20/11/09

Vide cor meum. II

- Mañana vendrá Andrea a cenar. Quiere que conozca a su nueva partener.

- Vaya.

- Además me ha dicho que tiene ganas de verte.

- Agradezco el detalle, pero tenemos poco tiempo y me gustaría pasarlo solo contigo.

- Yo también, pero esta mal y… es mi amigo, caro.

- Sigue igual por lo que veo. ¿Por qué no vuelve con Mia? Así lo único que hace es deambular sin sentido, tratar de maquillar. Esa búsqueda de nada es… es seguir en el vacío a cambio de nada, de un instante, de… No sé. Sólo mata, ni tan siquiera aplaca. Es tan típico de los hombres. Espero que ella no haga el mismo juego.

- Sí, típico de hombres. Intentar olvidar ensuciando, buceando en otras. La inconstancia, el orgullo tal vez. Tampoco sé si Mia querría; sé de ella por un par de correos que me ha escrito, aunque parece seguir enamorada de él., pero eso... Fue todo muy duro y desagradable. Una historia tan íntima, tan profunda y un final tan descarnado. Y el después… No se lo merecían. Ninguno de los dos se merecía aquello. Me gustaría pero es cosa suya.

Un poso de tristeza le invadió la mirada. Cogió un pedazo de carne del plato y se lo llevó a la boca. Lo miró con desgana. Dejó el tenedor en el plato y cogió la copa. Miró el color del vino al trasluz y se la acercó a los labios. Bebió con lentitud, paladeando.

- Es una buena cosecha este Chianti. Brindemos por nosotros.

- Por ti.

- Por nosotros.

Algo había alterado el tiempo, como una sombra imperceptible. Algo que ocupase el espacio, salida de algún rincón donde se había o se la había ocultado. Bebieron y miraron ambos su vino. Cruzaron la mirada con rapidez, como esquivando algo.

- Nosotros no haríamos algo así, ¿verdad?

- Sería desolador que, siendo como somos, acabásemos en ese estado tan triste. Además yo jamás te dejaría.

- ¿Estás seguro?

- Sabes que sí.

Se incorporó, acercándose a él. Le cogió la cara con las manos y le miró con extrema suavidad. Le besó en los labios y se volvió a sentar. Él sonrió con placer. Le gustaban aquellos arranques de extrema naturalidad, de cariño arrebatado que de vez en cuando le regalaba.

- Yo a ti tampoco. Nunca. No hay más.

- ¿Estás segura?

Un gesto osquedad asomó a los labios de ella, de osquedad mezclada con tristeza.

- Perdona, lo siento, sé que no te gustan las bromas. Es mi humor, ya sabes, me cuesta evitar eso contigo. Le cogió la mano tratando de suavizar el momento. Lo sé, Beatrice. Sin ti todo sería vacío. Pero aunque así fuera, yo jamás entraría en ese camino tonto, fácil y tonto, triste y vacío, a cambio de un momento, de una risa, de una aparente jovialidad. No me compensaría hollar lo sagrado por algo tan pueril.

- ¿Te he dicho que te quiero?

- Aún no.

- ¿Pero lo sabes?

- Cada vez que te miro, y aun sin verte, lo siento.

- Sería triste contentarse con momentos, con instantes, con roces, conociendo la belleza, sabiendo donde está y cómo buscarla, cómo vivirla. Pero nosotros somos de esa extraña e inmensa minoría que prefiere lo auténtico, que no se conforma con la vulgaridad, con la simplez, que prefiere la belleza de las pequeñas y las grandes cosas, y que la busca con denuedo y con deleite, ¿verdad? ¿Cómo me dijiste que lo denominaba Borges?

- Los menos.

-Sí, nosotros siempre formaremos parte de los menos, no nos dejaremos arrastrar por la superficialidad, por la vaciedad, a pesar de las dificultades. No compensa. No da vida, te vacía el alma, te la seca, a cambio de un momento de divertida superficialidad. Sería una lástima. No quiero ese vacío por nada el mundo. Además, estamos juntos. Siempre lo estaremos.

- ¿Nos quedaremos esta noche en Roma? No me apetece viajar más por hoy. Y me gustaría enseñarte mañana algo.

- ¿Del Divino?

- Sí, en la Sixtina. Un par de detalles, quiero volver a verlos y mostrártelos. Eres de las pocas capaz de apreciar algo así.

- De acuerdo. Saldremos después de comer y así verás la campiña con los colores del tramonto. Te encantará.

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