29/8/08

El espantajo

Ella siempre mira. Sólo mira. La línea de árboles se desdibuja a la derecha. Tonos de verde. Árboles. Algún abeto y pinos negros. De vez en cuando un vacío ocupado por cultivos. Tonos de ocre. Ella siempre mira. Sólo mira. Delante, en los asientos delanteros, sus padres. Voces. Altas. Como siempre. No escucha. Sólo oye. Sólo mira. La vida se desliza a la derecha, entre los árboles y sus tonos de verde. Sin sorpresas. Nunca hay sorpresas. Tranquila. La línea del horizonte es siempre plana. Plana y monocorde. Como el sonido de la parte delantera del coche. Nunca la oyen. No existe. Tampoco ellos se oyen. Sólo gritan. Y ella siempre mira. Sólo mira. La línea del horizonte es siempre igual. Plana. Anodina. Como la vida. Tonos de verde. Y algún tono de ocre que rompe el vacío. Siempre de ocre. Siempre vacío. Hay una figura, parece, entre el ocre. Mira. Triste. Parece triste. Los brazos en cruz. La chaqueta negra. Rota. Como el negro sombrero de felpa. Ajado. La cabeza gacha. Colgado de un poste. La mira. Sonríe. Sólo la mira. Siempre mira. Sólo mira. Y una lágrima le escurre por la mejilla. Silenciosa. Tranquila. El coche se aleja por la línea del horizonte. Siempre igual. Monótona. Anodina. Sólo rota de vez en cuando por algún que otro coche que pasa a toda velocidad.

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