Nos movemos como sombras, entre cristales de colores, a veces rotos, quebrados, esperando recomponerlos. Esperando o anunciando, tal vez soñando; queriendo y escondiendo, tal vez huyendo, tal vez callando, suavizando. Caminamos entre personas, observando. Nada hay. Seguimos andando, con el andar almohadillado, ese que tenemos. Y cada vez que me miro al espejo, dentro, sé, y sé que hay dentro, muy dentro. No hay miradas alrededor. Y qué difícil es todo. Qué lento. Pero seguimos el camino, andando suave. No nos pueden quitar eso, que sabemos, tan profundo. Miro al espejo y te veo en mi reflejo. Yo, tú. Somos. El espejo del loco, donde en el otro ves tu reflejo. Y pienso, cuánto fuimos, cuánto pudimos ser siendo tanto, y donde estamos, en este camino de vueltas y revueltas, en este laberinto que bebemos, tan vital, y a veces tan funesto, vacío de almas, vacío de sentimientos, vacío de todo, pero lleno, lleno de nada y lleno de todo. No hay espacios. Siglos ahí. Fuera es un páramo. Lo sabemos. Y aquí, aquí está el absoluto, la verdad y la vida, en la vida de verdad, en lo pequeño, en lo bello, en lo auténtico. Ese terciopelo que suaviza, que invita, que acaricia. Tanto.
Queremos la calidez, la ternura de un abrazo, de ese que te calma, que te lleva, que te hace cerrar los ojos y decir soy uno, comulgamos; la calidez de una mirada auténtica, de esas que te desnudan por dentro, de las que te regalan todo. Sonreímos. O no, no lo sé. Tal vez solo soñamos. Y qué lento se hace el camino, y a veces que inquieto, que cargado; pero qué placer el mirar pausado, sabiendo que miramos, que miramos y somos mirados, de esa forma que pocos saben, tan de dentro, tan profundo. Acariciamos una rosa y nos sobrecoge su tacto, apreciamos su aroma, nos deleitamos en su laberinto, fluyendo, nosotros, en sus formas, en esa vida que andamos viviendo, en la que estamos, entre el sonido de sus notas. Nos herimos con sus espinas, bebemos la sangre y lloramos; por la belleza de tanto, por todo, por lo que fuimos, por lo que somos, por aquello que es, y sin embargo… Nos embriagamos. Volvemos a la mirada. No hay nada alrededor. Y ahí nos quedamos. Y sufrimos y caemos y nos levantamos y seguimos. Y a pesar de tanto sonreímos. Y es así porque somos, porque vemos, porque nos miramos.
Queremos la suavidad, la profundidad de la caricia de la mirada, el calor del abrazo que entrega el alma en unos ojos que dicen, que son, que dan tanto. Y ahí estamos, en el erial del momento, en este velatorio poblado por autómatas, regidos por la vaciedad, por la apariencia, por la nada. Y miramos. Y qué placer ese tacto, ese cálido mirar que entra dentro, abrasando, deleitando, acariciando suave, sintiendo, viviendo, muriendo, recibiendo, entregando. Y te recuestas y te dices, ahí soy, ahí siento, no hay más, mi búsqueda ha finalizado, me quedo.
¿Pero y si solo es un sueño…? Entonces seguiremos soñando. Prefiero el sueño en el que puedo sonreír que esta realidad tan vana, tan insustancial, donde sólo hay muecas. Creo, y por tanto… Y no sé. Estoy cansado. Y sigo, y sonrío y sueño y bailo y miro y te digo. No sé si soy escuchado. Necesito un respiro, la mano que me suavice, tu mano; la mirada que me acaricie, tu mirada; el aliento que me alimente; tu aliento. Un sueño, tu sueño, el sueño.