
A raíz de ciertas conversaciones con algunos amigos, el tema del trabajo infantil, la explotación infantil o como queramos llamarlo, ha vuelto a mi cabeza. Y lo ha hecho con una fuerza mayor, si cabe, de lo que de común anda en ella. Lo terrible de las miradas de algunos de los niños que he visto en determinados lugares, me ha destrozado el alma como pocas cosas en esta vida, y ando con esas miradas como un fardo del que es difícil desprenderme, y del que, por otra parte, no quiero desprenderme, pues me une, de alguna manera, a ellos, y me mantiene despierto ante esa situación en el intento de hacer algo por ellos. No todo lo que debería o podría, pero sí algo.
Sé que no es el lugar para escribir sobre esto, y espero, por otra parte, que no se tome por lo que no es. Sé, y espero de todo corazón, que esos amigos con los que he hablado sobre el tema sabrán entender el por qué de estas palabras, y el que ellas no van en absoluto para ni contra ellos, sino que es sólo el deseo y la necesidad de expresar ésto que llevo dentro y mostrar un sentimiento mío.
Añado un par de recortes del periódico El País, de hace ya algunos años, donde se muestra algo de la cruda realidad en la que se mueven esos seres. Realidad que lejos de mejorar no ha hecho sino empeorar, en base al fenómeno globalizador y la expansión desmesurada de las multinacionales por el planeta en busca de mano de obra barata (¡¿quién más barato que un niño!?).
Doscientos millones de niños, según cálculos de la ONU, trabajan en el mundo. Quiere decirse, son esclavos.
Aunque el problema es universal. India gana en las estadísticas: sobre una población total de casi 900 millones, tiene unos 55 de niños trabajadores, sobre todo en el tejido de alfombras, en fábricas de cerillas, en tintorería. Las condiciones de los pequeños tejedores son similares en Pakistán o Afganistán. La industria alfombrera se cimenta en la explotación infantil, y tampoco países como Marruecos o Turquía escapan al abuso.
En 1995 fue muerto a tiros en Pakistán el pequeño líder Iqbal Masih, de 12 años. Su último mensaje fue: "Importadores, consumidores: decid no a las alfombras hechas por niños".
Un trabajador menor se expone a un doble riesgo: el que representa para su propio desarrollo la privación de la educación y el derivado de la peligrosidad que entrañan de por sí las condiciones de clandestinidad en las que se desarrolla. "Todos somos cómplices de la infancia maltratada.
"Costaría cerca de 6.000 millones de dólares al año (unos 780.000 millones de pesetas) sobre lo que ya se gasta hacer que todos los niños acudan al colegio en el año 2000. Esto puede parecer una suma de dinero enorme. Sin embargo, es menos del 1% de lo que el mundo se gasta cada año en armas", subraya un informe de UNICEF. El Gobierno español destina cada año a UNICEF, tan solo dos millones de dólares (260 millones de pesetas), cantidad muy inferior a la que aporta el pueblo español con cerca de 4.000 millones anuales.
Sólo me mueve el deseo, al escribir esto, de que alguien, aunque sea poca gente, haga algo, por poco sea, de vez en cuando, cuando quiera o cuando pueda, por eliminar lo que creo que es una lacra para la Humanidad, o al menos, ayude, en la medida de sus posibilidades, a estos niños.
Sé que no es Literatura, pero para mí hay cosas más importantes que escribir, como vivir, ser feliz e intentar que las personas lo sean. Con la Literatura se puede hacer, pero hay otras formas también, y ésta, creo, es una de ellas.
Sé que no es el lugar para escribir sobre esto, y espero, por otra parte, que no se tome por lo que no es. Sé, y espero de todo corazón, que esos amigos con los que he hablado sobre el tema sabrán entender el por qué de estas palabras, y el que ellas no van en absoluto para ni contra ellos, sino que es sólo el deseo y la necesidad de expresar ésto que llevo dentro y mostrar un sentimiento mío.
Añado un par de recortes del periódico El País, de hace ya algunos años, donde se muestra algo de la cruda realidad en la que se mueven esos seres. Realidad que lejos de mejorar no ha hecho sino empeorar, en base al fenómeno globalizador y la expansión desmesurada de las multinacionales por el planeta en busca de mano de obra barata (¡¿quién más barato que un niño!?).
Doscientos millones de niños, según cálculos de la ONU, trabajan en el mundo. Quiere decirse, son esclavos.
Aunque el problema es universal. India gana en las estadísticas: sobre una población total de casi 900 millones, tiene unos 55 de niños trabajadores, sobre todo en el tejido de alfombras, en fábricas de cerillas, en tintorería. Las condiciones de los pequeños tejedores son similares en Pakistán o Afganistán. La industria alfombrera se cimenta en la explotación infantil, y tampoco países como Marruecos o Turquía escapan al abuso.
En 1995 fue muerto a tiros en Pakistán el pequeño líder Iqbal Masih, de 12 años. Su último mensaje fue: "Importadores, consumidores: decid no a las alfombras hechas por niños".
Un trabajador menor se expone a un doble riesgo: el que representa para su propio desarrollo la privación de la educación y el derivado de la peligrosidad que entrañan de por sí las condiciones de clandestinidad en las que se desarrolla. "Todos somos cómplices de la infancia maltratada.
"Costaría cerca de 6.000 millones de dólares al año (unos 780.000 millones de pesetas) sobre lo que ya se gasta hacer que todos los niños acudan al colegio en el año 2000. Esto puede parecer una suma de dinero enorme. Sin embargo, es menos del 1% de lo que el mundo se gasta cada año en armas", subraya un informe de UNICEF. El Gobierno español destina cada año a UNICEF, tan solo dos millones de dólares (260 millones de pesetas), cantidad muy inferior a la que aporta el pueblo español con cerca de 4.000 millones anuales.
Sólo me mueve el deseo, al escribir esto, de que alguien, aunque sea poca gente, haga algo, por poco sea, de vez en cuando, cuando quiera o cuando pueda, por eliminar lo que creo que es una lacra para la Humanidad, o al menos, ayude, en la medida de sus posibilidades, a estos niños.
Sé que no es Literatura, pero para mí hay cosas más importantes que escribir, como vivir, ser feliz e intentar que las personas lo sean. Con la Literatura se puede hacer, pero hay otras formas también, y ésta, creo, es una de ellas.
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