Nada más apropiado que esto para terminar. Se acaba este terrible año. ¿Por qué nos suicidamos?
Desde que somos, la soledad, el dolor, la desesperanza, el agotamiento, entre otras cosas, han hecho que algunos decidan optar por dejar este mundo en el que se sienten mal, con el que no pueden, en el que no pueden más, en el que no están. Es un acto trágico, supremo, brutal. ¿Por qué lo hacemos? Parece un contrasentido a la ley natural, o quizás sea el recurso más desesperado a la locura. ¿Quién lo sabe? El psicoanálisis lo achaca al resentimiento dirigido hacia otra persona y desviado hacia él mismo. Un autoasesinato. La necesidad de escapar de una inmolación o el deseo de una nueva vida.
Las formas son muchas. Pegarse un tiro, ahorcarse, inmolarse escalando, simulando un accidente…
Ejemplos hay desde el principio de los tiempos. En la mitología, Dido se apuñala ante la pérdida de su amante y Leukakas se arrojó al mar para evitar que Apolo la violara. Sócrates, Cleopatra, Séneca, Hemingway, Marilyn Monroe, Kurt Covain, Kevin Carter, el autor de la fotografía que acompaña este texto, que no pudo superar el hecho de dejar morir a la niña de hambre para hacerla (ganó el Pulitzer con ella), el chico de diecisiete años que murió en un banco de un parque de fallo cardíaco, con una nota que decía: "te quiero y no puedo más..." (¡qué historia más hermosa!). Vidas marcadas. Pero también hay otros anónimos que no salen en las estadísticas ni en los periódicos, porque la muerte es emocional y no física. Las mujeres en casa, paralizadas en su infelicidad, las parejas en muerte afectiva, los narcisistas ensimismados, los alcohólicos disimulados, los aletargados hundidos en el cinismo, la desidia y la rutina. Yo sólo he vivido un suicidio, y fue brutal. Visto con los ojos de un niño de cuatro años. Aún más. Un hombre vestido con su traje negro y la camisa blanca, colgando de una viga. Los zapatos lustrados. Balanceándose adelante y atrás, como una guadaña. Y su hija gritando y llorando. Su mujer había muerto unos meses atrás.
El suicidio es la muerte más cruel para los que se quedan, porque deja cierta sensación de culpabilidad, pena, traición, desconcierto y desolación, porque conmueve nuestro frágil sentido de la existencia y nos hace sentir más indefensos ante la nada. El vacío que deja quien se suicida define al que se queda. El vacío es doblemente profundo a una muerte normal. Más doloroso. Porque no se encuentra la respuesta al porqué. Porque la lógica del suicidio es como el argumento indescifrable de una pesadilla: un enigma.
Nada más. Chao.
Desde que somos, la soledad, el dolor, la desesperanza, el agotamiento, entre otras cosas, han hecho que algunos decidan optar por dejar este mundo en el que se sienten mal, con el que no pueden, en el que no pueden más, en el que no están. Es un acto trágico, supremo, brutal. ¿Por qué lo hacemos? Parece un contrasentido a la ley natural, o quizás sea el recurso más desesperado a la locura. ¿Quién lo sabe? El psicoanálisis lo achaca al resentimiento dirigido hacia otra persona y desviado hacia él mismo. Un autoasesinato. La necesidad de escapar de una inmolación o el deseo de una nueva vida.
Las formas son muchas. Pegarse un tiro, ahorcarse, inmolarse escalando, simulando un accidente…
Ejemplos hay desde el principio de los tiempos. En la mitología, Dido se apuñala ante la pérdida de su amante y Leukakas se arrojó al mar para evitar que Apolo la violara. Sócrates, Cleopatra, Séneca, Hemingway, Marilyn Monroe, Kurt Covain, Kevin Carter, el autor de la fotografía que acompaña este texto, que no pudo superar el hecho de dejar morir a la niña de hambre para hacerla (ganó el Pulitzer con ella), el chico de diecisiete años que murió en un banco de un parque de fallo cardíaco, con una nota que decía: "te quiero y no puedo más..." (¡qué historia más hermosa!). Vidas marcadas. Pero también hay otros anónimos que no salen en las estadísticas ni en los periódicos, porque la muerte es emocional y no física. Las mujeres en casa, paralizadas en su infelicidad, las parejas en muerte afectiva, los narcisistas ensimismados, los alcohólicos disimulados, los aletargados hundidos en el cinismo, la desidia y la rutina. Yo sólo he vivido un suicidio, y fue brutal. Visto con los ojos de un niño de cuatro años. Aún más. Un hombre vestido con su traje negro y la camisa blanca, colgando de una viga. Los zapatos lustrados. Balanceándose adelante y atrás, como una guadaña. Y su hija gritando y llorando. Su mujer había muerto unos meses atrás.
El suicidio es la muerte más cruel para los que se quedan, porque deja cierta sensación de culpabilidad, pena, traición, desconcierto y desolación, porque conmueve nuestro frágil sentido de la existencia y nos hace sentir más indefensos ante la nada. El vacío que deja quien se suicida define al que se queda. El vacío es doblemente profundo a una muerte normal. Más doloroso. Porque no se encuentra la respuesta al porqué. Porque la lógica del suicidio es como el argumento indescifrable de una pesadilla: un enigma.
Nada más. Chao.