19/11/09

Vide cor meum. I

El suave derramar de gotas que tientan la tierra, las hojas de las vides, acariciando, dejando un aire de humedad, rompiendo la pátina de polvo que las cubre, limpiando, era como una leve y apenas perceptible cortina que desdibujaba suavemente la atmósfera tras el cristal; una atmósfera donde los brillantes colores de un otoño que moría rompían en mil matices bajo el quieto manto del gris de las nubes. Apenas llovía. Aún tenía que ir a la ciudad, recoger algunas cosas y coger el tren. Cenaría en Roma, con él.

Las notas, que salían del reproductor de música, ahora, como un murmullo, la retuvieron en la ventana; perdida la mirada en el arco de los viñedos, sobre las colinas. Los chelos y las violas envolviendo el aire, en esa delicada obra de cámara, con predominio de cuerdas, donde, mediante la música, se describe con suma perfección el sentimiento de un hombre inteligente, atrayente, enigmático, amante del arte, por una mujer a la que siempre ha esperado y solo entrevisto a lo largo de una vida, y que de repente se le muestra, aparece; el sentimiento de un corazón que arde. Recordó las palabras de aquel poema de Dante que tanto le gustaba, recitándolo hacia dentro: “Alegre me parecía amor teniendo en sus manos mi corazón y en los brazos tenía a mi señora en un velo, envuelta durmiendo. La despertaba y de ese corazón ardiendo ella temblorosa, dulcemente comía.” Dejó que la música siguiera su decurso por el aire, ascendiendo en armonías, llenándole el alma de suave exquisitez, de notas que la hacían huir hacia dentro y hacia él, en esa libertad compartida del amor eterno, del sentimiento profundo. Se meció ahí y recordó su rostro. En aquel rostro de mirar profundo, que se le hincaba en el alma y la poseía, que la transportaba y que la elevaba, tan sólo, con la caricia de sus ojos, ojos eternos, de mirada honda, como nunca había encontrado, como, sabía, no había. Recordó el momento en la ópera, en Milán, cuando, en un descanso, le preguntó: ¿Tanto te lleno? ¿Es posible que un hombre como tú pueda obsesionarse tanto con una mujer tras un sólo encuentro? Cerró los ojos y vio los suyos, clavados, a través de los suyos, en su interior, y supo la respuesta. Y repitió las palabras de él: ¿Sentir diariamente una puñalada de hambre de ti y encontrar tu sustento con tu sola visión? Creo que si. ¿Pero podrás ver tras los barrotes de ese empeño y suspirar por mí? Sabía, ahora, que sí. Siempre suspiraría por él, a pesar del tiempo y el espacio, siempre sería él. Nunca habría más. Lo sabía.

Dejó que se reiniciara la pieza, desde el comienzo, con un extraño sonido aderezado con efectos de toda índole, paseando el espacio, hasta la aparición de unos fantasmagóricos coros femeninos, angelicales, enigmáticos en sí mismos, avanzando en distintas subtramas, dejándose llevar por el sonido de un arpa y, sobre todo, cuando una nueva melodía fue naciendo, ataviada con instrumentos de cuerda que se acentuaban por un piano en aumento continuo hasta morir, casi, en un susurro.

Entró al parking de la estación de Santa María Novella por el caos de la calle Luigi Alamanni. Apenas le quedaba tiempo para coger el tren de las 6.33, hacia Roma Termini. Sacó un billete en segunda clase. Subió a su vagón y se sentó junto a la ventanilla, observando el ir y venir de las personas, sus prisas, sus ademanes, sus miradas perdidas. Cerró los ojos cuando oyó el anuncio de la partida. Reclinó la cabeza en el asiento y se dejó llevar por sus recuerdos. Sonrió en ellos. En hora y media estaría en Roma, y él allí, esperándola. Llevaba un libro y un pequeño aparato de música, pero prefirió el sonido del tren y sus recuerdos, sus imágenes, que adornó con las notas de aquella ópera, y con su letra.

E pensando di lei

Mi sopragiunse uno soave sonno

Ego dominus tuus

Vide cor tuum

E d´esto core ardendo

Cor tuum…

Despertó con la aguda voz femenina que anunciaba Roma Termini. Miró por la ventanilla. La noche lo ocupaba todo. El tren se detuvo. Cogió el bolso y bajó. Avanzó junto al resto de personas hacia el interior de la estación. Entró en el inmenso hall. Unos gigantescos carteles con publicidad de J´adore pendían del techo, en tonos dorados, con la esbelta belleza de la botella de perfume, en una esquina, y la perfección tranquila de Charlize Theron; todo en tonos dorados sobre fondo negro. Un cubo de considerables dimensiones, ocupaba el centro de aquel inmenso espacio. En la cara que se le mostraba, sobre un fondo negro, estaba dibujado el símbolo de la película Vendetta, en tonos rojos. Un círculo rodeando una V. A su lado, él, sonriendo. Siempre buscando la estética, la belleza de los momentos, de la armonía. Sonrió ella también, al pensar en aquel gesto tan suyo, mientras se aproximaba con aquella manera tan distinta que tenía de caminar y que a él tanto le gustaba. Hay algo en ella que me desarma singularmente, que me conmueve y desconcierta de una manera maravillosa, pensó él, sin apartar sus ojos de los de ella mientras se acercaba, y sin dejar de sonreír ni un solo instante.

Había cierta timidez, siempre, en sus encuentros, cuando había pasado cierto tiempo sin verse. Se abrazaron con suavidad, sintiéndose, notando el calor del otro, entregándose.

Ciao bimbo, come stai? Le susurró al oído.

Benone, con te.

Se besaron en los labios, con suavidad, con la ternura del tiempo, viéndose y sintiéndose en aquella dulzura. Se miraron de nuevo, dentro, y se sonrieron.

Llévame a cenar, tengo hambre.

Claro. Sé un sitio, cerca, que te va a gustar. Es recogido.

Le deshacía como desgranaba el español con aquella cadencia, con aquella musicalidad de la Toscana, que acompañaba con el tono suave de su voz, bajo y modulado.

4 comentarios:

Ariadna dijo...

Diego, su blog me gusta mucho. Tiene entradas muy bonitas, que llegan muy adentro. Espero que esté bien y se recupere pronto.



Ary~

Anónimo dijo...

Pues me alegro un montón de le que le guste mi blog, Ariadna (por cierto, precioso nombre). No estoy mal, y espero recuperarme pronto. Gracias por su interés.
Diego

Ruth Carlino dijo...

Tus descripciones siguen cautivándome, hacen que te formes una idea sutil del entorno descrito pero dejando siempre espacio a la imaginación para actúe, para que dibuje y coloree el paisaje.
Siempre he oido decir que el buen escritor se conoce por sus descripciones, pues entonces, eres un gran escritor.

Besos querido amigo.

Anónimo dijo...

Ruth, me halagas en exceso. Ojalá lo fuera. De cualquier forma me alegra que te gusten mis descripciones. A mí me gusta imaginarlas y que quien las lea las imagine y las haga suyas. Tú si que eres una buena lectora.
Un placer siempre.
Un beso para ti.
Diego