20/6/09

la luz de la noche

La noche invita. Es cálida. Aparece con el pelo, negro, aún húmedo, cayéndole en cascada. Eterno. Ligeramente ondulado. Le enmarca la cara. La envuelve. Viene con esos andares rápidos, como si quisiese andarlo todo, no perderse nada, llegar pronto. Un top verde aceituna, fruncido, que le resalta el pecho, dejando espacios al descubierto, en los que un piercing se muestra, pequeño, coqueto. Le gustan. Alguno más. Estética de su estética. Me sonríe con esa sonrisa franca que agradece y se agradece y que le achica los ojos hasta perderse en una línea horizontal que infantiliza el gesto. Te acoge. Derrama las palabras entre sonrisas, como una fuente de agua clara. Refresca.
El local es de madera, con motivos marineros. Viejo. Lo mira todo, buscando, mientras la miro desde la barra, esperando las cervezas. Me gusta como mira, como busca siempre los detalles, el encuadre, las excepciones que rompan el continuo y destapen la chispa en el ojo, en la mente, en el alma de artista que lleva dentro. Las cervezas frías. Heladas. Perfectas para una noche perfecta, de sonidos, de palabras, de visiones, de cadencias.
Hay, enfrente, en un lateral de la máquina de tabaco, una fotografía grande del “American Gothic”, de Grant Wood. Siempre me ha parecido fascinante ese cuadro, por lo que muestra, por lo que esconde. El alma americana, tan hipnótica, tan oscura, tan simbólicamente sencilla y tan terriblemente realista. Miradas adustas. Ausencia de gestos. Rectitud de líneas, fuera y dentro. El tridente en el centro. Rostros de otro tiempo, de otras vidas. Rostros del presente. Rostros de siempre.
La conversación gira y gira por la luz. Y cómo no, por Caravaggio y la luz. Y por los viajes y por la vida. La pasión está ahí. La cara iluminada. Y la mía. El ansia de conocer, de ver, de oír, de vivir. Coge el cigarrillo con una displicencia exquisita. Como si no supiera cogerlo. Te arropa las manos entre las suyas, pequeñas, suaves, para encenderlo. Aspira una bocanada dejando un poco de humo que se deshilacha mientras eleva la cabeza, con la boca ligeramente entreabierta y los ojos semicerrados, de un color que apenas soy capaz de descubrir. Y la conversación derrota hacia el amor, hacia el enamoramiento, hacia las pasiones “arrastrás”, la más bella de las experiencias vividas, de las sensaciones, de los sentimientos, de los sentidos, de la vida, cuando el alma se derrite entre todo ello. Sólo la he vivido dos veces en la vida, le digo, y es… Daría todo por estar ahí otra vez, de nuevo. Te mata. Te eleva. Te da la vida. Vida como nada. Es ser. Me mira con los ojos y con la mirada, arrebolada, bebiendo las palabras.
El resto de la gente desgrana las horas entre alcohol, conversaciones mil veces visitadas en horas vacías. Vidas como siempre, repetidas. Vidas de nada.
Nos vamos al rompiente, a la noche en la noche, al sonido, al arrullo de la vida que te rodea. Al fondo la línea del horizonte, el punto de encuentro del cielo y la tierra en el mar. La nada y el todo. Habla. Hace que el ambiente se deshaga en sentidos y que aquel te envuelva, al tiempo, como una tela de seda, acariciando sin apenas darte cuenta, pero sintiéndolo alrededor. Me mira mientras habla apartando la mirada, dejándola que se eleve a las estrellas, entre las nubes, con el rumor del agua que muere suave sobre la arena, arrastrándose, dejando la blanca espuma, mientras ella mueve las manos, al tiempo, con lentitud, acicalando el espacio. Mira ese fondo oscuro. Le fascina, como a mí, el fondo y esa línea de encuentro del cielo y la tierra, el horizonte nebuloso. Lo mira a través de sus ojos, y de su otra mirada.
Es tarde, o temprano. Apenas queda nadie en ningún sitio. Nos vamos. Al alba he de salir hacia la montaña, a mirar y sentir la mirada del abismo, las sensaciones que de él emanan. En la vuelta, dentro del coche, me cuenta un sueño. Es… En los sueños eres responsable, quizá más aún que en la vigilia, pienso. Yo también sueño mis sueños, mi sueño. Y en él me pierdo. Me gusta mi sueño. Es hermoso. Es eterno. En el sueño suena la música de Vangelis, en el viaje, un coche, dos personas, el verde, la montaña, la mirada, la vida que promete… Ojalá el sueño fuese despierto.
Un placer mi niña. Gracias por la noche. Me despido. Me mira con el alma a través de su sonrisa, de su mirada. Igualmente. Me acerco para besarla poniendo mi mano en su pelo. Tiene las mejillas suaves. Delicada. Ten cuidado, no te caigas, me dice. Lo tendré, descuida. Chao.

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