30/8/08

La alegre política de la política tonta


(Algo que escribí hace algún tiempo en otro sitio, allá por el Carnaval, y que rescato para éste).

Señores, y señoras -no se me vaya a enfadar alguien; ¿O debería empezar con un señoras..., por aquello de...?-. La Literatura ha entrado en la política española. Y por la puerta grande, por la Puerta de Alcalá. Madrid, capital del reino, da salida al Carnaval (que mola más, como dice Sabina) y entierra la Cuaresma (que mola menos). Y lo hace de la mano de su alcalde, al que no imaginaba en el papel de Quevedo en su agria disputa con Góngora allá por los años del Siglo de Oro Español. El señor alcalde se lanza al ruedo de la chanza y nos deleita con un discurso cargado de guiños y denuestos hacia su enemiga, la señora Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, con una fina ironía que alegra el corazón de los oyentes y lectores. Celebro esta intrusión de la gracia y el salero en una política tan obsoleta y aburrida como es la de la España actual, país que se va, como tantos otros, por la cloaca de lo tonto. Y, en su discurso del entierro de la sardina, el señor alcalde se marca unos pasos de Literatura, más propios de un Quevedo venido a menos que de un político al uso. Desde aquí mi bienvenida, señor alcalde. Que cunda el ejemplo. Hoy me ha divertido leer el periódico.

Reproduzco el discurso íntegro del Señor Gallardón:

"No somos nadie, y bien que nos lo recuerda la difunta sardina. ¿Qué fue de las alegrías pasadas? ¿Qué se hizo de las chirigotas y las chanzas? ¿Dónde quedan los proyectos y los sueños, cuya zozobra ni siquiera la solemnidad de este Patio de Cristales puede disimular? Se fueron en un soplo, como ceniza de miércoles. Algunos dirán, tratando de consolarnos en este trance, que al menos la sardina ha vivido. Magro consuelo. Porque, como dijo el célebre replicante de esa obra sobre el carnaval del futuro que es Blade Runner, al final de tantas fatigas, "¿quién vive?" Ella, desde luego, no. Toda una existencia de discreción y estrechez para terminar ahora como la veis, apenas acompañada de unos pocos fieles, vosotros, alegres cofrades del Entierro de la Sardina, y yo, humilde servidor de esta Casa (Consistorial). Y que siempre tengamos que reunirnos con motivo tan triste... Aunque seamos justos. Puede que la sardina no haya visto arder naves más allá de la puerta de Orión, pero tal vez haya conocido algunas experiencias extraordinarias como las que hemos vivido los demás, que para eso Madrid se transmuta en escenario de ficción cuando quiere. Los antropólogos no se ponen de acuerdo sobre el significado de la sardina, no saben si milita en el bando de Don Carnal, en el de Doña Cuaresma, o en ninguno, pero yo me resisto a creer que nunca se haya tomado ninguna licencia. ¿Quién nos asegura que tras una máscara de gesto adusto, en algún baile de disfraces, en un pasacalles junto a gigantes y comparsas, murgas y desvaríos, no se escondía este pescado sencillo? Y aún así, ¡ha sido todo tan rápido, tan quebradizo y volátil, como es siempre la alegría del pobre...! No ha transcurrido ni una semana desde que yo mismo le cediera las llaves de la ciudad a Su Majestad Carlos IV en la Plaza de la Villa, y ya Don Carnal, después de arrebatárselas con malas artes, ha perdido la batalla contra Doña Cuaresma. Fugacidad de la política... A mí, la verdad, no me parecía un mal gobierno, aunque sólo fuera porque por unos días me ha dado un respiro, pero, como tantos, el suyo ha caído, deprisa y ante la conmoción general... de los que aquí lloramos a la sardina. ¡Cuántas vueltas da la vida, y qué imprevisibles son, en medio de la mudanza, los sentimientos, capaces de regalarnos un destello de ilusión en un momento difícil, o de refrenar el optimismo con un punto de inquietud! ¿Acaso sabían Carlos IV y los madrileños de hace doscientos años lo que se les avecinaba después de aquel último carnaval en paz? Ni la sardina lo imaginaba. Porque nunca hay que aventurar que la dicha de hoy dure hasta mañana. Ya lo dice Gaspar de Lucas Hidalgo: "Martes era, que no lunes, / martes de Carnestolendas, / víspera de Ceniza, / primer día de Cuaresma. / Ved qué martes y qué miércoles, / qué víspera y qué fiesta; / el martes lleno de risa, / el miércoles de tristeza." Pero lo importante, en fin, es que Madrid supo seguir adelante y sobreponerse al dolor de la guerra, como nos sobreponemos todos a nuestras congojas, y que estos días, al mirar hacia atrás sin ira, no nos hemos tomado en serio ni siquiera el famoso bicentenario. Una cosa, eso sí, hay que agradecer a Don Carnal, Doña Cuaresma, la Tarasca y los matachines: que nos han ayudado a demostrar, otra vez, que Madrid es la mejor cuando de combinar tradición y modernidad se trata, mezclando acentos y renovando la fiesta. Y eso que ésta ha sido una ceremonia de antiguo perseguida, y que Alcalde hubo, según cuenta Pedro Montoliú, que tuvo que dimitir por haber puesto trabas a esta ceremonia fúnebre. Prejuicio escandaloso que llegó al mismísimo Congreso allá por 1851, y que habría de costarle el bastón de mando al marqués de Santa Cruz. Así que no seré yo, queridos cofrades, quien os ponga peros. Vais a enterrar a la sardina, por lo demás, a la vera de nuestro Manzanares, aunque no sé si es para vosotros consuelo que repose en la más magnificente zona del nuevo Madrid, un río renacido que será nuestra imagen ante el mundo y que nunca sospechará ? ay, ingratitud de la vida? qué clase de sentido panteón esconde. Pero el carnaval es catarsis. Y ahora, hecha la limpieza, ventiladas las estancias del alma, satisfechas las expansiones emocionales, toca entrar en un tiempo de entereza y contemplación. Sí, amigos: ha triunfado Doña Cuaresma, la del gesto agrio y estricta conducta, y no queda más remedio que plegarse al triste designio que a los alegres y buenhumorados nos depara. Pero no os deis a la melancolía: sabemos que su victoria es pasajera, porque, en el peor de los casos, representa sólo la mitad de la vida, y dentro de un año estaremos celebrando de nuevo, junto a la rediviva sardina, nuevos días de fantasía y esplendor. Madrid volverá a reír, porque ésta es ciudad fértil y risueña, que a diario se sacude la ceniza con su propio nervio y su quehacer incesante. Así pues, y como que hay otra vida, enterremos ya a la sardina, y con ella todas nuestras zozobras y quebrantos, que no hay mal que por bien no venga. Requiescat in pacem".

29/8/08

El espantajo

Ella siempre mira. Sólo mira. La línea de árboles se desdibuja a la derecha. Tonos de verde. Árboles. Algún abeto y pinos negros. De vez en cuando un vacío ocupado por cultivos. Tonos de ocre. Ella siempre mira. Sólo mira. Delante, en los asientos delanteros, sus padres. Voces. Altas. Como siempre. No escucha. Sólo oye. Sólo mira. La vida se desliza a la derecha, entre los árboles y sus tonos de verde. Sin sorpresas. Nunca hay sorpresas. Tranquila. La línea del horizonte es siempre plana. Plana y monocorde. Como el sonido de la parte delantera del coche. Nunca la oyen. No existe. Tampoco ellos se oyen. Sólo gritan. Y ella siempre mira. Sólo mira. La línea del horizonte es siempre igual. Plana. Anodina. Como la vida. Tonos de verde. Y algún tono de ocre que rompe el vacío. Siempre de ocre. Siempre vacío. Hay una figura, parece, entre el ocre. Mira. Triste. Parece triste. Los brazos en cruz. La chaqueta negra. Rota. Como el negro sombrero de felpa. Ajado. La cabeza gacha. Colgado de un poste. La mira. Sonríe. Sólo la mira. Siempre mira. Sólo mira. Y una lágrima le escurre por la mejilla. Silenciosa. Tranquila. El coche se aleja por la línea del horizonte. Siempre igual. Monótona. Anodina. Sólo rota de vez en cuando por algún que otro coche que pasa a toda velocidad.

27/8/08

Algunas de las cosas

Algunas de las cosas que encontramos en el camino son las que me hacen creer. Son las que nos llevan. Algunas cosas son. No creo. Pero te creo y me enseñas el camino. Brillante. No te creo pero quiero creerte. No hay creencia sobre el amor. Las cosas pequeñas hacen crecer. Tú las muestras. Somos amantes que miran al cielo y enseñan a creer en la vida. El amor como límite. Gira alrededor de mí y haz el ahora. Y creeré. Gira alrededor de mí. Enséñame. Algunas cosas que no sé, en el camino están presentes. Tú me las haces ver. Algunas cosas que me enseñas me hacen creer que eres, que soy, que hay…

Irrealidades

El olvido como necesidad. Intranscendencias. Vaguedades. La innecesariedad de los sentidos. La precariedad de la intranscendencia. Vanalidad. Elementos que se cruzan. Los fantasmas del pasado. La muerte a golpes en un reguero gris de pensamientos nimios. Nido de cuervos. Negro. Oscuro. Oposición de colores. Contrastes. Blanco y negro. Día y noche. El principio y el fin. La totalidad. La nada como principio. La inconstancia del elemento supremo. Dios. La falsedad. La suprema investidura. Vacío. Ausencias. Tú y los dioses. Fatalidad. Amargura. Angustia. Dolor. El dolor como camino. El camino como creación. La vida. El placer. Muerte. Pasado, presente y futuro. No hay tiempo. Transparencia. La luz. Cristal. Prismas. Geometrías transparentes. Espacios superpuestos. Líneas tangenciales. Tridimensionalidad. La visión de los espacios me impelen hacia el final. No hay nada. Todo es nada. La nada como absoluto. La ausencia de todo. Quiero caminar. Ser. Estar. Andar. Mirar. Tocar. Oler. Oír. Sentir. Manos entrelazadas. ¿Quién hay ahí? Ojos cerrados. Párpados yertos. Miradas vacías. El espíritu que anhela. El corazón que late. Sonidos monocordes. Augurios. Sentimientos neutros. Campanas que repican a muerto. Cuencas sin ojos. Lágrimas vacías. Presencias guardadas. Esperanzas cercenadas. Avatares. La transición de la vida a la muerte, del yo al tú. Evanescencia. El adiós como final.

23/8/08

Ocaso. (Por los derroteros de la nada). VI

Y es que recuerdo la frase como un espantoso repique de campanas a muerto en mi cerebro, que me impide ver. Y ya no puedo. Me ha dejado el alma seca. Esos funestos sonidos, de una terribilidad que amargan, casi, como la muerte de un hijo. ¿Las recuerdas? No. Probablemente no. Con toda seguridad no. Tal vez recuerdes el sentido, pero no las palabras. “Sí, te he quitado de mí. Es que no quiero saber nada de ti. Solo deseo que me dejes en paz, que te olvides de mí para siempre. Piensa que me he ido para nunca volver, tal vez eso te ayude”.
Y mi respuesta. Salida o sacada de no sé dónde. Ni sé, aun, cómo pude, pero que no pudo ser otra sino la que fue. “Joder qué barbaridad. A mis palabras (que eran hermosas hasta lo inmarcesible, por bellas y sentidas), contestas así. Inimaginable. Así será. No te preocupes. Como si hubieses muerto”.
Ahora ya no queda ni puede ser nada. Solo vacío. Vacío y hastío. La ausencia de deseo, aprendido por la necesidad y su dardo mortal, me ha llevado a la ausencia de dolor. Y ya no quiero porque ya no puedo. Porque no hay. Porque no eres. Porque no estás. Porque no puedes ni podrás estar. Ya no existes. Estás muerta. Aunque tal vez siempre lo estuviste y no me quise dar cuenta.
Levanté las manos y no hallé nada. Levanté la mirada y no vi nada. Vacío. Vacío y hastío. La oscuridad densa en un cielo perlado de estrellas que no me hablaba. Los pedestales del recuerdo rotos, derribados por el absurdo. Y ahora que ya no queda sino la magia perdida, me paseo entre las puertas de los caminos, cerradas o entreabiertas, sin llaves, sin picaportes, como almas vacías de penas, sin ojos, yertas.

¿Por qué escribimos los que escribimos?

No sé dónde (y es que hay muchos pasillos en esto de la Literatura, o la Escritura), por razones que no vienen ahora al caso, aunque la verdad, y para ser sinceros, es que no me acuerdo de ellas (¡la memoria mía, que es una pena!), me vi obligado a plantearme el por qué de que los que escribimos lo hagamos. Creo que es una buena pregunta, con respuestas que por lo variopinto que en algunos he visto, podría ser interesante ver las de todos en alguna parte. Después de preguntarme por qué escribimos los que escribimos, he llegado a la conclusión de que hay tantas respuestas como escritores (que no publicadores, que también, ni multivendedores, que también). ¿Para epatar? ¿Para llamar la atención? ¿Para crear belleza? ¿Para liberarnos de nuestros fantasmas? ¿Por necesidad? ¿Para mostrar nuestros mundos o el mundo como nosotros lo vemos?... Y después de darle vueltas y más vueltas llegué a la conclusión, y en ella sigo, de que no tengo ni idea.
Aunque si he de decir algo en ese sentido, me inclino a pensar que lo hacemos por un poco de todas ellas, porque cada uno es como es, es él y su circunstancia, y la de cada uno es completamente diferente a la de los demás. Yo creo que lo hago -y no me contradigo con la afirmación que acabo de hacer, de que no tengo ni idea- para crear belleza, para espantar mis fantasmas, para sacar mis mundos de dentro y para mostrar el mundo como yo lo veo; pero eso es lo que creo, porque realmente no lo sé, o no estoy seguro.
García Márquez decía que escribía para que sus amigos le quisieran un poco más. Un escritor es sensible, posee sensibilidad y quiere dar lo que lleva dentro a los demás (y aquí entran los que publican o quieren publicar), pero lo que desea de verdad es que los demás le correspondan, creo –y ahí entraría el deseo de publicar, de ser leído-.
Hasta hace poco no me preocupaba que nadie conociese lo que hacía, y si alguien me leyó fue porque se enteró por casualidad, y al gustarle lo que escribía me llevó a que lo leyese otro y otro más. Y ahora estoy aquí y no sé muy bien por qué, aunque tampoco me importa mucho. Lo que si tengo claro es que no me interesa el dinero y creo que tampoco si alguien me lee o no, creo, insisto, porque tampoco estoy seguro. Y es que no estoy seguro de casi nada.
Sólo sé que me gusta escribir y que lo hago por lo que he dicho anteriormente. Si me leen bien y si no, bien también. Yo leo, que me encanta, y escribo, que me encanta también. Pero cada uno es cada uno. Y espero que haya la mía y mil razones más, entre las cuales estará el dinero, que también está bien, ¡qué carajo! Pero de lo que no me cabe la menor duda es que no es malo luchar por los propios sueños. Aunque hay que tener cuidado para que esos sueños no se conviertan en obsesiones y acaben destruyéndote. Como me dijo en cierta ocasión mi buen amigo y buen escritor, Rudy Spillman, con respecto al proyecto de “Cuentos Solidarios”, en Lulu, y en relación a la calidad de los que escribimos, “cada uno es dueño de su ego” (o algo así –que me disculpe si no lo era-), y esa frase viene muy a cuento, creo, aunque.... A partir de ahí... ¿por qué escribimos lo que escribimos?

21/8/08

La violencia como género literario


Hubo un momento en que la violencia me interesó sobremanera. La guerra siempre me resultó especialmente llamativa, y de ella nació mi interés por el origen de la violencia y su naturaleza, desde la antropología.

En los países anglosajones los asesinos múltiples parecen ser relativamente comunes. Sin embargo aquí, en España, o en el mundo latino en general, no, aunque estamos en ello. En 1994 se dio el llamado “Caso de los asesinos de rol”. Transcribo algunas frases del diario de uno de los asesinos.“Yo sería el que matara a la primera víctima. Era preferible atrapar a una mujer, joven y bonita, a un viejo o a un niño.” Tras varios fracasos, se deciden por un hombre que está en una parada de autobús. No voy a relatar más, tan sólo esto, porque me parece… y de una violencia aterradora y suficientemente esclarecedora: “Se me ocurrió, mientras lo acuchillaba, una idea espantosa que jamás volveré a hacer y que saqué de la película Hellraiser… Seguía vivo, sangraba por todos lados. Aquello no me importó lo más mínimo. Es espantoso lo que tarda en morir un idiota… Vi… y me dije: Cómo me paso… Le dije a mi compañero que le cortara la cabeza, lo hizo y escuché un ñiqui, ñiqui… A la luz de la luna contemplamos a nuestra primera víctima. Sonreímos y nos dimos la mano…”.Se puede encontrar con más detalle en la edición de El País de 9 de junio de 1994.

Pero no es eso lo que me interesa ahora, sino la violencia como género literario, que tanto éxito ha tenido y que tantas adaptaciones al cine ha dado. ¿Por qué tienen tanto éxito comercial? En determinado momento de mi vida, por razones que, ahora, sería tedioso explicar (aunque tiene su “con qué”), comencé a escribir lo que en principio iba a ser sólo un cuento: “Dolor y deleite”, donde expresar mi forma de entenderla. Ese cuento se transformó poco a poco en una novela, pero me encontré con algo que no esperaba, y es que no pude seguir. Vi algo dentro de mí que me asustó. ¿Cómo era posible que yo pudiese imaginar el dolor ajeno de esa forma? ¿Cómo era posible que yo pudiese crear algo de ese cariz? ¿Estaba en mí? De lo que no cabe duda es que los monstruos no existen por sí mismos, sino que son productos de nuestra oscuridad, nuestras angustias, nuestros miedos, nuestra alma. Me adentré en el tema de una forma brutal en busca del por qué. Y aún hoy sigo dándole vueltas al tema sin conseguir ver. La novela la hube de terminar. No pude acabar toda la idea que tenía en mente. Y la que iba a ser una novela larga quedó en una corta novela: “El jardín de las delicias (Anamorfosis)”. ¡Demasiada angustia vital! Eso me reconcilió, en cierta forma, con mi propio yo.


Algunas novelas interesantes y análisis sobre el tema:
  • American Psycho. De Bret Easton Ellis. Ediciones B
  • Hannibal. Thomas Harris. Mondadori
  • Crimen y castigo. Fedor Dostoievsky
  • Asesinos. Stéphan Bourgoin. Planeta
  • Psychokillers. Anatomía del asesino en serie. Jesús Palacios. Ediciones temas de hoy.
  • Las semillas de laviolencia. Luis Rojas Marcos. Alianza

6/8/08

Sobre el humor. O no. Nihilismo. Escepticismo.

¡¿Alguien debería leer un poco más a Emil Cioran?! El más importante filósofo nihilista de nuestra época. Maestro del escepticismo.
Jamás he trabajado, he preferido ser un parásito a ejercer un oficio. He accedido a sufrir una relativa miseria con tal de preservar mi libertad”, decía. Encadenó becas en la Sorbona hasta los 40 años, para que le permitieran comer gratis en el comedor universitario; leyó, escribió y malvivió en hostels juveniles hasta conseguir una buhardilla junto al Odeón, con un alquiler irrisorio; se mantuvo pobre y solitario, rechazó todos los honores que le fueron concedidos, y desdeñó su propia gloria. “Hemos perdido naciendo tanto como perdemos muriendo. Todo.”, decía, y decía también: “Somos y seremos esclavos mientras no estemos curados de la manía de esperar”. Y cosas como: “Quien no ha muerto joven merece morir”; o: “Concebir un pensamiento, un solo y único pensamiento, pero que hiciese pedazos el universo”. Pero también: “Solo es subversivo el espíritu que pone en tela de juicio la obligación de existir; todos los otros, empezando por el anarquista, pactan con el orden establecido”. Y: “La muerte es lo sublime al alcance de cualquiera”.
Algunas obras:
En las cimas de la desesperación
Breviario de podredumbre
El aciago demiurgo
La tentación de existir
El ocaso del pensamiento

Y en estos tiempos tan dañinos para el alma, un descubrimiento que debería haber hecho hace tiempo pero que por razones que van más por lo etéreo que por lo terrenal, más por lo esotérico que por lo exotérico, más por lo despreciable que por su opuesto: Calixto Bieito, el gran Satán del teatro europeo, y es que ahora me ha dado por ir al teatro (¡Qué cosas! Yo, su gran azote), y de ahí… Y dice, Calixto Bieito, y con esto basta sobre el tema, frases como que los nihilistas, a los que se une, de los que se siente, “hemos evolucionado tecnológicamente, pero emocionalmente, poco. No soy un nihilista amargado, a ver. Vamos hacia la nada, pero sin amargura. Yo lo que puedo ser es triste. Tengo melancolía de vaca gallega”.

2/8/08

La fotografía. (Por los derroteros de la nada). III

Los árboles en hilera, a la izquierda de una calle polvorienta, sin asfaltar, ancha, y con el polvo suspendido en la atmósfera por los andares de algunas personas que la pasean o la cruzan o la andan con o sin un lugar determinado al que llegar; algunas con desgana, otras, las menos, con cierta prisa, como si la vida se fuese al estar en ese camino polvoriento.
A un lado olmos, hendidos por el rayo del desastre, de la desidia, del menosprecio; al otro lado más árboles, pero no olmos sino acacias, de talle estrecho, inclinadas algunas, otras rectas; y un pedestal de hierro forjado sobre el que se estira una estatua mitad humana, mitad animal, medio grifo, medio centauro, medio Dios sabe qué. Extraña, discordante con el entorno. Como de otros tiempos, de otros hombres o de otras almas.
Cinco personas se mueven al paso que unos bultos, maletas en su mayoría, les impelen a hacerlo. Los tres niños con las manos vacías; ellos, con las manos en los bolsillos de los pantalones cortos de felpa; ella con un peluche, cogido con fuerza, apretado contra el pecho. Por cariño, por protección o por no sabe qué. Tal vez por ser el regalo que le hizo su padre un día, no recuerda cuando, quizás el día que cumplió los seis años y decidieron que había que dejar la tierra vivida para irse a otra, al más allá, al más allá de la frontera, al país largo, donde una vaga promesa de felicidad, más intuida que real, les hizo dejar todo o casi todo, a todos o a casi todos, y salir en pos de una quimera, más allá de las fronteras, de las de los estados, de las de los espíritus, en busca de algo que no está en las billeteras sino en el alma. Como nómadas, como gitanos no gitanos, moviéndose al son de una música interior que les impele a ir de una lado a otro en una búsqueda sin límite y que les queda en las almas, impregnándolas como un sello indeleble del que ya, tan solo, por el tiempo y las circunstancias vividas, solo queda el débil recuerdo de la imagen que fue.
El padre, ligeramente encorvado hacia la izquierda por el peso de una maleta de mala madera, o de cartón imitando a madera chapada, que porta sobre el hombro y que sujeta de la esquina con una mano. En la otra, doblada, la chaqueta, de paño, ni siquiera de algodón, ajada de tantos y tantos viajes trabajando. ¡Qué mal país!, repite como una salmodia, mientras el dolor del brazo se le hace insoportable por la tensión que la maleta le produce en el brazo. Por el peso de la maleta, por el peso de un país tanto tiempo sufrido, de una vida tanto tiempo soportada. Y el rictus de la cara es de un dolor tal que traspasa el tiempo y se hace eterno. Sin embargo hay en sus ojos como una chispa, algo de viveza que le hace moverse con cierta rapidez y determinación en busca de algo que ni él sabe pero que intuye o quiere intuir, por él, por ella, por ellos, hacia los que gira, de vez en vez, la cabeza, cuanto puede o cuanto el cuello le permite por la maleta impuesta, alegoría fantasma de su vida, en busca de unos ojos que le aprueben la decisión tomada, que le ayuden en el caminar hacia ese destino del que tan solo sabe que llegará. Ojos que miran a los suyos con un amor no exento de miedo o de no sabe qué. Ojos marrones, casi negros, casi etéreos. Ojos abisales... Ojos que al recibir su mirada le llevan el espíritu a la languidez, al abandono. Porque no hay nada más parecido a la verdad que el silencio de una mirada infantil. La madre, un poco detrás y al lado, como protegiendo a los niños y mirando ora hacia delante, ora a los niños, ora a su marido. Es la hora de empezar de nuevo. Otra vez. Por las circunstancias vitales que les impone el país y ellos mismos, o él mismo. Porque su interior es así, porque él es así. Siempre hacia delante, siempre hacia otro lado, siempre arrastrando su figura y la de los demás, que aceptan porque es él, porque no tienen conciencia, y si la tienen no tienen capacidad de decidir o de comprender el resultado del hecho.
Y siempre fue así. Siempre es así. Siempre será así.