6/7/08

La italiana. (Por los derroteros de la nada). I

Sus ojos tenían esa vacuidad de las personas que han estado muchos años presas.

¿Y si los ojos son tristes pero te traspasan? Como un golpe en el rostro, como en los viejos tiempos. Si te ves cuando miras y ahondas en tu pasado, y vuelve el miedo y la alegría. El miedo por el ahora, cobarde; la alegría por el antes. Y como siempre, ¿qué? Sólo piensas en ti y en cómo hacerlo, sin importarte nada. Actuando como un monstruo del deshecho producido por el impacto de tanta estupidez. Preñez sobre preñez de ideas sepultadas en una mente esponjosa y maleable.
Hondos. Son hondos, con hondura, como el cante. Marrón oscuro. Eternos, antiguos. Con esa antigüedad que da la sabiduría aprendida a base de dardos clavados que se van abriendo en el alma hasta traspasarla en un misticismo puro, y que se anclan en la esperanza nunca perdida, por deseada y soñada aunque ocultada a sí misma hasta que algo o alguien la saque del pozo de su hermosura.

Verde plano que sigue hasta el final. Sin límites. Casi en un ángulo de veinte grados sobre la horizontal. Como un muerto. Verde casi céreo. Apagado. La muerte agota el impulso. Sobre ese plano las cabezas sobre torsos, con la mirada pegada al blanco del papel y las manos deslizando con fuerza sobre él. Moviéndose a golpes. La mente tratando de desgranar lo que no tiene dentro porque sus vidas son un largo camino de inutilidades. Vidas mediocres que se diluirán en el tiempo como hojas marchitándose sobre el pedestal de la tierra. Augurios de muerte.
Sólo unos ojos, tremendos, abisales, de un marrón que traspasa toda esencia de color por lo que esconden tras ellos, casi ocultos al común por las negras y tenues pestañas, largas, sedosas, que engalanan el marrón, con su negrura casi etérea, dentro de un óvalo italiano, o casi. De ninguna parte y de todas, porque en la vida no ha sido o no ha podido, porque no la han dejado. Tampoco le interesa. Y, sin embargo, me dice que no quiere perder el acento. ¿Por qué? No lo sé, responde de pronto, con un impulso vital que le sale de lo más profundo del alma. Palabras que surgen de una boca distinta, deseable, que modula las palabras con ese deje casi italiano, por sus padres, por su vida. Boca de deleites prometidos, presentidos, anunciados y esperados, deseados. Vaguedades por imposibilidades. Tal vez en otros momentos. Poder yacer junto a su cuerpo italiano, crecer con el Renacimiento y decaer con el Manierismo de ese cuerpo, envuelto en la voluptuosidad blanca. Meretrices venecianas o romanas. Sexo en su más alta expresión. Sexo de los Borgia. Sexo de los Médici. Sexo mediterráneo.
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