1/2/10

La magia de lo trascendente


Champán de noche, entre estrellas. Es temprano. Las ocho. Pocas personas en la playa. Cuatro o cinco, y de vez en vez, a intervalos amplios de tiempo. Son esas cosas que pasan, que las personas desechan lo que tienen. Nos sentamos a la vera del agua. No hay viento. El mar rompe suave en la arena. Apenas audible. Quieto. Miramos la línea del horizonte. En silencio, en el silencio. Hace tiempo que no nos vemos. Es fácil estar así. Hay silencios que valen más que mil palabras. Nos bebemos la botella. Y, a veces, hay detalles que redondean momentos, que los hacen especiales, sublimes. La luna, inmensa, surge al fondo, en naranja, y asciende. Es mágico, casi religioso, ese desprendimiento de las cuestiones por las que luchamos día a día, generalmente tan mezquinas. Miro sus ojos y me asombro, aunque no debería, pero es que hay pocas personas que tengan ese don, el de la emoción de los momentos. Unas lágrimas le escurren. Seguimos mirando la ascensión y la transmutación del color, amarillo, blanco, derramándose en el mar, riela en el agua, expandida su luz, inmensa, bella, la esencia de la belleza. Un grupo de gente la ve y decide hacerse unas fotos, las típicas; una chica se coloca para que la luna parezca que está en su mano. Un par de minutos y se acabó. Se marchan. Se acabó la playa, se acabó la luna, se acabó la belleza; con un par de minutos basta. Esas son las otras formas de divertirse, de entender la belleza que tiene mucha gente, tan válidas, dicen, como cualquier otra. No sé. ¿Dónde están los demás? ¿Dónde están los más? ¿Dónde están esos que dicen disfrutar con otras cosas? ¿Qué otras cosas son? No los envidio, no. En absoluto. ¿Subimos una pared? Me dice de repente. ¿Ahora? Sí. No, es una locura. Venga. Que no. ¿Tienes miedo? No. ¿Entonces? Respeto. Vamos. No. Lo pienso un momento. Si quieres cojo todo y subimos, dormimos allí, y mañana, temprano, lo hacemos. Vale. Me gusta ese punto de locura, de naturalidad, de audacia, fuera de lo común, fuera del común. Sonrío.
Escoge Linkin Park y lo pone en el Cd. No para de cantar, a voz en grito. La una de la madrugada. Dejamos el coche al lado de la carretera, al borde del camino que sube hasta una pared que me gusta, que conozco. Plantamos la tienda al lado, a la luz de los faros. El frío es absoluto. No creo que haya más de dos grados. Los sacos aguantan perfectamente. Nos levantamos con el sol. Hay escarcha. Nos tomamos el café del termo y un puñado de frutos secos. Subimos lento. Poca carne al aire. Absolutamente cubiertos. Dos horas para llegar. Sobra la ropa. La roca está helada. El sol tardará en darle. Abro yo, me dice. De acuerdo. Para subir se necesita habilidad, gracia y equilibrio, resistencia y destreza. Miro cómo sube. No está mal, le digo. Mira hacia abajo y sonríe. No, no está mal. Mira y busca dónde poner los dedos, las gritas, los salientes. No tiene prisa. Eso está bien. Disfruta de cada movimiento, de superar cada tramo. No es llegar a la cima sino subir. Le dejo espacio y comienzo por una vía paralela, pero cerca. Desaparece el mundo. Mente, cuerpo y roca. No hay más. Te mueves, respiras. La muerte al lado, tu compañera. Control mental. Vencer el miedo. Superarte, superar tus límites. Es como si estuvieses unido a algo trascendente. Una experiencia turbadora, dado lo poco que en la cotidianidad actual y con la mayoría de las personas se puede acercar uno a lo trascendente. Movimientos lentos, minuciosos. Las manos duelen. La fatiga se acrecienta a cada paso. Es una sensación de danza vertical. Es pura magia. No puedes sino enamorarte de la sensación de libertad. Brillantez. Diez metros. Miro al lado. Sonríe. No puedo más, me dice. Lo entiendo. Es suficiente. Bajamos. Lento, y con cuidado. Sonríe con felicidad cuando terminamos. Desandamos el camino hasta el coche. No para de hablar, me cuenta lo que siente. Sonríe en todo momento. El subidón de adrenalina todavía le hace efecto. Euforia. Comemos en un restaurante del pueblo. Frente a la ventana. Las vistas a la montaña. Aún queda nieve. El resto de las mesas vacías. Es temprano, pero tenemos hambre. De abajo, del bar, sube el murmullo de la gente del pueblo. Huele a lumbre, huele a pueblo, a auténtico. El humo denso, las caras de la sierra, las arrugas del tiempo, la sonrisa de vidas vividas. Huele a siempre. Pedimos cervezas, y “bolets” de tapa. Se va llenando poco a poco de gente. Un par de familias con niños pequeños. Una pareja de ancianos. Un grupo familiar que creo celebra la recuperación del patriarca. Por sus movimientos parece que le hubiese dado un ictus. Le cuento las historias de todos ellos. Me gusta eso. ¿Qué? Cuando cuentas las vidas de los que ves. Suelo equivocarme. No importa, pero hace que imagine esos mundos que sólo tú ves. Embutidos de la sierra y chuletas, para compensar el esfuerzo. Y un tinto de la tierra. Cae la tarde. Recorremos el pueblo. Me recuerda al mío. Huele a humo. No hay gente. Nos volvemos. La música, ahora, la elijo yo. Claro, es tuyo el coche. ¿Qué? Tom Yorke. De acuerdo, me encanta.

8 comentarios:

Pandora dijo...

Cautivador. Me enganchó desde el principio :D
Me causa curiosidad el saber cómo contarías la historia de mi vida si me vieras en un restaurante.

Un beso!

Anónimo dijo...

Me alegro María, de ese enganche. Y sobre lo otro, no sé, tendría que verte, cómo te mueves, cómo miras, tus gestos y ademanes, y a partir de ahí... Sería curioso, sobre todo si después pudiese contrastar la historia.
Un beso.
Diego

Ruth Carlino dijo...

Esa misma luna es la que alumbraba el domingo a eso de las siete y media de la tarde, la vi desde el tren, y aún así me maravilló, claro que maldecía todos los edificios que se interponían entre la luna yo cada vez que el cercanías hacía una. Miradas fugaces, entrecortadas y a través de una cristalera, pero impresionantes miradas de luna llena anaranjada.

Me encanta tu forma de describir momentos, es tan sublime que se puede sentir y notar que acaricias con la punta de los dedos todos los destellos de vida que traes hasta esté rincón.

Por cierto, yo quiero que te cruces conmigo, tengo la impresión de que adivinarías demasiado, de que tienes un don o como lo quieras llamar con el cual puedes ver rincones del alma que algunos guardamos con recelo.

Perdon por la ausencia, exámenes mandan, ya pronto acabará esta fase y me dará un respiro hasta la próxima.

Besos querido amigo.

Ruth Carlino dijo...

Quería decir, que yo no quiero que te cruces conmigo jajaja, lo que puede cambiar un monosílabo el significado de una frase entera, ¿habrá sido el sobconsciente o el inconsciente? jejeje.

Más besos.

Anónimo dijo...

Me alegra tu vuelta al mundo este, fuera de esos exámenes. Y gracias, como siempre por tus palabras, tan agradecidas. Es todo un placer. Y la luna era, como la viste, pero sin intervalos, y ascendía así, lenta y de colores. Era de una belleza que asustaba, que te metía "pa dentro". Me alegra que alguien más la viera y la sintiese así.
No hay nada que perdonar, por favor. Y no sé si te encontraría esas cosas que dices. A veces veo, a veces me equivoco. Pero miro dentro, es verdad.
Un beso para ti también.
Diego

Eugenia dijo...

Será por mis ancentros astures pero me tira tanto el mar como la montaña y entiendo a la perfección ese sentimiento de calma que porduce el mar en esos momentos tanto como la euforia de llegar arriba medio muerto.
Recalar en tus espacios, mi querido Diego, es como meterse un chute de algo que quieres para ti solo. Soy una egoísta,coño, jaja.

Sigo, pero menos; ya sabes, esas gilipolleces que nos atan y nos impiden disfrutar de lo bueno. Te debo, y lo haré con una imagen dedicada, para que no sigas pidiendo perdón, jaja. O quizá lo deje para más adelante...

Besos silenciosos, relajados, eufóricos, intensos; un poco de cada, pero esta vez nada sibilinos, jiji.

Eugenia.

Eugenia dijo...

Ah, se me olvidó decir que sería un placer que llegaras a verme tan dentro como ves todo lo demás. Un privilegio compartirme contigo y crecer, aprender, disfrutar de esa magia... algo tan inusual como maravilloso.
Muá.

Anónimo dijo...

Ambas cosas son así, producen eso a quien las mira con los ojos de verdad, es cierto Eugenia. Tal vez tus ancestros, tal vez tú, sin más. Me inclino por esto último. De cualquier forma a mí, sobre todo, la montaña. Tal vez porque me crié en ella. Pero el mar, de noche, aquieta como nada, en la soledad de la nada, en la soledad del silencio. Es una agonía que da vida de tanto que mata.
Y ¿qué no ata en esta vida a la que hay que someterse para poder sacar esos momentos de libertad y placer? No queda otra, pero luego está ese placer de acceder a tus mundos, y ahí vivir, respirar de placer y mecerte en la belleza.
Ese débito cuando consideres oportuno, lo dejo a tu inteligencia. No lo pediré más para que no lo sientas como obligación.
El placer de verte, así, dentro, como tú eres, es mío. Al igual que el privilegio. La inusualidad siempre es un regalo para las personas que lo merecen, por ello creo que debo tener algún merecimiento, pues he tenido la suerte de conocerte, dentro, y seguir haciéndolo. Y esa suerte sé qu no la tienen muchos.
Un beso delicado para ti, pero de dentro.
Mira el video de kite (U2), en directo, creo que era en su gira de USA. Tiemblo siempre que lo escucho, que lo veo (ahora lo estoy oyendo).
Diego