20/9/10

Del lado oscuro de la luna. II

Era un drogadicto de ambientes...
Comprendía a aquellos asesinos americanos que mataban en nombre de Dios. ¡Hermosa locura! Pensaba. Los comprendía porque a él, que era fruto tardío del “68”, el efecto que éste produjo sobre su educación católica se tradujo en una melancolía imposible de amortiguar tras la desaparición de Dios, de su Dios.
Se incorporó levemente, levantó la cabeza y dejó vagar la mirada. Siempre necesitó la belleza, pensó, para poder seguir respirando, o para ser más exactos, rectificó, siempre necesitó de lo sublime, también de la belleza, pero sobre todo de lo sublime, más aún en lo tocante a los asuntos del espíritu. Pero era una necesidad conceptual y por tanto no necesariamente visual, porque los sujetos dominados por la melancolía, como había leído en alguna parte, estaban especialmente inclinados a la contemplación de lo sublime, entre otras cosas porque esto mitigaba de alguna manera la melancolía que les posee. Y eso era cierto para él.
La luz del sol entraba por las rendijas de la persiana, totalmente bajada, formando un ángulo de cuarenta y cinco grados, como si un centenar de soles diminutos iluminaran tenuemente la habitación. Los rayos tamizaban las volutas de un humo verde azulado que surgían del pebetero dorado que había en una de las esquinas de la habitación, donde una mezcla de incienso, mirra y otras esencias aromáticas, se quemaba con lentitud, esparciendo un olor desasosegante por el espacio.
¿Cómo era aquello? Se preguntó, mientras se pasaba el dorso de la mano por la frente, como si con aquel movimiento pudiera eliminar esa especie de velo que le impedía recordar.
Dejó la maquinilla de afeitar en la bandeja que había en el suelo. Encendió el aspirador de pilas y se lo pasó por ambas manos. Con una pulcritud extrema pasó la boca por el dorso, por las palmas, a lo largo de los dedos y entre ellos; primero de la mano izquierda, luego de la derecha. Cuando terminó, apagó el aparato y lo dejó también en la bandeja, al lado de la maquinilla. Se levantó sin rapidez, incluso con parsimonia.
Que importantes son las formas, pensó, todo debe hacerse con armonía, sin romper el ambiente, integrándose en él, formando un todo con él. ¡Pureza! Esa era la palabra. La levedad de la mariposa al desplazarse. Pureza...
Pasó a través de los rayos de luz y el humo le siguió creando formas, apariencias sutiles.
Para él, ningún movimiento, ninguna palabra, ningún acto carecía de sentido. Todo se hacía con un propósito. Pero si importante era éste, más, si cabe, lo era la forma de llegar a él, de ahí la importancia de los gestos, de ahí la importancia de las formas. Toda obra de arte es bella en cuanto lo es en su totalidad, por el orden armonioso de sus elementos, ordo partium in toto. Pero si uno solo de ellos no lo era rompía con la armonía, quebraba el todo y, por tanto, ya no era bella. Incluso, pensaba, no podía haber belleza en la creación si la forma en que se realizaba, los gestos que se producían, el lugar donde se llevaba a cabo, en suma, el ambiente, no era bello. Por eso había creado su santa santorum de la belleza, y en él se encontraba, en el centro del útero materno y en contacto con la tierra, la Madre Tierra. Él había creado el ambiente ideal, donde el vacío no existía ni tan siquiera en la atmósfera, rota por la luz, por el humo, por el sonido...

4 comentarios:

Sandra Gutiérrez Alvez dijo...

siempre es un placer leerte, Diego.
un abrazo.

Anónimo dijo...

El eterno esteta y su busqueda de la belleza extrema. No esperaba encontrarmelo de nuevo, intentare inventarme un hueco y releerlo para no quedarme sin palabras como la primera vez que lo hice. Casualmente ando terminando una recomendacion tuya (católicos, anabaptistas y otras raleas; ¿te suena?)

Hace tiempo que no aparezco por estos mundos, aun así es grato ver que sigues dando signos vitales en forma de letras.
Cuidate, nos vemos (si no es en esta vida que sea en otra jajaj)

Anónimo dijo...

El placer siempre es mío, Sandra.
Otro para ti.
Diego

Anónimo dijo...

Tiempo, una de las pocas cosas que podemos gastar, y que solemos malgastar. Esa búsqueda de la belleza, a veces, resulta mortal...
Recuerdo esa recomendación, es uno de los libros que suelo releer con cierta asiduidad, por lo que enseña sobre el alma humana. Me gusta echarle un vistazo de cuando en cuando, coo al Quijote.
Sigo vivo, cómo no, pero me repienso tanto y miro tanto alrededor, que a veces pienso que me voy a perder y no encontrarme. Qué cosas.
Espero que nos veamos en esta vida, y a ser posible pronto. En la otra tendríamos excesivo tiempo, y tener tanto suele hacer que lo malgastemos inúlmente.
Un abrazo, amigo mío.
Diego