2/6/10

De repente. Miyori

Y de repente el campo florece, y no se sabe muy bien por qué, o sí, pero lo hace, y de qué manera. Miyori aparece, como los cerezos en flor, como las flores del almendro bajo las que se mecía, y aún hace, o eso dice, mirando las montañas verdes. Hay sorpresas de repente, delicadas, que engalanan, o que dicen lo que miran, lo que regalan, lo que son, como un presente en presente, real, no imaginario.
Miyori. Aiko Ueda, de nacida; como el blanco de un kimono de seda, y ese toque de azabache que corona su cabeza y cae en cascada acariciando su piel, tan delicada, casi ausente; más alma que otra cosa. Con ese mirar que se te queda. Y ese dulzor en su hablar, tan considerado, tan tierno, tan suave, tan lleno de silencios llenados con la mirada y con los gestos. Con ese su andar, tan pausado y elegante, con la punta de los pies hacia dentro, tan cierto y sugerente.
Es como la recuerdo. Toda de negro, sin sonrisa casi siempre, y ese brillo en las pupilas, espejo de esa fuente que lleva dentro y que mana por ellos en un derramarse sugestivo. Toda de negro, ajustado a ese cuerpo, tan delicado y fuerte, tan especial.
Miyori, como las flores, de repente, en primavera. Tan sugerente. Delicado como ella, casi como sólo ella. Sólo unas letras, así, de repente. Siempre fue así, y no ha cambiado, parece. Miyori, silenciosa, de repente, como siempre lo hizo.
En estos días de silencios, donde es tan difícil encontrar la sinceridad, la naturalidad entre la gente, donde todo o casi todo es apariencia y deslealtad, donde es tan difícil sentir lo que se siente y decir, pero sobre todo sentir, y hacer que los sentimientos sean el motor del ser.

Miyori, de repente, en la distancia, en sus breves palabras. Surge así, en los días de frío, en esos que apenas te sientes, que sólo tienes vacíos, que buscas y no encuentras a nadie, que llamas y no se te oye, que las personas pasan a tu lado con gesto indiferente.
Y ellas es, y era, y cumplió su promesa y se buscó fuera y encontró la razón de ser, y por eso volvió al lugar del sentimiento, donde se sentía y se siente ella, al lado de lo que le llenaba, y le llena, al lugar de las emociones y a la persona que las provocaba. Tuvo que salir de allí para saber la certeza. Nada la arredró en su vuelta. Y es, ahora, y siente, dice. Y la creo, porque siempre fue cierta. Es ella, sintiéndose, sintiendo, en donde sólo podía ser, con quien sólo podía ser, completa.
Miyori, de la que escribí todo un poema, de alegrías y de penas, adornado, imaginado, ampliado e inventado, de vida, de lucha, de ser, después de tanto hablar y escuchar, de percibir, de silencios y mirar, de aprender con y de ella. Toda una mujer, de las que ya pocas quedan. Tan lejana, tan ausente, tan distinta, tan distante y tan cercana, tan de verdad, tan presente. Como ella decía, incluso a miles de kilómetros, la distancia es un segundo entre dos corazones, un espacio inexistente que te acerca por la emoción, que te une, que lo quieres. El sentimiento une, acerca, enriquece, y debes multiplicarlo, sonreírle, degustarlo, como el plato más sugerente. Dejarte llevar por ellos, por los sentimientos, por las emociones; vivir es eso, es así como se debe; luchar por esos sentimientos y emociones, inexplicables, profundos, verdaderos, que nunca se desvanecen sino que crecen con el espacio y el tiempo. No hay espacio, no hay tiempo si hay senimieno verdadero. El amor todo lo puede, el de dentro, el verdadero.
Así era, y es, Miyori. Y aparece de repente, para recordarme aquellas lecciones, para recordarme aquellos ratos.
La de la fotografía es ella.

6 comentarios:

Tânia Souza dijo...

Deslumbrantes palavras, repletas se uma rara sensibilidade e emoção, lindo demais de se ler, beijos e parabéns pela suave densidade.

Unknown dijo...

Que profundidad meniño.
Eres genial.
Tengo que leer lento y perderme bien en tus escritos.
Me cuesta captar todo lo que en ellos quieres decir, pero creo que lo consigo.
Gracias por enseñarme mestre.
Biquiños.

Anónimo dijo...

"Miyori. Aiko Ueda, de nacida; como el blanco de un kimono de seda, y ese toque de azabache que corona su cabeza y cae en cascada acariciando su piel, tan delicada, casi ausente; más alma que otra cosa.".. aquçi vengo con mi extravagancias a decirte que tus letras.. me desnudan y me dejan tiesa.. me he enfrascado en el relato tan colmado de poesia, cuya silueta delinea.. precisa, improvisa, siente.. me has colgado del cuello de tus letras.. asi he quedado.. asi.. exageradamente.. atravesada por las palabras.. por el recuerdo.. por ese vivir que late y que bien late.. cariños compañero..

Anónimo dijo...

E um pracer ler sempre as tuas palavras. Muito obrigado, Tania.
Um beijo.
Diego

Anónimo dijo...

Qué va, Carmela, qué va. Un juntapalabras es lo que soy, y de ahí a genio hay un abismo. Y maestro de nada, aprendiz de todo, y no es falsa modestia, es que cada vez me doy más cuenta de que sé menos y que tengo que aprender mucho y fijarme mucho, en todo, para poder seguir haciendo, o intentando, las cosas medio bien.
Un beso.
Diego

Anónimo dijo...

Exageradamente, como siempre, Ornella; pero una exageración buena, creible y sincera, y, por otra parte, digna de tus letras, y de ahí tú. Y extravagante, con esa extravagancia tan especial, no la vulgar, eso son los mejores, los distintos, los menos, que diría mi admirado Borges.
De cualquier modo, excesivamente lisonjera para conmigo y mis palabras. Pero, cómo no, muy agradecido.
Un beso, y gracias.
Diego