
Caravaggio es inmenso. Atrae por muchas cosas, porque se ve que vida y obra están intrínsecamente conectadas; porque vivió como a todos nos gustaría vivir, o como a la mayoría, pero que casi nadie se atreve a hacerlo, y él si lo hizo; porque fue un espíritu libre, absolutamente creativo, y eso es obvio, pero sobre todo porque no se sometió a las leyes de su tiempo; porque era una persona, un genio siempre en conflicto y siempre desesperado; por su descarado e irreverente realismo, inesperado, audaz, contra la época. Usó siempre modelos reales, personas reales que buscaba en la sórdida Roma, en la baja, en la de verdad. Esa ya es una gran novedad, como lo fue el apartarse de la luz universal para entrar en la luz cotidiana y dramática. Y ello sólo era posible si se había visto, si se había vivido. Por otra parte, Caravaggio, aunque pinta esa realidad que está en las profundidades de la ciudad, con su luz real, tal y como es, parece que hubiesen sido vistos en un espejo, como suspendido dentro de él, como una verdad excesiva, como muerto, y eso se nota en sus pieles cenicientas. Hay cierta distancia entre esos personajes y nosotros.
Me gustó, especialmente, quizá por tan vista, pero sobre todo por el tema -uno de mis preferidos en la pintura universal-, su Judith y Olofernes, con una Judith que tomó como modelo, sin duda, a una prostituta. Una mujer seductora y erótica, pero también piadosa y destructora. Un cuadro que representa el momento más dramático y cruel, cuando secciona.
Me gustan sus puttos, el dormido, el vencedor. Las composiciones geométricas, de la Anunciación, de la Cena de Emaús, sus San Juan Bautista, su bodegón.
Me encanta Caravaggio. Y me gustó la sencillez de la exposición, como la han montado. Pocos y escogidos cuadros, y los autentificados. Casi minimalista. Perfecta.
Después más Roma. Cenar en una pequeña trattoría cerca del Foro Palatino. Buenos recuerdos. Y para terminar un espresso (tan sublime), cerca de la escalinata de la Plaza de España. Y allí, turistas, miles de turistas. Son las paradas de Roma, donde todos se detienen. Donde la gente se siente como en las películas, y se fotografía para inmortalizar el hecho. Yo estuve allí, en la escalinata, dicen mostrando la foto. Fotografías de un momento romano, de un emblema, otro de tantos. Y muchos romanos, a la caza de algo, tan aparentes y tan huecos; esa forma de ser tan romana, tan italiana. Mil imágenes. Mil personas. Mil miradas. Y entre ellas la mía, en unas pocas horas. Roma siempre será Roma. Muy especial.