El color del
espanto, el olor del vacío, el frío de la muerte, de la ausencia. Sensaciones.
Lo corrompido. Solo se vive lo corrompido.
Nos mintieron. Nos
mienten siempre diciendo que no hay estrellas, intentando contentarnos con unas
pocas y con dibujos básicos, pero están ahí, todas. La Vía Láctea, tan inmensa,
tan perfectamente bella. Tumbarse en la hierba, mirar hacia arriba y morir.
He visto mariposas
de infinitos colores y combinaciones, de todas las formas y tamaños. Miles de
ellas, azules, amarillas, naranjas, mil. Me he bañado en el polvo de sus alas. He
oído su canto, su constancia, su estar. He abrazado el silencio. Agua. Viento
en las hojas. Las he oído hablar. He percibido inmensidad de olores, el musgo
en la roca, su humedad, su pálpito al acariciarlo, la madera antigua. La selva.
El vacío. Eternidad.
Colores, la gama
cromática del universo. Formas posibles e imposibles. Subir, andar, respirar,
vivir.
He tocado a Dios.
Nos mienten y les
creemos. Sobrevivimos y no buscamos. Pero está todo ahí.
Aquí, la luz ya no
es como antes, ni como arriba. Desvaída, lánguida, ida. Tengo que volver a la
selva y mirar las estrellas.
Hay que partir más
allá de aquí.
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