del color

Marrakech. Marzo 2011. Fotografía propia.

Descubrí descuidadas flores, pisadas por el hálito del desdén, ajadas, como la cuarteada piel de una mujer malgastada, jamás soñada, esperando un edén que no llega. Es tan fácil vivir entre las flores que son de plástico. Y tan terrible, sin embargo. Tan falaz como un eterno trago de mescal en el lóbrego patio trasero de un burdel de carretera, entre unas manos cualesquiera, que no acarician. Y ya no hay desconsuelo, sólo letargo. Las lágrimas se agolpan en las cuencas creando mares. Nunca hay ríos de llanto. A veces cae una suave lluvia, de seda, sobre mi cara. Y huele a hierba y a lavanda. Tan sutil es esa mirada que regala tactos de dentro, tan delicada. Hay un ramo de lirios y de azucenas que no marchitan, sobre una losa, fría, y un epitafio breve y sencillo, casi callado, que dice... palabras, sólo palabras.

22/3/11

The catalyst

Ayer encontré un papel arrugado en el suelo. Lo cogí y lo leí. Lo memoricé y lo dejé, con reverencia, otra vez en el suelo, como si fuese el altar y el papel el objeto consagrado. Me fui lento, callado y lento; cabizbajo y pensativo, casi muerto.
Decía:
Me quedo aquí. Siempre quise morir tumbado, rodeado de los míos; sin embargo he de hacerlo solo y de pie, y descalzo. No sé si sirve ni si sirvió de algo, andar así, caminar como un desterrado, o como un franciscano -voces en ambos sentidos saldrán, las unas en susurro, las otras ladrando-. No puedo más, y juro por Dios que soy de esfuerzos titánicos. Necesito enraizarme a la tierra, sentirme anclado. Vivir como un nómada y hacerlo descalzo te deja lacerada el alma ante tanto espanto. Y es que los ríos de la infamia hieden, y Asisi queda tan lejos y yo no soy un fratelli.
No hay efebos sin pústulas. Necesito Tiempo.
Bebí la vida como un cosaco. Y ahora...
Viví las guerras como mis guerras, como la Guerra. Anduve por los yertos campos, entre cuerpos mutilados, fragmentados, casi como un poseso en busca de algo, en busca de mí, en busca de ti, en busca de un hombre. Diógenes moderno, agotado, cansado, muerto.
Me quedo aquí. Hay tantos tonos de verde a mi lado. Hay tanto que mirar, tanto que ver. Sin embargo... se me cierran los párpados.
Hay un francotirador arrodillado, a lo lejos, camuflado, que mira algo en en la línea del horizonte. Hay como un espantajo, que perdió la dignidad en el camino de las sombras, movido a impulsos de un viento helado, clavado a una mirilla, crucificado, en un tiempo que no es tiempo, sin espacio. Pero, ¿ya muerto Caravaggio, qué retiene el tiempo? La dignidad es un pesado fardo, incluso puede que sólo un punto de vista.
Me quedo aquí, de pie. Estoy cansado. En el fulgor del último momento, con la brillantez del sonido, tras la línea dibujada en el espacio por ese objeto metálico.
Una vez leí: “Si el resplandor de mil soles fueran a estallar a la vez en el cielo, eso sería como el esplendor del Todopoderoso. Yo soy poderoso, tiempo de destruir el mundo”.
Sólo lo transcribo, y aun así no sé si es lo que debía hacer en ambos casos. No puedo quitarme esa canción de la cabeza.

14/3/11

Haití. Cuentos Solidarios III -Líneas sin sombra-

Ya ha salido el volumen III de Cuentos Solidarios. Apenas nada, pero para Haití un mundo. O eso espero. Cuando la noticia desaparece de los medios de comunicación desaparecen, también, las ayudas. Por eso insistimos en ese país. Haití ya era uno de los países más pobres del mundo; tras el terremoto... Pero ya no está en los telediarios ni en los periódicos; y ahora está Japón. Haití no existe. ¿Existió?
Todos los beneficios de su venta son para ese país. Espero que sirva de algo.
Empezamos hace tres años y me parece una eternidad. Seguimos.

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12/3/11

Tienes nombre de oasis

Hay quien se ciega, incluso, con el halo de la luna. Levantan la mirada en la noche y sólo ven algo, como gotas de agua, brillantes, suspendidas en un papel de cartón que todo lo cubre, oscuro, un poco más arriba del espacio que habitan y por el que se mueven.
Y a veces, sólo a veces, sale el sol y alarga su sombra. Una más de sus bombillas vitales.
¿Habéis visto el baile de las luciérnagas en la noche?
Sonreí, pero apenas miró, apenas estuvo. El miedo es libre y siempre es de noche. Una noche de cartón plagada de gotas de agua que brillan.
Y sé... Y sé que la venganza del amor sólo es un mar de sargazos, y la del deseo... la del deseo es el amor, ese extraño que comparte mi espacio vital. Todo un exceso.
Tienes nombre de oasis.
Yo he visto llorar las estrellas, al levantar la vista para mirar. Otro de mis excesos que no puedo evitar.
Tienes nombre de oasis.

6/3/11

Tal vez

De lejos era un objeto sin importancia, o lo parecía; poco llamativo. Un trapo en sí mismo, sin más. De apariencia delicada, eso sí, pero que, debido a unas manchas que el sol resaltaba, le hacía parecer si no usado si desgastado, o afeado, por las inclemencias atmosféricas, tras llevar allí, con toda probabilidad, varios días. Tal vez tirado, tal vez usado. Tal vez por otras circunstancias, tal vez. O era un análisis excesivo para una simple percepción visual.
La vacuidad intelectual que un exceso de alcohol -sobre todo si forma parte de tu atuendo existencial- provoca en la mente, es tal que, a veces, lo que ves es como un complejo juego de espejos en el que se reflejase un espejismo. Y mi vida era, en aquel momento, un Sahara vital, eterno e infinito, regado de vodka sin hielo. ¿Las razones? Los eriales emocionales son tan oscuros que es absurdo intentar esclarecer los abismos, más si se carece de candil, siquiera, para poder dar un paso sin caerte en ese pozo sin fondo.
Escribiré, tal vez, esa larga historia de desechos que es mi vida, pero deberé escoger entre ir a comprar un lápiz -pues el que arrastro por el papel está mordido (y eso perturba, aun en estas circunstancias, mi sentido de la estética) y es tan pequeño que apenas puedo usarlo sin hacerme daño en los dedos- o seguir degustando este horrible vodka que sublima mis recuerdos, tal vez, no estoy seguro, o los despedaza. No lo sé. Y siento, pero claro, es sólo una percepción basada en el sándalo alcohólico, que primará mi deseo de seguir soñando. Tal vez, sólo tal vez. Y suena Tom Yorke.
Como dijo el sabio Homero cuando fue abducido: “No me comáis extraterrestres, tengo mujer e hijos, comeos a ellos”. Pero claro, él era Homero Simpson, maestro de tanto, y yo un simple mortal que ha visto un pañuelo de seda en la calle, ensuciado tal vez, sólo tal vez, por los humores del vodka.

28/2/11

Allegro ma non troppo

Dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana, Albert Einstein
Carlo M. Cipolla, el gran historiador italiano, me resulta cercano por mi formación, pero en esta ocasión -no podía ser de otra forma- lo traigo aquí por razones que nada tienen que ver con la Historia.
De él, ahora, me interesa exponer su famosa Teoría de la estupidez. ¿Las razones? Quien haya estado vagando por aquí seguramente podrá entenderlas; quien no, probablemente echando un vistazo a su alrededor las encuentre.
Es un tema que, tras leer a Ortega, Borges y tantos otros, pero quizá la relectura de estos últimos en algún aspecto muy concreto, me llevó a repensar al respecto de la estupidez humana. ¿Y qué mejor que traer a la luz de esta página la magnífica Teoría de la estupidez, de Cipolla? La intelegencia sonreirá e inclinará la cabeza, la estupidez seguro que estirará el cuello con desdén.
Pues aquí está:

Tengo la firme convicción, avalada por años de observación y experimentación, de que los hombres no son iguales, de que algunos son estúpidos y otros no lo son.
Como ocurre con todas las criaturas humanas, también los estúpidos influyen sobre otras personas con intensidad muy diferente. Algunos estúpidos causan normalmente perjuicios limitados, pero hay otros que llegan a ocasionar daños terribles, no ya a uno o dos individuos, sino a comunidades o sociedades enteras. La capacidad de hacer daño que tiene una persona estúpida depende de dos factores principales: del factor genético y del grado de poder o autoridad que ocupa en la sociedad.
Nos queda aún por explicar y entender qué es lo que basicamente vuelve peligrosa a una persona estúpida; en otras palabras en qué consiste el poder de la estupidez. Esencialmente, los estúpidos son peligrosos y funestos porque a las personas razonables les resulta dificil imaginar y entender un comportamiento estúpido.
Una persona inteligente puede entender la lógica del malvado. Las acciones de un malvado siguen un modelo de racionalidad: racionalidad perversa, si se quiere, pero al fin y al cabo racionalidad. El malvado quiere añadir un "más" a su cuenta. Puesto que no es suficientemente inteligente como para imaginar métodos con que obtener un "más" para sí, procurando también al mismo tiempo un "más" para los demás, deberá obtener su "más" causando un "menos" a su prójimo.
Desde luego, esto no es justo, pero es racional, y si es racional uno puede preveerlo. Con una persona estúpida todo esto es absolutamente imposible. Una criatura estúpida os perseguirá sin razón, sin un plan preciso, en los momentos y lugares más improbables y más impensables. No existe modo alguno racional de prever si, cuándo, cómo, y por qué, una criatura estúpida llevará a cabo su ataque. Frente a un individuo estúpido, uno está completamente desarmado.
Puesto que las acciones de una persona estúpida no se ajustan a las reglas de la racionalidad, de ello se deriva que: generalmente el ataque nos coge por sorpresa incluso cuando se tiene conocimiento del ataque no es posible organizar una defensa racional, porque el ataque, en sí mismo carece de cualquier tipo de estructura racional.
El hecho de que la actividad y los movimientos de una criatura estúpida sean absolutamente erráticos e irracionales no sólo hace problemática la defensa, sino que hace extremadamente difícil cualquier contraataque.
Hay que tener en cuenta también otra circunstancia. La persona inteligente sabe que es inteligente. El malvado es consciente de que es malvado. El incauto está penosamente imbuido del sentido de su propia candidez.
Al contrario de todos estos personajes, el estúpido no sabe que es estúpido. Esto contribuye poderosamente a dar mayor fuerza, incidencia y eficacia a su acción devastadora.
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida y el trabajo, hacerte perder dinero, tiempo, buen humor, apetito, productividad, y todo esto sin malicia, sin remordimientos y sin razón. Estúpidamente.
No hay que asombrarse de que las personas incautas, generalmente no reconozcan la peligrosidad de las personas estúpidas. El hecho no representa sino una manifestación más de su falta de previsión. Pero lo que resulta verdaderamente sorprendente es que tampoco las personas inteligentes ni las malvadas consiguen muchas veces reconocer el poder devastador y destructor de la estupidez. Generalmente, se tiende incluso a creer que una persona estúpida sólo se hace daño a sí misma, pero esto significa que se está confundiendo la estupidez con la candidez.
Sería un grave error creer que el número de estúpidos es más elevado en una sociedad en decadencia que en una sociedad en ascenso. Ambas se ven aquejadas por el mismo porcentaje de estúpidos. La diferencia entre ambas sociedades reside en el hecho de que en la sociedad en declive los miembros estúpidos de la sociedad se vuelven más activos por la actuación permisiva de los otros miembros.
Un pais en ascenso tiene también un porcentaje insolitamente alto de individuos inteligentes que procuran tener controlada a la fracción de los estúpidos, y que, al mismo tiempo, producen para ellos mismos y para los otros miembros de la comunidad ganancias suficientes como para que el progreso sea un hecho.
En un país en decadencia, el porcentaje de individuos estúpidos sigue siendo igual; sin embargo, en el resto de la población se observa, sobre todo entre los individuos que están en el poder, una alarmante proliferación de malvados con un elevado porcentaje de estupidez y, entre los que no están en el poder, un igualmente alarmante crecimiento del número de los incautos.

Carlo M. Cipolla

22/2/11

Nuestros silencios

Nuestros silencios. Del escultor mexicano Rivelino. Roma 2010
Llovían palabras ausentes, vacías, sin sentido, sin sonido alguno que les diera, al menos, apariencia; caían lánguidas, envueltas en pompas de vapor de agua que, al golpear el suelo, se transformaban, ausentes de sonido, en perlas brillantes.
Véndeme palabras, me dicen. Yo les venderé silencios, y más caros.

12/2/11

En la ciudad de los muertos

Les gustaría meterte en un sepulcro y apartarte, obligarte a deambular en la ciudad de los muertos, salvo que aceptases ser como ellos, sumido en la estupidez general, rancio, soez, malpensante y maledicente. Y es que están podridos por dentro.
Si les das la mano no sólo te exigen el brazo sino que te la muerden y piensan desde su pútrido interior que quieres algo. Son así de tristes y de indecentes. Pero si no se la tiendes... Si sonríes suponen que eres taimado, que escondes algo, que buscas algo. Son así de retorcidos y desalmados. Pero si no lo haces... Hagas lo que hagas estás cautivo, perdido. Por eso siempre prefieren a los drogados y a los vendidos, a los como ellos o parecidos, antes que la verdad y la naturalidad, antes que a los distintos.
Y qué difícil es andar entre la gente. Qué difícil y qué cansancio produce. Dan ganas de abandonar, de convertirte en un autómata vital, invisible, vulgar; realizar un horario y no hablar, ni sonreír, ni tan siquiera mirar.
O eres un vampiro de mirada pérfida, lengua viperina y alma pútrida o tratarán de enterrarte vivo, en un sepulcro, en la ciudad de los muertos, y ahí deambular; porque los muertos no necesitan más. Los vampiros, en cambio, sí, la sangre de los demás; para ellos es vital.

30/1/11

Veredas frías

Cuadro del pintor ecuatoriano Milton Estrella Gaviria, de su serie "Árboles muertos en veredas frías".

Como cuando todo se eleva.
Como la lluvia que cae sobre hojas no escritas.
Entre nanas que no se cantaron viven los niños que nunca lo fueron, que no son nada. Entre aires de dentro respiran las hojas caídas, al calor de una vela apagada.
Y miran, y vagan, con ellas, figuras que apenas ya andan entre las nadas; apenas presencias, apenas...
Como cuando todo se acaba.
En colores de noches cerradas, en desteñidas jornadas de ríos que no llevan agua, en noches sin luna.
Tránsitos lentos por rotos espacios, en leves murmullos de preces a nadie, más allá de la nada, al vacío, a la muerte, a Dios.
Como cuando todo se eleva.
Como cuando todo se acaba.

25/1/11

El río de las sombras. IV

Y todo son recuerdos, imágenes que no sé ya...
Yo era un hombre tranquilo que sólo soñaba. Ahora no sé lo que hago, lo que siento o lo que soy, ni tan siquiera dónde estoy. A veces pienso que el diablo está en todas partes.
Llueve sin parar y sin límites. Recuerdo, a veces, las tazas de loza, finamente decoradas, en las que mi madre servía el café por las mañanas, y la luz que entraba por la gran ventana del salón, cuando desayunaba. Ahora parece que vivamos en el fin de los tiempos, como si Dios hubiese cerrado los ojos y se negase a ver el punto a que ha llegado su obra. Todos hablan todas las lenguas, pero nadie se entiende, quizás porque nadie escucha, ni siquiera a uno mismo. Sólo se oyen alaridos silenciosos. Es el tiempo de la utopía de la soledad y de la tristeza. La nieve cubre los agostos con un manto que ensombrece y hace enloquecer.
Es como si la tierra quisiera que muriésemos todos, lentamente. Nunca hay un mañana para los que no supieron trascender el presente, para los que olvidaron el pasado; sólo ilusión y días bastardos. En el caos es fácil invocar a los dioses, pero no oyen o no quieren escuchar, es el tiempo del hombre, sin hombres, y sin dioses a quien invocar. Olvidamos las leyendas y los mitos para centrarse en la nada, en el vacío, en el posibilismo de un ahora material plagado de vacuas promesas. Nadie quiere forjarse su destino, transformarse uno mismo en leyenda, ser la propia leyenda o formar parte de ella; prefieren no ser nada, ser nadie, formar parte de una masa ingente de dirigidos, de autómatas bastardos de la humanidad, sin alma, sin vida, grises formas de la nada. Y así un día y otro día y otro día más, durante toda la eternidad gris.
Y aún no estoy muerto. Ahora me muevo, entre estas cuatro paredes, por secretos océanos, cabalgando olas de nívea espuma, en busca del color alado. Sé que existe, que está en alguna parte; yo lo he visto.

17/1/11

El río de las sombras. III

La niña, sentada sobre la alfombra, roja, de la habitación, jugaba con unas barras de hierro imantadas y unas bolas, tratando de crear formas, letras y números. Tenía los ojos de color azul verdoso, siendo el azul como el halo del verde; grandes y de forma almendrada; con unas pestañas eternas. El pelo no muy largo y recogido atrás, en una pequeña cola, bastante alta; los labios carnosos y sonrosados; la cara ovalada. Su piel era blanca y cálida, suave. Llevaba una sudadera roja, de Hello Kitty, con el dibujo y el nombre en blanco, y unos pantalones del mismo color.
Hacía calor en la habitación. Mira papá lo que he puesto. Con las piezas había escrito su nombre. La miró sonriendo y le corrigió la última A. Al cabo de cierto tiempo le dijo que recogiera todas las piezas y las metiera en su bote para guardarlas. Le costaba deshacer algunas de ellas, que se habían pegado, ya que al separarlas se unían a otras por efecto del magnetismo y la proximidad de todas. De repente las tiró todas y levantando la voz dijo: ¡Ay, qué lío! No pudo, él, reprimir una carcajada y, acercarse a ella, abrazándola y repitiendo, qué lío, qué lío, hasta conseguir una sonrisa en sus labios. La besó.

5/1/11

El río de las sombras. II

Vamos, le apremió su padre. Abrió la caja con una lentitud extrema, y un olor especial, jamás olido, invadió su nariz. Un olor que jamás olvidaría. El sonido se hizo más intenso, pero apenas algo más. Miró por la rendija de aquel mundo que había abierto, pero la luz que pasaba era tan escasa, tan tenue, que apenas dejaba ver lo que guardaba su interior. Ligeros movimientos de formas indefinidas, y un murmullo constante, como si mil bocas diminutas estuviesen murmurando una oración. El sonido de un mundo en miniatura, de un mundo ajeno al suyo, ausente; las preces silenciosas a un dios disminuido; en éste, y ausente, a la vez, de éste.
La levantó del todo, vio, y la luz se hizo. Movimientos incesantes y un ligero aumento del sonido, más nítido, más intenso, más cierto y real, más música que sonido. Un mundo verde y blanco, como un campo de lirios. Pureza. Nunca había visto tanta belleza en un espacio tan pequeño, en un mundo tan aparentemente intrascendente. En ese momento supo lo que debió sentir Dios cuando separó la luz de las tinieblas e iluminó el mundo. Hágase la luz, dijo en voz baja -para que su padre no lograse entenderle-; y la luz se hizo, continuó sin dejar de mirar aquel cuadro de extrema belleza, limitada a una pequeña caja de zapatos Gorila, blanca y gris. Tan sutil, tan perfecto. Pureza.

Tenía un breve recuerdo en blanco, como aleteos, como si pequeños papeles, cortados con cuidado, cayesen revoloteando en una pesada atmósfera, entre motas de polvo en suspensión, movidas a impulsos de aire, que las elevan levemente para volver a dejarlas caer hasta posarse, casi con timidez, en el suelo. Pequeños papeles blancos posados en el suelo. Plumas blancas de extraños pájaros, pequeños como mariposas.

El mundo es frío y oscuro, desapacible, fuera. Es como si toda la tierra hubiese sido cubierta por millones de kilómetros de hilo de araña y sus habitantes se hubiesen convertido en seres abúlicos, esperando a ser devorados por los señores del gris, arañas que tejen eternamente las mentes. Ya sólo quedaba el interior. La muerte es un don en este mundo gris, donde hasta el simple hecho de andar se convertía en un mero trámite, en un estar esperando en el pasillo que conduce al Averno, si es que el Averno no lo había ocupado ya. La muerte es un don, y sin embargo nadie hacía uso de ello en beneficio propio. Ahí radicaba la extrañeza del hecho.