21/8/11

La oscura estupidez de una manzana. II

Fernanda Pringles. "Mujer de bombín"




Sigo pensando qué hacer y cómo hacerlo.
Una fugaz aparición suya desvía mis pensamientos y me distrae en algo que le cuelga del mentón, una incipiente papada a modo de cresta desprendida, resbalada por la cara pintada de rojo, y enganchada a la mandíbula, pequeñísima; agarrada, moviéndose al compás de la música que el masticar compone en una especie de tenebroso vals, lleno de chasquidos (apenas perceptibles), guturalidades constantes cuando es ausente, con los saltones ojos clavados en el brócoli, y un cuchillo en una mano -que nunca deja- y el tenedor en la otra, mientras está masticando. En la cama (yo pegado a una esquina de la mía, la más alejada de su cuerpo -presto para cualquier eventualidad-), mientras Morfeo trata de huir de ella, pequeños chillidos surgen de sus adentros, como un ratoncillo afligido o como una rata famélica que hubiese obtenido algún placer largo tiempo anhelado; y esas respiraciones, que incitan a uno mismo a dejar de hacerlo.
Dios, no puedo más. Y sin embargo aquí me hallo, sin poder salir, o sin saber cómo.
Y clavo la vista de nuevo, en esta sala de espera, mientras el tiempo pasa con una cerveza en la mano y el tren no llega, buscando en un panel que anuncia líneas que no puedo coger, a Amsterdamas, a Bremenas, Londonas, Minskas, Paryžas, Kaliningradas… Todo recogido en la Tarptautiniai maršrutai. Qué extraño lenguaje el de estos paises que recorro despacio.
Y para qué, me digo, si los lagartos acechan detrás de las paredes, con una constancia aterradora, implacables. Seguros de su poder, seguros del tiempo y de su inevitabilidad.
Trata de ahogarme en la putridez. Tal vez busque mi desfallecimiento, que baje la guardia, que me abandone a lo inevitable.



Tras ir al baño, éste se ha convertido en un vertedero. Miles de pelos enroscados, sinuosos, se esparcen por el suelo, por las paredes de la ducha, del lavabo, de un inodoro nunca bajado, donde a veces deja un pequeño regalo, redondo, amarronado, que algún significado tendrá pero que no acierto a dar con él y sólo puedo quedarme con el detalle, lamentable detalle, por otra parte, de lo que es, restos de su defecación para el que detrás venga, que sólo soy yo; y forman, también, los pelos, una pequeña colina en el sumidero de la ducha. Pelos cortos, anaranjados.
El agua moja casi todo el suelo, encharcado. Hay que entrar con botas katiuskas.
Cuando sale, si no se ha secado el pelo con secador, lo hace peinada, o repeinada más bien. Una obra de imaginería. La Roldana se sentiría orgullosa si su discípula fuera. Una raya en medio le parte la cabeza en dos (figuradamente), hasta donde debió estar la fontanela y que probablemente se le cerró antes de tiempo, pues es imposible que haya alguien tan lerdo, tan estúpido e idiota, con un cerebro formado con normalidad. A partir de ahí el pelo cae hacia delante para formar un flequillo que tapa la frente, aunque siempre he pensado que esta es ausente, pero debe haberla, aun mínima. ¿Cómo será? ¿Qué habrá en ella? Cae, el pelo, sobre la figurada frente, en mechoncillos diminutos, en hileras con espacios entre ellas. Mil son, ni uno menos. El resto hacia los lados, en mechones extraños cogidos con una pinza en los laterales, en tonos naranja oscuro y algo reflectante. Previamente se ha vaciado un bote de espuma para poder hacer algo así y que con el tiempo el efecto siga. ¿Las razones? Oscuras, sin duda, siniestras.
He renunciado a mis queridas palabras tratando de mantenerme cuerdo, pero dudo de mi cordura ya. Y es que es de locos seguir hablando y no buscar el fin rápido. Las plantas, los árboles, dijo un día con cara de sentar cátedra, no son seres vivos. Y se quedó tan pancha. No sufren, porque no tienen sistema nervioso, ni sangran, porque no tienen sangre. Inmóvil el rictus, indiferente al resto de las expresiones en el resto de los presentes. Inmune a las palabras, las de los demás, a los razonamientos, a las demostraciones, a la ciencia, al saber, a la lógica.
Decía, afirmaba, dogmatizaba, que ella como buena vegetariana, budista/hinduista, mezcla o engrudo de no se sabe muy bien qué, no comía seres vivos, ni a los que se les había hecho morir (que tiene su lógica tras la primera afirmación). Recalcaba que sólo, entre otras cosas por eso, comía plantas. Un plátano no está vivo. ¿Y cuando lo arrancas del árbol? Me atreví a contestarle. Tampoco. Fue rotunda. Y no sufre, apostilló. Claro, si no está vivo, pensé para mí.
Me veía en ese piélago de absurdez, hablando con alguien como ella sobre algo como eso, sabiendo hacia donde me llevaría o me podría llevar. Y sin embargo seguía. Había algo que me impulsaba a seguir. ¿Y si las plantas no son seres vivos, qué son? Me atreví a preguntar. Un silencio se hizo ante mi gigantesca cerveza. No sufren, respondió al rato. Casi me ahogo con el trago que estaba bebiendo. Cuando me repuse la incité, ¿Son minerales entonces? El silencio se hizo de nuevo. Yo he leído… Hay un escrito de un médico vegetariano… Deberías hacer una nueva taxonomía, le dije interrumpiéndola, pero no me oía. Nunca me oye, jamás escucha. Decía…



He renunciado a todo y sin embargo me siento ausente. Los alacranes son augures siniestros, la suciedad me invade y ya no veo con claridad.
Juro por Dios que es verdad, y sin embargo no sé, ya, dónde radica la verdad. Hacia dónde voy no lo sé. Y espero salir, pero las fuerzas son cada vez menos y no sé, realmente, ni quién soy.
Tallín ya no es lo que era. Siniestra ventura su llegada.





2 comentarios:

LaCuarent dijo...

No se si te encuentras en un sueño o en una realidad que se tiñe de pesadilla. Abrir los ojos y descubrir cerca, muy cerca a un ser conocido con tal catalogo de imágenes externas e internas me pone los pelos de puntas

Más besos

Diego Jurado dijo...

Yo sólo transcribo. Si Freud me oyese... El personaje es el que lo sufe, y cómo.
Besos para ti también, y mil gracias.