18/2/10

La descomposición de la inconstancia

Un hombre se ha sentado en un banco, sobre las gotas recién caídas de una lluvia tranquila, que apenas moja pero que cala, fumando un cigarrillo. Ausente del frío. Los ojos acuosos pero brillantes, ajenos al gris exterior que le envuelve. El cigarrillo, en la comisura de los labios, pende con desgana, casi caído o a punto de hacerlo, como inerte, elevando su humo en volutas que ascienden hacia los entrecerrados ojos. Las piernas cruzadas, y un débil balanceo de la derecha que hiende el aire con timidez. Otro hombre pasa delante de él con una mujer detrás como un fantasma; su dignidad tras ella, también, reptando por el suelo. Les mira. Achica los ojos para hacerlo al tiempo que inhala una calada de humo que expele, después, por un lado de la boca, apenas entreabierta. Se relaja cuando desaparecen. Vulgares, como tantos; el uno por su estulticia, la otra por su abandono, se dice.
Se mete en sus adentros. La mirada perdida en un punto indeterminado más allá de todo. Bustos orientales, aparecen, enfrentando sus miradas, extrañas; con sangre deslizando por las comisuras de sus labios, hinchados; con cuerpos vestidos de arpillera, sobre extrañas extremidades blancas que terminan en algo como pezuñas, imprecisas. Proscritas creaciones de un absurdo teatro de marionetas donde se representase la sanguinolenta lucha de la nada, por la nada. Insólitos seres de un bunraku atemporal, fuera de su espacio, fuera de todo lo que es y representa. Quietos, de repente, giran sus cabezas. Los ojos, histéricos, desviados, se posan sobre un ejército de mesas que avanzan, como levitando, sobre un campo de ocre, inmenso, con miles de cruces sembradas sobre almas yertas. Una pared surge de la tierra. Se dirigen hacia esa pared de ladrillo, hecha con rapidez -el cemento aún fresco-, para golpearse contra ella. No hay sentido. El cemento crea formas de la nada. Un gigante, que se pregunta de dónde ha venido, se encara a pequeños hombrecillos de tela, con cuerdas en las manos y el pelo de hilo coloreado. Sus miradas son obscenas. Los ojos de la ira, por la nada, contra un ser humano. Luz y vacío. Un vacío inmenso. El rostro del gigante muestra su melancolía, el dolor ante la nada, ante la estupidez de esos enanos. Se levanta, tranquilo, y, con ironía, les habla; no dice nada. Mira en derredor. Objetos por el suelo. Un muñeco azul que mira con sus ojos siempre abiertos, negros, a un cielo que llora; una caja de galletas, llena de insectos muertos, atravesados por alfileres y clavados en pequeñas cartulinas de colores; una cebra de plástico; un sobre, blanquecino, lleno de postales ajadas, de otro tiempo. Objetos olvidados, despreciados, no mirados, dejados a nadie. Objetos de nadie.

Tira la colilla al suelo. Se levanta. Se abrocha el abrigo. Comienza a andar. Extiende la mano derecha y se la da a alguien que no está, que camina a su lado. Gira su rostro y mira esos ojos, sonrientes, inexistentes. Les sonríe. Cuando se pierde la dignidad ya no se es nadie, le dice; estás muerto. Cuando te vendes por nada, por un puñado de nada, todos lo saben y te usan y abusan. A tus espaldas se ríen siempre, ¿verdad? Eso no es nada, ahí no hay nada, es sólo vulgaridad, morir en la nada, lentamente. Conmigo tú serás siempre. Se calla. Vuelve la cabeza hacia el frente y acelera el paso, tranquilo, sonriente, hacia delante.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Soberbio, a pesar de su dificultad. Una maravilla literaria. Mis fekicitaciones.
Un saludo.
Ana M.

Anónimo dijo...

Gracias, Ana M.; muchas gracias. Halagadoras tus palabras, pero un poco excesivas, ¿no? Me alegro, en cualquier modo, que te haya gustado.
Un saludo para ti también.
Diego

Ruth Carlino dijo...

Jo, Diego, luego no quieres que te diga que escribes increiblemente bien, deja de ser tan humilde, porque tus descripciones son genialidades, como fotografías de instantes, pero siempre dejando espacio a la imaginación del lector, ya quisiera yo que mi pluma se pareciera un poco a la tuya.

Gracias por regalarnos tus escritos de los cuales siempre aprendo.

Besos.

Anónimo dijo...

Qué no, Ruth, que me qieres bien, o demás. Seguro que lo haces igual o mejor que yo, que te he leido.
Gracias a ti por leerlos y darme el placer de tus notas.
Un beso.
Diego

Eugenia dijo...

Diego: no sé si tú pintas con pincel en un lienzo, pero desde luego con una pluma pintas como Leonardo o cualquiera de los maestros. Enhorabuena, es una gozada entrar aquí. Como ira a un balneario, pero sin pagar un euro.

Cómo te echaba de menos, querido Diego.

Un beso muy cercano.

Eugenia.

Anónimo dijo...

Mi madre. Haces que me sonsoje. Ni de largo, de verdad; qué más quisiera. En un balneario, con barro, chocolate y esas cosas. Pinta bien.
Y yo a ti. Aún me queda contestar el correo; tiempo, no ganas, necesito.
Un beso, fuerte para ti, Eugenia.
Diego