15/12/09

La mosca. (Un divertimento)


Leía, con extrema atención, un ensayo sobre terrorismo y nacionalismo. Estaba sentado en la taza del váter, ese notable lugar donde únicamente es posible pensar en la metafísica. Levantó la vista del libro ante lo que le pareció una sombra deslizándose por el espacio. Acababa de leer un párrafo que decía: “…es una consecuencia del 68 y, a la vez, su negación. En el Año Nuevo desaparece el futuro, y en su lugar se entroniza el presente como un inédita utopía del clero.”, cuando cruzó su horizonte de visión, impávida ante el pensamiento del lector, ajena a lo que aquellas palabras pudieran producir en su cerebro, incluso a lo que aquellas palabras significaban en sí mismas, deambulando de un lado a otro en su acelerado aleteo, en aquel espacio artificial creado por y para él, nunca para ella, y que sin embargo estaba en él como si fuese propio, una mosca. Y es que así son ellas.
¿Qué pensaría?, pensó él. ¿Se reduciría ahora su mundo al entorno físico de su cara o iba más allá? ¿Miraría sólo su rostro? ¿Tendría conciencia de su encierro? ¿Qué pensaría si leyese lo que él leía? ¿Sentiría lo que él sentía? ¿Le embargaría, como a él, la tristeza? ¿Se le anegarían los ojos de lágrimas, como a él, en ese momento? Pero… ¿lloran las moscas?
Esas preguntas le dejaron intranquilo. Abandonó el libro y su lectura y se prometió dedicar la vida al estudio de las moscas.
Tras un análisis detallado de meses, observó su trayectoria aparentemente caótica, aparentemente sin sentido. Le era, en ocasiones, imposible seguir el curso de su vuelo. Pero, sin embargo, pensó, las moscas debían muy bien saber lo que hacían y porqué lo hacían. Su vuelo no podía estar, en absoluto regido por el azar. Sin duda alguna mirarían con sus ojos multiplicados, discriminarían entre los objetos que había en su mundo, mi mundo, y seleccionarían sus objetivos. Sin duda evitarían los desagradables y se acercarían a los que le pudieran proporcionar comida o placer. Como nosotros, pensó. O más hábiles incluso, quizá más preparadas para evitar el sufrimiento y la angustia. Comida y placer, simplemente.
Investigó con ahinco su mundo y halló el elemento en el que se almacenaba todo lo importante para ellas, el mushroom body, el cuerpo achampiñonado –qué mal suena en español, se decía siempre, realizando un gesto de disgusto en su rostro-, el equivalente funcional, salvando las distancias, del hipocampo de nuestro cerebro. Ahí estaba todo, su centro, su alma, el centro del cerebro de la mosca responsable de todo su aprendizaje. Mejor que el nuestro, infinitamente mejor.
Comprobó, tras un análisis exhaustivo, que su comportamiento era muy flexible, mayor que el nuestro, y que lo modificaban sin problema alguno hasta hallar la solución adecuada a los problemas que se le presentaban; que atendían selectivamente a una región de su campo visual según su relevancia. Eran seres superiores, no cabía duda, solía decirse contínuamente.
Pasó años tratando de desentrañar su misterio, con un único fin, aprehender su leit motiv, intentar desentrañar su alma, y conseguir, mediante elementos químicos y biológicos, convertirse en una de ellas sin dejar de ser humano, trascendiendo la humanidad, superándola.
Él era, debo decirlo ahora, en el momento de su velatorio, el científico en el que se basa la famosa película: “La mosca”, más conocida, en inglés, como: “The fly”. Pero también he de decir que ese él era yo, y que descansé mis huesos en un sanatorio psiquiátrico donde me encerraron para quedarse, sin duda, con mis descubrimientos. Un lugar horrible donde no hacían sino intentar transformar mis pensamientos en algo que ya no entendía, que no compartía que no quería. Sólo deseaba salir de ahí, ser libre, volar y mirar, comer y obtener placer, vivir libre, ser libre, ser mosca, lo que no le dejaban ser. Y ahora vuelo sobre mi cuerpo humano mortal, velando su humana intrascendencia. Por fin soy libre, por fin soy lo que siempre quise, una mosca observando, mirando, volando, mientras el resto, pobres mortales siguen apegados al suelo, a sus miserias, a sus tristes vidas, a sus simples miradas, a su afán de nada. Soy libre, soy la mosca.

2 comentarios:

Le Fay ʚïɞ dijo...

Si q son libres pero tmb si q son feas no creo q seas tan mosca jajaja
Un beso ! :D

Diego Jurado dijo...

Si que son feas, sí, Sylvia, pero graciosas. A mí me divertían mucho de niño y me molestaba que las matasen, no puedo con esas cosas. Pero yo no, no soy mosca en absoluto, aunque muchos si lo son y prefierenese tipo, los moscas. La vida.
Casi me muero de la risa al leer tu comentario. Mil gracias por ello.
Un beso.
Diego