6/2/10

Flores raras

Loco. No sé si estoy loco. Acaba de llover y estoy empapado. Me gusta pasear bajo la lluvia. El arco iris se ve, un trozo, entre los edificios. Todos caminan adelante y hacia atrás. La verdad nunca aparece de repente. No sé, tan siquiera, si interesa saberla. Todos quieren ser escuchados, digan lo que digan, ¿pero qué dicen? Nadie escucha. Nadie mira. Caminamos entre mentiras como locos afligidos, vestidos de gala para afrontar el día a día. Nadie aparece ante nadie, y sin embargo…
Paseo despacio. Me gusta el musgo, el frío, lo alto, pero aquí sólo hay asfalto. Un gris y sucio asfalto. Una mujer me hace un guiño. Viste de rosa y negro. El abrigo se mece con el viento, elegante. Sonrío. Sigo andando la avenida. Oigo algo, una música, una prez, uno o dos pasos adelante. No lo sé. Los sonidos de la vida, ¿dónde están? Un mendigo extiende la mano al vacío, la mirada perdida en la nada, en las piernas que cruzan veloces su espacio visual. Saco unas monedas, del abrigo, y las dejo sobre su palma. Ganadores alrededor. Perdedores todos. Vuelan papeles en el aire. Periódicos con noticias de desastres. Todos estamos aquí. Somos. ¿Qué somos? Es una avenida larga. No hay niños. Adultos serios, adustos. Descreídos en medio de un caos que no termina en un desierto de soledades lleno, de compañías que no llenan, que quitan, entre humos y hosquedad, entre vacíos.
De una cafetería sale un hálito de calor. Entro en ella. Cabezas gachas sobre una barra que limpia la camarera con aire de castigo. Todos en el filo. Una navaja pende sobre nosotros, sujetada por un tenue hilo, delgado, sujetado por un dios inmisericorde, ciego, altivo. Sustantivo sin palabras. El castigo. Arriba y abajo. Aquí estoy, estamos, como entes de otro tiempo, en un tiempo lleno de distintivos, iguales. Marcas de humanidad que deshumanizan. Y en medio de tanto, de todo, de nada, una flor surge de una grieta, viva, pequeña. Una flor rara entre el asfalto. Todo un placer, un placer delicado. La miro. Quisiera cogerla y llevármela, pero me niego. Me siento enfrente, le hablo. Yo soy tu único testigo, le digo acercando la mano.

6 comentarios:

Andrea dijo...

Y qué bonito encontrar algo de color entre tanto gris, qué mágico. Quizá sean señales de la vida, quizá nos diga 'entre tanta oscuridad también existe vida, existe el color, la simplicidad, la alegría', ni siquiera es necesario que la busques, aparece cuando menos lo esperas, para recordarte que estás vivo. Un abrazo Diego.

Ruth Carlino dijo...

Maravillosa sensación la de mojarse de lluvia, la de pasear por y para ella sin ningún atuendo para garecerse, para evitarla.

Eres un ser de intensas miradas profundas, que se sumerge en la realidad de lo que contempla hasta hacerse parte de ella, te admiro por ello, es un alivio saber que existen personas como tú participando de la vida misma, como diría Ortega y Gasset.

Besos.

Anónimo dijo...

Es un lujo, Andrea, siempre, encontrar una flor entre el gris, siempre lo es, y es que hay tan pocas y se marchitan tan pronto. Y aparece cuando menos se las espera, a veces. Ojalá la encuentre, ojalá no esté ya marchita cuando eso suceda.
Un abrazo.
Diego

Anónimo dijo...

Es única, Ruth. Veo que lo sabes.
Me miras demasiado bien, quizá en exceso, aunque me halaga. Sólo miro, nada más, y vivo la vida como la veo, y me la bebo como puedo. Muy orteguiano, sí. Acabo de terminar de releer su "Rebelión de las masas". Probablemente el mejor filósofo del XX; muy clarividente. Lástima que muchos prefieran a los enanos mentales, vendelibros de autoayuda, en vez de a los grandes pensadores.
Un beso.
Diego

Eugenia dijo...

Somos seres que intentan encontrar vida en otros seres. Verdad. Belleza. Sinceridad. Sustancia. Sólo desde la humildad podremos recibir lo que otros nos ofrecen.

Tú ofreces Diego, tanto, que estoy alucinada. Me gustaría estar a la altura para no menospreciar lo que tú me das.

Gracias también por pasarte por mi otro espacio. Ha sido una sospresa maravillosa.

Besos que te lleguen lentos y suaves como esa suave lluvia que te gusta, como a mi.
Eugenia.

Anónimo dijo...

No hay más verdad que esa, Eugenia. Cuánta razón tienes. Sólo desde la humildad podemos recibir, pero qué difícil es tenerla incluso creyendo que la tenemos.
Cómo te pasas, apenas nada, Eugenia, sólo lo que soy, que no es mucho. Lo que pasa es que me quieres bien.
Es un placer pasar por él, leer lo tuyo
Agradecido por ellos. Para ti también.
Diego