14/10/08

El sonido de un oboe me dice...

Surge el sonido del oboe casi en falsete. Penetrante. Casi como un quejido denso y lento. Con esa calidez que casi ninguno (salvo el violín, la otra danza de los sonidos). Respirando el aire que hay en la atmósfera y haciéndomelo respirar. Dirigiendo el tempo, acompañado de cuerdas, graves, violines y violas y un contrabajo. Se para y empieza. Y unos triángulos aterciopelan el alma. Hay como un aire que recita, que se eleva y desvanece, que penetra y aturde, que te lleva y engalana todo lo que miras, lo que se mueve, lo que se oye. Las notas se enroscan sobre sí mismas en suaves y armoniosas volutas de incienso etéreo que desfallece perdiéndose entre las ramas. La madera degusta los sonidos que produce, casi un catabile. Melodía melancólica. Armonía desganada. El sonido taciturno y lento que se desmaya y te desmaya. Las cuerdas suben la intensidad, con suave cadencia, como animando. Despacio. Y el oboe las sigue. Y parece agudo, sin serlo. Suave terciopelo de noche estrellada. Lluvia que se deshace en las hojas de un bosque cierto, donde solo el viento, entre las ramas, deja sonido, y aun con desgana. Y todo desaparece calmado. En suave compás. Muy quedo. Hay como un aire que recita, en él, que te penetra y aturde, que te eleva, que te sueña, que te siente, que se te queda. Los sonidos. La nitidez es tan asombrosa que la noche refulge y se hace día. Es como un quejido. Suave. Denso. Lento. Apagado. Amigo. Amado. Y siento de nuevo el dulce encanto de la niñez. Y lo extraño. Me arrebujo en él y me duermo, calmado, acompañado.

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