30/11/08

Quiero...

Quiero sentir la verdad, sin daño. Saber qué hay dentro. Andar la vida a su encuentro, sintiendo, viviendo. Oigo la música a intervalos y el oboe inundando mi espíritu, cuando escuchando… ¿recuerdas? La música llenando, introduciéndose, abarcando. Necesito el calor de un abrazo. La mirada que me arrope y que me diga. Las palabras que embellezcan. Las manos. Los olores. Necesito ver el mar, y al subir, el oír los pasos.
Necesito tu alma para abarcar la noche, y el día, que ya amanece. Siento la vida pero necesito tanto…
Traduce mi alma y escucha lo que dice, dentro, en el idioma que siento y que sólo yo hablo. El lenguaje que lleva, que dice, que ama. Todo lo que soy, lo que doy, lo que siento, que sabes intenso.
Quiero la inocencia, la ingenuidad. Quiero la vida en vivo.
Levantaré jardines en tu honor. Recrearé Babilonia para ti. Alzaré las manos y bajaré los cielos. Te llenaré de estrellas, y de la noche cogeré el azabache para cubrir tu pelo, y de las nubes el color para decorar tu piel. Te llenaré de…

28/11/08

Y en la penumbra de las horas, cuando apenas acierto a atisbar tu presencia, es cuando te siento, y me pierdo. Ahí, donde el sueño se intuye como eterno, como aquello que se lleva prendido en el interior del alma. Te veo. Te miro. Te siento. Y un desmayo inunda mi aliento y sabes, pero… Ahí es cuando estoy dentro, y es entonces cuando destierro todos los fantasmas del ayer, y vivo. Ahí, en los grises, donde sólo tú eres el color, es donde voy siempre que puedo. Donde navego en bajeles de seda por tu aliento impulsados, que respiro, y soy, entonces, alguien. Yo. Tú. El verbo. Y mi vida no son sino cascadas de terciopelo derramadas en la hierba, de rojo intenso, que imitasen a miradas derretidas de deseo. Y la vida es entonces la vida. La vida, ese velo bajo el cual yazgo cuando la penumbra me aquieta. Ahí es donde voy, buscando. Ahí donde tú estás. Ahí, donde, solo, puedo…

27/11/08

Adagio triste de un lamento

Suena un adagio. Hay una especie de tristeza y poesía en él que se une a la mía.
Vivo en los piélagos de la noche, como un ausente, tras cruzar la Estigia, manteniendo el último rescoldo como algo que, ni sé por qué, perdura inquietante en el interior de mi alma, como aguardando.
Sólo hay hiel para el sediento.
Dejar morir todo. Dejar que se apague, como una vela de color burdeos. Con la suave llama, azul, desapareciendo, a impulsos cada vez más quietos.
Desaparecer en el amanecer. Ya no sé ni lo que veo. Ni tan siquiera si veo.
Suena un adagio. Hay tristeza y poesía en él. Es un gran suspiro que lo envuelve todo, desde el principio hasta el final, para después expirar y desvanecerse en la nada. Yo dentro. Solo.
Y hay un lamento. Repetido como un mantra, como un sueño ya soñado y vuelto a soñar para volver a ser cierto. Ciego.
Vuelve al sueño en que nos encontramos. Llora. Tu llanto junto al mío lavarán las huellas de mi pecado. Ven y acógeme en tus brazos. Iremos a aquel sueño que vivimos. Volveremos a ser aquellos. Olvidaremos lo sucedido en este tiempo desesperado. Soñaremos ser lo que fuimos. Seremos sueño. Sueño vivido.
Suena un adagio. No hay pan para el hambriento. Sólo tristeza. Tristeza y lamento.

26/11/08

la muerte constante. III

(...) De cualquier forma, también es cierto que alguna mujer de su descendencia fue dada a los excesos de la carne, tanto como que una de ellas, Virginia, hija cuarta de Don Medardo y Doña Marina, no contenta con probar todo lo que a su alcance se puso, que también es verdad no fue mucho, dadas sus características físicas, y espirituales, dicho sea también, y visto el destino que su horridez le hacía prever en su horizonte, en cuanto dio con un muchacho escaso de luces y sobrado de altura, pues medía dos metros, lo que contrastaba con el escaso metro cincuenta de ella, o quizás por eso, pensando que la altura podía presagiar algo extraordinario en la entrepierna, decidió obviar el hecho de su homosexualidad, transformada en bisexualidad cuando ella consiguió convencerle de su error a base de calenturas en sus partes y largas y misteriosas conversaciones a la luz de la luna o de los faroles rotos de las calles, y casarse con él. Pero como era de prever, el hombre dejó de saciar los apetitos de tan extraordinaria amante, dada su real condición, y ella se vio en la necesidad de buscar otros caminos donde saciar los placeres denegados, y así se lanzó a una vorágine en la que no paró prendas, a pesar de los dos hijos del matrimonio, y echó, primero, mano de las mujeres, más dadas a la contemplación y a la melancolía, a la sensibilidad y a la sensiblería, y aunque ella hacía alarde de modernidad y se propugnaba como una bisexual convencida, su interior le impelía hacia lo fálico, y como oyó a alguien, a su abuela, según ella, que los negros tenían la verga gorda y los moros larga y fina, y ella era muy mirada para esas cosas, se decantó por los segundos y, gracias al contacto que su trabajo le permitía con los emigrantes del Magreb, con el primero que pudo, en el primer despacho que pudo, se lo benefició, con tanto ímpetu y fruición que a los nueve meses hubo fruto de aquellos arrimamientos, que debieron ser de tal envergadura que el moro, a pesar de la fama de prolijos, en cuanto al sexo, tienen, dio en huir y no querer saber nada ni de la madre ni de la hija. Tal pavor le debieron producir los excesos sexuales de tan extraordinaria nieta de Francisco de Villasante Olmos. Ahora yace sus carnes nuevamente en brazos de otra mujer, misógina y dada a las veleidades del más allá, en la búsqueda permanente de una razón que le explique el por qué del Ser y sus circunstancias, raras de alguna manera o al menos distintas a lo que se podía esperar. Pero esa querencia no quedó solo en Virginia o en su prima Soledad; alguna de sus hermanas se habría lanzado al abismo del conocimiento en dicho tema si el aviso de la condena eterna a manos de legiones de demonios no hubiera estado tan presente en las épocas oscuras que les tocaron vivir.
(...)

25/11/08

Algunas cosas.

Cuando la dualidad de la unión perfecta se rompe, la vida no sigue, la vida se para, se angosta y se oscurece. Y ya todo es nada. O sí sigue, pero lo hace de esa forma que no es ya vida. No es vida, es otra cosa. Porque sabes que lo tenido no está, que no estará. Habrá otras cosas, diferentes, que las podremos camuflar de buenas, pero que en el fondo sabemos que no son, ni de lejos, como la brillantez de las otras. De ahí la tristeza, la amargura por la rotura, por la pérdida. Y ya sólo queda tratar de andar, seguir andando, pero sin búsqueda, porque sabes que encontraste, que tuviste, y que fuera del paraíso perdido, todo no son sino meras copias imperfectas de aquella belleza. Y es triste conformarse, aunque se puede. Pero eso ya es sólo sobrevivir.

Oigo caer el tiempo, gota a gota, y ninguna gota que cae se oye caer. ¡Respiro, suspirando!
Fernando Pessoa.

24/11/08

Hay dos estrellas

Largo y arduo es el camino que conduce del Infierno a la luz.
John Milton. "Paradise Lost".
Hay dos estrellas en el cosmos que se han mirado y, en la mirada, se han sonreído. Hay dos estrellas en el cielo que titilan en la noche, que se hacen guiños entre el espacio que las separa. Hay dos estrellas en la noche que no pueden juntarse, a pesar de intentarlo. Hay dos estrellas en el firmamento que se aman con locura pero que la distancia y los avatares les impide unirse. Hay dos estrellas en la bóveda celeste que arden de tanto amarse. Hay dos estrellas en el cielo que se despiden con un, te quiero un montón mi niña, y yo a ti también, a diario. Simplemente. Y ahí siguen. Pensándose. Recordándose. Amándose. Hay dos estrellas en las alturas que jamás pueden tomarse, pero que están siempre brillando, en el pensamiento, en el alma, en el interior de la otra. Las dos más bellas estrellas del firmamento. Hay dos estrellas en el cielo que siempre se estarán mirando, que siempre se estarán pensando, que siempre se estarán amando.

22/11/08

La chica ausente

Hay una chica que cada vez que la veo me rompe el alma. Regordeta, bajita, lo que redunda en la sensación de gorda. La cabeza siempre gacha. La mirada pegada al libro o a la libreta. La sonrisa ausente. La cara llena de granos. No es fea. No es guapa, pero no es fea. La gente la ve así, pero quizás es por su forma, por su carácter y por su aspecto exterior. Pero no lo es. Normal, simplemente normal. Tiene ojos oscuros y unas pestañas inmensas. El pelo, de color castaño, recogido en una cola baja. Viste siempre con sudaderas, bajo las que lleva una camiseta blanca de algodón y pantalones oscuros del mismo tejido. Intenta estar al día, pero la falta de dinero le impide tener marcas, y por ello se viste los dedos con anillos de plata, dos, y pulseras de hippie, tres. Todo en la mano izquierda, junto al reloj, hacia abajo, ocultando la ausencia de marca. Cuando escribe, la mano izquierda, con la que sujeta el papel sobre el que desliza el bolígrafo, siempre tiene el dedo meñique levantado en una postura elegante y graciosa. Me mira a veces. Muy rápido, fugazmente. Temiendo que la vea. Ayer le pedí que me enseñara lo que hacía. Me miró aún más. No con desconfianza, sino como si se hubiera dado cuenta que le importa a alguien por primera vez, que sentía interés por ella, como si hubiera descubierto que hay quien la ve, que está presente, que cuenta.
Los demás la ignoran absolutamente. No existe. Es un bulto que se sienta en una mesa contigua a la de ellos. Insignificante, casi transparente.
Me puede. Siempre que la veo se me parte el alma. Trato de estar presente, pero a veces no sé. Tampoco puedo. Tal vez con algún detalle, pero nada más. Por mi situación, por mi cargo. Pero se me abren las carnes. Sólo debo alguna mirada, y aun así temo. Por lo que sé que provoco o puedo provocar, y eso no quiero ni debo, pues los efectos pueden ser desastrosos. Ayer sólo le pedí ver lo que hacía y la miré un par de veces, con mirada suave, y a partir de ahí no dejó de mirarme. De hito en hito, pero continuamente.
La mayoría de las personas son inmunes a estas situaciones. La mayoría de las personas no ven a esas otras, incluso les son molestas. Como los pobres, los vagabundos o los viejos. Son los apestados de la vida. Y me puede. Yo no puedo con ello. Las lágrimas pugnan por salir debido a la impotencia, por el deseo de decir cambia, sonríe, la vida es maravillosa, un don del cielo, toda para ti, cógela, vívela. Pero no sé cómo hacerlo. Y sé, aunque espero que algo cambie ese destino, que su vida será un reguero de tristeza, de monotonía, de ausencias, de sinsabores, de abatimiento, intentados superar a base de esfuerzo en los estudios, en el trabajo, en las cosas triviales, pero viendo que a su alrededor hay cosas que le atraen y a las que nunca tendrá acceso. Así de triste. Así de tremendo. Y ruego al Dios de los necesitados, si es que existe, que se apiade, que abra la luz y le de lo que de verdad merece, lo que todos merecemos. Porque debe poseer un mundo interior grande e intenso. Que le muestre alguien que haga algo, que la saque de esa prisión, que le de lo que se merece, lo que todos merecemos.
A su lado todo son risas, todo parece normal, pero casi todo es vacío, ausencia, simplicidad sin límites, vidas grises aun con apariencia de color, simples, vacías, anodinas, carentes de interés.
Hoy he sabido que se ha suicidado. Y yo me fustigo por no haber sabido, por no haber estado. Y el Dios de los mediocres reina en este mundo del que yo sólo soy un pobre bastardo. Por inútil. Por innecesario. Por no saber estar, por no saber ser. Por…
Hay cosas que sobrepasan lo imaginable. Hay cosas imposibles. Hay hechos que te dejan mudo y sin sentido, atado al sillón, muerto. Hoy, leyendo la prensa me encuentro con esta terrible noticia. ¿Coincidencia? Sólo me produce abatimiento, y una sensación de soledad e impotencia, de tristeza y dolor, que me rompe el alma. Hay días que sería mejor no levantarse.
La noticia es la siguiente:

ANNA GRAU NUEVA YORK
Sábado, 22-11-08
Extraído del periódico ABC

A muchos les pareció que era una broma de mal gusto pero era real. Abraham K. Biggs, un chico de 19 años de Florida, se suicidó ante los ojos de 1.500 personas que le veían por Internet. Tuvo el pudor de dar la espalda a la webcam antes de ingerir una dosis letal de antidepresivos combinados con sedantes y tumbarse en la cama. Así permaneció expuesto a la curiosidad de todos los usuarios del canal de vídeo Justin.tv.
Algunos le acusaron de hacer el payaso y le insultaron. Otros se acabaron dando cuenta de que incluso si se había quedado dormido su inmovilidad resultaba sospechosa. Como si no respirara. El canal acabó rastreando la localización geográfica del joven, cuyo nombre de guerra era CandyJunkie (yonqui de las golosinas, adicto al dulce), y avisando a la policía. Los agentes le encontraron muerto y lo único que pudieron hacer por él fue apagar la cámara.
Al día siguiente la angustia embargaba a la comunidad electrónica, aunque no a todos por igual. Los dueños del canal se defendieron apelando a los mismos usuarios para dar el aviso cuando se emitan imágenes «impropias». El perfil de Abraham en MySpace se convirtió en un punto de peregrinación electrónica, con mensajes de los amigos del suicida expresando su consternación y afirmando que le echaban de menos.
¿Por qué lo hizo? Dejó una nota llena de vaguedades terribles: se acusaba de haber hecho daño a otras personas y decía despreciarse por considerarse un «fracasado» sin remedio a los 19 años. Algunas informaciones apuntaban a un amor contrariado, a una novia que le abandonó por otro con más dinero.
No hace tanto Abraham no parecía tan desesperado, y pedía atención y amistad por la red de redes. «Llamadme o escribidme si tenéis un problema, y nunca os daré la espalda», aseguraba. Hasta que se acostó.

20/11/08

Sólo quiero

Sólo quiero que llegue la noche, tras la noche del día, para poder esconder mi alma a la vida y no sentirla para no notarla, para intentar vaciar la mente en el sueño que nunca llega y no apreciar el dolor amargo que hay en mi ser. Sólo quiero cerrar los ojos y lograr la muerte que no llega, y poder dejar esta vida inclemente en que me hallo. Sólo quiero apagar la luz para no sentir el suplicio que aflige a este ser, que ya no siente sino amargor, pero el interruptor vital siempre es reticente y me impide dejar esta vida que me oprime. Sólo quiero abrazar el frío cuerpo de la parca y dejar este mundo que me vence y que me ahoga. Sólo quiero coger un arma y vaciar el cargador sobre mi cuerpo, disparar y apagar esta vida que no es vida, terminar con lo empezado. Sólo quiero clemencia, quitar el seguro y apretar el gatillo, que suene el percutor. Y en el resplandor del disparo, en la velocidad de la bala al entrar en mi cuerpo, espero, sólo espero, por última vez, verte, y así poder tenerte en mi mirada, en mi alma, en mi mente, durante un último segundo, durante un último instante, y de ahí ya por siempre. Sólo así podré. Debo hacerlo. Ser clemente.

Negro. Muerto.


Hoy he visto el arco iris entre nubes y claros, rayando el cielo, quebrando la bóveda celeste entre el algodón gris de las nubes, matizado por la lluvia, y el azul a intervalos. Sol y sombra. Todo negro, oprimentemente negro, y el arco iris… aún más negro. La música de fondo, el recuerdo. Un triste tañido de campana que redobla a muerto. A descompás. En soledad. Como la soledad del fallecido. Y el muerto anda. Deambula quieto. Quietud inerte de vida muerta. No hay vida tras la vida. Senectud omnipresente. Hay un vacío que impide. No siento. Hay un ancla que me hunde ahí, donde la vida se detiene. El recuerdo de la vida vivida con un sentido preciso, precioso, amplio y verdadero. La vida que los ojos me han dado al través de la mirada sentida, querida, y que ahora está ausente. El camino andado… ahora quebrado. Dos. Se abre el precipicio y caigo. El salón vacío. El olor a muerto. La pared opaca. Silencio. Los cuadros sin figuras ni colores. Negro. Busco las palabras tan queridas, y no las encuentro. Los sonidos desaparecen a golpe de martillos sobre mi cabeza, sobre mi alma. Yunque muerto. Ausente de hierro candente, del rojo de la vida. Negro. La risa se torna llanto. La lluvia aparece de repente como un reguero arrastrando el rimel. Negro. Llanto inútil. Llanto triste. Llanto lento. Un vacío oscuro lo llena todo, y un tímido cepillo de dientes, solitario, muestra el dolor de una vida cercenada, terminada, rota por el desasosiego mostrado por un jarrón de rosas marchitas, muertas, que adorna este ataúd en el que me encuentro. Ya ni veo. Ciego. ¿Dónde está ese alma límpida? ¿Su alma? ¿Mi alma? ¿Dónde sus claros cielos? La brillantez vivida se ha perdido. Me muero. Alma muerta. Y ahora… ahora el cuerpo. La vida, muerta. La música, un réquiem. Uno. Dos. Eterno claudicar. Eterno fracaso. Derrota total. Nuevamente yerro. Otra vez. Tristeza. Abandono. Ciego. Yerto. Negro. Muerto. Y pido perdón por mis pecados. Muerto. Busco y no encuentro. Miro y no veo la mirada de tantos sueños. No la encuentro. Muerto. Me fustigo por los hechos. Muerto. Sé que puedo. Sé que soy. Muerto. Pido perdón por el daño, por los hechos, a los indefensos. Muerto. Pido perdón por la vida, a mi vida, a su vida. Muerto. El amor es un acto de perdón interminable. Muerto. Estoy muerto. No me encuentro. No soy. Estoy huero, vacío, muerto. Cómo me gustaría…, pero estoy muerto. Vi un niño sonreír. Intenté verlo. Quise responder pero sólo me salió una mueca. Una mueca de muerto. La tristeza es tan profunda que ni esa sonrisa alegra mi pecho. La inocencia de esos ojos que otrora me sumían en desbordante alegría por estar vivo, ahora sólo me producen llanto. Tristeza y llanto, desesperanza y hastío, porque estoy muerto. Ya no puedo. Ya no soy. Negro. Muerto. Y hay un nudo en la garganta que me aprieta y que me ahoga. Cuerda gruesa, densa y lenta que me quita la vida. Un nudo corredizo que me anuda el alma y la destroza. Dolor del espíritu. Dolor de dentro. Ya no soy. Todo es negro. Muerto. Estoy muerto. Nada es. Nada hay. ¿Dónde están los ojos que me abrían las ventanas y me traían el aire fresco? Quiero respirar y no puedo. Muerto. Quiero respirarte porque estoy muerto. Porque me muero. Porque sin ti muero. O ya estoy muerto. Sí. Muerto. Todo ya es negro. Todo está muerto. Yo estoy muerto.

17/11/08

Ausencias


En realidad, al verte, cuando el deseo apunta y nace, es realmente cuando quiero conocerte y enseñarte, al mismo tiempo, lo que soy, y cuando quiero ver, a tu través, lo que la vida ofrece, lo que hay en ti. Mirarte a escondidas, observar tu sueño, mirarte dormir en mi alma, y en mis brazos, poblar tus sueños, llevarte de la mano, andar ausentes. Quiero conocerte, mostrar al mundo tu interior, cantar los salmos más eternos, ser. Pero todo eso fue ayer y no hoy. Hoy todo es ausente. Por eso lloré las flores más hermosas… y mi alma demudó en rocío, que cubrió tu cuerpo y lo llenó de pétalos de azabache, de rojos y violetas. Y sentí. Sentí que no podía vivir, y de ahí… De ahí la muerte prematura y el abandono. El no ser.

Crisis, Arte, Pobreza: España es así. ¡Olé!


Y ahora pasa esto. Arte y dinero de la mano. El dinero que debe ir destinado al desarrollo de los países pobres, resulta que se destina a pagar a Miquel Barceló, el pintor por excelencia de los tiempos modernos en España (y que el tiempo colocará en su sitio, espero), para la cúpula de la sede de Naciones Unidas en Ginebra. Un pellizco de los que duelen. Más a los pobres, todo hay que decirlo. Pero como no se van a enterar, pues no pasa nada. Y mientras tanto, por aquí, de copas. Zapatero en Breton Woods, la crisis por todas partes, y la cúpula decorada. ¿Decorada? Aquello parece una feria. Sobre gustos no hay nada escrito, pero eso va más allá de lo permisible. Hasta Barceló reconoce que se pasó en los colores. La Sixtina del Siglo XX, la Sixtina española. La chorrada, diría yo. De Barceló, del Gobierno Español, y de todo aquel que dice que eso es una obra de arte y que pasará a los anales del Arte Moderno. ¡Qué Dios nos pille confesados! Sé que muchos me llamarán de todo por criticar a Barceló. Estoy curado de espantos. Sabe vender. Sabe venderse. Pero hay miles de mejores pintores por ahí que no salen al ruedo, que no están para esas cosas, que hacen pintura de calidad. Pero no son conocidos. Ahí radica el problema. Y sobre el Gobierno y sus mojigaterías, ¿qué decir? Se califica por sí solo. Si no fuera porque los pobres no van a recibir ese dinero, su acto sólo me movería a la risa y a la conmiseración. Pero por salir el dinero de donde sale, me mueve al susto y al desprecio. Crisis, ¿qué crisis? Arte, ¿qué Arte? ¿Pobres? ¿Dónde?

15/11/08

Cuaderno de viajes. La montaña. El Pirineo. Las gentes.

Personas hay pocas en el mar inmenso de estas montañas. Sus caras son únicas. Especiales. Tienen una mirada profunda. Tanto, que parecen ausentes. Sus ojos se posan en los tuyos y acompaña el tacto de la mirada con una ausencia total de sonrisa. Entro en un bar. Los precios son los de cualquier sitio, pero las personas son las de antes, las de aquí, no de otro sitio. No los he visto en ningún otro lado. Los cuerpos es posible, y aun así… Recias manos con gruesos dedos, cansadas de trabajar en el frío; poderosos brazos. Poderosos brazos en inmensos torsos, redondos, que muestran la razón de la ausencia de cuello, pues apenas algo de él emerge del cuerpo para soportar la cabeza. Hermosa en su desnudez, en su rareza. Cabezas de otros tiempos, de otros espacios. Los pelos sin peinar. Ralos en su mayoría. Muy cortos. Blanquecinos, provenientes del moreno. Despeinados. Parecen su seña de identidad. No hay estética. No se necesita. Todas las personas de mediana edad o más viejas. Sólo un niño al que mira una oronda abuela desde la esquina de una larga mesa del bar, a la entrada de la cocina, con el plato que le dio para comer. De pelo rizado y cabeza rechoncha, grande, hermosa. De risa fácil. Mejillas sonrosadas. Mirar tranquilo, de tiempo. Y un cuerpo que llena la silla y la desborda, con los generosos pechos como señal de partida o de llegada. En cualquier caso de buena crianza. El resto son albañiles que vienen al menú tras su jornal en el tajo que ofrece el gobierno para colocarlos. Limosna para gente que no tiene nada. Tampoco importa. Antes no tenían pero sacaban para ir tirando. Ahora tampoco, y el gobierno les da para ir tirando. De ahí, quizás, las miradas. O no. No.
Y se sientan delante del menú y charlan. Poco, pero hablan. En general miran el plato y en derredor. Comen la sopa como antes, empuñando la cuchara. No la cogen, la empuñan. Y sorben la sopa. Mientras sorben miran. Y te alcanzan con los ojos y se quedan. Te piensan, o sólo te miran. El de fuera, el extraño, el distinto.
Quizás no hay más. Quizás no les importas más que lo que eres. No hay más que la superficie. Cuesta entrar en ellos. Hablar cuesta. Te hablan, pero todo parece quedar ahí, en la superficie. Amabilidad. Facilidad. Buen trato. Pero es difícil entrar más allá, profundizar.
Sus caras me recuerdan los rostros de las gentes del medioevo. Los rostros que retrata Passolini en sus películas. Todos parecidos, todos diferentes. En todos los sentidos. Endogamia. De ahí quizás todo. O tampoco. El paisaje debe ayudar también. La montaña. La madre montaña que une y que separa, que dispersa y que atrae, que crea y que destruye. Endogamia. Montaña. Así son los Pirineos. Así es la montaña. Así son sus gentes. Gente de la montaña.

10/11/08

Cuaderno de viajes. La montaña. El Pirineo. El fuego y la nieve.


Me siento frente a la lumbre. Hay cierto encanto en el crepitar de la madera en la chimenea. Y ello a pesar de la infamia que el personal que la rodea produce, como trasunto estético. Estética espiritual, que no física.
Los colores son brillantes y te llevan a cualquier parte, desde las hogueras de mi niñez al mismo infierno de Dante, pasando por Velázquez y su “Fragua de Vulcano”. Los matices de naranja son inmensos, aunque algunos ojos se empeñen en decir que sólo hay uno, un único, triste y desolado naranja. Claro que si tenemos en cuenta que una “humilde” bióloga no sabe decidirse entre roble y haya, ante la espectral visión de una triste hoja caída en el lecho mortuorio de la nieve en el transcurso de la noche, cualquier cosa es posible.
Los olores se agolpan. Maderas. Cada una tiene un olor distinto. El pino huele a pino y el roble a roble. Sólo hay que educar en el olor. Pero ya nadie, o casi nadie. El gusto por lo tradicional, o por el placer sin más.
Hay un arte en oler, como en mirar. Hay que saber. La nieve huele. Incluso depende de sobre qué esté. Hay tonos de blanco. Tonos de nieve. Hay tonos de madera. Tonos de lumbre. La lumbre. Una de las palabras más hermosas. La lumbre siempre me lleva a la niñez. No es el fuego. Es la lumbre. ¡Échale leña a la lumbre! Y huele. Olivo no, que aquí no hay. Roble. Haya. Pino. Olivo no. Esto no es Andalucía, aunque me la recuerda. Y crepita. También se oye. Como la nieve al caer. Como la nieve al andar.
Cuando se mira a la lumbre aparecen tonos de azul. Casi violeta a veces. Y la madera se rompe y queda en rojo y gris, cuarteada mientras alguna llama pugna por salir a través de sus rendijas. Sinuosas. Ascendentes. Con sus tonos de amarillo elevándose, moviéndose en un baile rápido y divertido. Besando el aire, persiguiéndole. Y el gris se troca en rojo. El infierno aparece y desaparece. Te pierdes dentro. Te quemas dentro. Espectral escenario de la belleza. Cierras los ojos y vuelves a la nieve y sus tonos cambiantes, musicales, evanescentes. La nieve que se posa en los rojos, en los verdes, en los mil verdes. Los tonos según la luz, según los ángulos. La nieve. El fuego.

9/11/08

Cuaderno de viajes. La montaña. El Pirineo. El suelo.


La muerte viste de marrón el camino. Otoño. Lo engalana de tonos marrones y, salpicando, de pinceladas en rojo y amarillo. Las hojas me enseñan a morir, y no es más verdad que la verdad, pero la verdad es a veces de colores, y la muerte es bella si la sabes mirar, si la miras, si la aprehendes, pero sobretodo si la aprendes.
Cuando asciendes la montaña, se abre como una meretriz y te regala su sonrisa más abierta. Se viste con los atuendos más ampulosos, con los tonos más hermosos. Se te muestra. Otoño. El ojo es el que debe ver, y la mente interpretar, esa sinfonía. No hay sonido aparente. Apenas algunas gotas de agua que resbalan por las hojas del roble y del acebo, del abedul y del fresno… Las lágrimas de la nieve, derretidas por los rayos del sol de la mañana, que hieren… Gotas que apenas dicen. Gotas. El río a veces, que desliza entre las piedras y suena levemente. Cantiga antigua. Delicada. Y a veces el vuelo asustado de algún pájaro. Nada que rompa el encanto de lo sublime. Todo ayuda al silencio a estar más presente. Silencio total, absoluto, envolvente. Para ti. Para mirar. Para escuchar. Para sentir. Para ver. Te oyes a ti mismo. La respiración. El jadeo de la marcha. El andar. El sonido que haces cuando quiebras la nieve. Hay cierto placer en pisar la nieve virgen, y un sonido que te eleva y te lleva atrás. No hay más. Sólo queda oír lo que se te da. Lo que la vista te da. Lo que la montaña te da. Lo que hay en ti.
Y el regalo de las huellas. Las pezuñas hundidas en la nieve. Los rastros nítidos de los “dedos” y su avance, a veces lento, las más de las veces, a veces rápido, las menos; el arrastre de las patas al salir de la nieve honda. La constancia. Sus trochas. Sus caminos de ida y vuelta, sus vericuetos a veces sin sentido. Otras sí. Te marcan el camino. Es el camino. Nunca hay pérdida. A veces olvidamos lo que fuimos, lo que somos… y nos vamos. Sólo hay que seguirlos. Seguirlas. Ver. Aprender. Ser humilde. Andar. Y entonces todo se te entrega. El suelo es un regalo para el alma, la cuna de los sentidos. Y la muerte viste la vida de colores, y la vista cubre el alma de vida.
Saber vivir. Saber mirar.
Todo a mi alrededor es un regalo.

1/11/08

La muerte constante. II

Crescencia fue contratada tras el alumbramiento del primero de los vástagos de Don Medardo Hoyos Rubianes por su mujer Doña Marina de Villasante Jiménez, hija del héroe del bando nacional durante la Guerra Civil, Francisco de Villasante Olmos, aquel que, después de ser hecho prisionero por las hordas rojas (en su terminología ideológica y castrense), tras el cerco y posterior asalto en Santa María de la Cabeza, consiguió huir del tren que lo trasladaba a la capital de la provincia para ser fusilado, cosa de la que no estaba al tanto, pero que, por esas circunstancias propicias que suelen rodear a los héroes, fue avisado por un gitano que, ¡Oh diosa fortuna!, iba en el tren como fuerza de asalto y que había sido sacado de algún que otro apuro cuando, Olmos, como era conocido por el común, estaba destinado en el ignoto pueblo de Sierra Morena donde vivía el mentado calé, en calidad de Comandante de puesto. Título que no le venía por su graduación, pues no era sino un simple cabo, toda vez que se había insertado en el cuerpo de la Benemérita tras un altercado familiar con su madrastra, con la que su padre había contraído nuevas nupcias tras el fallecimiento de su madre, y que, según contaban las crónicas familiares, no era un dechado de virtudes, la madrastra, en sus relaciones con la prole que traía consigo el allegado, aunque sí poseía un amplio registro de virtudes amatorias, de ahí las prisas del padre para el casorio. Contaban las malas lenguas familiares que solía remolonear en la cama y que se levantaba tarde y mal, con gesto hosco y ceñudo, exigiendo las viandas para, tras dar cuenta de ellas, volver a la cama, donde a no mucho tardar se incorporaba el patriarca, para dar suelta a sus muchas y perentorias necesidades venéreas, y como la cara de satisfacción era notable y evidente tras el ágape amatorio, lógico es que permaneciese más atento a las necesidades y querencias de su dueña que a las de sus hijos. Necesidades carnales que pasaron a la mayoría de los miembros producto de su actividad genésica, sobre todo a los del sexo masculino, empezando por el héroe de la Batalla del Ebro, de Teruel y de tantas y tantas hazañas, unas militares y otras de orden disparejo, y pasando por el primogénito y por el primogénito de éste, y así hasta la generación presente; pero no solo pasó el gen victorioso a los primogénitos varones, también lo hizo, saltando a las mujeres, a los primogénitos de éstas, que no se sabe bien por qué casualidad, siempre fueron hombres....