20/4/09

Diario de la estupidez suprema. II (Moscas de bar)

Mientras escribo suena, de repente, Elvis Costello. She. Raramente escucho música, pero hoy la he puesto. Me siento ligeramente complaciente conmigo y con el día. Una vez, hace ya una eternidad, escribí algo muy especial para una mujer muy especial, mientras oía esa canción. Hace milenios. Cada vez hay menos mujeres especiales, o yo no las veo. Es difícil hallarlas. Ya antes me costaba, aunque ahora ya no… Incluso, algunas, se dejan ir, que no llevar, por el camino de la facilidad, de la estulticia, de la mediocridad y de la estupidez. Ellas, el ser supremo de la creación, la esperanza. Triste destino, el suyo y el mío; yo, su más profundo admirador.
Tengo el cenicero atestado de colillas. Todos los ceniceros lo están. El humo del cigarrillo que me estoy fumando asciende formando volutas frente al granate de la pantalla del ordenador creando un bello efecto. Es armonioso. En otro tiempo me hubiese quedado extasiado mirando las formas. Ahora no me dicen nada, o casi nada. Mi vida es un cortejo fúnebre, un velatorio. Y como en todo velatorio, como en todo cortejo, de vez en cuando hay risas, risas nerviosas provocadas por la tensión del momento, por la muerte, por la soledad, por el abandono, por el dolor. Vivo en una casa que es un ataúd. Cortejo a la muerte, pero me es esquiva. Me da largas. Hice un pacto con el diablo y el desgraciado se quedó con mi alma, pero me dejó un trozo, el del sufrimiento. Ahora sólo quiero dormir esperando que pasen los días. Trabajo, bebo, fumo, escribo y duermo. Ese es mi recorrido vital. Muchas veces me he planteado si no hubiera sido mejor estar en la vida de otra manera, si no hubiera sido mejor ser como la masa, informe, sin sentido, dejándome llevar por la mediocridad que nos rodea. Ser idiota tiene sus ventajas. Deambular en una vida que no es hace desparecer el sufrimiento, o al menos el sufrimiento largo y profundo, pues la capacidad para entrar en lo sensible, en la verdad, no existe. Las metas son ilusorias y cambiables de un día para otro. No hay sufrimiento del alma, pues se carece de ella o es de plástico. Estoy terriblemente solo. Soy un Diógenes en busca de una persona. Y en esa búsqueda lo he perdido todo, mujeres, amigos, familia, hijos. Todo se me ha ido quedando en el camino, desgajándose de mí como las hojas muertas de los árboles en otoño. O tal vez he sido yo el que las ha ido arrancando de ese árbol en busca de esa persona, o Dios sabe qué.
La intrascendencia es la norma. Dejamos pasar el tiempo y permitimos la distancia, sin querer, o sin saber, a veces, el vacío en el que nos movemos. Perdemos la vida andando a trompicones, o hacia atrás, incluso no andamos. Somos seres inicuos, amargados por el orgullo y los miedos absurdos. Deseamos pero nos negamos. Egoístas incapaces de aceptar la diferencia en el otro. Damos si nos dan. Nos negamos a aceptar las circunstancias, a tratar de comprenderlas, analizándolas. Sólo nos mueven los hechos, fríos, asépticos. Sumamos los errores ajenos y no contrapesamos la balanza con los aciertos. Nos miramos el ombligo cerrando las puertas a la redención. Esquivamos.
A veces, ya pocas, cada vez menos, voy a aun bar, pequeño, revestido de madera por dentro, acogedor. “Bar de Paco”. Así se llama, sin más, sin estridencias. El camarero, que es a la vez su dueño, es serio, algo gordo, callado y taciturno. Sabe escuchar cuando le hablan. Nunca contesta. Asiente de vez en cuando o se encoge de hombros. Casi nunca hay nadie en el bar. A lo sumo, al menos las veces que voy, por la tarde casi noche, suele haber dos personas. Siempre las mismas. Dos hombres sentados en sendos taburetes. Dos hombres tan absolutamente distintos y tan parecidos, unidos por el tráfago de la vida y sus soledades. Uno, pintor fracasado entre tanto sobredimensionado, viste siempre de blanco. Camisa blanca sobre una camiseta blanca que se ve a través del tejido de la primera; pantalones blancos de pinzas; pelo blanco con toques grises, al igual que la barba, luenga, que casi le llega a la cintura, a modo de corbata, al igual que el cabello, por lo largo, que se recoge en una púdica cola atada con un lazo blanco a la altura del cuello. La única nota de color son el cinturón y los zapatos, negros ambos. Pasa las horas mirando una cerveza eterna. Casi nunca habla. En ocasiones cuenta, su vida, al dueño del bar, o a la cerveza, nunca lo he sabido, pero a nadie más. Vida oscura, larga y amarga, por lo poco que he oído. Triste como su mirada. No se siente ya, y sin embargo ahoga los días entre las personas que ocupan ese espacio contiguo al suyo, en el bar, en busca de algo de humanidad, o de compañía, o de soledad entre soledades, en una sociedad cuyo mayor valor es la falta de ella, de humanidad, cuyo mayor valor es la estupidez. Sin destino o ya alcanzado. Distinto. Es mil veces mejor que toda la ralea de estúpidos que pululan por la vida sin ton ni son. Al menos ha vivido de verdad. Ha vivido y ha perdido, pero ha perdido en los piélagos de un mar tenebroso que no era el suyo, cenagoso, lleno de inmundicia, rodeado de estúpidos. El mar de la estupidez suprema en el que todos navegamos. El otro ocupa un segundo taburete. Un yonki, o exyonki, o ex lo que sea. Treinta años que parecen mil. Bebidos, fumados, inhalados o pinchados en la búsqueda de una ausencia, de algo que le sacase del fracaso vital, de la inconstancia. Siempre lleva una gorra que le tapa un pelo sin lavar. Cara de mil arrugas. Ojos secos por ríos de lágrimas derramadas hace ya tiempo. A veces le hace trabajos a Paco, el del bar, a cambio de bebida y tabaco. Va al estanco y compra paquetes de cigarrillos para el bar. Paco le regala un paquete y le sirve un tequila. Se sienta y fuma. Pierde la mirada dentro de sí mismo y se va, estando. El tercero soy yo. Un hombre o su sombra, que buscó la música en vez del sonido absurdo, la alegría en vez del placer, el alma en lugar de lo material, la belleza en contra de la vanidad, la pasión en vez del jugueteo.
Este mundo no es hogar para personas como nosotros. Este hermoso mundo no está hecho para las personas que sabemos apreciarlo. Nosotros sólo lo padecemos.

4 comentarios:

Crestfallen dijo...

Conmovedor escrito Diego, como siempre. Desgarradoras reflexiones, terriblemente certeras.
Te sigo leyendo, besos!

AnDRoMeDa dijo...

Mi niño,

Qué lindo escrito nos has regalado. Siento mucho si no pasé antes pero déjame decirte que te extrañé mucho.

Me sentí muchas veces identificada por las descripciones que nos entregaste, te cito: “Trabajo, bebo, fumo, escribo y duermo. Ese es mi recorrido vital”… “Este hermoso mundo no está hecho para las personas que sabemos apreciarlo. Nosotros sólo lo padecemos”… quiero darme la libertad de contarme dentro de esa lista de personas.

Como dijo una vez John Lennon: “You may say I'm a dreamer but I'm not the only one, I hope someday you'll join us, and the world will be as one”

Gracias por esas sabias reflexiones. Espero leerte pronto.

Un beso enorme,

Andro.*.

Anónimo dijo...

Hola Mireia.
ravias, como siempre, por ts palabras. Todo un halago. Es un placer que lo hagas.
Besos.
Diego

Anónimo dijo...

Hola Andro.
Gracias, en primer lugar. Y en segundo, los tiempos son los que son, y por tanto estamos a su albur. Obligaciones... Pero siempre es un placer. Al igual que enontrar personas que sientan y miren de la misma forma. Te hacen sentirte acompañado.
La canción,a parte de bella, dice cosas que deberían hacernos reflexionar. Gracias por hacerme sentirme así.
Un beso.
Diego