30/11/09

El sendero de la vida

Nos movemos como sombras, entre cristales de colores, a veces rotos, quebrados, esperando recomponerlos. Esperando o anunciando, tal vez soñando; queriendo y escondiendo, tal vez huyendo, tal vez callando, suavizando. Caminamos entre personas, observando. Nada hay. Seguimos andando, con el andar almohadillado, ese que tenemos. Y cada vez que me miro al espejo, dentro, sé, y sé que hay dentro, muy dentro. No hay miradas alrededor. Y qué difícil es todo. Qué lento. Pero seguimos el camino, andando suave. No nos pueden quitar eso, que sabemos, tan profundo. Miro al espejo y te veo en mi reflejo. Yo, tú. Somos. El espejo del loco, donde en el otro ves tu reflejo. Y pienso, cuánto fuimos, cuánto pudimos ser siendo tanto, y donde estamos, en este camino de vueltas y revueltas, en este laberinto que bebemos, tan vital, y a veces tan funesto, vacío de almas, vacío de sentimientos, vacío de todo, pero lleno, lleno de nada y lleno de todo. No hay espacios. Siglos ahí. Fuera es un páramo. Lo sabemos. Y aquí, aquí está el absoluto, la verdad y la vida, en la vida de verdad, en lo pequeño, en lo bello, en lo auténtico. Ese terciopelo que suaviza, que invita, que acaricia. Tanto.

Queremos la calidez, la ternura de un abrazo, de ese que te calma, que te lleva, que te hace cerrar los ojos y decir soy uno, comulgamos; la calidez de una mirada auténtica, de esas que te desnudan por dentro, de las que te regalan todo. Sonreímos. O no, no lo sé. Tal vez solo soñamos. Y qué lento se hace el camino, y a veces que inquieto, que cargado; pero qué placer el mirar pausado, sabiendo que miramos, que miramos y somos mirados, de esa forma que pocos saben, tan de dentro, tan profundo. Acariciamos una rosa y nos sobrecoge su tacto, apreciamos su aroma, nos deleitamos en su laberinto, fluyendo, nosotros, en sus formas, en esa vida que andamos viviendo, en la que estamos, entre el sonido de sus notas. Nos herimos con sus espinas, bebemos la sangre y lloramos; por la belleza de tanto, por todo, por lo que fuimos, por lo que somos, por aquello que es, y sin embargo… Nos embriagamos. Volvemos a la mirada. No hay nada alrededor. Y ahí nos quedamos. Y sufrimos y caemos y nos levantamos y seguimos. Y a pesar de tanto sonreímos. Y es así porque somos, porque vemos, porque nos miramos.

Queremos la suavidad, la profundidad de la caricia de la mirada, el calor del abrazo que entrega el alma en unos ojos que dicen, que son, que dan tanto. Y ahí estamos, en el erial del momento, en este velatorio poblado por autómatas, regidos por la vaciedad, por la apariencia, por la nada. Y miramos. Y qué placer ese tacto, ese cálido mirar que entra dentro, abrasando, deleitando, acariciando suave, sintiendo, viviendo, muriendo, recibiendo, entregando. Y te recuestas y te dices, ahí soy, ahí siento, no hay más, mi búsqueda ha finalizado, me quedo.

¿Pero y si solo es un sueño…? Entonces seguiremos soñando. Prefiero el sueño en el que puedo sonreír que esta realidad tan vana, tan insustancial, donde sólo hay muecas. Creo, y por tanto… Y no sé. Estoy cansado. Y sigo, y sonrío y sueño y bailo y miro y te digo. No sé si soy escuchado. Necesito un respiro, la mano que me suavice, tu mano; la mirada que me acaricie, tu mirada; el aliento que me alimente; tu aliento. Un sueño, tu sueño, el sueño.

29/11/09

Los días de la vida. La matriz.

No sé si lo pensé, lo leí, lo soñé o me fue dado, pero no cabe duda de que el hombre, para encontrarse, para realizarse necesita, necesariamente, del dolor, de la caída. La destrucción es una lección vital. Es necesario ese tiempo, entrar en él, en ese mundo incierto, en busca del pasado, tal vez añorado, y ante la duda del futuro, en el camino que muestra el verdadero sentido de la vida. Es una puerta que hay que abrir.

Hay que pensar en la vida y en la muerte, la ausencia y la presencia, el éxito y el fracaso; y para ello hay que valerse de todo. Porque la vida es como el mar, siempre en movimiento… Y hay que volver al lugar, porque siempre lo hay, porque siempre hay un lugar en y para cada persona. Y ahí hay que volver de vez en cuando y contemplar, desde la tristeza de la pérdida, a veces, y otras desde la satisfacción y esperanza de lo aprendido y de lo tenido, porque todo es recuperable y mejorable desde esos presupuestos.

Tenemos que buscar la identidad, a través de los sentimientos, sobre lo que has sido y sobre lo que la vida te ha llevado a ser, a tener o perder, a ser. Hay que ser un náufrago, sin temor, al interior de uno mismo.

Lo contrario es un ser que no quiere complicaciones en su vida, que sólo quiere la uniformidad, un embrión alimentado por el vacío, por la nada, por el sistema, por la mediocridad uniforme de la masa que engulle y que mata toda creatividad, toda naturalidad, toda verdad, cualquier atisbo de felicidad, de la verdadera felicidad, no de la aparente.

No hay nada más que pasear por cualquiera de los escenarios de la vida actual, cualquiera de ellos, oficinas, parques, centros comerciales, universidad… Todos son escenarios desolados y desoladores. Llenos pero vacíos. Desolados pero al mismo tiempo cómodos, como invernaderos. Espacios vitales llenos pero desiertos, donde parejas sin amor recorren los absurdos días de sus vidas, donde grupos de personas andan en busca de nada, solos pero rodeados, en busca de nada que les aparte de su miseria vital, de su apatía existencial. Todo es soledad y fracaso, nostalgia y decepción, deseo y frustración. Todos viviendo en una vida que no es vida y donde es absolutamente imposible escapar de la rutina diaria de su atonía, donde es imposible desarrollar lo que se lleva dentro (los que lo llevan). El hastío de una vida que se repite en la constancia de la nada, de las mismas cuencas vacías que te miran pero no te ven, en las noches de los fines de semana, en las palabras huecas de unas bocas abiertas que son incapaces de decir algo, en unas almas muertas que se auto complacen en su agonía, de unas risas que provienen de la nada y que no van a ninguna parte; el hastío de un domingo frente al ordenador, en un bar con un grupo para decir lo de siempre, sobre lo de siempre; el hartazgo de uno mismo y de los otros, que son el infierno, el vacío…

Todo está lleno de personas que van y vienen, sin nombre, sin mirarse a los ojos, incapaces, también, de mirarse dentro. Personas soñando con imposibles, con tonterías, metiéndose en los laberintos de los sueños frustrados, de los que no saben salir, porque, en realidad, no quieren salir, por esa auto complacencia.

Y ahí no. Eso no. Es mirar la vida como si fuera una tumba vacía, aunque blanqueada, lisa, aparentemente perfecta. Este es un mundo tan bello como inhóspito, apasionante y peligroso, donde nadie es lo que parece, donde la mayoría vive en esa uniformidad vacía, donde nadie da nada, donde todo es vacío, donde todo es nada; y sin embargo donde algunos, los menos, navegan en él, viviéndolo, sintiéndolo, bebiéndolo, buscando dentro de uno mismo y fuera, degustando la belleza que hay en él, intentando saber y saberse.

Es Matrix, es el problema de la libertad. El 99% elegirá siempre vivir en la apariencia, en la mentira, conectados a una cubeta. Mientras que unos pocos eligen la realidad, la verdad, la vida, la belleza auténtica; aunque es duro y el camino puede ser laborioso y a veces penoso, como dice Descartes, y “cierta dejadez me arrastra insensiblemente al curso de mi vida ordinaria; y como un esclavo que sueña que está gozando de una libertad imaginaria, al empezar a sospechar que su libertad es un sueño, teme el despertar y conspira con esas gratas ilusiones para seguir siendo más tiempo engañado”. Pero elijo, elijo luchar, este lado, vivir la vida de verdad, la belleza auténtica, sentir, vivir, amar, y no lo otro. Lo otro es vegetar en una cubeta, enchufado a un cable.

Y mientras escribo esto, sentado en un banco del parque, al sol, no puedo sino estremecerme ante el encanto de un gorrión bañándose en un charco. Y es que estar enfermo te permite pasear en horas distintas a lo habitual, sin apenas nadie; pasear las salas de una exposición y descansar en los detalles, sin las prisas de la gente que agobia y desordena el momento. Un viejo se queda a mi lado mirando un cuadro. No se puede vivir sin un gallato, ¿verdad? Le miro y le sonrío. A veces, le contesto, y depende del gallato. Sí, claro, me contesta. Te pareces a Jesuscristo, me dice mientras me mira con fijeza, sonriendo. ¿Te lo han dicho? Sí. ¿Puedo presentarte a mi hija? Seguirá extasiada en los dibujos tempranos. Me sorprende. Claro, será un placer. Qué pocas personas quedan. Casi todo es gente. Veo una madre como hila la mirada con un niño que me mira y me sonríe, porque es ingenuo, porque aún no es un cobarde.

Dejar que el sol te arrulle la piel, en estos suaves días de otoño; degustar el día, acariciar la calma. No hay nadie, apenas nadie, y los que podrían no están. Ya todo es tarde. Se pierde la vida en la vida de nadie, en la vida de nada, siendo apenas nada, siendo apenas nadie. Gota a gota. Día a día, dejando la vida pasar, esperando lo que está ahí, sin verlo unos, sin quererlo mirar otros, auto convenciéndose ambos. Yo camino para conocer mi propio mapa, y saber eso es tremendamente liberador.

27/11/09

El color de las mariposas. XII

Un regalo para ti, Yinia, para que calmes tu impaciencia y puedas esperar.
Salíó al frío de la calle. Una lluvia impenitente caía sobre el gris del suelo, hiriendo el aire. Como siempre. El frío le hizo encogerse sobre sí mismo. Metió las manos en los bolsillos y agachó el mentón. Miró hacia delante. Vacío. Tres mujeres de cierta edad caminaban una al lado de otra y algo más retrasada la tercera. El pelo cardado y tintado en tonos grises brillantes, casi refulgentes. Envueltas en abrigos de piel de marta cibelina, que llegaban casi a los tobillos, dejando estos al aire negro de unas medias de seda. Calzaban zapatos de me dio tacón, negros, con empaque. Guantes negros en las manos. Guarecidas de la lluvia con paraguas que sostenían unos hombres enfundados en trajes negros, y gafas de sol negras también, a pesar de la mortecina y ocre luz de las farolas. Más allá, bajo la arboleda de árboles muertos, un viejo estaba sentado en un banco de granito. Se cubría con un plástico transparente mientras leía un periódico deportivo. Lo tenía al revés. Miraba pero no leía. La vista fija en un punto que parecía traspasar o que lo intentaba. Pantalón gris, camisa gris, suéter marrón y unas zapatillas de paño, desgastadas, con un extraño logotipo o lo que quedaba de él; de un color que parecía haber sido alguna vez azul.
Las mujeres miraron primero al vagabundo, luego a él. Una sonrisa de conmiseración y desprecio les cruzó el rostro. Se miraron entre ellas y después a los hombres de negro que les sujetaban los paraguas.
- ¡Qué mundo! –dijo una de ellas-. Cada vez hay más espectros. No sé dónde vamos a llegar.
Se sentía derrotado. La atmósfera pesaba como un sudario. Miró más allá de todo, en busca de algo que en ese momento era incapaz de atisbar, de ver, tan siquiera de intuir. Hundido tras una conversación que le había arrasado, tras unas horas de desconcierto y sufrimiento, cuando parecía que había encontrado o al menos vislumbrado un resquicio a través del cual parecía ver un rayo, tal vez algo y alguien que le indicasen si no el destino sí, al menos, el camino, y quizá un guía o al menos compañía. Pero como siempre sólo estaba él y los cristales rotos en los que se hundía, que se le clavaban.
Se sentó en el quicio de la enorme puerta. Hundió la cabeza entre las piernas y se la protegió, no sabía muy bien de qué o de quién, tal vez de él mismo, con los brazos. Lloró como un niño, perdido, asustado, hundido, fracasado. Cuando se calmó un poco levantó la vista y miró las grises gotas de lluvia entre su propia humedad. Entrevió algo de color, producto de la refracción de la luz de aquellas sempiternas farolas que derramaban una luz que apenas alumbraba. La vida, a veces, pensó, es de un dolor tal que dan ganas de huir a la nada. Rió. Lo hizo con ganas, estentóreamente. Él, que desde siempre se había negado a la negación, que siempre había ido un paso más allá del dolor, de la suerte, de los adivinos y echacartas, apocalipticos del individuo y de la raza, del planeta y de la vida, siguió en su deambular mental. Rió con más fuerza. Recordó aquella frase que siempre le decía alguien: las personas que toleran más la incertidumbre se divierten más con el humor complejo, mientras que ese humor es rechazado por los que gustan de tener todo controlado, prefiriendo el humor simple. Qué gran verdad, dijo en voz alta a nadie, pues sabía que, aunque alguien le pudiese oír, nadie le escucharía.
Vio un reflejo de color, entre las lágrimas, que parecía una mariposa. Recordó el rostro de aquella niña.
Se levantó y trató de recordar el camino al lugar de ella, a las mariposas, a su color. Miró en todas direcciones pero no recordaba por dónde había venido. Todos los edificios eran iguales, todos los caminos eran los mismos. Todo era igual. Todo era gris. Todo era oprimentemente frío y vacío, sin señales. Y los cristales se le hundían con una ferocidad implacable. Azabache manchado de rojo sangre.
Comenzó a caminar sin rumbo, confiando en sí mismo, en su sino, en su voluntad, en su camino.

La vida le parecía como una habitación vacía de la que se han llevado todo.
La lluvia calaba sin tregua, empapando por fuera y por dentro. Arrastrando su vida como arrastraba sus pertenencias. Arreció la lluvia. Buscó en todas direcciones un lugar donde cobijarse, pero no veía nada. Todo cerrado. Nada abierto. Corrió hacia un pequeño soportal en el que varias personas estaban apretadas unas contra otras. Silencio. Nadie se miraba. Todos perdían los ojos en la lejanía. Tensos los cuerpos. Rostros adustos y fríos. Miradas gélidas.
- No hay sitio –le gritó, antes de que llegara, un hombre vestido con ropa de camuflaje.
Bajó el ritmo de la carrera. En otro soportal había menos gente. Les miró y sólo recibió osquedad. Se puso delante de todos, dándoles la espalda. Intentó hacerse hueco pero los empujones con el cuerpo le indicaron que habría de conformarse con el que había, poco, sacando los brazos al exterior y sus pertenencias. No había más remedio.
Miró a su derecha. Una mujer de mediana edad le miraba. El rimel corrido. El pelo, teñido en una especie de mezcla de naranja y negro, derramaba gotas de lluvia tintadas sobre las hombreras de un vulgar y ajado abrigo de paño, de un color que debió ser marrón.
Llevaba un bolso en el brazo derecho que mantenía encogido y firmemente apretado contra el pecho. Al ver que la miraba le hizo una especie de mueca. Sacó unas patas de gallo del bolso, y unas plumas. Se las pasó por delante de la cara y dijo algo que no alcanzó a comprender. Volvió a introducir todo en el bolso. Sacó un pañuelo de seda y se limpió, con él, la comisura de los labios, donde los restos de saliva seca creaban un efecto como de pérdida. Vio las mariposas bordadas que había en él. Le miró fijamente.
- Pareces perdido.
- Lo estoy.
- Y quién no lo está. Pero tú aún buscas, tienes ese brillo en la mirada. Aún no has perdido la esperanza en este mundo frío y gris, cubierto de nubes que nunca cambian.
Los demás miraban con extrañeza el diálogo.
- ¿Te gustan las mariposas?
- Solo quedan las de mi pañuelo.
- Aún quedan, yo las he visto. Ahora quiero volver a ellas. Pero no sé el camino. Nunca debí apartarme de él.
- Caminar no es más que cambiar el escenario de la soledad.
- No para el que cree, para el que ha visto.
- ¿Tú has visto?
- Sí.
- Aún crees. Mira a tu alrededor. Todo es vacío. Cuando se deja de creer en la vida enseguida se cree en cualquier cosa. Y ahora todo es descreimiento, fatalidad, apatía, abulia. Todos consideran una condena preguntarse sobre la vida, la muerte, el amor, la amistad, el paso del tiempo.
Unas lágrimas escurrieron por sus mejillas. La miró con dulzura y le acarició el pelo. Sintió su fragilidad, su pequeñez. Le sonrió.
- El que teme sufrir, sufre de temor. Le dijo mientras la miraba con toda la dulzura de que era capaz mientras unas lágrimas asomaban a sus ojos.
Le miró con agradecimiento.
- No diré que no llores, pues no todas las lágrimas son amargas. En esta vida hay de todo, y todo igual, todos iguales, almas grises y mustias, pero tú… tú eres distinto. Busca tus mariposas. Si están las encontrarás. Mientras tanto yo seguiré donde estos, donde la mayoría. Es tiempo de estar muertos, tiempo de no ser, sólo de estar.

24/11/09

Ensoñaciones




Hay algo más allá del gesto, tan sencillo, tan humano, que acoge; y aun así me duele no saber si sé darlo. Y siento el viento y me acuno e intento decir algo. Y el dolor, señor del daño, dueño del vacío. Qué parcas palabras, pero que hermosos sueños y qué tristes las tristezas del camino largo y lento.
Y espero entre sonidos, y miro y ando y sonrío. Escucho la sonrisa, incluso en la lejanía. Espero, canto, miro. Y aun así, cuánto cuesta entre las flores oír los rumores de la armonía y no poder, tan siquiera, rozarlos, apenas entreverlos, aunque sí soñarlos.
Me baño bajo las nubes con el agua de su llanto. Llanto que no tapa llanto. Y espero, espero tu danza entre el olor del azahar, entre el blanco de los lirios inmaculados. Mecerme ahí, cómo querría, sintiendo tanto.
Sueña conmigo esta danza. Hazlo conmigo. Tienes la llave, no hay postigo, el camino es franco. Y ahí todo será. Me enseñarás el juego de la mirada, ese que entra, que lava, que regala la vida, que salva.

21/11/09

Extraña compañera

El mundo del color, el otoño, siempre fue para él una fuente de dolor, como el año anterior –tal vez el más duro-, y el anterior, aunque menos, y así hasta que recordaba. Este no había de ser menos. Noviembre era un mes maldito en su calendario, que, a veces, se alargaba hasta la entrada del nuevo año, y a veces más.

La notaba desperezarse, bostezar, abrir las fauces con ansias renovadas. Notaba cierta alegría en ella, en sus movimientos, en su deambular lánguido con, en instantes, movimientos bruscos, dentelladas descarnadas, hincando los dientes, hiriendo. Esperaba que fuera lo de siempre, lo de tantas veces, y dejó que se moviera a sus anchas sin darle más razón de la de siempre, de la usual, dejándola hacer y haciendo, él, su vida, sin cambios, sin modificar actos, pensamientos, haceres; tragándose el dolor con la vida, mirando los momentos con una sonrisa, espiando las luces y encendiendo velas en las sombras, caminando sin prisa, altivo, sintiendo, sabiendo que es ahí donde solo se podía y podía con ella, su fiel amiga, su inseparable compañera, extraña al exterior y tan conocida dentro.

Decidió, por uno de sus prontos, ir a su especialista. Conocía sus síntomas, pero había algo nuevo, extraño, que le incomodaba, que le hacía moverse en otra dirección a la que seguía habitualmente.

Todos viejos en la sala de espera. Una sala llena de cuadros sin sentido alguno, de un eclecticismo que rallaba en la impostura, sin estética alguna. Al menos no eran las típicas láminas de las salas de espera de cualquier médico. Exceso de color. Las miradas idas hacia algún lugar del suelo, de las paredes o el techo, en busca de algo que tal vez fuera paz, recuerdos o tan sólo el deseo de no estar allí. Esperas.

Cogió una revista de arquitectura. Van der Rohe en la portada. Suficiente para leer su interior. Leyó la vida del arquitecto y se detuvo en las fotografías de los edificios del maestro. Atemporal, eterno. El maestro del siglo XX. La pureza de líneas, el descarnamiento del edificio, la simplicidad de la vanguardia, la vanguardia misma, inextinguida, presente.

- Sólo hay una solución.

- No.

Le sonrió.

- Es lo que hay, No hay más. Quizá corticoides, pero ya sabes los efectos secundarios, y no serviría de nada, se reactivará. Cortar o nada.

- Prefiero los corticoides, al menos de momento.

- Pero sabes que no hay remedio, no te engañaría.

Cortar o no cortar, esa era la cuestión. Shakespeare redivivo. Demasiado joven para cortar. Otra vez como la primera vez, pero diez años después. Y sin solución. ¿O sí? Siempre había confiado en él. ¿Por qué esta vez había de ser diferente? ¿Por el tiempo? ¿Por la literatura médica? ¿Y ahora qué? Se preguntó. Mejor una botella de vino para pensar. Buen vino, eso sí, se dijo. El malo no suele ayudar en esas circunstancias. Y sonreír. Una cena tranquila. La vida, pensaba, no tiene misterios. Se ha de ir así, con confianza, o no, dependiendo de las circunstancias. Hay cosas y cosas. ¿Y después qué? Al poco… Qué desastre, o no. La vida es, no se puede limitar a eso, pensó.

Vino. Vino y vida. Mejor corticoides y después ya se vería. Mojitos, música inocua. Salir a ver, pasear la mirada entre el absurdo. Tratar de pasar el momento entre la normal anormalidad. Dicen que es divertido. Caras de risa, risa en las caras. ¿Divertido? No creía, no lo veía. Él si se divertía. Veía como se movían, las razones de su razón o de su sinrazón, el absurdo, la fatalidad, el vacío, la apatía vestida de diversión. ¿Y después, en su casa, qué? El vacío. Y mañana a repetir la historia, y así un día y otro día, y volver al trabajo o a estudiar, y un día y otro día y toda una vida y repetir las historias de todos, de tantos. No, mejor a dormir, pero primero a la playa, a pasear la vista en la línea del horizonte, en las estrellas, a pensar, a mirar, a descansar, a respirar, a paladear el mar, el aire, la vida, a sentir, a sentir de verdad. Y dormir, placenteramente dormir, tranquilo consigo mismo y con el mundo, con los demás y con la vida. Se levantaría temprano y se iría a la montaña, subir, subir y respirar, mirar desde arriba, tras el esfuerzo y después Dios diría. Eso es lo que haría. Mañana sería otro día, otro hermoso y luminoso día. La belleza, la vida, siempre ahí. Y ella desperezándose dentro, pero cautelosa pues lo conocía.

20/11/09

Vide cor meum. II

- Mañana vendrá Andrea a cenar. Quiere que conozca a su nueva partener.

- Vaya.

- Además me ha dicho que tiene ganas de verte.

- Agradezco el detalle, pero tenemos poco tiempo y me gustaría pasarlo solo contigo.

- Yo también, pero esta mal y… es mi amigo, caro.

- Sigue igual por lo que veo. ¿Por qué no vuelve con Mia? Así lo único que hace es deambular sin sentido, tratar de maquillar. Esa búsqueda de nada es… es seguir en el vacío a cambio de nada, de un instante, de… No sé. Sólo mata, ni tan siquiera aplaca. Es tan típico de los hombres. Espero que ella no haga el mismo juego.

- Sí, típico de hombres. Intentar olvidar ensuciando, buceando en otras. La inconstancia, el orgullo tal vez. Tampoco sé si Mia querría; sé de ella por un par de correos que me ha escrito, aunque parece seguir enamorada de él., pero eso... Fue todo muy duro y desagradable. Una historia tan íntima, tan profunda y un final tan descarnado. Y el después… No se lo merecían. Ninguno de los dos se merecía aquello. Me gustaría pero es cosa suya.

Un poso de tristeza le invadió la mirada. Cogió un pedazo de carne del plato y se lo llevó a la boca. Lo miró con desgana. Dejó el tenedor en el plato y cogió la copa. Miró el color del vino al trasluz y se la acercó a los labios. Bebió con lentitud, paladeando.

- Es una buena cosecha este Chianti. Brindemos por nosotros.

- Por ti.

- Por nosotros.

Algo había alterado el tiempo, como una sombra imperceptible. Algo que ocupase el espacio, salida de algún rincón donde se había o se la había ocultado. Bebieron y miraron ambos su vino. Cruzaron la mirada con rapidez, como esquivando algo.

- Nosotros no haríamos algo así, ¿verdad?

- Sería desolador que, siendo como somos, acabásemos en ese estado tan triste. Además yo jamás te dejaría.

- ¿Estás seguro?

- Sabes que sí.

Se incorporó, acercándose a él. Le cogió la cara con las manos y le miró con extrema suavidad. Le besó en los labios y se volvió a sentar. Él sonrió con placer. Le gustaban aquellos arranques de extrema naturalidad, de cariño arrebatado que de vez en cuando le regalaba.

- Yo a ti tampoco. Nunca. No hay más.

- ¿Estás segura?

Un gesto osquedad asomó a los labios de ella, de osquedad mezclada con tristeza.

- Perdona, lo siento, sé que no te gustan las bromas. Es mi humor, ya sabes, me cuesta evitar eso contigo. Le cogió la mano tratando de suavizar el momento. Lo sé, Beatrice. Sin ti todo sería vacío. Pero aunque así fuera, yo jamás entraría en ese camino tonto, fácil y tonto, triste y vacío, a cambio de un momento, de una risa, de una aparente jovialidad. No me compensaría hollar lo sagrado por algo tan pueril.

- ¿Te he dicho que te quiero?

- Aún no.

- ¿Pero lo sabes?

- Cada vez que te miro, y aun sin verte, lo siento.

- Sería triste contentarse con momentos, con instantes, con roces, conociendo la belleza, sabiendo donde está y cómo buscarla, cómo vivirla. Pero nosotros somos de esa extraña e inmensa minoría que prefiere lo auténtico, que no se conforma con la vulgaridad, con la simplez, que prefiere la belleza de las pequeñas y las grandes cosas, y que la busca con denuedo y con deleite, ¿verdad? ¿Cómo me dijiste que lo denominaba Borges?

- Los menos.

-Sí, nosotros siempre formaremos parte de los menos, no nos dejaremos arrastrar por la superficialidad, por la vaciedad, a pesar de las dificultades. No compensa. No da vida, te vacía el alma, te la seca, a cambio de un momento de divertida superficialidad. Sería una lástima. No quiero ese vacío por nada el mundo. Además, estamos juntos. Siempre lo estaremos.

- ¿Nos quedaremos esta noche en Roma? No me apetece viajar más por hoy. Y me gustaría enseñarte mañana algo.

- ¿Del Divino?

- Sí, en la Sixtina. Un par de detalles, quiero volver a verlos y mostrártelos. Eres de las pocas capaz de apreciar algo así.

- De acuerdo. Saldremos después de comer y así verás la campiña con los colores del tramonto. Te encantará.

19/11/09

Vide cor meum. I

El suave derramar de gotas que tientan la tierra, las hojas de las vides, acariciando, dejando un aire de humedad, rompiendo la pátina de polvo que las cubre, limpiando, era como una leve y apenas perceptible cortina que desdibujaba suavemente la atmósfera tras el cristal; una atmósfera donde los brillantes colores de un otoño que moría rompían en mil matices bajo el quieto manto del gris de las nubes. Apenas llovía. Aún tenía que ir a la ciudad, recoger algunas cosas y coger el tren. Cenaría en Roma, con él.

Las notas, que salían del reproductor de música, ahora, como un murmullo, la retuvieron en la ventana; perdida la mirada en el arco de los viñedos, sobre las colinas. Los chelos y las violas envolviendo el aire, en esa delicada obra de cámara, con predominio de cuerdas, donde, mediante la música, se describe con suma perfección el sentimiento de un hombre inteligente, atrayente, enigmático, amante del arte, por una mujer a la que siempre ha esperado y solo entrevisto a lo largo de una vida, y que de repente se le muestra, aparece; el sentimiento de un corazón que arde. Recordó las palabras de aquel poema de Dante que tanto le gustaba, recitándolo hacia dentro: “Alegre me parecía amor teniendo en sus manos mi corazón y en los brazos tenía a mi señora en un velo, envuelta durmiendo. La despertaba y de ese corazón ardiendo ella temblorosa, dulcemente comía.” Dejó que la música siguiera su decurso por el aire, ascendiendo en armonías, llenándole el alma de suave exquisitez, de notas que la hacían huir hacia dentro y hacia él, en esa libertad compartida del amor eterno, del sentimiento profundo. Se meció ahí y recordó su rostro. En aquel rostro de mirar profundo, que se le hincaba en el alma y la poseía, que la transportaba y que la elevaba, tan sólo, con la caricia de sus ojos, ojos eternos, de mirada honda, como nunca había encontrado, como, sabía, no había. Recordó el momento en la ópera, en Milán, cuando, en un descanso, le preguntó: ¿Tanto te lleno? ¿Es posible que un hombre como tú pueda obsesionarse tanto con una mujer tras un sólo encuentro? Cerró los ojos y vio los suyos, clavados, a través de los suyos, en su interior, y supo la respuesta. Y repitió las palabras de él: ¿Sentir diariamente una puñalada de hambre de ti y encontrar tu sustento con tu sola visión? Creo que si. ¿Pero podrás ver tras los barrotes de ese empeño y suspirar por mí? Sabía, ahora, que sí. Siempre suspiraría por él, a pesar del tiempo y el espacio, siempre sería él. Nunca habría más. Lo sabía.

Dejó que se reiniciara la pieza, desde el comienzo, con un extraño sonido aderezado con efectos de toda índole, paseando el espacio, hasta la aparición de unos fantasmagóricos coros femeninos, angelicales, enigmáticos en sí mismos, avanzando en distintas subtramas, dejándose llevar por el sonido de un arpa y, sobre todo, cuando una nueva melodía fue naciendo, ataviada con instrumentos de cuerda que se acentuaban por un piano en aumento continuo hasta morir, casi, en un susurro.

Entró al parking de la estación de Santa María Novella por el caos de la calle Luigi Alamanni. Apenas le quedaba tiempo para coger el tren de las 6.33, hacia Roma Termini. Sacó un billete en segunda clase. Subió a su vagón y se sentó junto a la ventanilla, observando el ir y venir de las personas, sus prisas, sus ademanes, sus miradas perdidas. Cerró los ojos cuando oyó el anuncio de la partida. Reclinó la cabeza en el asiento y se dejó llevar por sus recuerdos. Sonrió en ellos. En hora y media estaría en Roma, y él allí, esperándola. Llevaba un libro y un pequeño aparato de música, pero prefirió el sonido del tren y sus recuerdos, sus imágenes, que adornó con las notas de aquella ópera, y con su letra.

E pensando di lei

Mi sopragiunse uno soave sonno

Ego dominus tuus

Vide cor tuum

E d´esto core ardendo

Cor tuum…

Despertó con la aguda voz femenina que anunciaba Roma Termini. Miró por la ventanilla. La noche lo ocupaba todo. El tren se detuvo. Cogió el bolso y bajó. Avanzó junto al resto de personas hacia el interior de la estación. Entró en el inmenso hall. Unos gigantescos carteles con publicidad de J´adore pendían del techo, en tonos dorados, con la esbelta belleza de la botella de perfume, en una esquina, y la perfección tranquila de Charlize Theron; todo en tonos dorados sobre fondo negro. Un cubo de considerables dimensiones, ocupaba el centro de aquel inmenso espacio. En la cara que se le mostraba, sobre un fondo negro, estaba dibujado el símbolo de la película Vendetta, en tonos rojos. Un círculo rodeando una V. A su lado, él, sonriendo. Siempre buscando la estética, la belleza de los momentos, de la armonía. Sonrió ella también, al pensar en aquel gesto tan suyo, mientras se aproximaba con aquella manera tan distinta que tenía de caminar y que a él tanto le gustaba. Hay algo en ella que me desarma singularmente, que me conmueve y desconcierta de una manera maravillosa, pensó él, sin apartar sus ojos de los de ella mientras se acercaba, y sin dejar de sonreír ni un solo instante.

Había cierta timidez, siempre, en sus encuentros, cuando había pasado cierto tiempo sin verse. Se abrazaron con suavidad, sintiéndose, notando el calor del otro, entregándose.

Ciao bimbo, come stai? Le susurró al oído.

Benone, con te.

Se besaron en los labios, con suavidad, con la ternura del tiempo, viéndose y sintiéndose en aquella dulzura. Se miraron de nuevo, dentro, y se sonrieron.

Llévame a cenar, tengo hambre.

Claro. Sé un sitio, cerca, que te va a gustar. Es recogido.

Le deshacía como desgranaba el español con aquella cadencia, con aquella musicalidad de la Toscana, que acompañaba con el tono suave de su voz, bajo y modulado.

17/11/09

Suavidades


Y es que no. La siento como se despereza y aprieta los dientes y me roe las entrañas. Y me río para fuera y me doblo de dolor en los adentros. Ayer, nada más levantarme, una taza de café, cargado. Cogí el primer vuelo. Miro pero no veo nada. A mi alrededor las mismas caras. Los niños si sonríen. Quiero recordar, no me niego. No soy un solitario, pero qué remedio, si el vacío es el dueño, prefiero lo auténtico aunque cueste tanto. Cojo el coche y recorro carreteras. Algunas veces, entre el sonido de la música, oigo rezar, pero no saben hacerlo para poder ser escuchados. Hay mariposas que nunca aprenden a volar. El este o el oeste, cualquier camino es bueno para llegar donde quiero. Oigo mujeres hablando entre el gentío, entre las voces. Almas que tratan de arreglar un puzzle que no tiene arreglo; con sus pírricas victorias de una guerra que mata y que nunca acaba, de una guerra perdida. Cojo un cigarro y lo enciendo. Me visto de payaso y bailo. ¿Hay alguien ahí? Grito con desconsuelo. Escucha, oh Dios, grito aún más alto, con un aullido de sufrimiento y muerte, elimina este gris que cubre tanto. Un frío de nieve me hiela la espalda.

Espero, mientras camino y miro el camino que no se acaba. Quiero bañarme en el río de tu alma, al través de tus ojos, entrar desnudo, sin nada, y ahí ser, en esa tristeza tierna, tan desvalida a veces, en esa dulzura que llena, y transformarla en brillantez. Quiero seguir el camino en el que ando, porque sé que es. Sólo buscando, sólo desde el amor, sólo mirando, se alcanza la verdad, se vive la vida. Todo es, ahí, magnificencia. Sólo ahí se puede curar una herida. Ahí seremos siempre, en la magnificencia, hasta el final del tiempo, en la vida, en burbujas de colores ascendiendo en el camino polvoriento poblado de cuerpos yertos, de miradas vacías. Basta de batallas, de muertos, de palabras sin sonido. Quiero acunarme ahí y descansar, descansar mi cuerpo, descansar mi alma. Pero si no me oyes, ¿qué puedo hacer? Solo sigo.

16/11/09

E não adianta fazer manha por que não terei os seus carinhos

A veces, mientras paseas la mirada, te encuentras con la belleza, en palabras que dicen, y dicen tanto.

Cuando la poesía suena como el murmullo del agua, como el suave aleteo de una mariposa, como el canto de los pájaros cuando estás, recostado, a la sombra, como una soleá, sólo queda embriagarse con ella y dejar, casi, de respirar. Más si lo hace en ese suave respirar de esa lengua tan prodigiosa, tan dulce, tan sensual, de Pessoa, de tantos, de Tania, tan especial.

Gracias, Tânia, por permitirme traer aquí tus palabras.

Tânia Souza

E nem dói tanto quanto acordar e não ter você aqui.
E as paredes desse quarto são tão pálidas
E esses travesseiros ainda têm o cheiro seu
E nada dói tanto quanto acordar e não ter você aqui
Essa noite foi tão bom eu te sonhei

E a dor se espalha conforme o sol inunda a janela
E eu lembro foi você que a quis assim, acordando a casa em luz
Sozinha, sem seus passos na cozinha
E um anjo entristecido me olha da parede
E o café amargo, não tem na geladeira nada
E é bom pois o nada é o que eu sou
E os minutos do relógio enlouquecido nem sei como vão
E não tem sentido esse pão macio no forno
Sozinha, a mesa não me despertará
E sei que a fome de mais um dia já não vem
E em seu quarto o vazio das coisas
E o vazio do que não se via por ali estarem
E agora faz tanta falta você ocupando o guarda-roupa
E despedindo-se numa noite iluminada
E assim se foi e não prometeu que voltaria,
Sozinha com o escuro da ausência fiquei
E um anjo entristecido me olha da parede
E eu esperei ... te esperei, eu sempre esperei
E assim sozinha a noite eu acordei e não mais adormeci
E sei que não voltarei a ouvir os seus passos na cozinha
E não adianta o telefone ser tão colorido e vivo
E me lembrar o seu silêncio ele é o símbolo do não
E as vozes dos amigas me ferem, pois não são você
Sozinha, estou tão sozinha
E sem teus passos no corredor eu passo
E frente ao espelho olhos sombrios
E é fevereiro, quase onze da manhã
Meus cabelos estão tão tristes
E não adianta fazer manha por que não terei os seus carinhos
E o mar é sempre cinza sem o azul dos seus olhos
Eu fico a cada dia mais sem cores só em sombras
Não tem creme de barbear nem sua face em minhas mãos
Não, não tem,
Mas tem a navalha...
E eu fiz a sua barba doce-áspera foi tão bom
E ela já não tinha tanto corte e está no armário lá do fundo
Eu vi quando procurei os postais de Buenos Aires
E sem ar eu ando e meus passos juntos com os seus
E nós dois riamos até do vento
E naquele vestido vermelho eu fiquei tão menina
E não tenho mais o som das suas passadas largas
Ainda pareço uma gueixa, mas você se foi
A lamina ainda corta
A minha pele é tão pálida
Ah, não sabia, mas vermelho junto ao bege fica tão bonito
E nem dói tanto como acordar sem você...
E se não manchar o piso rubro esse antigo lar vai renascer um dia
E se você vender alguém ainda poderá ser feliz
E agora sei por que você partiu todo esse sangue me dizendo
E só por que eu amei você muito mais que a mim
E amei a mulher que era quando tive seus olhos fixos em mim
E nem dói tanto quanto acordar e não ter você aqui.
E finalmente vou dormir num mar vermelho como o vestido que você me deu...


Tania Souza. http://descaminhossombrios.blogspot.com/

15/11/09

Los espacios de la vida

Entrar en ese espacio es entrar en otro espacio, distinto. Hacía tiempo que no iba. Te vas acercando y el ir y venir de personas ya anuncia lo desemejante. Palabras, un torrente de palabras, de colores y olores. Humanidad. Traspasas la valla y un sinnúmero de puestos diferentes en sus formas y contenidos llenan el lugar. Sin apenas sitio para andar. Te rodea otro tipo de personas, tan iguales pero tan distintas de con las que se suele estar; lejos de esa clase media tan vulgar, que siempre hace lo mismo, que siempre piensa lo mismo -y eso cuando piensa, lo que ya es una dificultad-, que se recrea en lo mismo, en la más vulgar apatía de la normalidad; y que desprecia lo que no es eso, lo distinto, lo especial. Magrebíes que venden y que miran, que están; con su hablar distinto, sus formas. Gitanos, con su color y sus sonrisas; ellas con el pelo recogido, mientras ellos con pelo largo y la nueva estética de la disimetría en la barba. Un niño juega con un palo y una naranja, entre risas, con otro. Un gitano mayor, patriarca sin duda, sienta sus años en una silla de playa, desplegando toda la sabiduría de su mundo y sus años en una mirada de siglos. Tocado con un sombrero de paja, de ala corta, y un garrote en la mano, con el que juega; terno gris, y unas llaves que le cuelgan de la trabilla del pantalón, a juego. Mira la vida desde la distancia, sonriéndola, sabiéndola.

Relojes, fruta, ropa, libros, monedas, juguetes, antigüedades.

¿Me lo dejas por diez euros? Déjame pensarlo. ¿Me doy una vuelta mientras? Es solo por comprarte algo, no vale nada. Tengo que pensarlo… Negocio de una venta entre un marroquí que vende cosas viejas de su país y de éste, con un gitano entrado en años, enchaquetado. Tan iguales, tan distintos. Las cadencias del habla.

La churrería abarrotada, y ese olor tan peculiar, que se te mete dentro, que te llama, que te lleva. Me recuerda otro momento. Café con churros sentado en un velador, por la mañana temprano, en un quiosco de una plaza de un pueblo pequeño. El sabor, la sonrisa, la mirada, el calor. Otros tiempos. El tiempo.

Señora, que nos vamos; las cremas y los perfumes, que se me acaban. Una niña, de unos quince años, llama hacia su puesto, con esas formas, con ese deje gitano, tan especial, casi andaluz.

Los disminuidos psíquicos pasean de la mano, ajenos al mundo y, sin embargo, en él. Con sus perennes sonrisas y la brillantez de la mirada, su andar raro, su mirar alegre, su agradecimiento constante. Todo un regalo. Lo miran todo, lo saborean todo. Sus retinas se llenan en ese paseo matutino fuera de sus cuatro paredes de siempre.

La vida está ahí, como un todo, en un espacio reducido, para gente distinta. No hay clase alta, ni media –no lo sabrían apreciar; sólo mirarían desde la distancia y como diversión, como triste diversión- ; sólo gente llana, con sus risas, con sus vidas vividas con lo sacan, con lo que obtienen; tan lejanas de esos otros, displicentes prepotentes, que creyendo que viven no viven nada, vegetando en repeticiones de lo mismo, de nada, en sus vidas vacías y tristes, auto complaciéndose, auto convenciéndose. Tristes vegetales. Aquí sí hay vida. Vida viva, vivida, sentida. Belleza pequeña, auténtica. Por todas partes. Mil detalles. Te paras y hablas en los puestos. Degustas las palabras. Negocias. Ríes. La gente ríe contigo. Te regala. Te da la vida a cambio de nada.

Me subyuga la estética imposible de algunas personas, sobre todo de las chicas, de las jóvenes gitanas; la variedad de color en las mayores, los tonos de gris y negro en ellos. Ni un ápice de tristeza. Sonrisas de verdad, no fingidas, no forzadas, espontáneas. La risa de dentro, la de verdad. Unos niños palmean y cantan. Una pausa para escucharlos. ¿A que no sabes por qué cantamos? Por alegrías. ¿Cómo lo sabes? “Pa” que veas. Anda… Se quedan sorprendidos. Su sonrisa se agranda. ¿Qué quieres ahora? Una seguidilla.

Todo me envuelve. Y es que hay tanto. Provoca alegría, euforia. Siento. Se me mete dentro. Me da vida. Y se nota en la cara, en mis ojos, en mi sonrisa. Y lo regalo. Me dan y doy. Dar y recibir en un constante. Vida, la esencia de la vida, auténtica, sin fingimientos. La belleza expresada en almas de verdad, no imitadas, no yertas. Andar y ver, sentir. Personas. Todo es.

Una cerveza bajo los toldos, entre la gente. Un puesto de plátanos, con su olor a infancia, a la derecha de ese pequeño espacio con mesas, entre el río de gente que fluye; y a la izquierda dos personas que liberan móviles. Una cerveza con aceitunas, sevillanas, y con un fondo de palmas y de voces rasgadas, de dentro, con ese deje, con ese arte, por alegrías. Y unos lirios blancos sobre la barra. La vida fluye suave y viva. Me gusta su cadencia.

14/11/09

Quiero ser aquel niño

Caminando entre flores raras llegué a donde no debía y sentí, sentí que debía, y me fui; me fui y lloré. Miré en mi interior y supe, y supe lo que quiero ser. Quiero volver a ser, volver a ser un niño, aquel niño que fui; volver a ser aquello que fui, aquello que sentí, que fue, que fui. El resto es tiempo perdido, perdido en aventuras de creer que he vivido. Por eso quiero ser. Ser porque siento que me has sonreído. Porque esa sonrisa es. Es eso. El resto no tiene sentido. Es creer que hemos vivido. Y eso, eso no es ser un niño. Es un camino sin sentido. Prefiero la inocencia. La inocencia es la vida, el brillo; el brillo de las cosas. Sentir. Sentir el color, y el calor, ese calor que te quita el frío. Algo tan frágil, tan…

8/11/09

El momento esperado

Donde está la paz, el silencio. Donde está la llave que abre las puertas. Ese es el lugar donde quiero ir, en el espacio donde reposar el alma. Ahí me encojo y adormezco. En el sonido tierno de un enjambre de delicadas alas. En el espacio que se aquieta en el alma de un soldado tras la batalla. En un bajel para navegar entre corazones solitarios, expuestos, abiertos y por suaves vientos impulsado.
Quiero evitar los ruidos. Hay demasiadas cosas y ninguna. Todas las personas son nadie. Demasiados regalos.
Todo se abre a mi paso y el futuro se diluye en mi corazón como un velero varado en ninguna playa, en ninguna parte, en el recuerdo.
Quiero dormir un instante. Descansar la cruzada. Olvidar los muertos. Quiero mirar la luz tras la tormenta. Quiero ver el primer rayo. Sonreír y decir, ahora soy, todo es, este es el momento buscado. El momento durante tanto tiempo esperado. Quiero sentir tu risa acariciando mi mano. Otra vez, como siempre. Abrir las puertas, saciar la sed, beber despacio. Dame la llave, mira mis ojos. Seamos.

6/11/09

Las imágenes del sueño


Sueños de viento. Sonidos. Un móvil que pende en el aire desgrana eufonías etéreas; lánguidas lágrimas como gotas de agua que escurren, abiertas, como por cañas de bambú, hacia los adentros, hacia el lugar de las alquimias, aposento de los recuerdos. Y se desplaza el algodón de gris en el azul intenso que veo, moviéndose al compás de inciertos murmullos, de ascendidos inciensos en altares de sublime sencillez, de dentro; en pensamientos velados, entregados a mariposas en sus deíficos vuelos. Líneas perdidas en los cielos. Seguir el curso de las nubes en su vagabundeo. Ser. Todo no es, porque es, cuando miro. Éstas no son las horas del desconcierto. Huelo a cedro en el altar de las miradas. Miradas que se elevan en preces silenciosas, hacia la nada. Sobre mí no hay sino tabernáculos a los que ir. Arriba. Arriba y dentro, donde todo brilla; donde los lirios, manchados de rojo burdeos, de densa sangre, refulgen de nívea pureza. Tañidos de campana redoblan por almas que no están. Música de siempre que enlentece el tiempo, que adormece, que acuna el alma. ¡Qué lentas son las tempestades, pero qué intensas! Agonías que se deshacen como las sombras rotas, de la noche, por el cabo de la vela de un candelabro que ilumina espacios, cortando los crepúsculos, alumbrando amaneceres.

Tañen las campanas en el rocío de la mañana. Despertares que muestran sonrisas entre los ecos del viento, en sus tenues sueños. Todo no es, porque es, cuando miro.

5/11/09

La esencia en la mirada

¿Sabemos cómo es mirar a los ojos? Dentro, muy dentro. No hay nada igual. No mirar con fijeza, sino mirar, mirar dentro, muy dentro. Traspasar el color y llegar ahí donde todo nace, donde todo es. Qué pocos son los que pueden hacerlo.

Cuando miras y te meces ahí, en la mirada que es, en la mirada que da, en la mirada que sabe recibir, en la mirada que ve, en la mirada que enseña. Todo es, no hay más. Es como acariciar terciopelo con ella, de tan suave, de tan cálida. Es el tacto del alma. Un roce de nada, y sin embargo tanto que da la vida. Es en ese momento en el que no quieres nada más sino dejarte llevar por la brisa, vivir ahí y quedarte, acunarte en la sonrisa derramada por una vida que vive en el alma y que se entrega sin pedir nada. Alma de siglos. Y quieres morir ahí, seguir ahí, no ser nada de ser tanto, no en ti sino en otra alma, igual, unida, sentida, vivida.

Ni sonreír puedes de tanta agonía concebida, de tanto placer. Es la mística de esa mirada, de esa unión de la vida. Paz sin límites. Muerte. Vida. Tú, yo, todo, nada, nadie más. Nadie más podría. Ni tan siquiera los dioses. Esencia de vida.

¿Sabemos cómo es mirar a los ojos así? Dentro, muy dentro. Puro deleite, armonía. Nada es igual a esa comunión. No hay ni habrá nada igual. Es la vida. El alma en el alma, a través de una mirada así, unidas.

2/11/09

Un regalo de vida, sobre la vida.

Hay veces que te hacen regalos de una sencillez, pero de una belleza, que te llegan al alma, que te estremecen, que te hacen sentir en paz con todo y con todos, y decirte que aún quedan personas que sienten, que son, que están, que ven la vida como es de verdad, como se ha de mirar. Te das cuenta de las cosas importantes de la vida. Hay veces que cuando lees algo así te sientes con ganas de llorar, con ganas de reír, con ganas de bailar, con ganas de sentir, con ganas de entregar, con ganas de recibir, con ganas, en suma, de vivir. Éste es uno de ellos, de una buena amiga. Es todo un placer sentirte vivo. Es todo un regalo estar vivo. Es una suerte saber que hay personas que sienten como tú, que ven la vida como tú. Sólo me queda dar las gracias, y compartirlo con quien lo sepa apreciar.

“No me interesa lo que haces para ganarte la vida. Quiero saber lo que ansías, y si te atreves a soñar en satisfacer el deseo de tu corazón. No me interesa tu edad. Quiero saber si te arriesgarías a parecer como un tonto por amor, por tus sueños, por la aventura de estar vivo. No me interesa que planetas están en armonía con tu luna. Quiero saber si has tocado el centro de tu pesadumbre, si las traiciones de la vida te han abierto, o si te has marchitado y cerrado por el miedo al dolor futuro. Quiero saber si puedes sentarte con el dolor, el mío o el tuyo, sin intentar esconderlo, desvanecerlo o arreglarlo. Quiero saber si puedes estar con la alegría, la mía o la tuya, si puedes bailar con locura y permitir que el éxtasis te llene hasta la punta de los dedos, sin advertirnos que seamos cuidadosos, que seamos realistas, o que recordemos las limitaciones de los seres humanos. No me interesa si la historia que me cuentas es verdadera. Quiero saber si decepcionas a otros para serte fiel a ti mismo, si puedes soportar la acusación sin traicionar a tu propia alma. Quiero saber si puedes ser fiel, y por lo tanto ser confiable. Quiero saber si puedes ver la belleza, aún cuando no sea bella todos los días, y si puedes originar tu vida desde su presencia. Quiero saber si puedes vivir con el fracaso, el tuyo o el mío, y no obstante pararte a la orilla del lago y gritarle a la luna “¡Sí!”. No me interesa saber en dónde vives o cuánto dinero tienes. Quiero saber si puedes levantarte después de una noche de pesar y desesperación, cansado y golpeado hasta los huesos, y hacer lo que se tiene que hacer por los niños. No me interesa quién eres o cómo llegaste a estar aquí. Quiero saber si te pararás en el centro del fuego conmigo sin rehuir. No me interesa en dónde o qué o con quién has estudiado. Quiero saber qué es lo que te sustenta desde adentro cuando todo lo demás desaparece. Quiero saber si puedes estar solo contigo mismo, y si verdaderamente te agrada la compañía que buscas en los momentos vacíos.” Oriah Mountain Dreamer

1/11/09

Por el desasosiego. Para los menos.

¿Qué pongo? A veces no sé qué decir; incluso, a veces, no sé qué hacer. Incomprensible en una persona como yo; pero qué decir, nada, evidentemente nada. Como Schwob, no busco la fama, escribo para los happy few. De ahí mi atracción por el Arte, ese elemento desclasificador, que decía Borges que era, que sólo desea lo único. Pero no sé, realmente, qué tiene esto último que ver con lo primero, o sí, pero no deseo extenderme en ello. A veces, mientras estoy en estos estados de inútil transparencia, me veo físicamente, como si estuviera fuera de mi cuerpo. Y sé, es evidente, que no estoy fuera de mí, pero me veo. En ocasiones como esa miro a mi alrededor y busco imágenes de cosas o personas que ocuparon espacios. Sonrío. Sé que sólo son recuerdos, pero son tan vívidas, tan reales, que llego a asustarme. La locura o el deseo. Malos compañeros de armas para la lucidez, para el vacío. Y sin embargo tan agradables y encantadores que me sumerjo en ellas y sonrío plácidamente como un niño. En ocasiones, incluso, huelo determinados olores. Me embriago en ellos. Son tan pocos y tan delicados esos momentos que me llevan atrás. Me sobrecogen las imágenes que veo, las personas con las que me cruzo, con todas y cada una, En todas veo. Un perro ladra en la lejanía, con desconsuelo. Veo cómo mira, con tristeza, pero sólo encuentra abandono. Apatía y abandono, esas son las normas de lo actual. Paseo las calles. Palmeras a un lado y otro. El mar poblado de mástiles a la derecha. Edificios sin luz, formales, sin nada que añadir, que dar. Miro a las personas, no las personas sino a ellas. Miro a sus ojos. Intento entrar en su interior. Sólo hay barreras. Barreras y vacío. Rapidez. No hay estancias. ¿Y para qué? Por otra parte, ¿para qué? No hay nada, sólo vacío. Tan sólo una sonrisa, la de una anciana de ojos acuosos, de andar suave, de andar lento. Viste con elegancia, como sus andares que regala. Alegra el hecho. Camino despacio buscando un alma. El ruido es ensordecedor, lo que ayuda en este aislamiento que todo lo cubre, que todo lo llena. Silencios. Incluso los que hablan lo hacen para no decir nada, y lo que dicen es pura apariencia, palabras vanas, frases vacías que visten de apariencia para ocultar su puerilidad. La estética de lo amorfo, la estética de la simplez. Cojo un autobús. Me lleva a la universidad. Parece un ataúd gigante poblado de seres inertes. Personas incomunicadas. Barreras personales. Barreras de música que aísla. Barreras de palabras en tono alto, de gritos para ser oídos aunque no digan nada. Todos intentan hablar más fuerte, más alto, aunque sólo salga vacío de sus gargantas. Oírse uno mismo. Imponer un criterio sobre nada, de nada. Hablar sin escuchar. Es la oratoria de la incapacidad, de la nada, de la estulticia. Objetivos materiales, superficiales, absurdos, banales. Parece un velatorio en un tanatorio cualquiera. Yo debo ser el muerto. Decía Marc Twain que cada vez que te encuentres del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y reflexionar. El síndrome de la normalidad, que decía Fromm. Demasiadas citas. ¿Será que me estoy quedando vacío yo también? Quizá ya no salga nada de mi interior. Quizá esté muerto de verdad. Tal vez me hayan matado. Me bajo en la universidad, o la “uni”, como la denominan los simples, los que recortan, los que simplifican perennemente para eliminar contenido, razón y sentido a todo, vaciando las palabras, eliminando la belleza que hay en ellas, simplificando las frases hasta no decir nada. Paseo por el “campus”, que dirían los snobs. Deambulo bajo los árboles de la universidad, por sus avenidas, sintiendo la hierba, oliéndola, mirando los parterres. Me siento bajo la inmensa sombra de un ficus, cargado de años, y dejo pasear la mirada por los colores, entre el claroscuro que la luz crea en ese espacio que cubren sus ramas, sus hojas, atisbando apenas el azul en algún hueco. Quietud. Placer. Es un regalo. Hay personas cerca que hablan de nada, de lo de siempre, de nada, que no se dan cuenta de ese espacio que ocupan, de esa asombrosa emoción que desprende todo su alrededor. Silencio y rumores lejanos. No ven la multiplicidad de los colores de esta estación que los regala a manos llenas; no ven la particularidad de cada hoja, el detalle de cada una de sus nervaduras, o el brillo de plata que un caracol ha dejado con su baba en su suave deambular por ella; ni verán el movimiento armónico de las hormigas, sin tregua, sin pausa, ajenas a ese mundo que parece todo, como ellos, del mundo donde habitan. No, no se dan cuentan de nada. No hay nada fuera de ellos y de sus cortas miradas. No hay nada. Universidad vacía de contenido, vacía de alma y de almas, llena de personas que no tienen nada, que no buscan nada; llena de almas en pena. Llena, pero llena de nada. Y un hálito de tristeza inunda mi alma, de amargura y de pena. Y qué importa si sólo estoy yo, si no hay nadie. Y qué importa. La vida está llena. La vida regala. Paseo la vista por entre las briznas de hierba, y se me muestran manchas de trebolillo, delicadas, perfectas. Mil matices de verde. Algo más lejos azaleas y un hibisco. Se oye, a lo lejos, entre los susurros lejanos de esas palabras de nada, el agua de una fuente que derrama sus sonidos lastimeros por no escuchada, el bello canto del agua. Me recuerda Granada. Me recuerda el sonido del Darro paseando en la noche por la rivera de los tristes, abrigado por el frío, por la sonrisa, por el encanto de tantos regalos. Me recuerda, vagamente, el sonido de las fuentes entre la arboleda, y una pareja de ancianos, gente de fuera, que entretiene sus sentidos en esos sonidos, en esos colores, en esos olores; olores que regalan, allí en la Alhambra. Pero nosotros, los de ahora, ya no somos los de antes. Ya no somos los mismos. Quizá, algunos ni tan siquiera sean. Tal vez sea ya la hora de levantarme y reemprender el camino. No quedan almas. Sólo vacío, vacío de nada. Algunos se quedarán, algunos se quedaron, algunos no llegaron ni a abrir los ojos. El resto, la gran mayoría... Esto es para los happy few, para la inmensa minoría, o para, como diría Borges, maestro de tanto, los menos. Y vuelvo a una cita. Algo me está pasando.